Recordación Florida/Parte I Libro VI Capítulo I

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LIBRO VI.
CAPÍTULO PRIMERO.

De las imágenes devotas y milagrosas que tiene la santa iglesia cetedral primitiva de esta muy noble y muy leal ciudad de Goathemala.


Tiene esta ciudad de Goathemala en su santa iglesia catedral primitiva, y venéranse en los religiosos conventos de las religiones fundadas en ella, muchas maravillosas imágenes, de diferentes advocaciones, que son el consuelo y refugio de los católicos y fieles pechos de los vecinos de esta república, que les ofrecen, en debidos, piadosos cultos religiosos, excelentes dones: mas las que resplandecen con obras de singulares milagros, según la fe del cristiano pueblo, son las que señalaré en este y en los demás capítulos de este sexto libro; con advertencia de que no califico milagros que no me toca, sino que escribo la tradición con aquella fe que, como verdadero cristiano, debo dar á imágenes de Jesucristo Señor y bien nuestro, y á las de Nuestra Señora la Virgen María su santísima madre, que son poderosos para obrar maravillas.

En la que es pauta de la grandeza y centro grave de la mesura y decencia en la ilustrísima santa catedral iglesia que no debe, enriquecida de reliquias y imágenes milagrosas y del universal afecto y devoción común, ninguna cosa en su antiguo origen y veneración de su culto á las demás catedrales ni templos de religiosos y parroquiales del Reino; pues esta, como primitiva y casi como Metropolitana, es el dibujo y norma como ejemplar vivo de autoridad de las otras. En ella, pues, como en el centro á donde van á parar las líneas que tira lo devoto, lo pío, lo reverente y atento, tiene lugar, entre otras admirables y devotas imágenes, la que lo es muy al vivo de Cristo Nuestro Señor en la Cruz, á quien el devoto afecto cristiano y la aclamación católica reconoce, venera, obsequia y rinde fieles cultos debajo del título del Santo Cristo de la Catedral. Su estatura del tamaño del natural, que viva y lastimosamente imita en los naturales movimientos y afectos que corresponden al tormento de su crucifixión dolorosa; la demostración de atormentado lo manifiesta y representa, aun en el color pavorosamente vario de su sacrosanta efigie, ya funesta y melancólicamente negro, y ya descolorida exangüemente blanco , cerno las más veces confusamente moreteado y rojo. Tiene inclinada, al último extremo de su preciosa vida, su divina y santa superior cabeza; los ojos desencajados y con demostración extremada abiertos; y la majestad de la boca, original extremo de los corales, también como asesando árida y totalmente abierta; que una y otra significativa dolorosa demostración conmueve y fervoriza los ánimos á más ternura, á más edificación y á más devotos fieles cultos. Es antiquísima la talla artificial de su peregrina soberana efigie, pues no hay quien asegure cuál fué el esmerado diestro artífice de su acertada escultura, ó cuál la parte de donde fué traída á Goathemala. Estuvo, hasta la demolición del templo antiguo, en su capilla, que observaba su situacion á la parte oriental del templo, en el crucero y tránsito procesional, haciendo frente á la capilla de Santa Ana; sitio y enterramiento destinado entonces para personas beneméritas pobres; mas ya tan razonable y piadosa obra, como era de la tierra que ganaron aquel pequeño lugar sagrado, con la traza, planta y edificio del majestuoso nuevo templo se halla extinguida, como también se pervirtió el antiguo derecho que de ilustres y autorizadas capillas por hereditaria y noble memoria poseíamos muchos nobles, que hoy lamentamos con dolor el despojo; viendo las cenizas de nuestros mayores mendigando el hospedaje de ajenos sepulcros, sin haber precedido citación para demoler las capillas de particulares beneméritos, que hoy ocupan otras familias nuevamenle venidas á la introducción de republicanos. Ocupa hoy esta divina y devotísima imagen de Cristo Señor Nuestro el principal lugar del retablo de la capilla de los Santos Reyes de España nuestros señores, á la cabecera de la Real Basílica que mira como antes á la parte oriental.

Ha dicho la atención de mi cuidado y el desvelo y puntualidad de mi discurso, cómo la santa catedral iglesia de Goathemala goza, y devota atentamente venera, singulares maravillosas reliquias de imágenes milagrosas; mas antes de pasar á decir de las santas imágenes en ella decentemente colocadas, es necesario proponer á la noticia venidera, cómo por el año de 1534 la erigió en catedral la santidad de Paulo III en el primer año de su feliz Pontificado;[1] habiendo criado por su primer obispo y prelado al licenciado D. Francisco Marroquín, que gobernó esta sede treinta años, que vacó por su muerte el año de 1564; mandando en su erección que fuese servida con el mismo decoro y ceremonias que la santa ilustre iglesia de Sevilla, y concediéndole las gracias, indulgencias, privilegios y jubileos que tiene y goza la santa privilegiada catedral, cardenálica iglesia de Santiago de Galicia; pero al tiempo de tirar las cuerdas, al diseño y traza de sus dilatadas profundas zanjas, en el sitio de Atmolonga de Tzacualpa, que es Goathemala la antigua, sucedió un coloquio, digno de especial reparo, entre el Adelantado gobernador y el Prelado y pastor de aquel primero rebaño; porque considerando el Adelantado D. Pedro de Alvarado ser superfluo y dilatado el buque y espacio de aquella primera basílica, le dijo al apostólico y venerable Obispo: ¿Para qué y para cuánta gente quiere vuestra Ilustrísima tanta y tan grande iglesia? A que respondió el venerable obispo, casi con espíritu profético:- Algun día será corta, aunque vuestra Señoría y yo no lo veremos. Y así fué, porque en la iglesia antigua que en este sitio se edificó en la transmigración de esta ciudad, á expensas del mismo esclarecido Prelado, y de los propios de esta muy noble y muy leal ciudad y Cabildo secular de Goathemala,[2] no cabía, ni hoy cabe en el nuevo templo, lo numeroso y crecido de pueblo á que esta ciudad ha llegado. D. Pedro de Alvarado no llegó á verlo, porque murió dentro de poco, por el año de 1541, ni este primer Prelado, porque falleciendo por el año de 1564, tampoco llegó, por aquel tiempo, la poblazón al estado que hoy goza más aumentada y crecida.

En la real y conveniente disposición que hoy goza esta magnífica y real basílica, se representa, en su augusta y peregrina caja, en la primera capilla del lado de la Epístola, el tesoro especial y venerable reliquia de la imagen santísima de Nuestra Señora del Socorro, abogada del agua; de cuya divina poderosa mano recibe Goathemala repetidos, patentes, milagrosos favores; pues, en ocasiones de seca, no se ha sacado vez alguna del admirable celestial trono de su peregrino y rico retablo, que no sea lo mismo empezar á mover la santa y milagrosa imagen de su precioso y venerable tálamo, que empezarse á conmover humedecidas las nubes, y enternecidos y entoldados los cielos: de tal manera se muestran obedientes al soberano imperio de la Virgen del Socorro, que antes de llegar la orden y solemnidad de la procesión rogativa al sitio y lugar sagrado de la estación, vamos bastantemente mojados y alegres; sucediendo muchas veces hacer mansión, mientras acaba de llover, en otra iglesia del tránsito de la rogación, antes de llegar al lugar y tiempo destinado para la deprecación devota. Es la imagen antiquísima, de quien tampoco hay tradición de su venida á estas partes occidentales, ni menos de quién pudo ser en ellas el diestro y perito artífice de la milagrosa peregrina talla, ni en el venerable Archivo de esta santa iglesia, me dicen muchos de sus prebendados, se halla razón alguna; y sólo se tiene la constante y corriente tradición, de haber sido hallada debajo de unas vigas que estaban arrumadas en el sitio donde antes de la reedificación del templo tuvo su capilla, que es el lugar que ahora da paso en el crucero del coro á la puerta que sale al atrio del Sagrario. La bella y agraciada estatua de esta celestial princesa será de algún exceso más de vara; su color trigueño, con mezcla encendida en rojos arreboles, y su divino, hermoso, grave rostro, inundado en un piélago mansueto de celestiales luces, y de quien la luz mendiga resplandores para prestarlos al sol, de quien esta madre Virgen se viste, y comunicarlos á los lucidos astros de quien se corona, ó á la triforme luna de quien se ajusta el luminoso coturno, y mejor en sus mejillas de castas azucenas y candidos jazmines en mezcla matizada de purpúreas rosas y rozagantes encendidos claveles, hallan los elíseos y los huertos pensiles, ensayos y dibujos á sus abriles y mayos; y aquí, sin necesidad de exagerados hipérboles, ni de confusas, cultas traslaciones, puede creerse está abreviada, intusa y recopilada la gracia, los aseos y todas las perfecciones; pues en María, que es Madre de Dios por singular, y tiene á Dios por fruto, ¿qué no hallarán las flores? ¿qué no lograrán las almas?

Para la introducción y conveniencia de la luz, tiene la capilla de esta santísima imagen, á la parte del Sur, un rasgado y proporcionado balcón, de conveniente y acomodada traza, que siendo del orden de arquitectura corintia, guarnecido de un primoroso y lucido retablo de argamasones de yeso, con todos los esmeros proporcionados del simétrico desvelo del arte, en sus embasamentos , columnillas, cornisas y proporción atendida de su remate, de lustrosos y peregrinos resaltos de talla, esclarece y baña de luces todo el ámbito admirable y precioso de la capilla; y en la capacidad que deja desembarazada del hueco del arco de aquella parte, debajo del balcón, se ve una estatua puesta de rodillas, que representa la persona y memoria de D. Alvaro de Quiñones Osorio, caballero del hábito de Santiago, marqués de Lorenzana, señor del Valle de Arriazo y Colladella, gentilhombre de la boca de S. M., presidente, gobernador y capitán general de este reino de Goathemala, que eligió y dotó aquel sagrado sitio para recuerdo de su postrera hora, y como en pronóstico y vaticinio de su fatal y lamentable fin. Ignorando el seguro lugar de su sepulcro, se nota con circunstancias bien reparables y curiosas; porque aquí eligió el sitio para su ilustre memoria, años anticipados á su fallecimiento, á la banda del Sur, donde hoy se muestra y siempre estuvo, y algunos años después de erigido su noble túmulo, murió ahogado con toda su ilustre y cristiana familia en la mar del Sur, navegando de este Reino para la ciudad de Panamá; sin que de todos cuantos iban embarcados en el bajel escapasen más personas que el capellán y D. Tomás de Carranza Medinilla , natural y patricio de esta ciudad de Goathemala. Y es lo reparable , lo de estar señalado al Sur su entierro del Marqués, y ser en el mar del Sur su muerte; siendo muy digna de atención y reparo la inscripción y título sepulcral, con que dejó perpetuada su clara y generosa memoria, pues dice:

«Alvarus Marchio de Lorenzana harum Goacthemalensium Provinciarum á pace et bello, regiique Senatus Magistratus supremus, pietate, et religione motus hoc erexit cenotaphium. Sarcophagum ignorat. Anno MDCXLI.»

Que traducido á nuestro castellano idioma en su literal sentido dice:

«Alvaro Marqués de Lorenzana de estas provincias de Goathemala á paz y guerra y de el regio senado Magistrado supremo, de la piedad y religión movido erigió este hueco. Ignora el sepulcro. Año de 1641.»

En toda la capacidad de esta magnífica y real basílica no se descubre otro bulto, fuera de este, sino es la nueva estatua que representa la esclarecida y digna memoria de D. Sebastián Alvarez Alfoaso Rosica de Caldas, caballero del orden de Santiago, señor de la casa de Caldas, presidente, gobernador y capitán general que fué de estas provincias de Goathemala, á quien el venerable Dean y Cabildo de esta santa iglesia catedral dedicó á la posteridad de su memoria esta estatua, en la capilla del señor Apóstol San Pedro, que es la primera del lado evangélico, por haber este piadoso caballero, con resolución cristiana y impulso soberano, demolido el antiguo, y erigido el nuevo templo hasta más de tres varas de profundidad fuera de sus fundamentos, que era el estado en que se hallaba la real fábrica al tiempo de la deposición y despojo que se le hizo del gobierno. Mas porque podría discurrirse contra el crédito y atento proceder de este caballero, tan pío y amigo de lo justo (que á la injuria y ancianidad de los tiempos cualquiera accidente muda de color y semblante), diré como corriendo la naturaleza de aquellos tiempos turbada, y revuelta en vicios de profanación de costumbres, sobre el remedio de licenciosas vidas, y haber impartido el auxilio en turbulentas y enredadas dependencias de competidores religiosos, se hizo este Presidente mal visto de algunos personajes de un estado y otro; que sobre estar desatendido del Conde de Peñaranda, presidente del Real Consejo de Indias, introdujeron quejas repetidas en él para dispertar la atención del cuidado, que llegó al colmo de su plenitud, por haber D. Sebastián Alvarez, fuese por celo de justicia (que sería lo más cierto) ó fuese por pasión (que lo dudo), puesto en el castillo del Golfo, donde murió de enfermedad natural, al licenciado D. Pedro de Miranda Santillán, fiscal de esta Audiencia Real, por el delito de la baratería que le probó, según parece del proceso que contra dicho fiscal se fulminó y sobre que se dió cuenta al Consejo supremo por el Real Acuerdo de Justicia; con cuyo aviso se cometió, confiriéndole los honores de presidente, gobernador y capitán general, la averiguación de este y de otros puntos al doctor D. Juan de Santo Matía Saenz de Mañozca y Murillo, obispo á la sazón de esta santa iglesia. Y de lo que resultó del cuerpo da los autos, según que del tenor de la sentencia se infiere, no fué el Presidente condenado en la pena crecida de maravedís, por estar ya muerto, por haber pasado contra D. Pedro de Miranda Santillán á más de privarle del cíngulo y retirarle á su casa, sino que la condenación recayó sobre el Presidente, por haber excedido y desaforado al fiscal, poniéndole en un sitio, destinado, por todos los títulos de su contraria y nociva naturaleza de temperamento caliente y húmedo, para los facinerosos de la ínfima plebe.

Pero verdaderamente este Presidente era amigo y deseoso de lo justo, y en cuatro años que gobernó no se experimentó en él más que celo de la justicia y fervor en el servicio de Dios; ansia infatigable para emplearse en el obsequio, atención y servicio del Rey nuestro señor, pureza de costumbres, piedad y crecida misericordia con los pobres, atención en el culto, y asistencia de los templos, y uo inflexible y frecuente tesón en el trabajo por adelantar y crecer al estado de su perfección la obra de la real y elegante basílica; y aunque no me dio conveniencia, siendo yo uno de los primeros acreedores y de los llamados al empleo de los honores y comodidades, quedando sin escrúpulo que pueda parecer pasión ó amor de beneficiado en lo que escribiere, contra lo que pudo divulgar mal informada la fama contra los créditos de este caballero. Pero yo, que le asistí de cerca siendo alguacil mayor de corte de esta real Audiencia, en varias y escarapeladas ocasiones, no me atreveré á decir otra cosa que no sea en elogio suyo, con aquellos encomios que merece la inmortal claridad de su limpia y merecida fama; pues en todo lo perteneciente á la paz y la guerra en el tiempo de su gobierno fué igual para llevar el peso de ambos dificultosos empleos. Sus acciones particulares, por excelentes, dieran bastante materia al glorioso sudor de las prensas, si el tiempo se proporcionara á las demás materias de mi intento; pero hasta en eso fué infeliz, y hubiera sido dichoso si sus dictámenes, comenzados en gloria, no hubieran terminado con escabrosa infelicidad: mas las desgracias, aunque son mal acondicionadas, no son muy necias, porque siempre se acompañan con gente de buenas partes , y tendría algunos defectos de hombre, de que no se libraría, por lo corruptible de nuestra naturaleza. Tiene su estatua, que también está en ademán de arrodillada, como la del Marqués de Lorenzana, esta fúnebre inscripción sepulcral:

«Dominus Sebastianus Alvares Alphonso Rosica de Caldas, huius Regalis Chansellarie Preses, harum Provinciarum generalis Dux quem tota istius famigerati templi fabrica funditus instauratorum clamat.»

Cuya fiel, segura traducción á nuestro castellano idioma se declara así:

«Don Sebastián Alvarez Alfonso Rosica de Caldas, Presidente de esta Real Chancillería, y capitán general de estasprovincias, á quien toda la fábrica de este afamado templo desde sus fundamentos lo aclama su reedificador.»

  1. Libro II de Cabildo, fol. 76.
  2. Libro III de Cabildo, folio 38.