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XII
INTRODUCCIÓN

talvez viciada, la acción del Gobierno y la influencia de las corporaciones literarias, que tienen la misión, ó ninguna tienen, de educar y dirigir con ejemplos de moderación, de serenidad y recto juicio.[1]

Azara, amante y protector de las artes, comentador de Mengs, editor de Virgilio en Roma, caballero cumplido y letrado formal, salvo sus flaquezas de volterianismo, tocó de paso en el prólogo de la Vida de Cicerón, de Middleton, por él traducida (1790), la cuestión del modo de traducir los clásicos antiguos, y refiriéndose á sus versiones ocasionales de pasajes de Marco Tulio, esparcidas en el texto biográfico, defiende la justa libertad exigida por la elegancia, cual si comentase la diferencia establecida por el mismo orador romano entre la traducción oratoria—ó poética en otros casos—y la interpretación literal.[2] Pero esta misma correcta doctrina, extremada, ó mejor dicho, extraviada, conduciría al abuso de la perífrasis en que solían incurrir los poetas neoclásicos, en su exaltación reaccionaria contra el prosaísmo; y no hallaremos el debido contrapeso ó saluda-

  1. Pruébalo el que el "insigne Jovellanos," uno de los hombres más serios de aquella época, y cuya memoria (raro caso!) ha alcanzado en nuestros días el respeto y veneración de opuestas é intransigentes escuelas, "no creyó—dice el mismo Quintana—desautorizar su carácter y sus estudios, entrando en la palestra y asestando dos romances burlescos á modo de jácaras de ciego, en que hizo burla de sus escritos—de Huerta,—de sus pretensiones y sus combates."
  2. "Converti non ut interpres, sed ut orator," decía Cicerón de la versión que él hizo en latín, y que por desgracia no se conserva, de las oraciones contrarias de Esquines y Demóstenes.