Recordación Florida/Tomo II Libro XIII Capítulo I

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LIBRO XIII.


CAPÍTULO PRIMERO.


De el excelente y fecundo valle de Sacattepeques, cosas particulares de su territorio, su situación y calidad de su temperamento.

Bien pudiera correr el estilo de mi pluma en el progreso de esta historia, y en especial en lo perteneciente y tocante al asunto de la particular descripción de este Valle de Sacattépeques, á dilatada y copiosa narración, si llevado y compelido del ímpetu arrebatado de unas y otras noticias se dejara vencer mi experimentado conocimiento de la importuna ligereza de unos y otros atropados y molestos sujetos que, noticiados de esta ocupación honesta y entretenida de mi empleo, han introducídose á quererme influir novedades, á la admiración aparentes, en la sustancia de su naturaleza, si no apócrifas, vanas y de ningún provecho. Y he querido pausar y dejar correr el alado tiempo hasta quedar, en las materias que trato, instruido y asegurado firme y legalmente por personas religiosas, doctas y experimentadas, ó por caballeros cristianos y de crédito conocido y seguro en aquellas cosas que por mi propia inspección no he podido reconocer; pues siendo en lo dilatado y anchuroso este valle de tan capaz, desenfadada y libre circunferencia que, sin lo numeroso de sus famosas y opulentas labranzas de trigo, se comprehende y cuenta en ella el número de ocho excelentes y numerosos crecidos pueblos, que obtienen las tierras comunes de sementera, pastajes y montes, que son necesarios ejidos á la conservación y común y general conveniencia de sus poblazones, y que á tanta diversidad de objetos recreables y provechosos y á tanta rústica laboriosa poblazón de ocultas y avecindadas labores han de corresponder diversas encrucijadas, sendas y distintas veredas, sin los reales caminos. Y debe considerarse, que no habiendo yo vivido ocioso ni vagando vana ni infructuosamente de unos en otros distintos lugares; ocupádome sí en oficios y comisiones decorosas y graves, y entretenido y precisado en temporales y largas asistencias de mis haciendas de campo, no es fácil, antes sí imposible, el haber atenta y escrupulosamente examinado todo lo dilatado y hermosamente crecido deste maravilloso y pingüe valle; ni aunque le hubiese visto todo, pudiera la ligereza y molestia de un examen transible darme la individual noticia y consideración menuda y particular de todas las cosas. Bastará, pues, saber por inspección propia y por serias noticias de personas graves, las más particulares, notables y sobresalientes de aquellas cosas que se tratan.

Para más clara y patente inteligencia de la descollada, eminente y despejada situación de este conocido y desabrigado territorio, nos da luz y clara demostración de su eminente y descollada elevación la etimología de su pronombre y título de Sacat-tepeques, que, compuesto de dos dicciones de la lengua del país de los Pipiles, (bien que los de la vecindad deste valle son del distinto idioma Achi), corresponde legítimamente á cerro de yerba; de sacat, que es yerba, y tepet, que es cerro; llamando cerro en lo general de todo el Reino lo que nosotros monte ó eminencia: con que se explican y declaran en esta antigua observación de su conocido y corriente pronombre, para decir que su asiento y su situación es en una eminencia y altura que sobrepuja y conocidamente aventaja á las demás alturas; y así debe considerarse más descolladamente encumbrado que otro alguno de los demás maravillosos, útiles y excelentes valles del distrito de Goathemala.

Corre y se dilata este valle después del de Mixco, quebrado en unas y otras lomas y muy levantados y eminentes cerros en la circunvalación de su terreno, por más de treinta y seis leguas circunferentes de su propio territorio; siguiendo el diámetro de su asiento y situación, prolongado siempre entre la parte de Levante y el Occidente, bien que más inclinado y caído sobre la limpía y fría Tramontana, á la cual se apropincua y inclina más que á la de Oriente y Ocaso, quedando desta suerte más metido y llegado al Norte que su antecedente de Mixco.

Su encumbrado y eminente terreno, de sólido y macizo panino, muestra en atezado y lustroso migajón de tierra jugosa y fecunda, la calidad de fructífera y sazonada sustancia, y en las partes más húmedas y cubiertas de lozana yerba, una tierra hilada y tejida en lo peloso de las menudas raíces de aquellos gruesos y sustanciales pastos que pasa á naturaleza de cándido y lustroso barro con zmezcla y revoltura de luminosas y blancas guijas, pintando con brillantes reflejos en lo amasado y craso de aquel blanco y dócil barro en doradas y refulgentea marquesillas de lustrosos y vivos resplandores; pero también fructífera, pingüe y de productiva, feraz y copiosa naturaleza y granada nivelación de los sembrados que le recomienda y fía, confiada y previa la sabia atenta agricultura, experimentada de la abundante producción, de la grosedad de la miga siempre jugosa y pingüe por la grande humedad de aquella tierra, que favorecida y alagada en el verano de los gruesos y tupidos serenos que á la manera de menudas y delgadas lluvias le envía la vecindad y cercanía del Norte, que jamás la dejan sedienta y árida, antes bien en una conveniente y apta disposición de poder producir, fecunda y sumamente pingüe y grata en cualquiera tiempo del año. Si los atentos cultores la dieran las semillas y granos convenientes para su colmada y segura producción, refrescada siempre, y siempre favorablemente humedecida de aquellos frecuentes y espesos limos que la humedecen y fecundan, no hay duda sino que produjera y arrojara copiosos y sanos frutos, como lo hace en las siembras temporales de invierno. Pero temen sus cultores el riesgo de la semilla y costo del beneicio, pudiendo experimentarla en poco para pasar después á mayores cantidades de sementera; pero esto se entiende en sólo el trigo, que como planta delicada y débil no necesita de tan copiosa humedad como otras más robustas y gruesas, porque llevando como lleva y produce excelentes y fructíferos olivos, manzanillas, que en España llaman acerolas, de admirable corpulencia, damascos, higos y ciruelas porcales, también produjera y llevara otras plantas y frutas iguales á éstas.

Compruébase, no sólo la excelente producción de esta tierra, sino su riqueza, con lo que le sucedió á un religioso amigo mío de los más graves y atendidos de la religión Guzmana, que administraba como cura vicario propietario el pueblo de San Pedro Sacattepeques deste valle, por el año pasado de mil seiscientos y ochenta y uno; que habiendo salido a divertirse una tarde á la quebrada de un cristalino y manso arroyo bien cerca deste pueblo, en la propia quebrada y tajo del arroyo reparó en que las corrientes y avenidas impetuosas habían ocasionado un desplomo y derrumba de una parte del cajón y madre, por donde corre y seguro se desliza el curso de aquellas aguas, y que en un paredón y ruina que había hecho, se descubría una veta desta calidad de tierra ó barro blanco con criaderos y petanques negros y rojos; y llevado de la hermosura de la mezcla, viveza de sus colores, y de los reflejos de las menudas marquesillas, mandó al fiscal (que es un indio ministro de vara negra que cuida de que los niños vengan á la doctrina), que escarbase con un machete y sacase de aquella tierra alguna porción. Tuvo efecto su deseo por estar la veta convenientemente baja, y por la docilidad y fácil suavidad de la naturaleza de aquel metal de barro y más propia y verdaderamente jaboncillo envuelto en cristalinas y transparentes guijas; y habiéndole traído á su celda, un vecino de este pueblo de San Pedro, llamado Diego Gómez, natural de las minas de Pachuca del reino de Mexico, le dijo que aquel era jaboncillo rico de plata, y la guija lo que los mineristas llaman diente de perro. En fin, tanto instó y tan eficazmente persuadió este sujeto al religioso, que habiendo bajado á esta ciudad de Goathemala, trajo consigo cantidad de tres libras deste metal jaboncillo, y le entregó al Licenciado Cristóbal Martín, presbítero maestro de masonería y inteligente de metales por el beneficio de azogue; quien trató de experimentar y beneficiar este metal, y volviendo el religioso á la casa del clérigo fundidor, le entregó en un papel lo que había dado el metal, que era un grano de plata copella muy lustrosa, de poco más de medio real de peso, y con él siete rubíes de la proporción y tamaño de una lenteja cada uno, que todo ello lo tuve en mis manos, y oí al clérigo excelencias de suma ponderación acerca destos metales. Pocos días después deste descubrimiento eligieron al religioso por prior del convento y casa grande de Goathemala, con que cesó el fervor y labores deste rico y singular descubrimiento, que verdaderamente por la falta de ánimos y poco fomento que estas cosas tienen, dejan de hacerse cada día maravillosos y útiles descubrimientos; no porque la tierra en lo general de su naturaleza y materia próxima no sea mineral y que promete grandes y estimables tesoros, como declararé en la Segunda y Tercera parte desta mi relación. El religioso á quien sucedió lo que refiero vive hoy y administra el pueblo de San Juan deste valle Sacattepeques, no habiendo quien no conozca al P. Maestro fray Francisco de Paz y Quiñones; y consta lo que acabo de escribir al P. Maestro fray Diego de Rivas, Provincial de la orden Mercenaria, á fray Alonso Serrano de este dicho orden, y al capitán D. Antonio de Quirós, quienes como yo tuvieron en sus manos los rubíes y la plata. Ahora, al principio de este año de 1690, se han descubierto los lavaderos ricos, que llaman de Portillo, de oro en pepita, que he visto en porción razonable, tan crecida alguna como la uña del pólex y gruesa como de un real: el oro es subidísimo, que llega su ley á veintitres quilates y tres granos. Tiene el cerro continuación de quince leguas de cordillera.