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Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo XI (1824-1825).djvu/65

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SESION DE 16 DE MARZO DE 1825

decreto al comandante de serenos don José Alvarez de Toledo, de que doi fe. — Valencia.


En la ciudad de Santiago de Chile, en primero de Marzo de mil ochocientos veinticinco años, este dia los señores de la Comision, para efecto de evacuar una cita que se hace de don Joaquin Echeverría, dichos señores lo hicieron comparecer a su presencia, i prévio el juramento de estilo, contestó, habiéndosele hecho saber: que es efectivo ha tenido en su poder una copia de la representación apócrifa que se dirijió al Congreso a nombre del Procurador Nacional, i que ésta se la dió don Gregorio Argomedo, cuando circulaban varias de esta misma clase en el pueblo; que no sabe ni tiene noticia quién sea su autor, ni tampoco de los pasquines que han corrido; que ignora igualmente los sujetos que estén comprendidos en la rebelion que se le ha indicado; que con don José Ignacio Sotomayor no tiene amistad, ni aun se acuerda haberle saludado una vez; que tampoco sabe hayan querido asesinar a los ex Ministros Rodríguez i Benavente; que con don Miguel Zañartu tiene íntima amistad; que jamas le ha oido decir quien sea el autor de los pasquines i anónimos, ni le ha dado copia alguna, con lo que se concluyó esta dilijencia bajo el juramento que ha hecho el que declara, i firmó con dichos señores. —Doi fe. Palazuelos. —Elizalde. —Pérez. —Ovalle. —Joaquín de Echeverría. —Ante mí, Solis.

Declaración de don José Alvarez de Toledo

Incontinenti, para la propia dilijeneia, dichos señores hicieron comparecer a don José Alvarez de Toledo, a quien, por ante mí, juramentaron en la forma ordinaria i en la misma prometió decir verdad.

En su virtud, espuso que, estando en su tienda en donde guarda las armas de los serenos, éstos le dieron parte que un sujeto a caballo andaba haciendo tropelías en el pueblo; que se habia entrado a la tienda de Zamudio i habia tomado un muchacho de los cabillos, que en su consecuencia tomaron los serenos a un mozo a caballo, lo desmontaron i se lo llevaron al declarante a pié, tirando el caballo. Lo reconoció éste i vió que era un criado. En la indagación concurrió mucha jente i miéntras se examinaba la calidad del sujeto i sus excesos, se montó a caballo precipitadamente el referido criado i tiró por la plazuela de la Merced a vela tendida.

El declarante empezó a reconvenir a los serenos porque no le habian llevado a Sotomayor, supuesto que andaba atrepellando a varios, como se lo dijeron ellos mismos, i les protestó que les responderían con su persona por no haberles llevado al citado Sotomayor.

En estas reconvenciones, llegó un hombre a caballo a la tienda misma del declarante, i sin conocerlo todavía, le dijo el declarante que era un indecente porque andaba alborotando; le repuso el otro entonces, diciéndole que era su amigo i que si no le conocía. El declarante lo tomó de la mano, estando todavía sobre a caballo, conoció que era Sotomayor i le reconvino fuertemente por los excesos i desórdenes en que andaba. Contestó Sotomayor que habia estado remoliendo i que habia atropellado a cuantos habia encontrado.

Las personas que están allí reunidas, sin duda instruidas de estos excesos, unas decian al declarante que por qué no le daban un balazo, otros que le diesen un golpe de sable i otros de cían otras cosas. Mas, el declarante, como ignoraba todo lo acontecido, no hallaba partido que tomar, mucho mas cuando observó que Sotomayor venia mui cargado de la cabeza i su razón enteramente perdida.

En estas circunstancias, llegó uno de los señores Errázuriz, acompañado con su señora o su cuñada; empezaron ámbos a reconvenir a Sotomayor por su conducta i con las palabras de que hasta cuándo quería dar mas que hablar, instándole fuertemente de que fuera con ellos para su casa. El declarante entonces también le reiteró sus súplicas a Sotomayor con importunidad i aspereza, para que accediese a las instancias del señor Errázuriz; pero él, negándose siempre, empezó a entretener con pedir un cigarro, i el declarante se lo facilitó, dándole uno que le pasó don Joaquin Ramírez, que se hallaba a la sazon detras de la puerta. En fin, cedió Sotomayor, i se marchó con los señores que ántes se ha espresado.

A los pocos momentos se apareció don Joaquin Campino, incomodado en sumo grado porque no habian aprehendido a Sotomayor, diciéndome que era un asesino, que lo habia ido a matar a su casa, i que marche inmediatamente a la del Supremo Director. El declarante le repuso que ignoraba tales sucesos i que nadie le habia dado parte alguna i que, no sabiendo si Sotomayor era delincuente, no estaba obligado a aprehen- derlo, i que sobre todo el señor Errázuriz, que se habia encargado de su persona, respondería de él en cualquier caso.

Se apersonó efectivamente el declarante ante el Supremo Director, i a la queja o demanda puesta por el señor Campino, satisfizo el declarante en los mismos términos que ántes deja espuestos, repitiendo lo mismo que había dicho el citado señor Campino. El Supremo Director ordenó entonces al declarante le trajese preso a Sotomayor, a cuyo efecto se le facilitaron cuatro soldados i un oficial, con los que se dirijió a la casa del dicho señor Errázuriz. Situó la tropa el declarante al frente de la casa i entró él solo. Le