Las vidas paralelas de Plutarco/Pirro

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PIRRO.


Refiérese que despues del diluvio fué Faeton el primero que reinó sobre los Tesprotos y Molosos, siendo uno de los que con Pelasgo vinieron al Epiro; pero otros afirman que Deucalion y Pirra, edificando el templo de Dodona, habitaron allí entre los Molosos. Más adelante Neoptolemo, el hijo de Aquiles, trasladándose á aquella parte con su pueblo, se apoderó del país, y dejó una sucesion de reyes que de él provienen, llamados los Pirridas, porque de niño se le dió el sobrenombre de Pirro; y å uno de los hijos legitimos que tuvo de Lanasa, la de Cleodio, que fué hijo de Hilo, le puso tambien este nombre; y desde entónces se tributaron en el Epiro honores divinos á Aquiles, apellidándole Aspeto, ó inimitable, con una voz propia de la lengua del pais. Los reyes intermedios, despues de los primeros, cayeron en la barbarie, y ninguna memoria quedó de su poder y sus hechos hasta Tarruta, que se dice haber sido el primero que civilizando las ciudades con las costumbres y letras griegas, y con leyes benéficas, adquirió cierto renombre. De Tarruta fué hijo Alcetas, de Alcetas Arubas, y de Arubas y Troade Eacidas. Casó éste con Ftia, hija de Menon el Tesaliano, varon que se ganó gran reputacion con motivo de la guerra Lamiaca, y tuvo, segun refiere Leostenes, la mayor autoridad entre los TONO 11.

26 aliados. I Ft tuvo Eacidas dos hijas, Dudamia y Troyay un hijo, que fue Pirro.

Sublevaronse los Molosos, y arrojaron del trono á £acidas. llamando á él á los hijos de Neoptolemo. Muchos de los amigos de Eacidas perecieron en la insurreccion; pero Andricl.de y Angelo, ocuitando á Pirro, todavía muy niño, á qui—n con ansia buscaban los enemigos, pudieron evadirse, levando por fuerza en su compañia á algunos esclavos y á las bujeres que servian á aquél de amas. La tuga por esta causa era diticultosa y tardía, y como fuesen alcanzados, entregaron el niño á Androcleon, Hipias y Neandro, jóvenes de confianza y valor, encargándoles que huyeran á toda prisa hasta entrar en Megara de Macedonia.

Ellos. en tanto, ora con ruegos y cra peleando, lograron contecer & I [ue los perseguian hasta bien entrada la tarde; y despues que á tanta costa los hubieron rechazado, fuerun á juntarse con los que llevaban á Pirro. Cuando puesto el sol se creian eu el término de su esperanza, decayeron repentinamente de ella arriban lo al rio que pasa por junto á la ciudad, la!!ándole amenazador y soberbio, y que de Binguna manera daba paso a los que lo intentaban, por cuanto llevaba gran caudal de aguas, y éstas muy turbias con motivo de haber llovido mucho, y además las tinieblas todo lo hacian más temible. Desconfiaron, pues, de poder ellos solos salvar al niño y a las mujeres que le criaban:

mas habiendo sentido que al otro lado habia algunas gentes del país, les pelian auxilio para pasar, mostrándoles á Pirro, y clamando y suplicando. Los otros nada oian por la rapidez y ruido del rio, perdiéndose el tiempo mientras los unos gritaban y los otros no entendian; hasta que parándose uno á meditar le ocurrió separar la corteza interior de una encina, y escribir en ella con el clavo de una hebilla letras que refiriesen el apuro en que se hallaban, y la suerte de aquel niño. Rodéala despues á una piedra, para que con esta se diese impulso al tiro, y así la puso al otro lado: aunque otros dicen que la tiró rodeada al cuento de una lanza. Luego que leyeron lo escrito y se enteraron de la urgencia, cortaron algunos troncos, y juntándolos entre sí pasaron á la otra orilla, é hizo la casualidad que el primero que pasó, llamado Aquiles, fué el que tomó el niño: los demas pasaron asimismo á los que se les presentaron.

Habiéndose salvado y evitado la persecución de esta manera, se dirigieron al llirio á casa del rey Glauquias, y hallándolo en ella sentado con su mujer, pusieron el niño en el suelo en medio de ellos. Empezó el Rey á concebir temor de Casandro, que era enemigo de Eacidas, y así estuvo largo rato en silencio consultando entre si: en esto Pirro, yéndose á él á gatas por impulso propio, le cogió el manto con las manos, y levantándose arrimado á las rodillas del mismo Glauquias, primero se echó á reir, y despues puso un semblante triste, como de quien ruega y se halla en afliccion, prorumpiendo en lloro. Algunos dicen que no se echó á los piés de Glauquias, sino que se arrimó al ara de los Dioses, y que se puso en pić asido de ella con las manos, lo que Glauquias habia tenido á gran prodigio.

Hizo, pues, entrega de Pirro á su mujer, encargándole le criara con sus hijos; y reclamándole de allí á poco los enemigos, no le entregó, aunque Casandro le ofrecia doscientos talentos: sino que cuando ya tuvo doce años le acompañó al Epiro con tropas, y le hizo reconocer por rey. Resplandecia en el semblante de Piero la dignidad régia, sobresaliendo más sin embargo lo temible que to majestuoso. No tenía el número de dientes que los demas, sino que arriba tenía un solo hucso seguido, en el que como con líneas delgadas estaban aquellos designados.

Dícese que tenia vírlud para curar á los que padecian del bazo, sacrificando un gallo blanco, y fricando en tanto con el pie derecho el bazo del doliente, que debia estar tendido boca arriba; y ninguno era tan pobre ni tan desvalido que no participara de esta gracia si se presentaba á pedirla. Tomaba en premio un gallo despues del sacrificio, y lo estimaba en mucho. Dícese asimismo que el dedo grueso del pié tenia igualmente una virtud divina; de manera que quemado el cuerpo despues de su muerte, el dedo se encontró ileso é intacto del fuego. Mas de esto hablaremos despues.

A la edad de diez y siete años, creyéndose bastante asegurado en el reino, se le ofreció un viaje, con motivo de haber de casarse uno de los hijos de Glauquias con quienes se había criado; y sublevándose otra vez los Molosos, desterraron á sus amigos, se apoderaron de sus bienes y se pusieron en manos de Neoptolemo. Pirro, despojado así del reino, y falto absolutamente de todo, se acogió á Demetrio, hijo de Antígono, casado con su hermana Deidamia, la cual, siendo todavía muy jóven, estuvo destinada para mujer de Alejandro, hijo de Rojana; pero como éste hubiese caido en infortunio, hallándose ya en edad, se casó con ella Demetrio. En la gran batalla de Ipso, en que combatieron todos los reyes del país, tuvo tambien parte Pirro en auxilio de Demetrio, siendo todavía muy mozo; y habiendo rechazado á los que se le opusieron, se distinguió gloriosamente entre los combatientes. Vencido Demetrio, no le abandonó, sino que le mantuvo fieles las ciudades que tenía en Grecia; y como ajustasen tratados con Tolomeo, él mismo se dió en rehenes, partiendo con esta calidad para Egipto. Dióle allí á Tolomeo en la caza y en los ejercicios de la palestra brillantes muestras de robustez y sufrimiento; y observando que Berenice era la que tenía más poder, y la que en virtud y prudencia se avenlajaba á las demas mujeres de éste, se dedicó á obsesequiarla con particularidad. Sabla con oportunidad, y cuando el caso lo pedia, ceder á la voluntad de los poderosos, así como desdeñaba á los inferiores; y siendo por otra parte arreglado y moderado en su conducta, entre muchos jóvenes de los principales fué escogido para casarse con Antígona, una de las bijas de Berenice, tenida de Filipo antes de enlazarse con Tolomeo.

Gozando de mayor reputacion todavía despues de este matrimonio, y viviendo al lado de su mujer Antígona, á quien amaba, negoció que se le enviara al Epiro con tropas y caudales á recuperar el reino. Fué su llegada á gusto de muchos, por lo mal visto que estaba Neoptolemo á causa de su injusto y tiránico gobierno; mas con todo, por miedo de que Neoptolemo se ligara con alguno de los otros reyes, ajustó con él paz y amistad, conviniendo en reinar juntos. Andando el tiempo, habia quien ocultamente trataba de indisponerlos, suscitando sospechas de uno á otro; pero la causa que más principalmente movió á Pirro se dice haber dimanado de lo siguiente. Tenian por costumbre los reyes, sacrificando al Dios Marte en Pasaron, que era un territorio de la Molotide, prometer á los Epirotas bajo juramento que reinarían segun las leyes, y éstos á su vez que segun las mismas guardarian el reino. Concurrieron al acto los dos reyes, asistidos cada uno de sus amigos, dando y recibiendo reciprocamente muchos presentes. Gelon, puesuno de los partidarios más celosos de Neoptolemo, saludando á Pirro con la mayor fineza, le hizo el regalo de dos yuntas de bueyes de labor. Mirtilo, uno de los coperos de Pirro, que se hallaba presente, los pidió á éste, que no vino en dárselos á él sino á otro; y habiéndolo sentido vivamente, no se le oculto á Gelon esta circunstancia. Convidole á comer, y áun, segun algunos refieren, siendo un joven de buena figura, abusó de él entre los bríndis, y moviéndole conversacion del suceso, le exhortó á que abrazase el partido de Neoptolemo, y quitase la vida á Pirro con un veneno.

Mirtilo afectó prestarse á la tentacion, aplaudiendo y mostrándose persuadido; pero dio de ello parte á Pirro, y de órden de éste presentó al jefe de los coperos Alexicratesante el mismo Gelon, como que habia de auxiliarles en el hecho; y es que Pirro queria que fuesen muchos los que pudieran servir al convencimiento de aquella maldad. Engañado Gelon de esta manera, fué todavía más engañado Neoptolemo: el cual, dando por supuesto que la asechanza iba adelante, no pudo contenerse con el placer, y lo divulgó entre los amigos. Además, comiendo una vez en casa de su hermana Cadmia, se le fué sobre ello la lengua, creyendo que nadie lo escuchaba, porque ninguno otro estaba cerca sino Fenareta, mujer de Samon, mayoral de los rebaños y vacadas de Neoptolemo; y ésta, que se hallaba echada en la cama detras de un tabique intermedio, les pareció que dormia. Enteróse de todo, sin que pudieran conocerlo, y á la mañana se fué á dar con Antigona, mujer de Pirro, á quien refirió todo lo que Neoptolemo habia dicho á la hermana. Sabedor de ello Pirro, por entonces nada bizo; pero en un sacrificio, babiendo convidado al banquete á Neoptolemo, le quitó la vida; asegurado ya de que los principales de los Epirotas estaban de su parte, y aun le excitaban á que se deshiciese de Neoptolemo y no se contentara con tener una pequeña parte del reino, sino que hiciera uso de su indole, emprendiendo cosas grandes; y que pues habia ya aquella sospecha, se adelantara á Neoptolemo, quitándolo de en medio.

Teniendo siempre en memoria á Berenice y Tolomeo, á un niño que tuvo de Antigona le impuso este nombre; y babiendo edificado una ciudad en la península del Epiro, la llamú Berenicida. Despues de esto, trayendo y revolviendo en su ánimo muchas y grandes ideas, y áun teniendo concebidas de antemano esperanzas sobre los pueblos inmediatos, encontró para ingerirse en los negocios de Macedonia el pretexto de haber Antipatro, hijo mayor de Ca sandro, dado muerte á su madre Tesalónica, y hecho huir á su hermano Alejandro; el cual envió á suplicar á Demetrio que le socorriese, llamando tambien en su auxilio á Pirro. Deleníase Demetrio por otras atenciones; y presenLindose Pirro, le pidió por premio de su alianza la Ninfea, y la parte litoral de la Macedonia y de los pueblos agregados á Ambracia, Acarnania y Anfiloquia. Cedióselo todo aquel jóven, y él lo ocupó, poniendo guarniciones, y adquirió para Alejandro todo lo demas de que pudo desposeer á Antipatro. El rey Lisimaco, aunque no le faltaba en qué entender, deseaba ardientemente venir en auxilio de éste, y estando cierto de que Pirro en nada desagradaria ni negaria nada á Tolomeo, le remitió una carta supuesta á nombre de éste, en que le prevenia se retirase de la expedicion por trescientos talentos que recibiria de Antipatro.

Abrió Pirro la carta, y al punto conoció el engaño, porque la cortesía no era la acostumbrada: el padre al hijo, salud; sino el rey Tolomeo al rey Pirro, salud. No dejó, pues, de reconvenir á Lisimaco; mas, sin embargo, convino en la paz, y se habian reunido, como si sacrificando víctimas fueran á confirmar los tratados con juramento. Habíanse traido un macho de cabrio, un toro y un carnero; y como éste se muriese por sí, á todos los demas les causó risa aquel suceso; pero el agorero Teodoro prohibió á Pirro que jurase, diciendo que aquel prodigio anunciaba la muerte de uno de los tres reyes: así Pirro se apartó de la paz por esta causa. Cuando ya los negocios de Alejandro tomaban consistencia, acudió Demetrio; y como se presentaba á asistir al que no lo habia menester, desde luego dió que recelar; poro bien pocos dias de haberse reunido, por mutua desconfianza se armaron ascchanzas uno á otro.

Espió la oportunidad Demetrio, y adelantándose al jóven, le quitó la vida, declarándose rey de Macedonia. Tenía ya ántes de aquelta época quejas contra Pirro, y habia becho incursiones en la Tesalia; á lo que se agregaba la natural enfermedad de los poderosos, que es la ambicion desmedida, por la cual habia venido á ser entre ellos la vecindad muy recelosa y desconfiada, especialmente despues de la muerle de Deidamia; mas cuando ya ambos poseyoron la M...:

1 ecolheitir en un mismo punto de més visibles causas, acomevenilos, y dejando allí á Pan7.5. marebo él mismo contra es lo llegi á entender. Hubo y se desviaron el uno del otro:

y better en el Epdro. lo asolaba: pero Pirro, cape: :sr— Pante, se spaso á presentarle batalla.

Tret via estat test ble el combate entre los soldados. y mo his ettes jefes: porque Pantauco, que en valoren ze de r.. y en robustez de cuerpo era sin disputs el primero entre los essdillos de Demetrio, sobrándule des e arrojo y altivez. provocaba á Pirro å singular combate: y éste, que en fortaleza y reputacion no ce dia á ringe de los reyes, y que aspiraba á acreditar que la gloria e Aquiles no tanto le era propia por linaje como por virtul, corror medio de los enemigos en busca de Pantouro. Combatier nse primero con las lanzas: pero viniendo despues a las manos. hicieron uso con maña y con juerza de las espadas: y recibiendo Pirro una herida, y dando dos. una en un muslo y otra en el cuello, rechazó y derribá Pantauco; aunque no le acabó de matar, porque sus amigos le retiraron. Alentados los Epirotas con la vie toria de su rey. y admirados de su valor, rompieron y des barataron la falange de los Macedonios; siguiéronles el alcance en la fuga, y dieron muerte á muchos, tomando vivos á cinco mil.

P. y P.eqe Este combate no produjo en los Macedonios tanto odio y encono contra Pirro por lo que en el sufrieron, como gloria y admiracion de su virtud; dando ocasion de hablar de ella á los que vieron sus hazañas, y á los que le trataron despues de la batalla. Porque les parecia que su aspecto, su prontitud y sus movimientos eran los mismos que los de Alejandro; que veian en éste sombras é imitaciones de aquel timpetu y aquella violencia en los combates, y que si los demas reyes remedaban á Alejandro en la púrpura, en las guardias, en llevar torcido el cuello y en hablar alto, sólo Pirro lo representaba en las armas y en el esfuerzo. De su pericia y habilidad en la táctica y en la estrategia pueden verse pruebas en los comentarios que sobre estos objetos nos dejó escritos. Dícese, además, que preguntado Antigono quién era el mejor capitan, habia respondido: «Pirro en siendo más viejo:» bien que no habló sino de los de su edad; pero Aníbal, hablando en general de todos los capitanes, en pericia y destreza puso el primero á Pirro, el segundo á Escipion, y el tercero á si mismo, como dijimos en la Vida de Escipion. Finalmente, Pirro en esto fué en lo que se ocupó siempre, y á esto dedicó su atencion, como á la doctrina más propia de los reyes, no dando ningun precio á las demas artes y habilidades. Así se refiere que preguntado en un festin cuál era mejor flautista, si Piton ó Cafisia, contestó: «Polipercon es el mejor capitan:» como si esto sólo fuera lo que le estaba bien inquirir y saber á un rey. Era, sin embargo, para los que le trataban afable, y nada fácil á irritarse; así como activo y vebemente para la gratitud y reconocimiento. De aquí es que habiendo muerto Eropo, se mostró muy pesaroso, diciendo que éste habia sucumbido á la mortalidad; pero él quedaba con el disgusto, y se reprendia á sí mismo, de que pensándolo y difiriéndolo siempre no habia pagado sus servicios: porque los réditos pueden pagarse á los herederos de los que dieron prestado; pero el retorno de los favores, si no se hace á los que pueden sentirlo y apreciarlo, se torna en afliccion del hombre recto y justo.

Proponíanle en Ambracia algunos que desterrase á un hombre desvergonzado y maldiciente contra él; pero les respondió: «Nada de eso; mejor es que se quede aquí, porque vale más que me difame entre nosotros que somos pocos, que no que yendo por ese mundo me desacredite con todos los hombres.» Reprendiendo á unos jóvenes que en $40 PLUTARCO. LAS VIDAS PARALELASun festin te habian insultado, les preguntó si era cierto que habian proferido aquellas injurias; y como uno de ellos respondiese, «esas mismas, ¡oh Rey! y áun habríamos proferido más si bubiéramos tenido más vino,» echándose á reir, los dejó ir libres.

Casóse, por miras de adelantar sus negocios y su poder, con muchas mujeres despues de la muerte de Antigona:

porque se enlazó con la hija de Autoleonte, rey de la Peonia; con Bireena, bija de Bardiles, rey de los llirios, y con Lanasa, hija de Agatocles, rey de Siracusa, que le llevó en dote la ciudad de Corfú, tomada por Agatocles. De Antigona tuvo en hijo á Tolomeo; de Lanasa á Alejandro, y á Helemo, el más jóven entre los hermanos, de Bircena. A todos los formó excelentes en las armas y sumamente fogosos, excitados á esto por él apénas nacidos. Así se dice que preguntado por uno de ellos, todavía muchacho, que á quién dejaria el reino, le respondió: «á aquet de vosotros que tenga más afilada la espada;» lo que en nada se diferencia de aquella maldicion trágica dirigida á unos hermanos:

Partais la hacienda con el hierro agudo; ¡tan antisociales y feroces son los designios de la ambicion!

Restituido Pirro á su reino, celebró la anterior batalla con grande regocijo, volviendo lleno de gloria y de engreimiento; y dándole los Epirotas el nombre de águila, "por vosotros, les dijo, soy águila; ¿y cómo no lo seré elevado en alto como con alas por vuestras armas?» De allí á poco tiempo, sabiendo que Demetrio se hallaba peligrosamente enfermo, invadió repentinamente la Macedonia como para hacer correrías y talar el país; y estuvo en poco el que se apoderase de todo y ocupase sin contradiccion el reino, llegando hasta Edesa sin que nadie le resistiese, y + PIRRO.

ántes reuniéndosele muchos y peleando á sus órdenes.

Dió el peligro á Demetrio un aliento superior á sus fuerzas, y congregando sus amigos y generales gran copia de gente en poco tiempo, se fueron resuelta y denodadamente contra Pirro. Este, que habia venido para recoger bolin, más que para otra cosa, no los aguardó, sino que se puso en retirada, en la que perdió parte de sus tropas, persiguiéndole los Macedonios. Y aunque no por haberle tan fácil y prontamente arrojado de su país se descuidó ya Demetrio, con todo, teniendo resuelto emprender grandes cosas y recuperar el imperio paterno con cien mil hombres y quinientas naves, no creyó conveniente enredarse con Pirro, ni dejar á los Macedonios un vecino activo y peligroso; por lo que, no pudiendo detenerse á hacerle la guerra, determinó ajustar paz con él, para marchar contra los otros reyes. Hechos los tratados y descubierta la idea de Demetrio por los mismos preparativos, temerosos los reyes, enviaron embajadores y cartas á Pirro, diciéndole extrañaban mucho que abandonando la oportunidad que tenía en la mano, esperase la de Demetrio para hacerle la guerra, y que pudiendo arrojarle de la Macedonia, miéntras causaba sustos y los recibia, aguardara á tener que contender con él, desembarazado ya y con mayor poder, en defensa de los templos y sepulcros de los Molosos; y esto cuando poco ántes le habia arrebatado á Corfú juntamente con la mujer: porque Lanasa, disgustada con Pirro porque mostraba más aficion á las mujeres bárbaras, se habia retirado á Corfú, y aspirando á otro matrimonio régio, habia llamado á Demetrio, sabedora de que era más inclinado que los otros reyes á enlazarse con muchas mujeres; y él, acudiendo al llamamiento, se habia enlazado con Lanasa, y habia dejado guarnicion en la ciudad.

Al mismo tiempo que los reyes escribian así á Pirro, trataban por sí de molestar á Demetrio, ocupado todavía en aus preparativos: para ello Tolomeo, embarcándose con grandes fuerzas, hizo que se le rebelaran las ciudades griegas; y Lisimaco, entrando por la Tracia, talaba la Ma cedonia superior. Con esto, puesto tambien Pirro en movimiento, marchó contra Berea con esperanza, como sucedió, de que Demetrio, yendo á oponerse á Lisimaco, dejaria desamparada la region inferior. Parecióle aquella noche que había sido llamado entre sueños por Alejandro el Grande, y que habiendo acudido, le habia visto enfermo en cama; pero le habia hablado con amor y aprecio, prometiendo auxiliarle eficazmente; y que habiéndose atrevido á preguntarle, y cómo, ob rey, podrás auxiliarme estando enfermo?» le habia contestado «con mi nombre;» y cabalgando sobre el caballo Niseo habia marchado delante de él.

Alentése mucho con esta vision, y sin perder momento ni detenerse en el camino, tomó á Berea; y acuartelando alli la mayor parte del ejército, sujetó lo restante de la region por medio de sus generales. Demetrio, luego que tuvo de ello noticia y observó que en el campamento de los Macodoníos se movia una sedicion de mal carácter, temió ir más adelante, no fuese que éstos, teniendo cerca á un rey que era Macedonio y gozaba de reputacion, se pasasen á él; por lo cual, unudando de direccion, marchó contra Pirro, que era forastero, y á quien aborrecian los Macedonios. Mas despues que se acampo alli cerca, pasando á los reales muchos de Berea, celebraban á Pirro como varon invencible y muy aventajado en las armas, y como muy benigno y bumano para con los cautivos. Habia tambien algunos, enviados insidiosamente por Pirro, que fingiéndose Macedonios, esparcian voces de que aquel era el tiempo de abandonar á Demetrio, hombre intratable, y pasarse á Pirro, que era popular y muy amante del soldado. Alborotose con esto la mayor parte del ejército, y hacian diligencias por ver á Pirro. Justamente cuando esto sucedió, tenía quitado el morrion; pero dando en lo que aquello era, se le puso, y fué conocido en el penacho 80bresaliente y en la cimera, que eran unas astas de macho cabrío; con lo que hubo Macedonios que corrieron á él pidiéndole la seña, y algunos se coronaron con ramas de encina porque así habian visto coronados á los que se hallaban con Pirro; y áun hubo quienes se atrevieron á propoper al mismo Demetrio que lo mejor que podria hacer seria ceder y abandonar el puesto. Advirtiendo que con esta proposicion conformaba el movimiento del ejército, entró en temor, y se marchó ocultamente, disfrazándose con un vil sombrero y una mala capa. Entónces Pirro, dirigiéndose al campamento, le tomó sin oposicion, y fué aclamado rey de los Macedonios.

Presentósele en esto Lisimaco, y como le expusiese que habia sido obra de ambos la ruina de Demetrio, y manifestase deseo de que dividiesen el reino, Pirro, que no lenía todavía gran confianza en la lealtad de los Macedonios, sino que más bien estaba receloso de ellos, admitió la proposicion de Lisimaco, y se repartieron entre sí todo el territorio y las ciudades. Llenó esto en aquellos momentos los deseos, y puso término entre ellos á la guerra; pero al cabo de bien poco conocieron que lo que habian creido fin de la enemistad no era sino principio de quejas y de discordia: porque aquellos á cuya ambicion ni el mar, ni los moules, ni los desiertos son suficiente término, y á cuya codicia no ponen coto los limites que separan la Europa del Asia, no puede concebirse cómo estarán en quietud rozándose y tocándose continuamente; sino que es preciso que se hagan siempre la guerra, siéndoles ingénito el armarse asechanzas y tenerse envidia. Así es que de estos dos nombres, guerra y paz, hacen uso como de la moneda, para lo que les es útil, no para lo justo; y debe considerarse que son mejores cuando abierta y francamente hacen la guerra, que no cuando al abstenerse y hacer pausas en la violencia le dan los nombres de justicia y amistad. Viúse esto bien claro en Pirro; quien para oponerse de nuevo al aumento de Demetrio y reprimir su poder, que como de una grave enfermedad iba convaleciendo, du auxilio á los Griegos, pasando para ello á Atenas. Subió, pues, al alcázar, é bizo sacrificio á la Diosa; y bajando en el mismo día, les dijo estar muy satisfecho del amor y benevolencia del pueblo; pero que si tenian juicio no volverian nunca á permitir á ningun rey el entrar en la ciudad, ni le abririan las puertas. Asentó luego paces con Demetrio; y como de allí á poco tiempo pasase éste al Asia, incitado de nuevo por Lisimaco, le sublevó la Tesalia, é hizo la guerra á las guarniciones griegas, ya porque le iba mejor con los Macedonios cuando los tenía ejercitados en la milicia que cuando estaban ociosos, y ya s0bre todo porque no era su genio de estarse nunca quieto.

Por último, vencido Demetrio en la Siria, como Lisimaco quedase libre de miedo y de otras atenciones, al punto marchó contra Pirro. Hallábase éste acuartelado en Edesa, y echándose sobre las provisiones que le llevaban, con interceptárselas le puso ya en grande apuro: despues por escrito y de palabra empezó á sobornarle á los principales de los Macedonios, echándoles en cara que hubiesen escogido por señor á un extranjero, descendiente de los que siempre habian servido á los Macedonios, y arrojaran de esta region á los amigos y deudos de Alejandro. Como fuesen ya muchos los seducidos, entró en temor Pirro, y se retiró con las tropas del Epiro y de los aliados, perdiendo la Macedonia del mismo modo que la habia adquirido. No tienen, pues, los reyes que quejarse de los pueblos si ae mudan y buscan su conveniencia, porque en esto no hacen más que imitarlos, siendo ellos mismos sus maestros de deslealtad y traicion, y quienes les enseñan que el que más gana es el que ménos consideracion tiene á la jusLicia.

Retirado entonces Pirro al Epiro, abandonando ya fa Macedonia, le ofreció la fortuna el poder gozar de lo presonte sin inquietudes, y vivir en paz gobernando su propio reino; pero para él el no causar daño á otros ni recibirle de ellos á su vez era un tormento; y en cuanto al reposo le sucedía como á Aquiles, Que en él su corazon se consumia Allí encerrado; y todo su deseo Eran las huestes y la cruda guerra.

Aspirando, pues, á ella, tuvo para entrar en nuevas empresas la ocasion siguiente: hacian los Romanos la guerra á los Tarentinos; y éstos no pudiendo ni hacer frente á ella ni ponerle término, por el acaloramiento y malignidad de sus demagogos, acordaron nombrar por su general y hacer tomar parte en esta guerra á Pirro, el ménos distraido entonces entre los reyes, y el más aguerrido de todos los capitanes. De los ancianos y los hombres de juicio algunos se opusieron á esta resolucion; pero tuvieron que ceder á la gritería y alboroto de la muchedumbre; y otros, en vista de esto, desertaron de las juntas. llabia un hombre moderado llamado Meton, y éste, llegado el dia en que habia de confirmarse el decreto, cuando ya el pueblo estaba congregado, tomando una corona de la noche anterior y un farol, como si estuviese beodo, se dirigió acompañado de una tañedora de flauta á la junta del pueblo.

Allí, como sucede en tales juntas populares, no habiendo orden alguno, los unos al veric empezaron á dar gritos, los otros se reian, y nadie le oponia estorbo, y ántes bien algunos decian que la mujer tocase, y que él pasando adelante cantase, lo que parecía iba á ejecutar: impuesto, pues, silencio: «Tarentinos, les dijo, haceis muy bien en divertiros y en regalaros mientras os es permitido, sin poner obstáculos á quien de ello guste: por tanto, si leneis juicio gozareis ahora de vuestra libertad, como que otros negocios, otra vida y otra diela os esperan luego que Pirro llegue á la ciudad.» Logró con estas cosas persuadir á la mayor parte de los Tarentinos, y por toda la junta corrió el murmullo de que decía muy bien; pero los que temian á los Romanos, y el ser entregados á ellos si se hacía la paz, afrentaban al pueblo porque se dejaba burlar y escarnecer tan vergonzosamente, con lo que bi cieron salir de allí á Meton. Confirmado de esta manera el decreto, enviaron embajadores al Epiro, que llevaron presentes á Pirro, no sólo de su parte, sino de los demas de Italia, y manifestaron que lo que necesitaban era un general experto y acreditado. Tenian además grandes fuerzas del país de los Lucanos, Mesapios, Samnites y Tarentinos hasta veinte mil caballos, y de infantes en todo trescientos y cincuenta mil hombres: cosas que no sólo inflamaron á Pirro, sino que á los mismos Epirotas les inspiraron deseos y empeño por ser de la expedicion. Vivia en aquella época un Tesaliano llamado Cineas, hombre de bastante prudencia y juicio, que habia sido discípulo de Demóstenes el orador, y que sólo entre los oradores de su tiempo representaba como en imágen á los que le oian la fuerza y vehemencia de éste. Estaba en compañía de Pirro, y enviado por él á las ciudades, confirmaba el dicho de Eurípides de que la palabra lo vence todo, E iguala en fuerza al enemigo acero.

Asl solia decir Pirro que más ciudades habia adquirido por los discursos de Cineas que por sus armas; y siempre le honraba y se valía de él con preferencia entre los demas.

Cineas, pues, como viese á Pirro acalorado con la iden de marchar á la Italia, en ocasion de hallarle desocupado le movió esta conversacion: «Dieese, oh Pirro, que los Romanos son guerreros, é imperan á muchas naciones belicosas: por tanto, si Dios nos concediese sujetarlos, ¿qué fruto sacaríamos de esta victoria? Y que Pirro le respondió:

«Preguntas, oh Cineas, una cosa bien manifiesta; porque vencidos los Romanos, ya no nos quedaba allí ciudad nínguna, ni bárbara ni griega, que pueda oponérsenos; síno que inmediatamente seremos dueños de toda la Italia, cuya extension, fuerza y poder ménos pueden ocultarsete á tí que á ningun otro.» Detůvose un poco Cincas, y luego continuó: «Bien; y tomada la Italia, oh Rey, ¿qué haremos?» Y Pirro, que todavia no echaba de ver adónde iba á parar, «alli cerca, le dijo, nos alarga las manos la Sicilia, isla rica, muy poblada y fácil de tomar: porque todo en ella es sedicion, anarquia de las ciudades é impudencia de los demagogos desde que faltó Agatocles.—Tiene bastante probabilidad lo que propones, contestó Cineas; ¿pero será ya el término de nuestra expedicion tomar la Sicilia?—Dios nos dé vencer y triunfar, dijo Pirro, que tendremos mucho adelantado para mayores empresas; porque ¿quién podria no pensar despues en el Africa y en Cartago, que no ofrecia dificultad, pues que Agatocles, siendo un fugitivo de Siracusa, y habiéndose dirigido á ella ocultamente con muy pocas naves, estuvo casi en nada el que la tomase? Y dueños de todo lo referido, ¿podrá haber alguna duda en que nadie nos opondrá resistencia de los enemigos que ahora nos insultan?—Ninguna, replicó Cineas; sino que es muy claro que con facilidad se recobrará la Macedonia, y se dará la ley á Grecia con semejantes fuerzas; pero despues que todo nos esté sujeto, ¿qué haremos?» Entonces Pirro, echándose á reir, «descansaremos largamente, le dijo, y pasando la vida en continuos festines y en mutuos coloquios nos holgaremos.» Despues que Cincas trajo á Pirro á este punto de la conversacion, pues quién nos estorba, le dijo, si queremos, el que desde ahora gocemos de esos festines y coloquios, supuesto que tenemos sin afan esas mismas cosas á que habremos de llegar entre sangre y entre muchos y grandes trabajos y peligros, haciendo y padeciendo innumerables males?»» Pero TOMO 11 27 Cineas con este discurso más bien mortificó que corrigió á Pirro; pues aunque entró en cuenta del grande sosiego que gozaba, no fué dueño de renunciar á la esperanza de los proyectos y empresas á que estaba decidido.

Empezó, pues, por enviar en auxilio de los Tarentinos á Cineas, que llevó consigo tres mil soldados; despues traidos de Tarento muchos trasportes para caballos, naves armadas y loda especie de buques, embarcó veinte elefantes, tres mil caballos, veinte mil infantes, dos mil arqueros, y honderos quinientos. Cuando todo estuvo á punto, se hizo á la vela; y hallándose ya en medio del mar Jonio, fué arrebatada violentamente la escuadra de un recio Bóreas que á deshora se levantó; y lo que es él mismo pudo, aunque no sin dificultad y trabajo, ser llevado á la orilla y arrimado á tierra por la industria y cuidado de los pilotos y marineros; pero la escuadra se separó y dispersó; y unas naves desviadas de la Italia corrieron por los mares Libico y Siciliano, y á otras que no pudieron doblar el promontorio Yapigio, las sorprendió la noche, y arrojándolas la marejada á playas inaccesibles y desconocidas, las destruyó todas á excepcion de la del Rey. Esta, miéntras fué sólo contrastada del oleaje, pudo sostenerse y resistir por su porte y firmeza á los embates del mar; pero cuando ya empezó á soplar y rodearla el viento de tierra dándole por la proa, corrió gran riesgo de abrirse y despedazarse: así el más terrible de los males que se tenian presentes era el entregarse de nuevo á un mar irritado y á un viento que por puntos variaba; y con todo, levando ancoras Pirro, se lanzó mar adentro, siendo grande la porfia y empeño de sus amigos y sus guardias en estar á su lado. Mas la noche y las olas con fuerte bramido y violento torbellino estorbaban que pudieran socorrerse: de manera que con dificultad al dia siguiente, aplacado ya el viento, pudo saltar en tierra, quebrantado y sin poderse valer de su cuerpo; pero ontrastando por la energía y fuerza de su alma con tamaño contratiempo. Entonces los Mesapios, á cuya tierra aportó, se apresuraron con la mejor voluntad á darle los auxilios que podian, procurando recoger las pocas naves que se habian salvado, en las que existian sólo unos cuantos hombres de los de á caballo, ménos de dos mil de infantería y dos elefantes.

Recogido esto poco, marchó Pirro á Tarento, y yendo á encontrarle Cineas, luego que supo su llegada con los soldados que a su venida trajo, entró así en la ciudad; en la que nada hizo por fuerza ni contra la voluntad de los Tarentinos, hasta que se salvaron del mar las otras naves, y llegó la mayor parte de las restantes tropas. Eatónces, como viose que la muchedumbre ni estaba en disposicion de salvarse, ni de salvar á otros sin una gran violencia, coligiéndose ser su ánimo que el mismo Pirro se pusiese delante, mientras ellos permanecian quietos en casa entretenidos en sus baños y convites, cerró los gimnasios y los paseos, que era donde hablaban de negocios y donde hacian la guerra de palabra; apartándolos además de los banquetes y regocijos intempestivos. Llamábalos á las armas, siendo duro é inflexible en los alistamientos de los que habian de servir; tanto, que muchos se salieron de la ciudad, no sabiendo sufrir el ser mandados, y llamando esclavitud al no vivir á placer. Cuando se le anunció que el cónsul de los Romanos Levino movia contra él con grandes fuerzas, talando al paso la Lucania, todavía los aliados no habian parecido; y con todo, creyendo envilecerse con la deten cion y con desentenderse de que tenia tan cerca los enemigos, salió con sus tropas, aunque enviando un mensajero á los Romanos proponiéndoles que, si gustaban, podrian autes de disputar con las armas obtener resarcimiento de perjuicios de los Italianos, siendo él el juez y mediador. Respondióle Levino que ni los Romanos le nombraban árbitro ni le temian enemigo, y adelantándose todavía más, puso su campo en el terreno que mediaba entre las ciudades de Pandosia y Heraclea. Noticioso de que los Romanos se ha bian acercado más, y que lenian su campo al otro lado del rio Siris, dirigiéndose á caballo bácia éste, precisamente para observar, como viese su disposicion, sus guardias, el órden del campamento y todo el arreglo del ejército, que dándose sorprendido, dirigió la palabra á aquel de sus amigos que tenía más próximo, diciéndole: «Este campo de bárbaros, oh Megacles, no es bárbaro: veremos los bechos; y pensando ya en lo que podria suceder, determinó aguardar a los aliados. Por si los Romanos trataban de adelantarse y pasar, colocó junto al rio una guardia que los detuviese; mas éstos, por lo mismo que él determinó esperar, quisieron adelantarse, é intentaron el paso, la infantería por un vado, y los de caballería haciendo el tránsito por diferentes puntos, de modo que los Griegos tuvieron que retirarse; y Pirro, sobresaltado con la noticia, dió órden á los jefes de la infanteria para que al punto la formasen y se mantuviesen sobre las armas; y él mismo se adelantó con los de á caballo, que eran unos tres mil, esperando sorprender en el paso á los Romanos dispersos y desordenados. Cuando vió muchos escudos sobre el rio, y á la caballería que avanzaba en órden, se rehizo y acometió el primero, haciéndose notar por la brillantez y sobresaliente ornato de las armas, y mostrando en sus hechos un valor que no desdecía de su fama; el que se echó más de ver en que no obstante aventurar su cuerpo en el combate, y defenderse vigorosamente de los que le acometian, no le faltó la presencia de ánimo, ni dejó de estar en todo; sino que como si se conservara sereno fuera de accion, así dirigia la guerra, recorriéndolo todo y dando socorro á los que parecia que aflojaban. En esto un Macedonio llamado Leonato, observando que un Italiano se dirigia contra Pirro, enderezando á él el caballo, y siguiendo siempre sus pasos y movimientos, «¿ves, le dijo, oh Rey, aquel bárbaro que viene en un caballo negro con cabos blancos? pues paréceme á mí que trae algun grande y dañoso designio, porque puso en tí la vista, y contra ui se dirige lleno de arrojo y de cólera, sin hacer cuenta de los demas; así guardate de él;» al que contestó Pirro: «es imposible, oh Leonato, que el hombre evite su bado; pero yo te aseguro que ni este ni ningun otro Italiano se irá riendo de haberlas conmigo. Cuando estaban en este razonamiento, echando el Italiano mano á la lanza y revolviendo el caballo, acometió á Pirro; y á un mismo tiempo hiere él con la lanza el caballo del Rey, y acudiendo Leonato le hiero el suyo: cayeron muertos ambos caballos; y sacando libre sus amigos á Pirro, dieron muerle al Italiano, aunque no dejó de defenderse. Era de origen Ferentano, jefe de escuadron, y se llamaba Oplaco.

Con esto aprendió Pirro á guardarse con más cuidado; y viendo que ciaba la caballería, mandó venir la hueste, y la puso en orden; y dando entonces su manto y sus armas á Megacles, uno de sus amigos, disfrazándose en cierta manera con las de ésto, acometió á los Romanos.

Recibieron éstos el choque y acometieron tambien, habiéndose mantenido la batalla indecisa por mucho tiempo, pues se dice que alternativamente se retiraron y se persiguieron hasta siete veces; y el cambio de las armas que sirviú oportunamente para salvarse el Rey, estuvo en muy poco que no echase á perder sus ventajas y le arrebatase la victoria. Porque cargando muchos sobre Megacles, el principal que le derribó y acabó con él, llamado Dexoo, quitándole el morrion y el manto, corrió hácia Levino mostrando aquellas prendas, y gritando que habia muerto á Pirro. Causóse, pues, on ambos ejércitos con este motivo, en el de los Romanos regocijo con grande algazara, y en el de los Griegos desaliento y asombro; hasta que enterado Pirro de lo que pasaba, corrió las filas con la cara descubierta, alargando la mano á los que peleaban, y dándose á conocer con la voz. Finalmente, acosando sobre todo á los Romanos los elefantes, porque los caballos án les de acercarse á ellos no podian tolerar su aspecto y derribaban á los jinetes, hizo Pirro avanzar á la caballería lesaliana, y acabó de derrotarlos con gran mortandad.

Dionisio refiere que de los Romanos murieron muy pocos ménos de quince mil hombres, y Jerónimo que sólo siete mil; y del ejército de Pirro, Dionisio que trece mil, y Jeróninio que no llegaron á cuatro mil. Eran estos que allí perdió los más aventajados entre sus amigos y caudillos, y de quienes Pirro hacía más cuenta y se faba más. Tomó tambien el campamento de los Romanos, habiéndole éstos abandonado; relrajo á muchas de las ciudades que les eran aliadas; laló gran parte del territorio, y se adelantó hasta no distar de Roma más que trescientos estadios. Reuniéronsele despues de la batalla muchos de los Lucanos y Samnites, y aunque los reprendió por su tardanza, se echó bien de ver que estaba contento y ufano de que con sólo el auxilio de los Tarentinos venció un poderoso ejército de los Romanos.

No destituyeron los Romanos á Levino del mando, sin embargo de que es fama haber dieho Cayo Fabricio que no habian sido los Epirotas los que habian vencido á los Romanos, sino Pirro á Levino, dando á entender que el vencido no habia sido el ejército, sino el general. Completaron, pues, las legiones y alistaron con proptitud nuevos soldados; y hablando de la guerra confiada y decididamente, dejaron á Pirro sorprendido. Determinó por tanto enviar quien tanlease si se hallaban con disposiciones de paz: haciendo la cuenta de que el tomar á Roma y enseñorearse de ella del todo, no era negocio hacedero, y menos para la fuerza con que se hallaba; y que la paz y los tratados, despues de la victoria, contribuian en gran manera para su opinion y fama. Fué el embajador Cineas, quien procuró acercarse á los más principales, llevando regalos de parte del Rey para todos ellos y para sus mujeres. Mas ze po re le C¹ nadie los recibió, sino que lodos y todas respondieron que hechos los tratados con la autoridad pública, de los bienes de cada uno podria disponer el Rey á su voluntad, dándose en ello por servidos. Con el Senado usó Cineas de un lenguaje muy conciliador y humano; y sin embargo, no se mostraron contentos, ni dieron señales de admitir las proposiciones, por más que les dijo que Pirro volveria sin rescate los que habían sido hechos cautivos en la guerra, y les ayudaria á sujetar la Italia, sin pedir por todo esto otra cosa que paz y amistad para sí, y seguridad para los Tarentinos. Habia manifiestos indicios de que los más cedian y se inclinaban á la paz, por haber sufrido ya una gran derrota y temer otra de fuerzas mucho mayores, despues de incorporados con Pirro los Italianos. A esto Apio Claudio, varon muy distinguido, pero quo por la vejez y la privacion de la vista se había retirado del gobierno, como corriese la voz de las proposiciones licchas por el Rey, y prevaleciese la opinion de que el Senado iba á admitir la paz, no pudo sufrirlo en paciencia, sino que mandando á sus esclavos que tomándole en brazos le pusiesen en la litera, de este modo se hizo llevar al Senado pasando por la plaza. Cuando estuvo á la puerta, recibiéronle y cercároule sus hijos y sus yernos, y le entraron adentro, quedando el Senado en silencio por veneracion y respeto á persona de tanta autoridad.

Habiendo ocupado su lugar: «Antes, dijo, me era molesto, oh Romanos, el infortunio de haber perdido la vista; pero ahora me es sensible, como soy ciego no ser tambien sordo, para no oir vuestros vergonzosos decretos y resoluciones, con que echais por tierra la gloria de Roma.

Porque, ¿dónde está abora aquella expresion vuestra, celebrada siempre en la memoria de todos los hombres, de que si hubiera venido á Italia el mismo Alejandro el Grande, y hubiera entrado en lid con vosotros, todavía jóvenes, ó con vuestros padres que estaban en lo fuerte de la edad, no se le apellidaria abora invicto, sino que con la fuga ó con la muerte habria dado á Roma mayor fama? Estais dando pruebas de que aquello no fué más que una vana jactancia y fanfarronada, temiendo á los Caonios y Molo803, presa siempre de los Macedonios; y temblando de Pirro que nunca ha hecho otra cosa que seguir y obsequiar á uno de los satélites de Alejandro, y en vez de auxiliar alá á los Griegos, por huir de aquellos enemigos, anda errante por la Italia, prometiéndonos el mando de ella con unas fuerzas que no bastaron en sus manos para conservar una pequeña parte de la Macedonia. Ni creais que lo alejareis haciéndole vuestro aliado, sino que ántes provocareis á los que os miraran con desprecio, como fácil conquista de cualquiera, si permitis que Pirro se vaya sin pagar la pena de los insultos que os ha hecho, y ánles lleve premio de que se queden riendo de vosotros los Tarentinos y Samnites.» Dicho esto por Apio, decídense todos por la guerra, y despiden á Cineas, intimándole que salga Pirro de la Italia, y entonces, si lo apetece, podrá tratarse de amistad y alianza; pero que mientras se mantenga con las armas en la mano, le harán los Romanos la guerra á todo trance, áun cuando venciere á diez mil Levinos en campaña. Dícese que Cineas, mientras estaba en la negociacion dando pasos y haciendo solicitudes, se dió á observar el método de vida y á conocer el vigor del gobierno, entrando en conferencias con los principales, de todo lo que dio cuenta á Pirro; y que le añadió que el Senado le habia parecido ua consejo de muchos reyes; y en cuanto á la muchedumbre, temia que iban á pelear con otra hidra Lernea, porque el número de soldados reunidos al Cónsul era ya doble que antes, y éste podia multiplicarse muchas veces con los que todavía quedaban en Roma capaces de llevar las armas.

Despues de esto, enviáronse legados á Pirro á tratar de los cautivos, siendo uno de aquellos Cayo Fabricio, de quien Cineas había hecho larga mencion, como de un hombre justo y gran guerrero, pero sumamente pobre. Tratóle Pirro con la mayor consideracion, y procuró atraerie á que tomase una cantidad de oro, la que no se le daba por ningura condescendencia ménos honesta, sino con el nombre de prenda de alianza y hospitalidad. Rehusóla Fabricio, y Pirro por entonces se desentendió; mas al dia siguiente, queriendo dar un susto á Fabricio, que no habia visto nunca un elefante, dió órden de que cuando estuvieran los dos en conversacion hicieran que de repente se apareciera por la espalda el mayor de ellos, corriendo la cortina. Hizose así, y dada la señal, se corrió la cortina; y el elefante, levantando la trompa, la llevó encima de la cabeza de Fabricio, dando una especie de alarido agudo y terrible. Volvióse éste con sosiego, y sonriéndose, dijo á Pirro: «Ni ayer me movió tu oro, ni hoy tu elefante.»» Hablóse en el banquete de diferentes asuntos, y con especialidad de la Grecia y de los filósofos; y Cineas sacó la conversacion de Epicuro, refiriendo lo que dicen los de su escuela acerca de los Dioses, del gobierno y del fin supremo, poniendo éste en el placer, buyendo de los empleos como de un menoscabo y alteracion de la bienaventuraoza, y colocando á los Dioses lejos de todo amor y odio, y de providencia alguna por nosotros, en una vida descansada y llena de delicias. Todavía no habia concluido, cuando exclamó Fabricio: «¡Por Júpiter, estas sean las opiniones de Pirro y de los Samnites, mientras mantienen guerra con nosotros!» Maravillado cada vez más Pirro de la prudencia y de la probidad de Fabricio, fué tambien mayor su deseo de hacer por su medio amistad con Roma en lugar de continuar la guerra: exhortábale, pues, en sus particulares conferencias á que se hiciera el tratado, y despues le siguiese y viviese en su compañía, en la que tendria el primer lugar entre sus amigos y generales; á lo que se dice haberle contestado sosegadamente: «Pues eso, oh Rey, a ti no puede estarte bien; porque los mismos que ahora te veneran y sirven, si llegaran á conocerme, querrían más ser por mi que por ti gobernados:» ¡tal era el carácter de Fabricio! Pues Pirro oyó esta respuesta no como tirano, con enojo, sino que dió idea á sus amigos de la elevacion de ánimo de Fabricio, y á él sólo la confió los cautivos, para que si el Senado no decretaba la paz, despues de haber saludado á sus deudos, y celebrado las fiestas saturnales, volviesen otra vez al cautiverio; y volvieron efectivamente despues de la celebridad, habiendo establecido el Senado la pena de muerte contra el que se quedase.

Fué conferido despues el mando á Fabricio, y vino en su busca un hombre al campamento, trayéndole una carta escrita por el médico del Rey, en la que le ofrecia quitar de en medio á Pirro con hierbas, si por el mérito de hacer cesar la guerra sin peligro alguno se le promelia un agradecimiento correspondiente. No pudo Fabricio sufrir semejante maldad, y haciendo entrar en los mismos sentimientos á su colega, escribió sin dilacion una carta á Pirro, previniéndole que se guardara de aquel riesgo. Estaba la carta concebida en estos términos: «Cayo Fabricio y Quin»to Emilio, cónsules de los Romanos, al rey Pirro felici»dad. Parece que no eres muy diestro en juzgar de los ami»gos y de los enemigos. Leida la carta adjunta que se nos »ha remitido, verás que haces la guerra á hombres rectos »y justos, y que te fias de inicuos y malvados. Dámoste peste aviso, no por hacerte favor, sino para que cualquiera »mal suceso tuyo no nos ocasione una calumnia, y parezca »que tratamos de dar fin á la guerra con malas artes, ya que »no podemos con el valor.» Cuando Pirro se halló con esta carta y se entero de las asechanzas, castigó al médico y en agradecimiento envió á Fabricio los cautivos sin rescate, haciendo de nuevo pasar á Cineas á negociar la paz.

Mas los Romanos, desdeñándose de recibir de gracia los cautivos, bien fuese la remesa favor de un enemigo ó recompensa de no haber sido injustos, enviaron asimismo á Pirro otros tantos Tarentinos y Samnites; pero acerca de la amistad y paz no permitieron que se entrase en conferencia, sin que antes retirase de la Italia sus armas y su ejército, tornándose al Epiro en las mismas naves en que vino. Fué, pues, preciso disponerse á otra batalla; para lo que poniendo en movimiento su ejército, y alcanzando á los Romanos junto á la ciudad de Asculo, fuó de éstos impelido á lugares inaccesibles á la caballeria, y á un sitio muy pendiente y poblado de matorrales, que quitaba toda facilidad para que los elefantes se unicran con la hueste; y habiendo tenido muchos muertos y heridos, súlo la noche puso fin al combate. Pensó entonces cómo al dia siguiente baria la guerra cn lugar llano, en el que los elefantes padieran oponerse á los enemigos; y como para ello ocupase con una gran guardia los malos pasos, y colocase entre los elefantes multitud de azconeros y saeleros, acometió con gran impetu y fuerza, levando su hueste muy espesa y apiñada. Los Romanos, no siendo dueños como antes de los desfiladeros y puestos ventajosos, acometieron tambien de frente en la llanura; y,procurando rechazar á los pesadamente armados antes que sobreviniesen los elefantes, tuvieron con las espadas un terrible combate contra las lanzas, no curando de sí en ninguna manera, ni atendiendo á otra cosa que á herir y trastornar, sin tener en nada lo que padecion. Al cabo de mucho tiempo dícese que la retirada tuvo principio en el punto donde se hallaba Pirro, que acoso extraordinariamente á los que tenía al frente; mas el principal daño provino del impetu y fuerza de los elefantes, no pudiendo los Romanos usar de su valor en la batalla; por lo cual, como si una ola ó un terremoto los estrechase, creyeron que debian ceder y no esperar á morir con las manos ociosas, padeciendo, sin poder ser de ningun provecho, los males más terribles. Y sin embargo de no haber sido larga la retirada al campamento, dice Jerónimo que murieron seis mil de los Romanos, y de la parte de Pirro se refirió en sus comentarios haber muerto tres mil quinientos y cinco; pero Dionisio ni dice que hubiese habido dos batallas junto á Asculo, ni que ciertamente hubiesen sido vencidos los Romanos; sino que babiendo peleado una sola vez, apénas cesaron de la con tienda despues de puesto el sol, siendo Pirro herido en un brazo con un golpe de lanza, y habiendo los Samnites saqueado su bagaje; y que del ejército de Pirro y del de los Romanos murieron sobre quince mil hombres de una y otra parte. Ambos se retiraron; y se cuenta haber dicho Pirro á uno que le daba el parabien. «Si vencemos todavía á los Romanos en una sola batalla, perecemos sin recurso.

Porque habia perdido gran parte de la tropa que trajo; y de los amigos y caudillos todos, á excepcion de muy pocos, no siéndole posible reemplazarlos con otros, y á los aliados que allí tenía los notaba muy tibios; cuando los Romanos completaban con facilidad y prontitud su ejército, como si en casa tuvieran una fuente perenne; y nunca con las derrotas perdian la confianza, sino que más bien la cólera les daba nuevo vigor y empeño para la guerra.

Constituido en este conflicto, se entregó otra vez á vanas esperanzas por negocios que llamaban á dos distintas parles la atencion: porque á un mismo tiempo llegaron mensajeros de Sicilia, poniendo en sus manos á Agrigento, Siracusa y Leoncio, con calidad de que expeliese á los Cartagineses y dejara la isla libre de tiranos; y de la Grecia le trajeron la noticia de que Tolomeo Querauno (1) había muerto en ocasion de librar batalla á los Galos con su ejército: así que llegaria entonces muy á liempo, cuando los Macedonios habian quedado sin rey. Quejóse amargamente de la fortuna por haber acumulado en un mismo (1) Quiere decir el rayo.

momento las ocasiones y motivos de grandes bazañas; y reconociendo que reunidos ambos objetos era preciso reaunciar á uno, estuvo fluctuando en la incertidumbre largo tiempo; pero despues, pareciéndole que los negocios de Sicilia eran los de mayor entidad, presentándose cerca el Africa, decidido por ellos, envió inmediatamente á Cineas, como lo tenía de costumbre, para que previniese á las ciudades; y por lo que á él tocaba, como los Tarentinos se mostrasen disgustados, les puso guarnicion. Pedtanle éstos que ó les cumpliera aquello para que era venido combatiendo con los Romanos, ó se desistiera de su territorio, dejándoles la ciudad como la babia encontrado; mas la respuesta fué desabrida, y mandándoles que se estuviesen quietos y esperaran que les llegara su momento favorable, en tanto se hizo á la vela. Apénas tocó en la Sicilia, euando previno su gusto lo que habia esperado, entregándosele las ciudades de muy buena voluntad. Y por entonces ninguna oposicion experimento de las que exigen contienda y violencia; sino que recorriendo la isla con treinta mil infantes, dos mil y quinientos caballos, y doscientas naves, expelió á los Carlagineses, y trastorno su dominacion.

Siendo el distrito de Erix el más fuerte de todos, y el que contenia más combatientes, determinó encerrarlos dentro de los muros; y poniendo el ejército á punto, armado de todas armas emprendió su marcha, ofreciendo á Hércules tener juegos y sacrificios de victoria ante los Griegos que habitaban la Sicilia, si lo hacía comparecer un guerrero digno de su linaje y de los medios que tenía. Dada la sefial con la trompeta despues que con los dardos hubo retirado á los bárbaros, hizo arrimar las escalas, y fué el primero en subir al muro. Eran muchos los que le oponian resistencia; pero á unos los apartó y derribó de la muralla á entrambas partes, y de muchos, valiéndose de la espada, hizo un monton de muertos. No recibió, sin embargo, lesion alguna, y ántes con su vista infundió terror á los enemigos, acreditando que lomero habia hablado en razon y con experiencia cuando dijo: que de todas las virtudes sola la fortaleza tenía muchas veces ímpetus furiosos, y en cierta manera sobrenaturales. Tomada la ciudad, sacrificó al Dios magnificamente, y dió espectáculos de toda especie de combates.

Los bárbaros de Mesena, a los que se daba el nombre de Mamertinos, vejaban en gran manera á los Griegos, y áun á algunos los habian sujetado á pagarles tributos, por ser ellos muchos y gente belicosa, apellidados por tanto los marciales en lengua latina: cogió, pues, á los recaudadores y les dió muerte; y venciéndolos á ellos en batallaasoló muchas de sus fortalezas. A los Cartagineses, que se mostraban inclinados á la paz, estando dispuestos á contribuir con dinero, y despachar la escuadra, sí se ajustaba la alianza, les respondió, codiciando todavía más, que no habia amistad y alianza para ellos, si no dejaban toda la Sicilia, y ponian el mar Libico por término respecto de los Griegos: engreido para ello con la prosperidad y curso favorable de sus negocios, y llevando adelante las esperanzas con que se embarcó desde el principio, puesto principalmente en la Africa su deseo. Hallábase con bastante número de naves, faltándole las tripulaciones; mas despues que se proveyó de remeros, ya no trataba blanda y suavemente a las ciudades, sino con despotismo y con dureza, imponiendo castigos; cuando al principio no habia sido así, sino más dispuesto todavía que todos los demas á la afabilidad y á hacer favores, á mostrar confianza y á no ser molesto á nadie; pero entonces, habiéndose convertido de popular en tirano, con la aspereza de la ingratitud y de la desconfianza oscureció su gloria. Y áun esto, como necesario, lo aguantaban, aunque de mala gana; pero sucedió despues que, habiendo sido Tenon y Sostrato, generales de Siracusa, los primeros que le excitaron á pasar á Sicilia, los que cuando estuvo allí le entregaron la ciudad, y de quienes se valió para la mayor parte de las cosas, los tuvo despues por sospechosos, no queriendo ni llevarlos consigo ni dejarlos; por lo cual Sostrato, entrando en recelos y temores, se ausentó; pero á Tenon, achacándole igual intento, le quitó la vida. Con esto, no ya poco a poco á ó por grados se le mudaron los ánimos, sino que concibiendo contra él las ciudades un violento odio, unas se pasaron á los Cartagineses, y otras llamaron á los Mamertinos. Cuando por todas partes no veia más que defecciones, novedades y una terrible sedicion contra su persona, recibió cartas de los Samnites y Tarentinos, en que manífestaban que apenas podian sostener la guerra dentro de las ciudades, arrojados ya de todo el país, y le pedian que fuese en su socorro. Este fué un pretexto decente para que no se dijese que su partida era una fuga, ó un abandono de sus anteriores proyectos; mas lo cierto fué que no pudiendo sujetar la Sicilia como nave en borrasca, buscando como salir del paso, dió consigo de nuevo en la Italia. Dicese que retirado ya del puerto, volviéndose á mirar la isla, dijo á los que tenía cerca de sí: «¡Qué palestra dejamos, oh amigos, á los Cartagineses y Romanos!»» lo que al cabo de poco tiempo se cumplió, como lo habia conjeturado.

Conmovidos contra él los bárbaros cuando ya estaba en la mar, peleando en la travesía con los Cartagineses perdió muchas de las naves, y con las restantes huyó á la Italia.

Los Mamertinos le antecedieron en el paso con diez mil hombres á lo menos, y aunque temieron presentársele en batalla, colocados en sitios ásperos, y sorprendiéndole desde ellos, desordenaron todo el ejército, le mataron dos elefantes, y murieron muchos de la retaguardia. Pasando éi allá desde la vanguardia, les hizo oposicion, y peleó con aquellos hombres aguerridos y corajudos. Como hubiese recibido una cuchillada en la cabeza, y hubiese quedado un poco separado del combate, cobraron con esto más arrojo los enemigos y uno de ellos, de grande estatura y brillantes armas, a lelantandose á carrera á los demas, en alta voz comenzó a provocarle diciendo que viniera á él si áun estaba viso. Irritse Pirro, y revolviendo con sus asistentes ileno de ira. baña lo en sangre, con un sensblante que unponia miedo, penetri por entre los que halló al paso, y se ale antó á berir con la espada al bárbaro en la cabeza, dándole tal cuchillada, que ya por la fuerza del brazo y ya por el temple del acero descendis bien abajo, viéndose caer en un momento á uno y otro lado las partes del cuerpo dividido en dus. Esto detuvo á los bárbaros para que volvieran á acercársele, asombrados de Pirro, á quien miraron como un sér superior. Pudo con esto continuar sin tropiezo el camino que le quedaba, y llegó á Tarento con diez mil infantes y tres mil caballos. Incorporó con estos los más alentados de los Tarentinos, y movió inmediatamente contra los Romanos, acampados en la Samnitide tierra de Samnio.

Hallabause en mal estado los negocios de los Samnites; y éstos habian decaido mucho de ánimo por las frecuentes derrotas que les habian causado los Romanos; á lo que se agregaba cierto encono quo lenían á Pirro por su viaje á Sicilia; así es que no fueron muchos los que á él acudie ron. Hizo de todos dos divisiones; enviando unos á la Lucanía á oponerse al otro Cónsul para que no diese socorro, y conduciendo él mismo á los otros contra MaBio Curio, acuartelado en Benevento, donde con la mayor confianza aguardaba el auxilio de la Lucania: concurriendo además para estarse sosegado el que los agueros y las víctimas le retraian de pelear. Apresurándose por lanto Pirro á caer sobre éstos antes que los otros viniesen, tomó consigo á los soldados de más aliento y de los elefantes los más hechos á la guerra, y de noche so dirigió contra el campamento. Habiendo tenido que andar un camino largo y embarazado con arbustos, no 7 aguantaron las luces, y anduvieron perdidos, y dispersos los soldados; con la cual detencion faltó ya la noche, y desde el amanecer percibieron los enemigos su venida desde las atalayas; de manera que desde aquel punto se pusieron en inquietud y movimiento. Hizo sacrificio Manio; y como tambien el tiempo se presentase oportuno, saliendo con sus tropas, acometió á los primeros, y haciéndolos retirar, inspiró ya miedo á todos, habiendo muerto muchos y áun habiéndose cogido algunos elefantes. La misma victoria condujo á Manio á tener que petear en la llanura; y trabada allí de poder á poder la batalla, por una parte desbarató á los enemigos; pero por otra fué acosado de los elefantes, y como te llevasen en re tirada hasta cerca del campamento, llamó á los de la guardia que en gran número estaban sobre las armas y se hallaban descansados. Acudiendo éstos é hiriendo desde puestos ventajosos á los elefantes, los hicieron retirar, y dando á huir por entre los propios, causaron gran turbacion y desórden; lo cual no solamente dió á los Romanos aquella victoria, sino la seguridad del mando. Porque habiendo adquirido de resultas de aquel valor y de aquellos combates osadía, poder y la fama de invencibles, de la Italia se apoderaron inmediatamente, y de la Sicilia de alli á poco.

De este modo se le desvanecieron á Pirro las esperanzas que acerca de la Italia y la Sicilia habia concebido, perdiendo seis años en estas expediciones, en las que, si en los intereses salió menoscabado, el valor lo conservó invencible en medio de las derrotas. Así tuvo la reputacion de ser el primero entre los reyes de su tiempo en la pericia militar, en la pujanza de brazo, en la osadía; sino que lo que adquiria con sus hazañas, lo perdia por nuevas esperanzas, y no sabía salvar lo presente segun convenia por la codicia de lo ausente y lo venidero. Por tanto, Antígono solia compararle á un jugador que juega y gana mucho, pero que no sabe sacar partido de sus ganancias. Volviendo, TOMO II.

28 pues, al Epiro con ocho mil infantes y quinientos caballos, y hallándose falto de medios, solicitaba una guerra en que ocupase su ejército; y como se le uniesen algunos Galos, hizo incursion en la Macedonia, reinando Antigono, hijo de Demetrio, precisamente con el objeto de saquear y hacer botin. Avinole et tomar varias ciudades, y que se le pasasen dos mil soldados, con lo que ya extendió sus esperanzas y se encaminó contra Antigono. Sobrecogióle en unos desfiladeros, y puso en desórden todo su ejército. Los Galos que se hallaban á la retaguardia de Antigono, machos en número, se sostuvieron vigorosamente; y trabada con este motivo una reñida batalla, perecieron en ella la mayor parte de éstos; y cogidos los que conducian los elefantes, se rindieron á ellos mismos y entregaron todas aquellas bestias. Fortalecido Pirro con estos sucesos, contando más con su fortuna que con lo que podia dictar la razon, acometió á la falange de los Macedonios, turbaba y acobardada con el vencimiento: así es que no pelearon contra él ni le hicieron resistencia: extendió, pues, sa derecha, y llamando por sus nombres á todos los generales y jefes, logró que la infanteria abandonase á Antigono. Retirése éste por la parte del mar y al paso recobró algunas de las ciudades litorales; y Pirro, teniendo por el mayor para su gloria en estos prósperos acontecimientos el de haber vencido á los Galos, consagró lo más brillante y precioso de los despojos en el templo de Minerva Itónide con la siguiente inscripcion en versos elegiacos:

A ltónide Minerva en don consagra Estos escudos el Moloso Pirro, A los feroces Galos arrancados Cuando triunfo de Antigono y su hueste.

¿Qué hay que maravillar si ahora y ántes Los Eacidas fueron invencibles?

Despues de la batalla inmediatamente recobró las ciudades; y habiendo vencido á los Egeos, los trató mal en diferentes maneras, y además les dejó guarnicion de los Galos que militaban en su ejércilo. Son estos Galos gente de insaciable cudicia, y se dieron á abrir los sepulcros de los reyes que allí estaban enterrados, robaron la riqueza en ellos depositada, y los huesos los tiraron con insulto.

Pareció que Pirro habia tomado este mal hecho con tibieza y desprecio, bien fuese que no atendió á él por sus ocupaciones, ó bien que hubo de disimular por no atreverse á castigar á los bárbaros, cosa que reprendieron mucho en él los Macedemonios; y cuando todavía su imperio no estaba seguro ni habia tomado flrme consistencia, ya su ánimo se habia inflamado con otras esperanzas. A Antigono le llamaba hombre sin vergüenza, porque debiendo ya tomar la capa, áun usaba la púrpura. Vino á él en este tiempo Cleonumo de Esparta, y llamándole contra la Lacedemonia, se presentó muy contentu. Era Cleonumo de linaje real; pero mostrándose hombre violento y despótico no inspiró amor ni confianza; y así fué Areo el que reinó, siendo aquella nota en él muy antigua y pública entre sus ciudadanos. Estando en edad se casó eon Quelidonis la de Leotuquidas, mujer hermosa, y tambien de regio origen; pero ésta andaba perdida por Acrotalo, hijo de Areo, mozo de brillante figura, lo que para Cleonumo, que la amaba, hizo aquel matrimonio desabrido á un tiempo y afrentoso, por cuanto no habia Esparciata alguno á quien se ocultase que era despreciado de su mujer. Reuniéronse de este modo los disgustos de casa con los de la república: por ira y por despique atrajo contra Esparta á Pirro, que tenia á sus órdenes venticinco mil infantes, dos mil caballos y veintitres elefantes; de manera que al punto se echó de ver en la superioridad de sus fuerzas que no iba á ganur á Esparta para Cleonumo, sino á adquirir para si el Peloponeso; sin embargo de que en las palabras aparentó otra cosa, áun con los mismos Lacedemonios que fueron á él de embajadores á Megalópolis.

Porque les dijo ser su venida á libertar las ciudades sujetas á Antígono; y tambien á enviar á Esparta sus hijos de corta edad, si no habia inconveniente, á fin de que educados en las costumbres lacónicas, tuvieran aquello de ventaja sobre los dernas reyes. Engañándolos de este modo, y usando tambien de simulacion con cuantos trató en el camino, apenas puso el pié en la Laconia empezó á saquearlos y despojarlos. Reconviniéndole tos embajadores con que para entrar así en su país no les habia denunciado la guerra,» bien sabemos, les respondió, que tampoco vosotros los Lacedemonios avisais á los otros de lo que intentais hacer; y uno de los que allí se hallaban, llamado Mandriquida, usan lo del dialecto lacónico, le repuso: «Si eres un Dios, no nos harás mal, porque no te hemos ofendido; si hombre, no faltará otro que valga más que tú.» Bajó luego á Esparta, y Cleonumo quería que la inva diera sin detencion; pero Pirro, temeroso, segun se dice, de que los soldados saqueasen la ciudad si entraban de noche, le contuvo diciendo que ya se haria al dia siguiente; porque ellos eran pocos, y los cogian desprevenidos á causa de la prontitud. Hacía además la casualidad que Areo no se ballase allí, sino en Creta auxiliando á los Gortinios que tenian guerra; y esto fué lo que principalmente salvó á la ciudad mirada con desprecio por su soledad y flaqueza: pues Pirro, persuadido de que no tendria que combatir con nadie, se acampó, cuando los amigos é hilotes de Cleonuino tenian la casa prevenida y dispuesta para que Pirro fuese festejado en ella. Mas venida la noche, como los Lacedemonios empezasen á deliberar sobre mandar las mujeres á Creta, éstas se opusieron á ello, y áun Arquidamía se presentó ante el Senado con una espada en la mano haciendo cargo á los hombres de que creyesen que ellas desearian vivir despues de perdida Esparta. Resol.

vieron despues abrir una zanja paralela al campamento de los enemigos, y poner carros á uno y otro extremo enterrando las ruedas hasta los cubos, para que teniendo un asiento firme sirvieran de estorbo á los elefantes. Cuando en esto entendian llegaron á donde estaban las doncellas y casadas, las unas con los mantos arremangados sobre las túnicas, y las otras con las túnicas solas, á ayudar en la obra á los ancianos. A los que habian de pelear les decian que descansasen, y tomando la plantilla, hicieron por sí solas la tercera parte de la zanja, la cual tenia de ancho seis codos, de profundidad cuatro, y de longitud ocho pletros ó yugadas. segun dice Filarco, y menos segun Jerórimo. Movieron al mismo punto de amanecer los enemigos, y ellas, alargando á los jóvenes las armas y encargándoles la zanja, los exhortaban á defenderla y guardarla, porque si era dulce el vencer ante los ojos de la patria, tambien era glorioso ol morir en los brazos de las madres y de las esposas, pereciendo de un modo digno de Esparta. Quelidonis, retirada en su casa, se habia echado un lazo al cuello, para no venir al poder de Cleonumo, si Esparta se tomaba.

Era Pirro atraido de frente con su infantería á los espesos escudos de los Esparcialas que le estaban contrapuestos, y á la zanja que no podia pasarse, ni permitia hacer pié firme por el lodo. Mas su hijo Tolomeo, que tenía á sus órdenes dos mil Galos y las tropas escogidas de los Caonios, haciendo una evolucion sobre la zanja, procuraba pasar por encima de los carros; pero éstos, por estar profundos y muy espesos, no solamente le hacian dificil á él el paso, sino tambien á los Lacedemonios la defensa. En esto, como consiguiesen los Galos levantar las ruedas y amontonar los carros en el rio, advirtiendo el jóven Acrotato el peligro, y corriendo la ciudad con trescientos hombres, envolvió á Tolomeo sin ser de él visto por ciertas desigualdades del terreno, hasta que acometió á los últimos, y los precisó á que volviesen á pelear con él, impeliéndose unos á otros, y cayendo en la zanja y entre los carros; de manera que con trabajo y no sin gran mortandad pudieron retirarse. Los ancianos y gran número de las mujeres fueron espectadores de las proezas de Acrotato:

así, cuando despues volvia por medio de la ciudad á tomar su formacion, bañado en sangre, pero ufano y engreido en la victoria, todavía les pareció más alto y más bello á las Espartanas que miraban con celos el amor de Quelidonis; y algunos de los ancianos le seguian gritando: «¡Bravo Acrotato! sigue en tus amores con Quelidonis, sólo con que des excelentes hijos á Esparta.» Siendo muy reñida la batalla que se sostenia por la parte donde se hallaba Pirro, otros muchos habia que peleaban denodadamente; pero Filio, resistiendo mucho tiempo y dando la muerte á muchos de los que le combalian, cuando por el gran número de sus heridas conoció que iba á fallecer, cediendo sa puesto á uno de los que tenía cerca, cayó entre sus filas para que no se apoderaran de su cadáver los enemigos.

Sólo con la noche cesó la batalla, y recogido á dormir Pirro, tuvo esta vision: parecióle que arrojaba rayos sobre Esparta abrasándola toda, y que él estaba muy contento.

Despertúse con la misma alegría, y dando órden á los jefes para que tuviesen á punto el ejército, referia á los amigos su ensueño, contando con que iba á tomar por armas la eiudad. Convenian todos los demas en ello, y solo á Lisimaco no le pareció bien aquella vision; ántes le dijo que recelaba no fuese que así como los lugares tocados del rayo se tienen por inaccesibles, de la misma manera te significase aquel prodigio que no le sería dado entrar en la ciudad. Mas respondióle que aquello era habladuría de mentidero sin certeza ni seguridad alguna, debiendo repelir los que tenian las armas en la mano:

El agüero mejor, pelear por Pirro; con lo que se levantó, y al rayar el dia movió el ejército.

Defendíanse los Lacedemonios con un ardor y fortaleza superior á su número á presencia de las mujeres, que alargaban dardos, comestibles y bebida á los que lo pedian, y cuidaban de retirar los heridos. Intentaron los Macedonios cegar la zanja, trayendo para ello mucha fagina, con la que cubrieron las armas y los cadáveres que alli habian caido; acudiendo al punto los Lacedemonios, se vio al otro lado de la zanja y los carros á Pirro á caballo, que con el mayor ímpetu se dirigia á tomar la ciudad. Levantóse en esto gran gritería de los que se hallaban en aquel punto con carreras y lamentos de las mujeres; y cuando ya Pirro iba adelante, abriéndose paso por entre los que tenía al frente, herido con una saeta cretense su caballo, cayó de pechos y con las ánsias de la muerte derribó á Pirro en un sitio resbaladizo y pendiente. Como con este suceso se turbasen sus amigos, acudieron corriendo los Esparcialas, y tirándoles dardos, les hicieron huir á todos. A este tiempo hizo Pirro que por todas partes cesase el combate, pensando que los Lacedemonios decaerian de brfos, baltándose casi todos heridos, y babiendo muerto muchos. Pero el buen Genio de esta ciudad, bien fuese que se hubiera propuesto poner a prueba la fortaleza de aquellos varones, ó bien que hubiese querido hacer en aquel apuro demostraeion de la grandeza de su poder cuando estaban en el peor estado las esperanzas de los Lacedemonios, hizo que de Corinto llegase en su auxilio con tropas extranjeras Aminias, natural de Focea, uno de los generales de Antigono; y aun no bien se habia hecho el recibimiento de éstos cuando arribó de Creta el rey Areo trayendo consigo dos mil hombres. Con esto las mujeres se retiraron á sus casas sin volver á mezelarse en las cosas de la guerra; y los hombres, haciendo que dejaran las armas los que por necesidad las habian tomado en aquel conflicto, se previnieron y ordenaron para la batalla.

Inspiróle todavía á Pirro mayor codicia y empeño de tomar la ciudad esta venida de auxiliares; mas cuando vio que nada adelantaba, habiendo salido mal parado, desistió y se entregó á talar el país, haciendo ánimo de invernar allt; pero no podia evitar su hado. Habia en Argos division entre Aristeas y Aristipo, y teniéndose por cierto que Anlígono estaria de parte de éste, adelantóse Aristeas y llamó á Pirro á Argos; y éste, que sin cesar pasaba de unas esperanzas á otras, que do una prosperidad tomaba ocasion para otras varias, y que si caia queria reparar la caida con nuevas empresas, y ni por victorias ni por derrotas hacía pausa en mortificarse y ser mortificado, al punto levantó el campo y marchó á Argos. Púsole Areo asechanzas en diversos puntos, y tomando los más malos pasos del camino, derrotó á los Galos y á los Molosos que cubrian la retaguardia. Hablasele anunciado á Pirro por el agorero, con motivo de haberse encontrado las víctimas sin alguno de los extremos, que le amenazaba la pérdida de alguno de sus deudos; pero habiéndosele con la priesa y el rebato borrado de la memoria la prediccion, dió órden á su hijo Tolomeo de que con sus amigos fuese en auxilio de los que combatian; y él en tanto condujo el ejército, procurando sacarlo apriesa de las gargantas. Trabada con Tolomeo una recia contienda, y peleando coutra los suyos las tropas más escogidas de los Lacedemonios, acaudilladas por Eualco, un cretense de Aptera, llamado Oroico, gran acuchillador y muy ligero de piés, corrió de costado, y cuando Tolomeo peleaba con el mayor valor, le hirió y quitó la vida. Muerto Tolomeo y desordenada su gente, los Lacedemonios la persiguieron y vencieron; pero sin percibirlo se pasaron á la tierra llana, y quedaron desamparados de su infantería: entonces Pirro, que acababa de oir la muerte del hijo, y tenía el dolor reciente, cargó contra ellos con la caballería de los Molosos; y siendo él el primero en acometer, llenó de mortandad el campo; y si siempre se habia mostrado Invicto y terrible en las armas, entonces en osadía y violencia dejó muy atras los demas combates. Arremetió despues contra Eualco con su caballo, y haciéndose éste á un lado, estuvo en muy poco el que no cortase á Pirro con la espada la mano de las riendas, pero dando el golpe en las riendas mismas, las cortó. Pirro, al mismo tiempo que él daba este golpe, le pasó con la lanza; mas vino al suelo del caballo, y quedando á pić, dió muerte á todos los escogidos que pelcaban al lado de Eualco, babiendo tenido Esparta esta gran pérdida en una guerra que tocaba á su fin, precisamente por el demasiado ardor de sus generales.

Pirro, como si hubiera así cumplido con las exequias del hijo, y peleado un brillante combate fúnebre, dejando desahogado gran parte del dolor en la ira contra los enemigos, continuó su marcha á Argos; y enterado de que Antigono se habia ya establecido sobre las montañas que dominaban la llanura, puso su campo junto á Naplia. Al dia siguiente envió un heraldo á Antígono, llamándole peste, y provocándolo á que bajando á la llanura disputaran allí el reino: mas éste le respondió, que él no sólo era general de las armas, sino tambien de la sazon y oportunidad; y que si Pirro tenia priesa de dejar de vivir, le estaban abiertas muchas puertas para la muerte. A uno y á otro pasaron embajadores de Argos, pidiéndoles que se reconciliaran y dejaran que su ciudad no fuera de ninguno, sino amiga de ambos; y lo que es Antigono vino en ello, entregando su hijo en rehenes á los Argivos; pero Pirro, aunque prometia reconciliarse, como no diese prenda de ello, se hacía por lo tanto más sospechoso. Tuvo éste además una señal terrible: porque habiéndose sacrificado unos bueyes, se vió que las cabezas, despues de separadas de los cuerpos, sacaron la lengua y se relamieron en su propia muerte; y además en la ciudad de Argos la profetisa de Apolo Licio dió á correr, gritando haber visto PIRRO.

la ciudad llena de mortandad y de cadáveres, y que una águila que volaba al combate, despues se habia desvanecido.

Aproximose Pirro á las murallas en medio de las mayores tinieblas, y estando abierta por diligencia de Aristeas la puerta que llanian Diamperes, logró no ser sentido basta incorporársele los Galos que tenía en su ejército y haber entrado en la plaza; pero como los elefantes no cupiesen por la puerta, y fuese preciso quitarles las torres y volvérselas á poner en la oscuridad y con ruido, esto oca sion detenciones y que los Argivos llegasen á percibirlo; por lo que se retiraron á la fortaleza, dicha Escudo, y á otros lugares defendidos, enviando á llamar á Antígono.

Dedicóse éste por sí á armar asechanzas en las cercanías; pero envió con poderoso socorro á sus generales y á so hijo. Sobrevino tambien Areo trayendo mil Cretenses y las tropas más ligeras de los Esparcialas; y acometiendo todos á un tiempo á los Galos, los pusieron en confusion y desórden. Entró á este tiempo Pirro con algazara y griteria por el Cilarabis (1), y luego que los Galos correspondieron á sus voces, conjeturó que aquella especie de grito no era fausto y confiado, sino de quien se halla en consternacion: marchó, pues, con más celeridad, penetrando por entre su caballería, que no sin dificultad y con gran peligro andaba por las alcantarillas, de que está llena aquella ciudad. Era suma la inseguridad de los que ejecutaban y de los que mandaban en un combate nocturno, y habia extravíos y dispersiones en los pasos estrechos, sin que la pericia militar sirviera de nada por las tinieblas, por los gritos confusos y la estrechez del sitio: por tanto, casi nada hacian, esperando unos y otros la mañana. Apenas empezó á aclarar, sorprendió ya á Pirro ver que el Escudo estaba lleno de armas enemigas; y sobre todo se asustó cuando notando (1) El Cilarabis era un Gimnasio: dicelo Pausanias, y tambien por qué se le dió este nombre.

en la plaza diferentes monumentos, descubrió entre ellos un lobo y un toro de bronce en actitud de combatir uno con otro; porque esto le trajo á la memoria un oráculo antiguo, por el que se le habia predicho que moriria cuando viese un lobo que peleaba con un toro. Dicen los Argivos que esta ofrenda es para ellos recuerdo de un suceso antiguo; porque á Danao, cuando puso primero el pié en aquella region, junto á los piramios de la Tireátide (1) se le ofreció el espectáculo de un lobo que peleaba con un tero. Supuso allá dentro de sí que el lobo le representaba (por cuanto siendo extranjero acecha á los naturales, como á él le pasaba), y con esta idea se paró á mirar la lucha: venció el lobo; y habiendo hecho voto á Apolo Licio, acometió a la ciudad y quedó victorioso, siendo por una sedicion arrojado Gelanor, que era el que entonces reinaba. Y esto es lo que se refiere acerca de aquel monumento.

Con este encuentro, y viendo que nada adelantaba en lo que habia sido objeto de su esperanza, pensó Pirro en retirarse; pero temiendo la estrechez de las puertas, envió en busca de su hijo Heleno, que habia quedado á la parte afuera con fuerzas considerables, dándole órden de que aportillara el muro y amparara á los que saliesen, si eran perseguidos de los enemigos. Mas por la misma priesa y turbacion del mensajero, que no acertó á expresar bien su encargo, y por extravio que además se padeció, perdió aquel jóven los elefantes que todavía le restaban y los mejores de sus soldados, y se entró por las puertas para dar auxilio á su padre. Retirábase ya Pirro; y mientras la plaza le dió terreno para retirarse y pelear, rechazó á los que le acosaban; pero impelido de la plaza á un callejon que conducia á la puerta, se encontró allí con sus auxiliares, que (1) La Tireátide era un territorio confinante con la Laconis, por el que hube muchas disensiones entre Argivos y Lacedemonios; y los Piramios un término ó pago de este territorio.

venian de la parte opuesta; y por más que les gritaba que retrocediesen, no le oian; y áun á los que estaban prontos á ejecutarlo, los atropellaban en sentido contrario los que de frente continuaban entrando por la puerta. Agregábase que el mayor de los elefantes, atravesado y rugiendo en esta, era nuevo estorbo para los que querian salir; y otro de los que habian entrado, al que se había dado el nombre de Nicon, procurando recoger á su conductor, á quien las heridas recibidas habian hecho caer, volvia tambien atras, contrapuesto á los que buscaban salida, y con su atropeItamiento mezcló y confundió á amigos y enemigos, chocando unos con otros. Despues, cuando hallándole muerto, le alzó con la trompa y le aseguró con los colmillos, al volver trastorno de nuevo, y destrozó como furioso á cuantos encontró al paso. Apretados y estrechados de esta manera entre sí, ninguno podia valerse ni áun á sí mismo; sino que como si se hubieran pegado en un solo cuerpo, así toda aquella muchedumbre sufria infinidad de impresiones y mudanzas por ambos extremos: pocos eran, pues, los combates que podia haber con los enemigos, bien estuvieran al frente ó bien á la espalda, y los propios de unos á otros se causaban mucho daño; porque si alguno desenvainaba la espada ó inclinaba la lanza, no habia modo de retirarla ó envainarla otra vez, sino que ofendia á quien se presentaba, y heridos unos de otros recibian la muerte.

Pirro, en vista de semejante borrasca y tempestad, quitándose la corona con que estaba adornado su yelmo, la entregó á uno de sus amigos; y fiado de su caballo, arremelió á los enemigos que le perseguian; y habiendo sido lastimado en el pecho de una lanzada, aunque la herida no fué grave ni de cuidado, revolvió contra el autor de ella, que era Argivo, no de los principales, sino hijo de una mujer anciana y pobre. Era esta espectadora del combate, como las demas mujeres, desde un tejado, y cuando advirtió que su hijo las habia con Pirro, conmovida con el peligro, tomando una teja con entrambas manos la dejó caer sobre Pirro, Dióle en la cabeza sobre el yelmo; pero habiéndole roto las vértebras por junto á la base del cuello, eclipsóle la luz de los ojos, y las manos abandonaron las riendas. Lleváronle al monumento de Licinio, y allí se cayó en el suelo, no siendo conocido de los más; pero un tal Zopiro de los que militaban con Antigono y otros dos ó tras, corriendo donde estaba, le reconocieron, y le introdujeron en un portal, á tiempo que empezaba á volver en si del golpe. Desenvainando Zopiro una espada ilírica para cortarle la cabeza, se volvió á mirarlo con indignacion, tanto que Zopiro le tuvo miedo; y ya temblándole las manos, ya volviendo al intento, lleno de turbacion y sobresalto, no al recto, sino por la boca y la barba, tarda y dificilmente se la cortó por último. A este tiempo ya el suceso era notorio á los más, y acudiendo Alcineo pidió la cabeza, como para reconocerla; y tomándola en la mano, aguijó con el caballo adonde el padre estaba sentado con sus amigos, y se la arrojó delante. Miróla, y conocióla Antígono, y con el cetro apartó de sí al hijo, llamándole cruel y bárbaro; y llevándose el manto á los ojos se echó á llorar, acordándose de su abuelo Antigono y de Demetrio su padre, ejemplos para él domésticos de las mudanzas de la fortuna. A la cabeza y al cuerpo los hizo adornar convenientemente, y los quemó en la pira. Despues, habiendo Alcineo descubierto á Heleno abatido y envuelto en una ropa pobre, le trató humanamente, y le condujo ante el padre; quien en vista de esto le dijo: «Mejor lo bas hecho ahora, hijo mio, que ántes; pero áun ahora no del todo á mi gusto, no habiéndole quitado ese vestido que más que á él nos afrenta á nosotros que tenemos el nombre de vencedores. Mirando, pues, á Heleno con la mayor consideracion, le hizo acompañar al Epiro; y á los amigos de Pirro los trató tambien con afabilidad, becho dueño de su campo y de todo su ejército.