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Pedagogía social/La escuela-hogar

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LA ESCUELA-HOGAR

¿Es posible comenzar desde ya a hacer algo práctico en pro de la educación sexual?

Pregunta es esta que preocupa a todo aquel que haya consagrado atención al fundamental problema.

No basta con difundir la idea: hay que arraigarla. En efecto, las conferencias universitarias o populares, dirigidas a los padres de familia, a la juventud estudiosa, a los cónyuges futuros, prepararán el ambiente; los cursos teóricos de puericultura, maternología y estirpicultura consolidarán científicamente la idea y, sobre todo, habilitarán a futuros maestros para llenar a conciencia su profesión-sacerdocio; pero, a pesar de todos esos esfuerzos, si se hicieran, y durante años de años, la educación sexual no dejaría de ser una utopía: hay que encarnar el ideal.— ¿Cómo?

Transformando la escuela ilógica, anti-humana, actual, en escuela donde la vida tal cual es forme hombres y mujeres.

Dos son los medios a mano, de resultados indubitables: la coeducación y su complemento, la escuela-hogar.

Antes de llegar a lo "mejor" detengámonos en lo "bueno".

¿Cómo ensayar la coeducaeión? ¿Comenzaremos a la vez implantándola en la enseñanza primaria, secundaria y universitaria? ¿La aprobaremos en la primera y en la última sin atrevernos a ensayarla en la secundaria, a consecuencia de los malos resultados que, entre nosotros mismos, ha dado? ¿Comenzaremos lentamente, haciendo que el alumno que no la haya experimentado desde el Jardín de Infantes no se someta a ella en los años sucesivos?

En la única edad de la vida en que se ha probado que es peligrosa la coeducación, es en la pubertad, de los 14 a los 18 años, época que corresponde, por atavismo, a la fase aún salvaje de nuestra especie. Pero cabe preguntarse si en ese peligro, como en todo defecto, no habrá una excelencia, una ventaja por obtener si se la busca inteligentemente. Por mi parte, creo que en lo futuro, cuando la educación y la instrucción sexual sean un hecho, basadas en la religiosidad humana, esa edad de la vida será la de más proficuos resultados.

Preocupémonos, por ahora, de lo factible, de lo que no entraña peligro, de lo que ya ha dado ventajosos frutos: De la coeducación en la enseñanza primaria y universitaria.

Ninguna medida puede ser más criticable que la de fundar una universidad femenina, por ejemplo. Sin coeducación previa, la mujer y el hombre llegan a la universidad capaces de gobernarse y de conducirse debidamente, si es que lo van a ser, después en la vida. Y no hurtarán el tiempo al estudio para dedicarlo al "flirteo", desertando de las aulas y poblando corredores y pasillos, si el medio ambiente no los favorece en forma de complicidad por parte de la dirección y de los profesores ganosos de conservar — aunque sólo sea en "firmas" en los registros diarios — el número de alumnos necesario para la existencia de la cátedra.

Entre alumnos jóvenes, la diferencia de las cualidades sexuales equilibra, armoniza, recíprocamente, los temperamentos y los caracteres. Del mutuo y familiar trato nace el compañerismo, la estima, la amistad. Que el cariño emerja a veces como consecuencia natural... ¡Pero si ése es el ideal! ¿Educamos, acaso, a nuestra juventud para monjas o para cenobitas?

Comprobado está que el amor, si nace, se desarrolla más tarde, como una consecuencia, la más facunda, quizá, de la coeducación. Mientras esta ejerce su influencia docente, el sentimiento predominante es la rivalidad intelectual, la critica, la admiración, muchas veces, el deseo de conocerse mutuamente, de apreciarse como condiscípulos, como caracteres, como voluntades.

En estas condiciones el único peligro intersexual desaparece: Ante la realidad so borran esas creaciones imaginativas, ese peligroso encanto de lo desconocido, de lo lejano, de lo idealizado. Moriría, es cierto, el príncipe encantador que cada jovencita espera con el hervor de los instintos en la pubertad; pero, en cambio, la inexperiencia no encarnará ese ideal en el primer recién venido que conmueva un corazón y un débil cerebro de quince años.

Para nuestro pueblo, en la actualidad, la coeducación dará muchos de sus frutos, alejando todo peligro, si se ensaya, a la vez, en la enseñanza primaria y en la universitaria dejando, para más adelante, el implantarla en la enseñanza secundaria.

Dado que los grandes deberes aun no empiezan a parecernos naturales, sería quizás arriesgarlo todo si implantáramos la coeducación en absoluto.

¿Cómo ensayarla en la escuela primaria? Comenzando por el Jardín de Infantes y en los dos primeros grados, al mismo tiempo, para luego seguir, año a año, de tal modo que alumno que llegue a 6.° grado bajo ese régimen lo haya experimentado desde su iniciación escolar.

Así, al cabo de cuatro años, la coeducación reinará natural y normalmente en la universidad y en los seis grados infantiles.

Aun cuando hasta entonces ese fuera el único paso dado hacia la educación sexual, sería ese un paso decisivo. Y, para evitar tropiezos en lo futuro, reconocidos los beneficios de la coeducación, debería el Estado hacerla extensiva a todo niño, declarando obligatoria la asistencia a las escuelas públicas, únicas encargadas de instruir, solidarizando los vínculos entre las diversas clases sociales y uniformando la orientación educativa. La escuela única, laica, popular, basada en la coeducación, tenderá normalmente a hacer converger las ciencias, las letras y la moral hacia la educación e instrucción integral.

La base inconmovible será su transformación en hogar de niños protegiéndose y amándose mutuamente. Cada instituto de enseñanza tendrá como anexo indispensable "una cátedra práctica de humanidad", "escuela maternal" para niños de 3 a 6 años anexa a las escuelas primarias; "salas-cunas", "institutos de puericultura y de maternología" anexos a los Liceos, Colegios Nacionales, Escuelas Normales, e Institutos del Profesorado Superior; "hospitales de niños", salas de "maternidad" anexos a la Facultad de Medicina. En la de Ingeniería habrá una cátedra especialmente consagrada a edificación escolar. ¿Cómo unificar en un solo plano higiénico el liceo, el taller y las salas-cuna, por ejemplo, para formar un solo engranaje maternal que permita a la madre obrera alimentar a su hijo y al joven educando velar por el niño? ¿Cómo, en la generalidad de los casos, hacer que la escuela dé al niño la luz, el aire y el sol que necesita imperiosamente?

Las Facultades de Derecho y de Filosofía coadyuvarán divulgando nociones-bases, como sobre la historia y formación de la familia, la responsabilidad paterna, la investigación de la paternidad, la constitución legal del matrimonio, el divorcio la patria potestad, la moral sexual, la situación legal y social del hijo espurio, el derecho que asiste a la mujer para reclamar una moral igual para ambos sexos y el deber que llenará para conquistar ese derecho: ser madre en toda ocasión de la vida.

La escuela, así, será escuela de vida y no fosilización de prejuicios sociales, religiosos y científicos.

La supresión absoluta de escuelas fuera de las del Estado — laica, obligatoria, para ambos sexos — fusionará las clases sociales e irá zapando, lenta pero seguramente, los prejuicios sexuales.

El contacto de protector a protegido que se establecerá forzosamente entre cada alumno y el infante menor de 6 años puesto bajo su amparo, elevará moral e intelectualmente al educando.

Pero a quien salvará la escuela-hogar, dignificándola al hacerla cumplir su deber social de ser "madre", es a la mujer. Ahí, en ese hogar de niños, está su regeneración. Ante los resultados prácticos, individuales y colectivos, las jóvenes opondrán al feminismo actual, que tiende a masculinizarlas, el eterno femenino que las hace madres en toda ocasión de la vida y, llenas de amor y de respeto por la maternidad desvalida, exigirán del Estado un servicio femenino obligatorio que haga de cada alumna de las escuelas públicas la hermana mayor y la madrecita del hijo del obrero. Comprenderán que — aunque hasta hoy, por razones de herencia sexual, de medio ambiente y de educación, que serán fácil pero lentamente descartadas en adelante, el hombre ha llegado a un desarrollo intelectual incuestionablemente superior — "mujer" y "hombre" son, en esencia, dos seres diferentes, inversos, complementarios, equivalentes; que hay progreso sexual cuanto más se ahonden los caracteres específicos de cada sexo y que el carácter específico de la mujer es la maternidad.