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Pensamientos (Rousseau 1824): 31

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MUGER.


La muger es hecha especialmente para agradar al hombre; y si este á su vez debe también agradar á ella, esto es de una necesidad menos directa: el mérito del hombre consiste en su poder: por solo ser fuerte, agrada. Esta no es la ley del amor, convengo en ello; pero es la de la naturaleza, anterior al amor mismo.

La rigidez de los deberes relativos de ámbos sexos no es ni puede ser la misma; y cuando la muger se queja sobre esto de la injusta desigualdad establecida por el hombre, no tiene razon: esta desigualdad no es una institucion humana, ó á lo menos no es obra de la preocupacion, sino de la razon: á aquel de los dos á quien la naturaleza ha confiado el depósito de los hijos, toca responder de ellos al otro. Sin duda que á nadie es lícito violar su fé, y todo marido infiel que priva á su muger del único premio de los austeros deberes de su sexo, es un hombre injusto y bárbaro; pero la muger infiel hace mas: disuelve la familia y rompe todos los vínculos de la naturaleza; dando al hombre

unos hijos que no son suyos, hace traicion á los unos y á los otros, y á la infedilidad añade la perfidia. Apénas veo desórden y delito que no penda de este. Si hay algun estado horroroso en el mundo, es el de un padre desgraciado que falto de confianza en su muger no se atreve á entregarse á los sentimientos mas dulces de su corazon, que abrazando á su hijo duda si abraza tambien al de otro, prenda de su deshonor y ladron de los bienes de sus propios hijos. ¿Que es entónces la familia sino una sociedad de enemigos secretos, que una muger culpable arma uno contra otro, obligandoles á fingir un colorido de amor mutuo?

Los antiguos en general tenian un gran respeto ácia las mugeres; pero este respeto lo manifestaban absteniendose de esponerlas al criterio del público, y creian honrar su modestia guardando silencio sobre sus otras virtudes. Ellos tenian por máxima que el pais en donde las costumbres eran mas puras era aquel en que se hablaba menos de las mugeres, y que la muger mas honesta era tambien aquella de quien menos se hablaba. Por este principio, un Esparciata oyendo á un estrangero hacer magníficos elogios de

una señora conocida suya, le interrumpió lleno de cólera: ¿No cesarás, le dijo, de murmurar de una muger de bien? — Del mismo principio provenia tambien que en su comedia jamas representaban los papeles amorosos ó de novias sino las esclavas ó mugeres públicas: tenian tal idea de la modestia del sexo, que hubieran creido faltar á los respetos que le debian, en poner á una jóven honesta, aunque solamente en representacion, sobre la escena.

Lo contrario sucede entre nosotros: la muger mas estimada es la que mete mas ruido y de quien se habla mas, la que mas se le vé en el mundo, aquella en cuya casa se come con mas frecuencia, la que levanta la voz mas imperiosamente, la que juzga, habla, decide, pronuncia, señala á los talentos, a los méritos, á las virtudes los grados y lugares que ocupan; aquella, en fin, de la que miserables pretendidos sabios mendigan mas bajamente su favor. Si esto es malo, aun es peor sobre la escena, porque en realidad las mugeres en el mundo nada saben, aunque juzgan de todo; pero en el teatro sabias por el saber de los hombres, y filósofas (gracias á nuestros autores), superan

á nuestro sexo con sus propios talentos; y los imbéciles espectadores van simplemente á aprender de las mugeres lo que tanto se han esmerado ellos en enseñarlas. Todo esto en realidad es burlarse de ellas, es tacharlas de una vanidad pueril, y no dudo que las mas sabias se indignen de ello. Recorred la mayor parte de las piezas modernas: siempre es una muger la que lo hace todo, la que todo lo enseña á los hombres: siempre la señora de corte es la que hace decir el catecismo al niño: un niño no podría comer su pan si no se lo partiese su ama. He aquí una imágen de lo que pasa en las piezas modernas: la aya está sobre el teatro, y los niños en el patio.

La primera y mas importante cualidad de una muger es la dulzura: hecha para obedecer á un ser tan imperfecto como el hombre, frecuentemente tan lleno de vicios, y siempre tan lleno de defectos, ella debe enseñarle desde muy temprano á sufrir hasta la injusticia, y á soportar sin quejarse las de su marido. Debe ser dulce, no por él, sino por ella misma: el descubrimiento y la terquedad de las mugeres nunca hacen mas que aumentar sus males, y los malos procederes

deres de los maridos: estos conocen que no es con semejantes armas con las que se les debe vencer. No las hizo el cielo insinuantes y persuasivas para ser caprichosas; no las hizo débiles para tener imperiosidad; no las dió una voz tan dulce para decir injurias, y no las dió unas facciones tan delicadas para que las desfiguren con la cólera. Cuando se enojan, se olvidan de sí mismas: muchas veces tienen razon para quejarse, pero hacen siempre mal en regañar. Cada uno debe guardar el tono de su sexo: un marido muy dulce puede hacer á una muger impertinente; pero á menos que el hombre no sea un monstruo, la dulzura de una muger le retrae, y tarde ó temprano triunfa de él.

La muger todo lo tiene contra sí, nuestros defectos, su timidez, su debilidad; solo tiene en su favor su arte y su hermosura. ¿No es justo que ella cultive el uno y la otra? Pero la hermosura no es general, perece por mil accidentes, pasa con los años, y el hábito destruye sus efectos. El espíritu, el talento solo, es el verdadero recurso del sexo; no ese talento necio al cual se da tanto valor en el mundo, y que de nada sirve para hacer feliz la vida, sino el

talento de su estado, el arte de sacar partido del nuestro y de prevalerse de nuestras propias ventajas.

Las mugeres tienen la lengua flexible, hablan ántes, mas fácil y mas agradablemente que los hombres: se las acusa tambien de hablar mas, y asi debe ser, y yo cambiaria en elogio este cargo con mucho gusto: la boca y los ojos tienen en ellas la misma actividad por la misma razon. El hombre dice lo que sabe, la muger lo que agrada; el uno necesita conocimiento para hablar, la otra gusto; el uno proponerse por objeto las cosas útiles, la otra las agradables. Sus discursos no deben tener mas formas comunes que las de la verdad.

Las mugeres no son hechas para correr; cuando huyen, es para que se las alcance: no es la carrera la única cosa que hacen mal, pero es la única que ejecutan con poca gracia: sus codos echados atras y pegados al cuerpo les dan una actitud risible.

Consultad el gusto de las mugeres en las cosas físicas que dependen del juicio de los sentidos, el de los hombres en las morales y que dependen mas del entendimiento. Cuando las mugeres sean lo que deben ser,

se limitarán á las cosas de su incumbencia, y juzgarán siempre bien; pero desde que se han erigido árbitras de la literatura, desde que se han metido á juzgar de los libros y á hacerlos á destajo, ya no entienden cosa alguna. Los autores que consultan á las sabias sobre sus obras, estan siempre seguros de que les aconsejarán mal: los petimetres que las consultan acerca de su trage, van siempre ridículamente puestos.

La investigacion de las verdades abstractas y especulativas, de los principios, de los axiomas en las ciencias, todo lo que se dirige á generalizar las ideas, no es de la incumbencia de la mugeres: sus estudios deben referirse todos á la práctica; á ellas toca hacer la aplicacion de los principios hallados por el hombre, y las observaciones que dirijan á este al establecimiento de aquellos principios. Todas las reflexiones de las mugeres, en lo que no pertenece inmediatamente á sus deberes, deben dirigirse al estudio de los hombres, ó á los conocimientos agradables que solo tienen el gusto por objeto, porque en cuanto á las obras de genio, son superiores á su alcance: tampoco tienen bastante precision y atencion

para acertar en las ciencias exactas y en cuanto á los conocimientos físicos; y aquel de los dos que es mas activo, mas prevenido, que vé mas objetos; aquel que tiene la mayor fuerza y la ejercita mas, es quien debe juzgar de las relaciones de los seres sensibles y de las leyes de la naturaleza. La muger que es débil, que nada vé fuera de sí, aprecia y juzga los móviles de que puede valerse para suplir á su debilidad, y estos móviles son las pasiones del hombre. En ella su mecánica es mas fuerte que la nuestra: todas sus palancas tiran á mover el corazon humano. Todo lo que su sexo no puede hacer por sí mismo, y que le es necesario ó agradable, es preciso que posea el arte de hacernoslo querer; es necesario pues que estudie á fondo el espíritu del hombre, no por abstraccion el del hombre en general, sino el espíritu de los hombres que la rodean, el espíritu de los hombres á que está sujeta, sea por la ley ó sea por la opinion. Es necesario que aprenda á penetrar sus sentimientos por sus discursos, por sus acciones, por sus miradas y por sus ademanes. Es necesario que por sus discursos, por sus acciones, por sus miradas y por sus ademanes, sepa tambien ella inspirarles los sentimientos que la agraden, sin que aun parezca cuidarse de ello. Los hombres filosofarán mejor que ella sobre el corazon humano, pero ella leerá mejor que ellos en el corazon de los hombres. A las mugeres toca hallar, por decirlo asi, la moral esperimental y reducirnosla á sistema. La muger tiene más espíritu, y el hombre mas genio: la muger observa, el hombre raciocina; de este concurso resultan la luz mas clara y la ciencia mas completa que el entendimiento humano puede adquirir por sí mismo: en una palabra, el mas seguro conocimiento de sí mismo y de los demas, que esté al alcance de nuestra especie.

El mundo es el libre de las mugeres; cuando leen mal en él, ó es falta suya, ó alguna pasion las ciega.

La razon de las mugeres es una razon práctica que las hace fallar fácilmente los medios de llegar á un fin conocido, pero que sin embargo no las hace hallar este fin.

Las mugeres tienen mas bien formado su jucio que los hombres; como que estan sobre la defensiva casi desde su infancia, y encargadas de un depósito difícil de guardar, el

bien y el mal les son necesariamente mas bien conocidos.

Si ordinariamente es mas débil la razon y se estingue ántes en las mugeres, tambien está formada ántes, asi como un frágil tornasol crece y muere ántes que una encina.

La presencia de espíritu, la penetracion y las observaciones sutiles, son la ciencia de las mugeres; la habilidad de prevalerse de ella es su talento.

Se nos dice: las mugeres son falsas, se hacen falsas. La dote que les propia es la maña y no la falsedad; en las verdaderas inclinaciones de su sexo, aun mintiendo no son falsas. ¿Por que consultais su boca cuando no es ella la que debe hablar? Consultad sus ojos, su color, su respiracion, su aire tímido, su dulce resistencia; he aquí el lenguaje que les da la naturaleza para responderos. La boca siempre dice no, y debe decirlo; pero el acento que junta á esta palabra no es siempre el mismo, y este acento no sabe mentir.

La educacion de las mugeres debe ser relativa á los hombres. Agradarlos, serles útiles, hacerse amar y honrar de ellos, educarlos cuando jóvenes, cuidarlos cuando son

mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles la vida agradable y dulce; he aquí los deberes de las mugeres en todos tiempos, y lo que debe enseñarselas desde su infancia.

El ascendiente que las mugeres tienen sobre los hombres no se es en sí mismo un mal, es un don que les ha hecho la naturaleza para la felicidad del género humano; mejor dirigido, podria producir tanto bien cuanto hace de mal en el dia. No se conocen lo bastante las ventajas que la sociedad sacaria de darse una educacion mejor á esta mitad del género humano que gobierna á la otra mitad. Los hombres serán siempre lo que quieran las mugeres: si quereis, pues, que ellos sean magnánimos y virtuosos, enseñad á las mugeres lo que es grandeza de alma y virtud.

El imperio de las mugeres sobre los hombres no le tienen porque los hombres lo han querido, sino porque asi lo quiere la naturaleza: existia en ellas ántes que pareciesen tenerlo. El mismo Hercules que creyó hacer violencia á las cincuenta hijas de Tespio, se vió sin embargo forzado á hilar junto á Onfala; y el fuerte Sanson no lo fué tanto como Dalila. Este imperio es de las mugeres

res, y no se les puede quitar aun cuando abusen de él. Si fuese posible que alguna vez pudiesen perderlo, hace ya mucho tiempo que lo hubieran perdido.

Es cierto que las mugeres solas podrian establecer entre nosotros el honor y la probidad; pero desdeñan recibir de manos de la virtud un imperio que solo quieren deber á sus gracias.

¡Cuan grandes cosas se harian con el deseo de ser estimado de las mugeres, si se supiese poner en movimiento este resorte! ¡Desgraciado el siglo en que las mugeres pierden su ascendiente, ó no sirve ya de nada par los hombres! Este es el último grado de depravacion. Todos los pueblos que han tenido costumbres han respetado á las mugeres. Veanse á Esparta, á los Germanos, á Roma, Roma, silla de la gloria y de la virtud, si alguna vez la tuviéron sobre la tierra. Allí eran las mugeres las que honraban las espediciones de los grandes generales, las que lloraban públicamente á los padres de la patria, y en donde sus votos ó sus lutos eran consagrados como el mas solemne juicio de la República. Todas las grandes revoluciones proviniéron de las mugeres.

Roma adquirió la libertad por una muger; los plebeyos obtuvieron el consulado por una muger; la tiranía de los decemviros acabó por una muger; por las mugeres Roma sitiada fué salva de las manos de un proscripto. ¿Que hubiérais dicho vosotros, petimetres del dia, al ver pasar esta procesion tan ridícula á vuestros ojos burlones? La hubiérais acompañado con vuestros gritos y silbidos. ¡Con que diferentes ojos vemos nosotros los mismos objetos! y quizá todos tenemos razon. Formad esa comitiva de bellas damas francesas, yo no conozsco cosa mas indecente; pero componedla de Romanas, y todos tendréis los ojos de los Volscos y el corazon de Coriolano.

¡Oh mugeres, mugeres! ¡objetos amados y funestos, á quienes la naturaleza adornó para nuestro tormento, que castigais cuando se os resiste, que perseguis cuando se os teme, cuyo odio y amor son igualmente dañosos, y que no se os puede huir ni buscar impunemente! ¡Belleza, gracia, atractivo, simpatía, ser ó quimera inconcebible, abismo de dolores y de deleites! ¡Belleza mas terrible á los mortales que el elemento en que te se ha hecho nacer, desgraciado de aquel

que se abandona á tu engañosa calma! Tú eres la que produces todas las tempestades que afligen al género humano.