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ZADIG,

tan noble con que nos habeis hospedado; dignaos de admitir esta palangana de oro en corta paga de mi gratitud. Poco faltó para desmayarse con el gozo el avariento; y el ermitaño, sin darle tiempo para volver de su asombro, se partió á toda priesa con su compañero jóven. Padre mio, le dixo Zadig, ¿qué quiere decir lo que estoy viendo? paréceme que no os semejais in nada á los demas: ¡robais una palangana de oro guarnecida de piedras preciosas á un señor que os hospeda con magnificencia, y se la dais á un avariento que indignamente os trata! Hijo, respondió el anciano, el hombre magnífico que solo por vanidad, y por hacer alarde de sus riquezas, hospeda á los forasteros, se tornará mas cuerdo; y aprenderá el avariento á exercitar la hospitalidad. No os dé pasmo nada, y seguidme. Todavía no atinaba Zadig si iba con el mas loco ó con el mas cuerdo de los hombres; pero tanto era el dominio que se habia grangeado en su ánimo el ermitaño, que obligado tambien por su juramento no pudo ménos de seguirle.

Aquella tarde llegáron á una casa aseada, pero sencilla, y donde nada respiraba prodigalidad ni parsimonia. Era su dueño un filósofo retirado del tráfago del mundo, que cultivaba en paz la sabiduría y la virtud, y que nunca se aburria. Habia tenido gusto especial en edificar este retirado albergue, donde recibia á los forasteros con una dignidad que en nada se parecia á la ostentacion. El mismo salió al encuentro á