no satisface a la crítica del conocimiento, y de una fuerza desviadora inventada ad hoc y provista de la extraña y notable propiedad de ser proporcional a la masa inerte. Einstein parte de un principio general que satisface las exigencias de la crítica del conocimiento, y no hace ninguna hipótesis especial. Aun cuando la teoría de Einstein no hiciera otra cosa que someter la mecánica de Newton al principio general de la relatividad, habrían de preferirla siempre quienes busquen en las leyes de la naturaleza la armonía de la sencillaz suprema.
Pero la teoría de Einstein hace más. Contiene, como ya hemos dicho, las leyes que Newton da de las trayectorias planetarias; pero las contiene aproximadamente; las leyes exactas son algo distintas, y la diferencia es tanto mayor cuanto más cercano al Sol se encuentra el planeta. Ya hemos visto, al estudiar la mecánica celeste de Newton (III, 4, pág. 78), que ésta falla justamente en el planeta más próximo al Sol, en Mercurio; queda sin explicar un movimiento del perihelio de Mercurio de 43 segundos de arco por siglo. Precisamente esta cantidad exige la teoría de Einstein, que de esta suerte está comprobada de antemano por los cálculos de Leverrier. Este resultado es de extraordinario peso, pues en la fórmula de Einstein no entra ninguna constante nueva, arbitraria, y la «anomalía» de Mercurio es una consecuencia tan necesaria de la teoría como lo es asimismo la validez de las leyes de Keplero para los planetas más lejanos del Sol.
10. Consecuencias y comprobaciones ópticas.
Además de estas consecuencias astronómicas, sólo se han encontrado hasta ahora algunos fenómenos ópticos que no eludan, por su pequeñez, la observación.:
Uno es el corrimiento hacia el rojo de las rayas espectrales de la luz procedente de astros de masa grande. En la superficie de éstos hay un campo gravitatorio muy fuerte, que altera la determinación de las medidas y es causa de que un reloj en él andaría más despacio que en la Tierra, donde el campo gravita-