Recordación Florida/Parte I Libro IX Capítulo III

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CAPÍTULO III.

De otras cosas que se ofrecen acerca de este Valle de las Mesas de Petapa; calidad de su territorio y excelencia de su temperamento.


Goza este pueblo de Petapa, y toda la circunvalación de su valle, de saludables y templados vientos, de dulces y ligeras aguas, abundantes y varías frutas, sazonados y copiosos mantenimientos, dilatados y alegres prados, con muchas hierbas medicinales, copiosas y entretenidas pesquerías, mucha y generosa crianza de yeguas de buena raza; abundando la próvida feracidad de su terreno de copiosos y sazonados granos de trigo, rubio y tremesino, maíz, frisoles y chile el más suave, fragrante y de menos mordacidad de cuanto se produce y cría en otro algún territorio de todas las provincias; pues ordinariamente se gasta este género de especie con vehemencia displicente y picante. Es Petapa, en su temperamento, templado, aunque más frío que caliente, por la cercanía de la sierra de Canales.

Tiene, á la comodidad y útil conservación de sus moradores, dos muy excelentes molinos de trigo; uno, que á la parte inferior y descaecida del pueblo corre y muele, favorecido y ayudado de las abundantes aguas del río de Tululha, y otro que, á la superior y eminente, se mueve y maneja con el río, menos abundante y noble, aunque sufisuficiente y proporcionado á su aplicación, que generalmente llaman de Morán; aunque con estas dos oficinas no hay suficiente dispendio á la provisión necesaria, precisando á valerse por la cercanía de el más corriente y de más piedras, sito en el pueblo de Amatitlán.

En un sitio amenísimo y deleitable que llaman el Ajial, que es un valle cuya formación y asiento á la parte del Norte se ve ceñido de inaccesibles serranías, y de la profunda y maravillosa laguna que llaman de Amatitlán y Petapa, obtienen los indios petapanecos provechosas y seguras huertas de innumerables y deliciosos platanales, y eras dilatadas y de cuidadoso cultivo, atento á la producción de crecidos y excelentes melones tan buenos como los de Tierrafirme en su corpulencia, fragrancia y gusto,[1] así como las sandías crecidísimas y abundantes; de cuya producción , y en especial de la de los platanales, adquieren grande porción de pesos en el abasto que de estos géneros de fruta introducen frecuentemente en Goathemala, sin intermisión alguna en día del año, sino es en la de los melones y sandías, que tienen su tiempo determinado y fijo desde mediado Enero á el fin y término de Abril. Siendo este deleitable y prodigioso sitio el objeto más apacible y recreable á la vista de cuantos pueden proponérsele, y donde también los indios cultores hacen las sementeras y labores de sus maizales, y las que necesitan para el chile ó ají, de donde tomó el pronombre y denominación de el Ajial, y que juntamente produce grande y abastecida cosecha de tomates tan crecidos, que uno solo llena el hueco y circunferencia de un plato.

A la contrapuesta ribera de la laguna está el río y eminente monte, ó sierra prolongada y altiva, que llaman de Tepeztenango, cuya etimología es de cerro eminente, de tepez, que es «cerro,» y tenango «eminencia;» de cuya opulenta y vegetable poblazón se mantiene segura y se provee confiada la vecindad numerosa de Petapa, y haciendas convecinas, de ricas y incorruptibles maderas, que sirven providentes y cercanas á el número y formación extendida de sus decentes edificios y reedificación de sus templos; cogiéndose en lo tupido de sus bosques muchos olorosos y incorruptibles cedros de corpulencia increíble,[2] y no menor cantidad de granadillos, mezcal, corhipilin, guaje, tepeguaje, zapotillo, sopolocoguit, suchicoguit, y otras maderas tan firmes como el acero; pero carece de pinos y de cipreses esta montaña.

La varia, matizada abundancia de admirables y pulidas flores es en este alegre país con exceso crecida, aunque casi todas de las singulares y extrañas para la Europa; siendo sólo las más de las que por su natural producción lleva la tierra, y compone en sucesiva nivelación el tiempo, especialmente de aquellas que, producidas y alimentadas de un vástago sin ramas, en tejida copa, en su eminente gola dan un poblado ramillete de campanillas rojas, y son conocidas por amapolas, aunque no lo son; y las que, produciendo de una vara, á la manera de la azucena, en lo eminente arrojan un copo de florecillas, largas de medio dedo, matizadas de blanco y negro, que abren á la manera del lirio, formando todas una pluma como las del avestruz, y les llaman Dominicanas. Mas en los cercados de las mismas casas, que llaman Tezacuales, se cría un bejuquillo que, por Octubre hasta Enero, lleva unas flores moradas, del tamaño de una nuez, que llaman Patillos, porque en su formación se ve un pato de aquel tamaño y proporción de una nuez, que tiene cuerpo, alas, cola, cuello, cabeza y el piquillo, que es la vid de donde cuelga: no tienen aprecio, porque no todos reparan en su admirable formación.

En las quebradas húmedas y de arenoso terreno se cría, en este valle, una hierba menuda, aunque en la pompa de sus hojillas es siempre lozana y hueca, siempre verde y siempre proporcionadamente jugosa, ñudosa y encanutada á breve y medida distancia, en la composición atenta de sus cañones vanos, bien que llenos en la propiedad de su frágil y menuda cañuela, y en la lozana frescura de sus verdes hojas, de virtud maravillosa y rara; porque aplicada en polvo á la llaga más ulcerada y rebelde cierra con brevedad y efecto maravilloso, y puesta como emplasto en parte sana, sin otra diligencia, abre profunda y horrorosa llaga. Apenas habrá indio que no la conozca con el nombre de Cañutillo.

Entre los ingenios y haciendas de cana de azúcar que yo poseo, y el que goza D. Tomás de Arribillaga en este valle, se halla y ve hoy una cueva labrada á pico, suficientemente capaz y desahogada, con un horno de cocer pan dentro la misma pieza, en que por largo espacio de años vivió con su mujer y hijos Juan de Espinal; necesitando de conducir á sus propios hombros con un mecatpali, al modo de los indios, una fanega de trigo á el molino que estaba entonces en la hacienda que poseo, y de la propia manera el pan que de ella se hacía á el pueblo de Petapa: siendo este sujeto tan miserable el que después descubrió la mina rica de Gueguetenango, cuarenta leguas de Goathemala, cuyas profundas y maquinosas labores vi y admiré, siendo corregidor y capitán á guerra de aquel partido; de cuyo beneficio consta haber pagado por los reales quintos gran suma de pesos á S. M. Admírase esta cueva el día de hoy como cosa maravillosa, pues fué habitación y amparo de un hombre que después pudo darlo á tantos, y que tanto y tan singular nombre dejó, por la riqueza y opulencia de las maravillosas y grandes como hoy ocultas vetas de aquel cerro, de donde, gobernando yo aquel país, de una veta de metal acerado, que descubrió Pedro de Armengol, vi en los ensayes de ella sacar á razón de á la mitad de plata; encubriendo esta riqueza el mismo Armengol con los desmontes de la labor: y aunque de ello dí cuenta á el gobernador presidente don Fernando Francisco de Escobedo, me respondió, con celo de bueno y vigilante gobernador sobre el fomento de esta materia, lo que parece de su carta original de 13 de Agosto de 1673. Pero terminado mi gobierno y muerto después Pedro Armengol quedó perdida, y hoy se hacen diligencias por ella. Hacia la parte del valle que con más eminente terreno se levanta á la parte del Norte, dejando hacia la del Sur el pueblo de Petapa, yace, con alegre poblazón y apretado recinto, en apiñado concurso de pajizas casas, el pueblo de Santa Inés, á quien divide de el numeroso y crecido de Petapa el río Tululha, sin otra distancia que la del cajón de su madre. Es la etimología de este río compuesta de dos dicciones de la lengua Achi, que quieren decir «agua de sapote» de tulul que es «sapote» y ha que es «agua;» y en este mismo pueblo entra el Tululha en el abundante río de Petapa, dejándole casi aislado y ceñido uno y otro rápido curso por el Sur y el Occidente; bien que siempre libre y constante mente asegurado de los peligros de inundación, á causa de la paz y libre playa por donde colgado y con elevada altura, sin rebalsarse de la llanura, corre con rápido y arrebatado curso.

Laboriosamente industriosos se mantienen y conservan los naturales de este pueblo, de la frecuente aplicación y continuado trabajo de sus personas; ejercitando el arte de la rústica carpintería en arados, bieldos, palas, carros y otros instrumentos pertenecientes á la siembra y cogida de los trigos, y manejando juntamente el arado y el bieldo con gran destreza en las labores circunvecinas, pero jamás en las propias, por causa de que se hallan faltísimos de ejidos; y si tienen algún estrecho y breve valle es alejado y pantanoso, á causa de las lluvias rebalsadas y detenidas de la llanura, ceñida y apretada de casi estériles, robustas sierras, que una de ellas es la muy conocida de los Chichimecas, que quiere decir mecato (esto es, cordel ó bejuco) amargo, perteneciente á el erario y comunidad de este mísero pueblo, que, precisado y oprimido de la estrechura y aprieto de territorio, corre y mira la longitud de la cuerda, en su desaliñada planta, de la parte del Septentrión á la del Mediodía en dos prolongadas tendidas calles, que dan paso, la una á el antiguo y Real camino, y la otra, que llaman de la Ronda, que pasa y se tiende entre la poblazón y la sierra de los Chichimecas. Tendrá este pueblo ochocientos habitadores indios, fuera de los mestizos, mulatos y negros arrieros que en él tienen sus casas y familias, y sirven de pervertir y desaforar muchos indios llevándolos con sus recuas á otros reinos, donde se quedan perdidos, contra la ordenanza quinta del Adelantado:[3] que otras no he podido ver, gracias á la virtud de los escribanos.

Son estos indios de blando y dócil natural, muy obsequiosos y pulidos en el ornato de sus personas, visten á la española, y son aplicadísimos, más que á la cultura de los campos, á las obras de mano y de cortados;[4] como que con especialidad cortan, de hojas de árboles de diversos colores sobre dibujo, arcos adornados de este género de imaginaria muy primorosos, engarzando y embutiendo con hilo delgado los colores de hojas que demanda un tigre, un pájaro ó un hombre, que á la verdad es admirable obra, aunque no sea preciosa; admirando más el buscar aquel género de hojas ó cogollos de pencas, que conservar su color con toda la natural viveza por todo el tiempo de uno ó dos años, hasta que corrompido el hilo de su costura, suelta aquella labor primorosa. Précianse estos indios de Santa Inés de ser descendientes de los tlaxcaltecos que vinieron á la conquista, y en el lenguaje mexicano que usan y traje que visten las indias parecen de aquella generación.

Los numerosos y crecidos pueblos que dan servicio y copia de gañanes á las labores de este excelente y fecundo Valle de Mesas son cinco, que por crecidamente numerosos y contiguamente inmediatos son suficientes para este ministerio; que son: el de Amatitlán, San Cristóbal, pueblo abastecido de maíz, frisoles, piñas, melones y sandías en copia maravillosa, el de Petapa, Santa Inés, y el de la Magdalena; á cuya atenta cultura rinden los feraces, ricos campos de este valle incansables y abundantes coaechas de trigo, cebada y otros generosos útiles granos , sin que jamás yerre ni falte la segura producción del país, ni le repela ni maltrate sus frutos la injuria de la estación en el año menos favorecido y alentado de los influjos celestes; pues no es prueba ni halla, que la inclemencia del hielo ni otro accidente temporal haya dejado exhausta ni envanecida la sazón y el colmo de su granazón abundante.

  1. Acosta, cap. XXXI, fol. 172.
  2. Acosta, cap. XXX, fol. 269.
  3. Libro II de Cabildo, fol. 101.
  4. Torquemada, cap. XXXIV, fol. 527.