que en ella respiran, y la situacióa histórica en que debe actuar el estadista.
Políticos hay, empero, que prefieren la postergación indefinida de sus patrióticas aspiraciones, á contemporizar con los engendros de la abominación y del escándalo.
No les hago reproche: al revés, les hago justicia. No han querido arriesgar sus convicciones, aunque en el tapete figurase como puesta, la dignidad de la patria.
Esperan, y con razón, que «los polvos que el viento levanta, al viento caerán en tornando la calma.»
Pero esa paciencia se esplica en hombres envejecidos en las duraderas combinaciones del laboratorio político.
Mitre, Quintana, Costa, Lastra, Elizalde, Castro, Varela, son luchadores de antaño, que optan por esconder sus rostros avergonzados, antes que bajar á la arena y medir sus armas de viejo sistema con las de precisión que la corrupción política ha puesto en manos de los hombres de hogaño.
Carballido, aunque mas joven que todos esos