Recordación Florida/Parte I Libro IV Capítulo VII

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CAPÍTULO VII.

De las grandes demostraciones de sentimiento que se hicieron en estos reinos de las Indias occidentales por la muerte del Adelantado D. Pedro de Alvarado, y la noticia que de esta desgracia vino á esta ciudad de Goathemala.


La falta de hombres heroicos se hace sentir de los menos interesados[1] ¿pues cuánto más se haría lugar en los corazones de todos la del Adelantado D. Pedro de Alvarado, en cuya vida consistía el apoyo de los propios y más cercanos, sino de los más distantes y casi extraños? Pues no se reconocía, en lo nuevamente descubierto, región alguna donde no le apellidasen amigo; porque si en Mexico el virrey don Antonio de Mendoza lo era muy estrecho, con tanta máquina de caballeros y compañeros suyos de D. Pedro, conquistadores de aquel Reino, que habían gozado de cerca y por dilatado tiempo de la blandura y lealtad de su trato; porque le tenían unos por amigo, otros por superior, á quienes en varias ocasiones había mandado; muchos le tenían en aquella grande república en lugar de hermano, consistiendo en la suma liberalidad de D. Pedro sus socorros, y aun el Virrey le llamaba hermano, como se verifica de su carta del aviso de su muerte.[2] Pues en el Perú, no menos que en México, le lloraron muchos dependientes de la confianza de su verdadera amistad, como Pizarro y Almagro, y no menos, si con más razón que todos, aquellos caballeros que, yendo en su armada el ano de 1534, se quedaron á fundar la ciudad de Los Reyes y la de Quito y la de Puerto Viejo; celebrando en ambos Reinos suntuosas exequias por el descanso eterno de su alma como verdaderos amigos, cuya voluntad y fineza pasa más allá de la muerte; que aunque selló, con la fría y pesada losa del sepulcro, el noble cadáver de este héroe, pero no borrará el tiempo la fama y crédito de su nombre, por más que ladre la envidia y haya evaporado alientos envenenados á la fácil creencia de autores apasionados.

Pero aunque el general sentimiento embargó los corazones de tantos amigos, y allegados de D. Pedro en aquellos dos Reinos, contrapesó á todos el verdadero desconsuelo y prolijo llanto de esta ciudad de Goathemala; á donde, no habiendo alguno que no le esperase como padre, les llegó la noticia de su fatal desgracia y acelerada muerte, por disposición del virrey D. Antonio de Mendoza, por medio de esta carta, á la muy noble y muy leal ciudad de Santiago de los Caballeros de Goathemala, recibida en 29 de Agosto de 1541:

«Magníficos y nobles Señores: Por cartas que escribo, así al señor Obispo de esa provincia como á D. Francisco de la Cueva, teniente de gobernador de ella, sabréis como Dios Nuestro Señor fué servido de llevar á su gloria al Adelantado Alvarado, y el suceso de ella, de que no poca pena he sentido, como era razón, y tanto como si fuera mi propio hermano; y pues él le dejó por su teniente de gobernador, por la confianza que de él tenía y no menos tengo yo de su persona, y hasta que S. M. otra cosa sea servido de proveer, le ternéis y obedeceréis, Señores, por tal gobernador. Y así os lo encargo; y mando, de parte de Su Majestad, que os conforméis con él, para que esa provincia esté bien gobernada y en toda paz y sosiego, sin haber novedad alguna, y mostréis en esto el deseo que tenéis en servir á Su Majestad como sus leales vasallos, y mirar el bien y perpetuación de esa gobernación. Tengo por cierto que lo haréis, y de lo que viéredes que conviene proveerse, y escribirse á Su Majestad, me haréis relación, porque así se hará. Y á la señora doña Beatriz, la tened y acatad como es justo, porque en esto serviréis á Su Majestad y á mí me echaréis cargo para favorecer á esa ciudad en lo que pudiere. Nuestro Señor vuestras magníficas personas guarde. De Mexico á 5 de Julio de 1541. =A lo que Señores mandáredes.= Don Antonio de Mendoza.»

Mas como quiera que las penas que son de tanta monta no dejan tan libre el discurso de los hombres más entendidos, al recibo de esta carta no se trató de otra cosa que no fuese de solicitar alivios al inconsolable corazón de la noble y generosa doña Beatriz de la Cueva; cumpliendo esta ciudad con las políticas cortesanías que debía á tan respetosa y excelente persona; dándole muchas asistencias, llenas de veneración y respeto, á que no menos atendía el reverendo y venerable Obispo, como en celebrar honras por el difunto héroe, con todo el aparato y pompa de fúnebre demostración que permitía lo primitivo de aquellos tiempos, y no escaseando el gasto de aquel sufragio en cosa alguna que pudiera echarse menos, ni en que la solicitud de verdaderos amigos y súbditos de tan singular capitán escatimase ejecución alguna á la fineza.

Pero corriendo el tiempo, y desahogando más el fervor del sentimiento que asistía á todos los moradores de esta república de Goathemala, discurriendo ser inexcusable que hubiese persona que se encargase del gobierno de la tierra, se juntó el Cabildo, justicia y regimiento á conferir este punto de tanta gravedad; pero como quiera que en el licenciado D. Francisco de la Cueva estuviese bien colocado este cargo, y toda la república bien hallada con su gobierno, y se considerase que una ciudad que era cabeza de sus provincias y que este gobierno era separado del de Mexico, y el gobernador de Goathemala sin dependencia con aquél, inmediato á la Real persona, y que queriéndose el virrey de Mexico introducir al gobierno de aquella cláusula de lu emita que dice, hablando de la persona de D. Francisco de la Cueva, «le tendréis por tal gobernador, y así os lo encargo y mando;»> discurrió en el modo de cómo, no dando consentimiento al parecer del Virrey, se haría de modo que D. Francisco de la Cueva no quedase desdeñado, antes sí con el gobierno, sin que recayese el nombramiento en su persona; en cuya trama y disposición no tuvo menos parte el reverendo Obispo. Y así, se dio un corte de buen garbo, en que se cumplía en todo, siendo de parecer el alcalde ordinario Cristóbal de Salvatierra, Antonio de Salazar, el comendador Francisco Zorrilla, Francisco López, Juan Pérez Dardón y Bartolomé Marroquín, que se encomendase el gobierno á doña Beatriz de la Cueva, viuda del Adelantado y hermana de D. Francisco de la Cueva, para que lo btuviese en nombre de Su Majestad hasta que otra cosa mandase.[3] Y aunque fué de contrario sentir Gonzalo Ortiz, alcalde ordinario, no contradiciendo ni apelando, prevaleció el mayor número de los votos; y saliendo del ayuntamiento se encaminó el Cabildo al palacio de doña Beatriz de la Cueva á hacerle saber lo acordado, á que la ilustre matrona, rindiendo gracias á la ciudad por el nombramiento hecho en ella de gobernadora del Reino, dijo que lo aceptaba, con el celo y ánimo de servir á Su Majestad en ella; y en presencia del reverendo Obispo de esta iglesia, de D. Francisco de la Cueva y otros caballeros, hizo la aceptación y juramento en el mismo día 9 de Setiembre de 1541 años; y en el mismo día otorgó fianzas para la gobernación y residencia, y fueron sus fiadores el comendador Francisco Zorrilla, Juan Pérez Dardón y Antonio de Salazar. Mas aunque dice Fr. Antonio de Remesal, que donde está la firma de doña Beatriz que dice: La sin ventura doña Beatriz , también manifestó su desesperación y dolor, porque intentó la firma con un borrón de tinta. Se conoce que el P. Remesal no vió este libro de Cabildo, y si lo vió fué ciego de pasión contra el crédito de esta ilustre matrona, porque muy desapasionado conociera, no ser cosa del propósito ni intención de doña Beatriz, sino muy del acaso y de la contingencia, por accidente de menearse el bufete ó temblarse con inquietud el pulso, ocupada del pudor y la vergüenza, que aun á un hombre muy desenfadado le asistiera en acto tan grave; porque es un rasgo que corre desde la letra ene hasta el fin, más no por todo lo escrito de su mano, como puede verse en el fol. 207 del lib. II, vuelto, y de allí se tuerce el rasgo y corre entre los dos renglones de la firma. Pero reconociendo la Gobernadora que el sexo le impedía muchas ejecuciones del gobierno, y quizá teniendo parte en la intención del Cabildo, hizo renunciación del gobierno en el licenciado D. Francisco de la Cueva, su hermano; y aunque este nombramiento hecho en doña Beatriz, le han murmurado algunos caballeros de España, ignorando el ánimo del Cabildo, y que sólo lo obtuvo esta gran señora el limitado término de un día, fisgando, ignorantes, de esta resolución, y pareciéndoles que para los que nacimos acá es materia de mucho pudor el que una mujer heroica gobernase un día este Reino; pero resurte contra ellos el eco vehemente del golpe, pues los que gobernaron los discursos, caballeros eran de España, paisanos suyos, y ninguno criollo como nos llaman, y que aquellos prudentes y grandes hombres mirarían con atento desvelo materia y punto de tanto peso, y que seguirían, sin duda, tantos ilustres ejemplares de las antiguas historias. Pues el dilatado Reino de Francia, se gobernó por la Reina regente Catarina de Médicis, lo que duró, con duras y sangrientas atrocidades, la vida de cuatro hijos menores: Flandes, en medio de tantas alteraciones, fué gobernado por la Duquesa de Parma: Inglaterra, por la bastarda intrusa Isabela, que aunque contaminada de religión corrompida, el don excelente de gobierno y máxima de estado la mantuvo sin quiebras en el Reino; y ahora, nuevamente, vemos este ejemplar practicado en nuestra España, gobernada en la menor edad de nuestro gran monarca Carlos II por la Reina tutriz doña Mariana de Austria. Y si en tan antiguos reinos , á donde sobran hombres, y hombres que llaman grandes, gobernaron mujeres tan altas, ¿qué mucho que en Goathemala, Reino recien fundado, gobernara una mujer que no era de la menor esfera? Y más que Mexico y Lima tendrá Goathemala que contar, entre sus blasones, lo que las monarquías de Francia, Inglaterra, España y Flandes, á quienes gobernó y mantuvo el gobierno de mujeres; siendo ejemplar en nuestras Indias occidentales este accidente glorioso de Goathemala que, desde el principio de su infancia, empezó á correr parejas de grandeza con las mayores monarquías de Europa. Y, en fín, á veces es mejor ser gobernado de una mujer heroica, que de un hombre cobarde y flaco.

  1. Bernal Díaz, cap. CCIV, de su original borrador.
  2. Garcilaso, lib. II, cap. XVI.
  3. Libro II del Cabildo, fol. 205 vuelto.