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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 275

Y es en verdad notable el que de una época tan remota y de la que no se conserva monumento de ninguna especie, hayan podido sin embargo averiguarse tantos hechos y descubrirse tantas verdades innegables sin otro auxilio que la inteligencia y esfuerzos de laboriosos arqueólogos, dignos de eterna memoria y acreedores á la gratitud de la edad presente y de las futuras.

Y digo que una de las investigaciones mas curiosas es que Adam, lo mismo que su señora esposa Eva, á pesar de no tener á su disposición, como tenemos hoy, pañuelos de seda, de pita, de hilo ni de algodón, sin embargo, fué tan pulcro y tan curioso que no se limpió jamás los ojos con el codo, ni se metió el puño en la oreja, ni se llevó la lengua á la frente, ni la rodilla al cogote.

Nunca estuvo sentado de pié, ni de rodillas derecho.

Al contrario de lo que sucede hoy con nuestras solteritas de quince años, que ven sin mirar; nuestro padre Adam necesitó siempre volver la cabeza para ver lo que pasaba por detrás, sin que ni una vez siquiera se sirviese del cogote en lugar de ojos para las investigaciones de la vista.

Le sucedió también que nunca pudo comer sin tener antes la boca abierta ni estornudó sin arrugar el entrecejo y poner la cara muy fea.

Es cosa averiguada y cierta que solo tuvo la vista clara y despejada por intervalos de tiempo, y no continuamente, y así, es seguro que veía mas de dia que de noche, y mas las noches en que habla luna que las completamente oscuras.

Nunca pescó en tierra seca, ni bebió sin mojarse la boca, ni se cansó sin hacer ejercicio, ni se despertó sin haber dormido, ni abrió los ojos sin tenerlos antes cerrados.

Se duda si se afeitó ó cortó el pelo de la barba, pero sabemos de cierto que nunca se afeitó la palma de las manos ni la planta de los pies.

Fue el primer cesante del mundo, y tal vez en