con unas estopas, y el segundo una lavativa ó geringa de formas descomunales.
Dan las doce de la noche, llega el valentón, y gritan los mozos:
— ¡Muere, traidor!
Al mismo tiempo el del tambor dá un golpe imitando el disparo de un cañón de treinta y seis, y enciende las estopas para que semejasen fogonazos.
A su vez el de la geringa dispara sobre el valentón dos libras de agua teñida de almazarrón, y que se parecía á la sangre como un huevo á otro.
— ¡Dios sea conmigo! esclamó el valentón, cayendo de espaldas; luego, cuando aproximaron una luz, y se vio cubierto de aquel líquido encarnado, prosiguió con voz desfallecida:
— Estoy muerto, he perdido toda la sangre, y apenas podré vivir algunos minutos. ¡Dios mió! lo menos mehan disparado veinte tiros: y se desmayó:
Al dia siguiente habia desaparecido del pueblo.
En cierto tribunal se estaba durmiendo un consejero: el inmediato dijo á los otros:
— Mirad mi amigo, que duerme como un marrano.
Oyólo el soñoliento, y replicó:
— En un marrano todo es bueno; pero en un burro nada hay que valga.
— Preguntaban á un antiguo romano si tenia algún defecto. — Mi vecino te lo dirá, respondió.
Espurina, adivino y matemático, advirtió ¿César que se guardase de los idus de marzo porque hablan de serle funestísimos.