Recordación Florida/Parte I Libro IV Capítulo III
En que prosigue la relación y sumario de los loables hechos de D. Pedro de Alvarado.
Año y medio se detuvo el capitán D. Pedro de Alvarado, en llegar á esta muy noble ciudad de Goathemala, embebido y surto con las alteraciones y revueltas de Mexico; pero no se puede negar, que á la gran prudencia, valor y talento de este caballero se debió la claridad y consecución de la justicia de Cortés, y que convenía aquella detención en Mexico, por más que le llamaba el cuidado de Goathemala, y el deseo de remediar los excesos de Orduña, que hubo de conseguir lunes 11 de Abril de 1530, que fué el día de la entrada de D. Pedro en esta ciudad como gobernador propietario.[1] Fué incomparable la alegría y el colmo de esperanzas de todo el común con la llegada de su gobernador; apoyando en su persona todos los intereses de la paz pública, y atribuyendo á su dirección todo lo que sucedía prósperamente, como á su falta todo cuanto con mal suceso funestaba los pueblos, y el aumento de Goathemala, que fiaba de su presencia la quietud de todas las discordias que se introducían por los desórdenes y codicia de Francisco de Orduña, juez de residencia de Jorge de Alvarado. Pues para motivar dicordias públicas, empezó á sembrarlas en lo particular y privado del Cabildo,[2] para que de allí se difundiese y pasase á toda la vecindad de sus republicanos; porque habiendo entrado á 14 de Agosto de 1529 el ejercicio del gobierno, contra la ley municipal de este ilustre cabildo de Goathemala, que es la de nombrar sus alcaldes ordinarios y los demás oficios de justicia en el primero día del año, y contra lo dispuesto por Jorge de Alvarado en la elección corrida de seis meses, que es contravenir á otra ley, de no poderse, cumplido este término, nombrar de nuevo en caso de ausencia ó muerte de algún alcalde, sino que quede en depósito la vara que vacare. Pasó á nombrar, sin embargo, en agravio de Gaspar Arias, que era alcalde ordinario, á Gonzalo de Ovalle, aliado del Visitador desde las primeras revueltas de nuestro ejército, por haber sido éstos de los soldados amotinados, y así quedó el nudo de la amistad desde entonces, para producir ahora nuevos escándalos, con elegir alcalde ordinario al amigo y confidente Gonzalo de Ovalle: de donde se procrearon tantos fomentos de disturbio, porque, habiendo el alcalde actual contradicho la nueva elección, por ser un perjuicio suyo y de las leyes y estilo del Cabildo,[3] el Visitador se levantó de su asiento, y asiéndole por los pechos y llamándole alborotador, y procediendo en todo sin respeto ni atención á tan grave, seria y venerable junta, le puso las manos; radicándose en esta desmesurada y violenta acción todo el aparato de desgracias funestas que sobrevinieron después de dividida la ciudad y sus republicanos en bandos: de donde, viendo los indios, que nunca han sido ignorantes para establecer su conveniencia, que los españoles estaban desunidos y era la ocasión oportuna, se levantaron muchos pueblos; como diremos en lo que fuere ofreciendo la descripción del país.
No fué solo este el movimiento de los ánimos de los ciuciudadanos, que siendo suficiente para recelar de tan malos principios unos funestos fines, que hiciesen recaer esta república en lo último de las ruinas, los puso en más desesperado concepto la contradicción que el alcalde Gonzalo de Ovalle hizo á todos los repartimientos de indios que Jorge de Alvarado había hecho;[4] levantándose en aquel congreso, del día lunes 24 de Agosto de 1529, nuevas discordias entre los mismos magistrados que le componían, y resurtiendo el golpe en los interesados, en quienes había recaído el beneficio de semejantes repartimientos, y mucho más y con más vivos y declarados sentimientos el día 15 de Noviembre del mismo año de 29, que el visitador Orduña dijo, por su auto de este día:[5] «que daba, é dio, por ninguno é de ningun valor ni efecto, todo cuanto el dicho Jorge de Alvarado é los alcaldes é regidores, por su mano puestos, hicieron en su Cabildo, desde 8 de Mayo en adelante, hasta que el dicho señor juez vino á esta ciudad y fué entregado en la justicia de ella.» Siendo esto, nó declarar las nulidades de las ejecuciones de aquél, sino la malicia de su propia pasión. Retiró y suprimió una probanza original que se había hecho á favor de los claros y loables méritos de D. Pedro de Alvarado: prohibió que ningún vecino de esta ciudad saliese á coger oro, debajo de gravísimas penas, sólo á fin de que le contribuyesen y regalasen; naciendo de aquí, y de estar malcontentos, el que los mineros dejasen perder los lavaderos ricos que hasta hoy han quedado ocultos: y por último de los daños y desafueros, es el mayor el de haberse sublevado tantos pueblos, y en especial la provincia de Cuscatlán, que es la de San Salvador, y introducídose en ella la gente de Pedrarias de Avila,[6] sin procurar, por su parte, el remedio de aquestos daños; intentando excusar acometer á la guerra con varias dilaciones y afectados motivos.
Parece que coronó D. Pedro de Alvarado toda la gloria inmortal de sus generosos hechos en esta ocasión, de tanto peso y de tan profundas consecuencias, en que soplando la astucia y malicia del juez de residencia Orduña, tenía tan divididas y encontradas las voluntades de unos vecinos contra otros, que sólo pensaban en cómo destruirse y acabarse; viéndose, de esta suerte, esta república, á los umbrales y entrada de una guerra civil, á que iba á recaer lo más florido y ilustre del cuerpo della. Pero sobreviniendo este Hércules español, que sobre la inmensa idea de su gran talento sustentaba este gran cuerpo de un Reino tan excelente, dió corte á todo con la claridad de su juicio; y aunque se oponían las consideraciones, de ser dos partes las de la principal ofensa sobre aquella desacertada elección contra la hechura de su hermano, tomó el expediente de nombrar otros alcaldes que no fuesen aquellos, ni los nombrados por el visitador Orduña; señalando en nombre de Su Majestad para este ministerio y primer magistrado á Baltasar de Mendoza, y á Jorge de Bocanegra;[7] y mandó publicar un auto, para que no se volviese á hablar sobre cosas pasadas, con pena de la vida y otras penas de mucho peso; que, aunque no serenó en el todo aquellos rencores, al menos unió los ánimos en lo público, para asistir á las cosas de la guerra.
Conseguida así la concordia y unión de los republicanos, mientras el visitador Orduña iba huyendo para Mexico, solamente seguido de la polilla de su conciencia, sin dar la residencia ni afianzarla en la cantidad de treinta mil pesos que se pedían por Gonzalo Hortíz, procurador general del Reino, D. Pedro de Alvarado se entretenía en acrecentar el dominio de Su Majestad y descubrir nuevas tierras. Para ello fabricó ocho navíos, los seis en el puerto de Istapa, y dos en la provincia de Nicaragua, para ir por la mar del Sur á esta admirable y prodigiosa expedición, como le ejecutó embarcandose el día 31 de Enero de 1534 en el puerto de Amapala; y aunque no se conseguió el descubrimiento que intentaba, pero por entonces surtió mejor efecto el trabajo de esta jornada; porque con la ocasión de acercarse á las costas del Perú, desembarcó en Puerto Viejo, donde, encontrándose accidentalmente con D. Diego de Alvarado, supo el miserable estado en que se hallaba él, y D. Francisco Pizarro, con la diminución de su ejercito; el cual habían destruído los indios de los contornos de Tumbez, porque, apresando muchos en las batallas, les sacaban los ojos y los metían en grandes ollas de agua hirviendo, donde morían atormentados. Teniendo á gran ventura D. Diego de Alvarado y D. Francisco Pizarro, el ver consigo un tan excelente capitán como D. Pedro, asistido de ochocientos hombres de la mejor y más clara nobleza de Goathemala, y con doscientos caballos, le pidieron que les favoreciese y ayudase en aquella tan importante empresa, y que no pudiendo detener su persona les dejase parte de su ejército en su ayuda, (y así quedaron en esta ocasión muchos caballeros de Goathemala á poblar la ciudad Quito y la de los Reyes);[8] y condescendiendo con el ruego de aquellos capitanes, el Adelantado D. Pedro hubo de dejar allá hasta quinientos hombres y los navíos en que había ido. Y aunque algunos autores dicen que fué á aquel Reino llevado de la codicia, y que le dieron por las embarcaciones cien mil pesos de oro; dado por cierto que fuese llevado de la ambición, que no fué sino casual el aportar al Perú, ya se ve cuán buen efecto fué el que se produjo de aquel arribo, y que sus navíos no había de dejarlos de regalo á quienes no tenía obligación; y merecían alguna recompensa las acciones que ejercitó con tanta fineza, en ocación de los mayores aprietos de Pizarro y Almagro, para volverso á Goathemala con algún logro,[9] como lo ejecutó, llegando á estos puertos á fines de Abril de 1535 años.