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Recuerdos de provincia/Las Palmas

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A pocas cuadras de la plaza de Armas de la ciudad de San Juan, hacia el norte, elevábanse no ha mucho tres palmeros solitarios, de los que quedan dos aún, dibujando sus plumeros de hojas blanquizcas en el azul del cielo, al descollar por sobre las copas de verdinegros naranjales a guisa de aquellos plumajes con que nos representan adornada la cabeza de los indígenas americanos. Es el palmero planta exótica en aquella parte de las faldas orientales de los Andes, como toda la frondosa vegetación que, entremezclándose con los edificios dispersos de la ciudad y alrededores, atempera los rigores del estío, y alegra el ánimo del viajero cuando, atravesando los circunvecinos secadales, ve diseñarse a lo lejos las blancas torres de la ciudad sobre la línea verde de la vegetación.


Pero los palmeros no han venido de Europa como el naranjo y el nogal: fueron emigrados que traspasaron los Andes con los conquistadores de Chile, o fueron poco después entre los bagajes de algunas familias chilenas. Si el que plantó alguno de ellos a la puerta de su domicilio, en los primeros tiempos, cuando la ciudad era aún aldea, y las calles caminos, y las casas chozas improvisadas, echaba de menos la patria de donde había venido, podía decirle, como Adberramán, el rey árabe de Córdoba:


"Tú también, insigne palma, eres aquí forastera;
De Algarbe las dulces auras, y tu pompa, halagan y besan;
En fecundo suelo arraigas, y al cielo tu cima elevas,
Tristes lágrimas lloraras, si cual yo sentir pudieras." [1.]


Aquellos palmeros habían llamado desde temprano mi atención. Crecen ciertos árboles con lentitud secular y, a falta de historia escrita, no pocas veces sirven de recuerdo y monumento de acontecimientos memorables. Me he sentado en Boston a la sombra de la encina bajo cuya copa deliberaron los Peregrinos sobre las leyes que darían en el Nuevo Mundo que venían a poblar. De allí salieron los Estados Unidos. Las palmeras de San Juan marcan los puntos de la nueva colonia que fueron cultivados primero por la mano del hombre europeo.


Los edificios de la vecindad de aquellos palmeros están amenazando ruina, muchos de ellos habiéndose ya destruido, y pocos sido edificados. Por los apellidos de las familias que los habitaron, cáese en cuenta que aquél debió ser el primer barrio poblado de la ciudad naciente; en las tres manzanas en que están aquellas plantas solariegas, está la casa de los Godoyes, Rosas, Oros, Albarracines, Carriles, Maradonas, Rufinos, familias antiguas que compusieron la vieja aristocracia colonial. Una de aquellas casas, y la que sirve de asilo al más joven de los palmeros, tiene una puerta de calle antiquísima y desbaratada, con los cuencos en el umbral superior, donde estuvieron incrustadas letras de plomo, y en el centro el signo de la Compañía de Jesús. En la misma manzana, y dando frente a otra calle, está la casa de los Godoyes, donde se conserva un retrato romano de un jesuita Godoy, y entre papeles viejos encontróse, al hacer inventario de los bienes de la familia, una carpeta que envolvía manuscritos con este rótulo: "Este legajo contiene la Historia de Cuyo por el abate Morales, una carta topográfica y descriptiva de Cuyo, y las probanzas de Mallea". Hubo de caer alguna vez bajo mis miradas esta leyenda, y yo quise ver aquella suspirada historia de mi provincia. Pero, ¡ay!, no contenía sino un solo manuscrito, el de Mallea, con fecha del año 1570, diez años después de la fundación de San Juan. Más tarde leía en la Historia Natural de Chile, del abate Molina, describiendo unas raras piedras que se encuentran en los Andes amasadas en arcilla, que el abate don Manuel de Morales, "inteligente observador de la provincia de Cuyo, su patria", las había estudiado con esmero en su obra titulada Observaciones de la cordillera y llanura de Cuyo". [2.]


He aquí, pues, el leve y desmedrado caudal histórico que pude por muchos años reunir sobre los primeros tiempos de San Juan: aquellas palmas antiguas, la inscripción jesuítica y la carpeta casi vacía. Pero una de las palmas está en casa de los Morales, la inscripción de plomo señala la morada del jesuita, y la leyenda quedaba para mí explicada. Practícanse diligencias en Roma y Bolonia en busca de los manuscritos abolengos, y no pierdo la esperanza de darlos a la luz pública un día.


[1.] Historia de la dominación de los árabes en España, tomo I, cap. IX, por Conde.

[2.] Compendio de la historia geográfica, natural y civil de Chile, tomo I.