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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 91


— No puede ser, no puede ser.

— Créanme Vds., señores; lo que digo es una gran verdad; el cortaplumas tiene veinte años, pero es porque soy un hombre industrioso y aprovechador, y he tenido el cuidado de ponerle ocho ó diez mangos nuevos, y le he cambiado la hoja otras tantas veces.

—¡Bien!!


Sobre favor, paga.

Un arriero que volvia con su recua de vacío encontró en el camino á un gallego descalzo, medio desnudo y con señales evidentes de estar muy cansado. Movido á compasión, le dijo:

— Gallego, sube áimode mis machos, puesto que llevamos el mismo camino, y verás cómo á caballo se viaja con mucha mas comodidad que á pie.

— Subir, respondió el gallego, si subirei, perú antes, ¿busté cuantu ma de dar porque suba?


Una letra mas.

Un pedante que, como en todo lo demás, no era fuerte en la mitología, solia confundir á Morfeo, dios del sueño, con Orfeo, célebre músico de los tiempos mitológicos.

— ¡Qué noche tan deliciosa he tenido! decia una mañana; toda ella la he pasado en brazos de Orfeo.

— Con M. dijo uno de sus amigos.

— Tienes razón, Orfeom.

— ¡¡¡Bravo!!!


A mucho fuego mucha agua.

Un caballero bastante rico de una población cercana al Ebro tenia una mujer, mas que persona humana, fiera, y en el carácter y en las costumbres desenfrenada y loca. No queriendo llevarla á los tribunales para que la castigasen por sus escesos, trató de hacerse justicia por su mano, y al efecto