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HISTORIA ORIENTAL.

los dos caminantes, los hizo descansar en un aposento muy cómodo; y poco despues vino él en persona á convidarlos á un banquete aseado y bien servido, durante el qual habló con mucho tino de las últimas revoluciones de Babilonia. Pareció adicto de corazon á la reyna, y hubiera deseado que Zadig se hubiera hallado entre los competidores á la corona; pero no merecen los hombres, añadió, tener un rey como Zadig. Abochornado este sentia crecer su dolor. En la conversacion estuviéron todos conformes en decir que no siempre iban las cosas de este mundo á gusto de los sabios; pero sustento el ermitaño que no conocíamos las vias de la Providencia, y que era desacierto en los hombres fallar acerca de un todo, quando no vían mas que una pequeñísima parte.

Tratóse de las pasiones. ¡Quan fatales son! dixo Zadig. Son, replicó el ermitaño, los vientos que hinchen las velas del navío; algunas veces le sumergen, pero sin ellas no es posible navegar. La bílis hace iracundo, y causa enfermedades; mas sin bílis no pudiera uno vivir. En la tierra todo es peligroso, y todo necesario.

Tratóse del deleyte, y probó el ermitaño que era una dádiva de la divinidad; porque el hombre, dixo, por sí propio no puede tener sensaciones ni ideas: todo en él es prestado, y la pena y el deleyte le vienen de otro, como su mismo ser.

Pasmábase Zadig de que un hombre que