go la libertad del país; pero no debia ignorar que la revolucion produce por sí misma los ejércitos i los cuadillos, los riesgos i las desgracias, i que solo un poder formidable i permanente puede contener las aspiraciones peligrosas de los particulares, i debe impedir la aparicion de esos aventureros como Benavides, como Prieto i otros de esta especie.
Ahora bien ¿podemos contar con que de hoi en adelante estaremos libres de los contrastes que hemos sufrido hasta aquí i que son consiguientes a la naturaleza de las cosas? ¿Hemos hecho algún pacto con la fortuna por el cual deba sernos siempre favorable? ¿Debemos ya descansar de las fatigas que nos cuesta el establecimiento de nuestra independencia? Ojalá así fuese, i que yo solo me engañase. Pero creo que Lima en libertad, i Buenos Aires mas seguro que nunca por los esfuerzos de Chile, todavía no son suficientes garantes de nuestra tranquilidad interior, i por consecuencia quedamos en necesidad de mantener una fuerza militar que haga respetables las autoridades chilenas. El Perú no goza de ningún privilejio negado a los otros países de la tierra, por el cual debamos contar con que no presente allí la libertad en su establecimiento los mismos inconvenientes; existen las mismas pasiones, i sufre los mismos contrastes que en las demas rejiones del nuevo mundo. Buenos Aires nos ha presentado ya el cuadro mas fiel i mas triste de los males consiguientes a una revolucion, aun sin la concurrencia del enemigo común. Los peruanos, con el mismo oríjen que los arjentinos, i con intereses mas complicados, no deben ofrecer ménos materia a la guerra civil; i Chile, colocado entre tantos combustibles, estará siempre obligado a impedir que un incendio jeneral le consuma enteramente. Solo la prevision, solo la prudencia mas consumada, pueden asegurarnos la permanencia del órden, i con éste el goce de nuestra independencia. Debemos prevenir los riesgos ántes que se manifiesten; debemos tener preparados los remedios a los miles, bien persuadidos de que si no llega el caso de emplearlos, habremos debido esta felicidad al esmero que pusimos en hacernos superiores a todos los golpes de la desgracia. Esto es lo que yo entiendo por política, i esto es lo que veo que hicieron aquellos grandes hombres que, por sus felices empresas, se llamaron los hijos predilectos de la fortuna, aunque solo debiesen su felicidad a su prudencia.
Si como parece que queda demostrado, tenemos aun necesidad de no descuidarnos sobre nuestra felicidad, i debemos prepararnos contra cualquiera de los contrastes que naturalmente pueden sobrevenir, nada es mas urjente que el arreglo de la hacienda pública, con que se contará en su caso para ocurrir a las necesidades del Estado. Si dejamos la elección de los arbitrios para el momento de la urjencia, el ménos mal que puede resultarnos, es el que vimos en la espedicion del Perú, en que, por dar tiempo a la reunión de los fondos con que debia costearse, se aumentó extraordinariamente su gasto, porque tuvo que hacerse dos i tres veces, dando con la demora al enemigo la facilidad de multiplicar sus fuerzas. ¿Cuánto más segura i ménos costosa no habría sido aquella espedicion, si se hubiera verificado inmediatamente despues de la victoria de Maipú? ¿I qué impidió el hacerlo entonces sino la falta de dinero? Tengamos, pues, el dinero siempre a mano, i no nos veamos en la precisión de arrancarlo por la fuerza a los patriotas, i con esto estaremos libres de los malos resultados. Vayamos siempre mui adelante de las necesidades, i jamas llegará el caso de sentirlas. No confiemos nunca en el suceso de las providencias violentas, porque cada vez que se repiten, se hacen de peor condicion i ménos verificables. Covengamos, en fin, de que no hai ni puede haber otro arbitrio para proveer a Chile de lo único que necesita, que es dinero en caja, sino aquel que emplean los Gobiernos mas ilustrados del mundo, como el ingles, el francés, el prusiano i otros como éstos; este arbitrio es el de los empréstitos, que se hacen sin tocar el dinero empleado en el cultivo del país, en el comercio i en los otros ramos de la industria nacional.
No es lo mismo seguramente sacar una contribucion anual de un diez por ciento sobre las producciones nacionales para pagar el empréstito de un país estranjero, que arrancar el valor de dicho empréstito de las manos productoras del mismo país. Aquel diez por ciento, o aquel veinte que fuese, podría estraerse sin disminuir los capitales productivos; pero a éstos no puede tocarse sin dañar a la raíz de la produccion. Por esto vemos hoi que pudiendo el Gobierno francés, con sus entradas actuales, tratar de redimir una gran parte de su empréstito, tiene por mas conveniente disminuir aquellas mismas entradas i dejar su deuda en el pié en que se halla, para que la cantidad disminuida aumente los capitales productivos de la nacion. La masa de valores que esta disminucion producirá en pocos años, habrá dado a los franceses unas ventajas incomparablemente mayores que las que sacarían de la estincion de su deuda por medio de una medida contraria. Cito este hecho porque es del dia, i porque es del país de los mejores economistas. Lo mismo pudiera decirse de Inglaterra, pero seria inoficioso hacer mérito de repetidos hechos que solo prueban una verdad evidente.
Ahora pasaré a esponer los términos en que se contrataron los empréstitos de Francia, Prusia í España, que, como son los mas recientes, servirán mejor para dar a conocer la naturaleza de esta clase de negocios. Pero ántes de entrar en los pormenores debemos considerar dos cosas de la mayor importancia; la primera es la monstruosa diferencia que hai entre las necesidades de aquellos Estados i la nuestra, i la otra cosa es la proporcion en que se halla el crédito de aquellos