Un dia compró una perdiz, y para que no equivocase el guiso, tomó un libro de cocina, y le dio por escrito la receta.
Poco después, un gato mas despejado que el cocinero, sin cuidarse de libros de cocina, ni de repetas de guisos, atrapó la perdiz, y se subió á almorzársela al tejado con una desenvoltura pasmosa.
Vio el criado al gato que huia, echó corriendo la mano al bolsillo, halló en él la receta, y dijo satisfecho:
— Buen chasco te llevas, gato, porque la receta queda en mi poder, y no sé cómo te vas á gobernar para guisar la perdiz.
Cayóse en el rio una joven lindísima, y sin otro defecto que ser muy aficionada á las novelas románticas. El peligro de ahogarse que corrió fué muy grande, porque su mamá, como es de suponer, no sabia nadar; pero por fortuna se encontró un libertador y fué conducida á su casa fuera de peligro, pero desmayada.
Cuando recobró el sentido, forjó en su imaginación una novela de que ella se declaró heroína, creándose para sí un héroe precioso y nadador, que indudablemente la debia, llevar al altar.
— Mamá, dijo á la suya, que estaba sentada á su cabecera, tú sabes que soy rica; pues bien, declaro que quiero casarme con el que me ha salvado.
—¡Hija mia! ¡pobre hija mia! es imposible.
—¡Imposible! mamá, pues qué, ¿está casado?
— No, no es eso. Es todavía peor.
—¡Peor! ¡Oh Dios piio! ¿Me espera alguna desgracia?
— ¡Ay! ¿no sabes quién es?
— ¿Nó es el caballero de la casa de en frente?
— ¡Ay! hija mia, no es ese.
— ¿Pues quién, ¡mamá?