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Ebrio siempre de sangre cuaj otrora,
En que sobre las líquidas llanuras
La luz resplandeció de la mañana.
Crecer, vivir, morir, miré á los hombres,
Y pasar como sueños impalpables,
Que del ciclo la ráfaga insensible
Arrojase al olvido silencioso;
Germinaban las selvas y en el fango
Los seculares troncos carcomidos,
Retoñaban después, dejando apenas,
Áridas rocas donde vi el rocío
Bajo la fresca sombra columpiarse.
Las ciudades de pórfido construidas
Ante mis ojos, rápidas se hundieron;
El huracán las aventó en la noche,
Sepultando en la nada su memoria
Con sus lenguas antiguas, que grabadas
En páginas graníticas, pasaron.
En fin, señor Abad, misterioso
Germen, de siglo en siglo aprisionado,
Los Dioses vi nacer — y aquellos Dioses,
Los vi también morir! En donde quiera,
Los mares, las montañas, las llanuras,
Por millares, los Dioses producían;
Armados unos con la espada, y otros,