Recuerdos de provincia/Los Albarracines
A mediados del siglo XII, un jeque sarraceno, Al Ben Razin, conquistó y dio nombre a una ciudad y a una familia que después fue cristiana [8.]. M. Beauvais, el célebre sericultor francés, ignorando mi apellido materno, y sin haberme visto con Albornoz, me hacía notar que tenía la fisonomía completamente árabe; y como le observase que los Albarracines tenían, en despecho del apellido, los ojos verdes o azules, replicaba en abono de su idea que, en la larga serie de retratos de los Montmorency, aparecía cada cuatro o cinco generaciones el tipo normal de la familia. En Argel me ha sorprendido la semejanza de fisonomía del gaucho argentino y del árabe, y mi chauss me lisonjeaba diciéndome que, al verme, todos me tomarían por un creyente. Mentéle mi apellido materno, que sonó grato a sus oídos, por cuanto era común entre ellos este nombre de familia; y digo la verdad, que me halaga y sonríe esta genealogía que me hace presunto deudo de Mahoma. Sea de ello lo que fuere, los viejos Albarracines de San Juan tenían en tal alta estima su alcurnia, que para ellos el hijo del alba habría sido a su lado, cuando más, un cualquiera. Una tía mía, casi mendiga, solía llegar a casa desde sus tierras de Angaco, coronando, sobre un rocín mal entrazado y huesoso, unas grandes alforjas atestadas de legumbres y pollos, echando pestes contra don Fulano de Tal, que no la había saludado, porque ella era pobre. Y entonces se seguía la reseña de los cuatro abolengos del infeliz que no escapaba, a la segunda y tercera generación, de ser mulato por un lado y zambo por el otro, y además excomulgado. Yo he encontrado a los Albarracines, sin embargo, en el borde del osario común de la muchedumbre obscura y miserable. A más de aquella tía, había otro de sus hermanos, imbécil, que ella mantenía; mi tío Francisco ganaba su vida curando caballos, esto es, ejerciendo la veterinaria sin saberlo, como M. Jourdain escribía prosa sin haberlo sospechado. De los otros once, hermanos y hermanas de mi madre, varios de sus hijos andan ya de poncho con el pie en el suelo, ganando de peones real y medio al día.
Y, sin embargo, esta familia ha ocupado un lugar distinguido durante la colonia española, y de su seno han salido altos y claros varones que han honrado las letras en los claustros, en la tribuna de los congresos, y llevado las borlas de doctor, o la mitra. Distínguense los Albarracines, aun entre la plebe, por los ojos verdes o celestes, como antes dije, y la nariz prominente, afilada y aguda, sin ser aquilina. Tienen la fama de transmitir de generación en generación aptitudes intelectuales que parecen orgánicas, y de que han dado muestras cuatro o cinco generaciones de frailes dominicos, padres presentados, y que terminan en fray Justo de Santa María, obispo de Cuyo. Los jefes de esta familia fundaron el convento de Santo Domingo en San Juan, y hasta hoy se conserva en ella el patronato y la fiesta del Santo, que todos hemos sido habituados a llamar Nuestro Padre. Hay un Domingo en cada una de las ramas en que se subdivide, como hubo siempre dos y aun tres frailes dominicos Albarracines a un tiempo. Fuéle un hermano de mi madre, secularizado teólogo y empecinado unitario; y hasta la clausura del convento en 1825, se halló entre sus coristas un representante de la familia patrona de la orden. Sábese que en aquella Edad Media de la colonización de la América, las letras estaban asiladas en los conventos, siendo una capucha de fraile signo reconocido de sapiencia, talismán que servía a preservar acaso el cerebro contra todo pensamiento herético. No celó de todo, no obstante, al del célebre fray Miguel Albarracín, cuya gloriosa memoria se ha conservado hasta hoy como la gala y alarde del convento.
Hay raras manías que aquejan el espíritu humano en épocas dadas; curiosidades del pensamiento que vienen no se sabe por qué, como si en los hechos presentes estuviese indicada la necesidad de satisfacerlas. A la piedra filosofal que produjo en Europa la química, se sucedió en América la cuestión famosa del milenario, en que todo un San Vicente Ferrer había quedado chasqueado. Sobre el milenario han escrito varios, haciéndose notar Lacunza, chileno, cuya obra se publicó en Londres no ha mucho tiempo. Mucho antes que él, había ensayado su sagacidad en resolver tan arduo problema, el doctor fray Miguel, de quien es tradición conventual que tenía ciencia infusa, tanto era su saber. El infolio que escribió sobre la materia, fue examinado por la inquisición de Lima, el autor citado ante el santo oficio acusado de herejía; y con ansiedad de sus cofrades, fue a aquella remota corte a responder a tan temible cargo.
Era la inquisición de Lima un fantasma de terror que había mandado la España a América para intimidar a los extranjeros , únicos herejes que temía; y a falta de judaizantes y heretizantes, la inquisición cebaba de cuando en cuando alguna vieja beata que se pretendía en santa comunicación con la Virgen María, por el intermedio de ángeles y serafines; o alguna otra menos delicada que prefería entenderse con el ángel caído. La inquisición se hacía la desentendida por largo tiempo, jugaba a la gata muerta, y cuando la fama de santidad o de endiablamiento estaba madura, caía sobre la infeliz ilusa, traíala al santo tribunal, y después de largo y erudito proceso, hacía de su flaco cuerpo agradable y vivaz pábulo de las llamas con grande contentamiento de las comunidades, empleados y alto clero, que por millares asistían a la ceremonia.
Existen en Lima varios procesos de autos de fe , entre ellos uno muy notable contra Angela Carranza, natural de la ciudad de Córdoba del Tucumán, quien pasó a la ciudad de Lima por los años de 1665, y empezó a adquirir fama de santidad y de favorecida del Cielo. Diose a escribir sus revelaciones ocho años más tarde, diciéndose asistida e inspirada por los doctores de la Iglesia. Estos escritos llegaron a componer más de 7.500 hojas, en forma de diario, hasta el mes de diciembre de 1688, época en que cayeron en poder del santo oficio de Lima, el cual los calificó de heréticos y blasfemos. Encerrada en las cárceles de la inquisición el 21 de diciembre de 1688, entablaron contra ella un proceso que duró por espacio de seis años, resultando condenada a "salir en auto de fe público en forma de penitente, con la vela verde, soga a la garganta, y a estar encerrada en un monasterio por espacio de cuatro años". La ejecución de esta sentencia tuvo lugar el 20 de diciembre de 1693, como consta de una relación publicada en Lima por la Imprenta Real el año 1695. El nombre de esta mujer se conserva aún en todos los pueblos del Perú, y la dicha descripción del auto de fe en que se habla de ella, es uno de los libros más raros de cuantos se han impreso en Lima.
El gran delito de esta beata fue prendarse de un amor místico muy subido de dos personajes pacíficos de nuestra historia cristiana: Santa Ana y San Joaquín, a quienes describe con todos sus pormenores. "Era nuestra señora Santa Ana, muy hermosa, algo metida en carnes, befa de labios, las manos muy blancas. Y San Joaquín, de facciones toscas y nariz grande; aunque viejo no inspiraba asco a su esposa, porque era aseado y se vestía bien. Del preñado de la señora Santa Ana nacieron Cristo y María, pero Cristo como cabeza de María; y cuando Cristo nació de la señora Santa Ana renacieron también Joaquín y Ana; y cuando Santa Ana alimentó con su leche a la Virgen Santísima, Jesucristo también la mamaba; y de los pechos de Santa Ana solamente mamaron Cristo y María, pero quien primero mamó fue Jesucristo".
Después de las beatas venían los extranjeros , de los cuales, entre otros, hay un Juan Salado, francés, que fue quemado sin otra causa racional que la novedad de ser francés, rara avis entonces en las colonias y objeto de odio para los pueblos españoles. Pero, como sucede siempre con todos los poderes absolutos e inicuos, en Lima, entre las víctimas de la inquisición cayó una vez un deudo de San Ignacio de Loyola, quien, acusado de judío judaizante por sus criados que querían robarlo, murió en la prisión y el santo tribunal le hizo enterrar secretamente. Andando el tiempo, empero, hubo de morir uno de los criados, y declaró en artículo de muerte su villanía, y la inquisición se propuso reparar el daño con el cadáver que se hizo exhumar al efecto. De las costumbres, horriblemente pueriles de aquella época, podrá formarse idea por los extractos de la sentencia absolutoria que sigue: "Don Juan de Loyola Haro de Molina, natural de la ciudad de Ica, donde obtuvo los honrosos empleos de maestre de campo del batallón, y varias veces el de alcalde ordinario, siendo de primer voto en su ilustre cabildo y regimiento, de poco más de 60 años de edad, de estado soltero, que, preso por este santo oficio murió: salió el auto en estatua, y estando en forma de inocente con palma en las manos y vestido de blanco, se le leyó su sentencia absolutoria, dándole por libre de los delitos de herejía y judaísmo , que por maliciosa conspiración y falsa calumnia se le imputaron. Restituidos, pues, el buen nombre, opinión y fama que antes de su prisión gozaba, se mandó saliese en el acompañamiento entre dos sujetos distinguidos, que el santo tribunal señaló para que se apadrinasen en la procesión de reos, y que, al tiempo de alistarse la función en la iglesia, se colocase la estatua en medio de los más calificados del concurso; y levantándose cualesquiera secuestros y embargos hechos en sus fincas y bienes, se entregasen del todo según el inventario que de ellos se hizo cuando se secuestraron; y que, si sus hermanos, sobrinos y parientes, quisiesen pasear la estatua por las calles públicas y acostumbradas, en un caballo blanco hermosamente enjaezado, lo ejecutasen al día siguiente al auto, en que los ministros del santo tribunal habían de hacer cumplir la pena de azotes que se impuso a cada reo; y que en atención a haberse, de orden del santo tribunal, sepultado secretamente su cadáver en una capilla de la iglesia de Santa María Magdalena, recolección de Santo Domingo, pudiesen exhumarlo para hacerle públicas exequias, trasladándole al lugar que por última voluntad señaló para su entierro; y que a sus hermanos y parientes se despachen testimonios de este hecho, para que en ningún tiempo la padecida calumnia les sea embarazo a obtener los más sobresalientes empleos, así políticos, como cargos del santo oficio, honrándoles el tribunal con las gracias que juzgase proporcionadas para comprobar la inocencia del expresado don Juan de Loyola, difunto. Fueron sus padrinos don Fermín de Carvajal, conde del Castillejo, y don Diego de Hesles Campero, brigadier de los reales ejércitos de S. M. y secretarios de Cámara del Exmo. señor Conde de Super-Unda, virrey de Lima".
Describiendo un autor limeño esta rara rehabilitación, dice: "En la procesión del santo oficio desde su casa hasta Santo Domingo... dos lacayos vestidos de costosa librea cargaban una estatua que trayendo al pecho un rótulo grabado en una lámina de plata de delicado buril, expresaba el nombre y apellido del inocente don Juan de Loyola, que falsamente calumniado de los abominables delitos de hereje y judío judaizante , murió por los años 1745 preso por este santo tribunal, aunque poco antes de su fallecimiento, ya había empezado a descubrirse la inicua conspiración de los falsos calumniantes. Era el vestido que llevaba de lana blanca , color que simboliza su inocencia, guarnecido de finísimos sobrepuestos de oro de Milán , con botonaduras de diamantes, y salpicado de varias joyas de cuantioso precio que hermoseaban toda la tela. En la una mano traía la palma, insignia de su triunfo, y en la otra su bastón de puño de oro con riquísima pedrería por haber obtenido en la ciudad de Ica, de donde era nativo, siendo originario de la ilustrísimo casa de Loyola en el lugar de Azpeitía de la provincia de Guipúzcoa, los honores y distinguidos cargos de maestre de campo de la caballería y varias veces el de alcalde ordinario" [9.].
Así el verdugo de la pobre confederación, cuando ya no encuentra algún salvaje unitario que entregar al santo oficio de la mazorca, coge una Camilla O'Gorman, un niño de vientre, y un cura en pecado, para hacerlos matar como a perros, a fin de refrescar de cuando en cuando el terror adormecido por la abyecta sumisión de los pueblos envilecidos. El despotismo brutal nunca ha inventado nada de nuevo. Rosas es el discípulo del doctor Francia y de Artigas en sus atrocidades, y el heredero de la inquisición española en su persecución a los hombres de saber y a los extranjeros. Los tres han embrutecido el Paraguay, la España y la República Argentina, dejándoles en herencia la nulidad y la vergüenza para años y siglos. La Bruyère, el moralista francés, escribía ahora cerca de un siglo: "No se necesita ni arte ni ciencia para ejercer la tiranía, y la política que no consiste más que en derramar sangre, es por demás limitada y sin refinamiento; ella inspira matar a aquellos cuya vida es un obstáculo a nuestra ambición; y un hombre que ha nacido cruel, hace eso sin dificultad. Es ésta la manera más horrible y más grosera de sostenerse o de elevarse" [10.].
¿Qué más podremos ahora decir de Rosas, pobre remendón de viejo, con algunas brutalidades de su propia invención? La cinta colorada mandóla usar Tiberio en su retrato, y ahora dos mil años, eran en Roma azotados los ciudadanos en las calles, cuando no llevaban en su pecho la efigie del emperador según nos lo refiere Tácito. La inquisición tenía sus frases de proscripción, herejes judaizantes , como el salvajes unitarios de ahora; y tan inenarrable es la filiación de estas ideas, que el coronel Ramírez me ha llamado judío para adular al inquisidor argentino. ¡Pobres españoles!
Vuelvo a fray Miguel Albarracín. Ante aquel tribunal debía presentarse el doctor fray Miguel Albarracín, y justificar osadas doctrinas que sobre el milenario había emitido. Afortunadamente, era, dicen, elocuente el fraile como un Cicerón, cuyo idioma poseía sin rival; profundo como un Tomás, sutil como un Scott, y Dios mediando y a lo que yo creo, no entendiendo ni él ni la inquisición jota de todo aquel fárrago de conjeturas sobre una profecía que anuncia un cambio en los destinos del mundo, salió victorioso de la lucha maravillando a sus jueces, por institutos dominicos también, con aquellos tesoros de la escolástica argucia de que hizo ostentación y alarde. Lo que es digno de notarse es que, pocos años después de producidos los milenarios , apareció la revolución de la independencia de la América del Sur, como si aquella comezón teológica hubiese sido sólo barruntos de la próxima conmoción.
Mi tío fray Pascual, viéndome niño entendido y ansioso de saber, me explicaba la obra de Lacunza, diciéndome con orgullo indignado: "Estudia este libro, que ésta es la obra del grande fray Miguel, mi tío, y no de Lacunza, que le robó el nombre, sacando el manuscrito de los archivos de la inquisición, donde quedó depositado". Y me mostraba entonces la alusión que Lacunza hace de una obra sobre el milenario, de autor americano que no osó citar. Después he creído que la vanidad de familia hacía injusto a mi tío con el pobre Lacunza.
El maestre de campo don Bernardino Albarracín venía, dicen, de Esteco, la ciudad sumergida, en cuyos alrededores poseía la familia centenares de leguas de una donación real, y que heredó más tarde una señora Balmaceda, apellido extinto hoy que ha dejado el nombre de un puente, y dado por la línea materna un gobernador a San Juan. El hijo del maestre de campo, don Cornelio, casó con la hija de don José de la Cruz Irarrázabal, oriundo de Santiago de Chile, familia extinta allá también, que ha dejado el templo de Santa Lucía, fundado y rentado por la munificencia de doña Antonia Irarrázabal, y la fiesta del Dulce Nombre de María, cuyo patronato se conserva en una rama de nuestra familia. Las casas del Dulce Nombre, degradadas hoy a fuerza de servir de cuarteles a las tropas, a causa de su extensión, sirvieron de habitación suntuosa a la rica y poderosa doña Antonia, a quien, no teniendo hijos, iban sucesivamente a acompañar mi madre u otras de sus sobrinas.
Hay pormenores tan curiosos de la vida colonial, que no puedo prescindir de referirlos. Servían a la familia bandadas de negros esclavos de ambos sexos. En la dorada alcoba de doña Antonia, dormían dos esclavas jóvenes para velarle el sueño. A la hora de comer, una orquesta de violines y arpas, compuesta de seis esclavos, tocaba sonatas para alegrar el festín de sus amos; y en la noche dos esclavas, después de haber entibiado la cama con calentadores de plata, y perfumado las habitaciones, procedían a desnudar al ama de los ricos faldellines de brocato, damasco o melania que usaba dentro de casa, calzando su cuco pie media de seda acuchillada de colores, que por canastadas enviaba a repasar a casa de sus parientes menos afortunados. En los grandes días las telas preciosas recamadas de oro, que hoy se conservan en casullas en Santa Lucía, daban realce a su persona, que, entre nubes de encaje de Holanda, abrillantaban, aún más, zarcillos enormes de topacios, gargantillas de coral y el rosario de venturinas, piedras preciosas de color café entremezcladas de oro, y que divididas de diez en diez por limones de oro torneados en espiral y grandes como huevos de gallina, iban a rematar cerca de las rodillas en una gran cruz de palo tocado en los Santos Lugares de Jerusalén y engastada en oro e incrustada de diamantes. Aún quedan en las antiguas testamentarías ricos vestidos y adornos de aquella época, que asombran a los pobres habitantes de hoy, y dejan sospechar a los entendidos que ha habido una degeneración. Montaba a caballo con frecuencia, precedida y seguida de esclavos, para dar una vista por sus viñas, cuyos viejos troncos vense aún en las capellanías de Santa Lucía.
Una o dos veces al año tenía lugar en la casa una rara faena. Cerrábanse las gruesas puertas de la calle, claveteadas de enormes clavos de bronce, y poníanse en incomunicación ambos patios, para apartar a la familia menuda; entonces, cuéntame mi madre que la negra Rosa, ladina y curiosa como un mico, le decía en novedosos cuchicheos: ¡hoy hay asoleo ! Aplicando con tiento en seguida una escalera de mano a una ventanilla que daba hacia el patio, la astuta esclava alzaba a mi madre, aún chicuela, cuidando que no asomase mucho la cabeza, para atisbar lo que en el gran patio pasaba. Cuan grande es, me cuenta mi madre, que es la veracidad encarnada, estaba cubierto de cueros que tendían al sol en gruesa capa pesos fuertes ennegrecidos, para despejarlos del moho; y dos negros viejos eran depositarios del tesoro, andaban de cuero en cuero removiendo con tiento el sonoro grano. ¡Costumbres patriarcales de aquellos tiempos en que la esclavitud no envilecía las buenas cualidades del fiel negro! Yo he conocido a tío Agustín, y a otro negro Antonio, maestro albañil, pertenecientes a la testamentaría de don Pedro del Carril, el último ricohombre de San Juan que guardaban hasta 1840 dos tejos de oro y algunas pocas talegas. Fue la manía de los colonos atesorar peso sobre peso, y envanecerse de ello. Aún se habla en San Juan de entierros de plata de los antiguos, tradición popular que recuerda la pasada riqueza, y no hace tres años que se ha excavado la bodega y patios de la viña de Rufino, en busca de los miles que ha debido dejar y no se encontraron a su muerte. ¿Qué se han hecho, ¡oh, colonos!, aquellas riquezas de vuestros abuelos? ¿Y vosotros, gobernadores federales, militares verdugos de pueblos, podríais reunir estrujando, torturando a toda una ciudad, la suma de pesos que ahora sesenta años no más encerraba el solo patio de doña Antonia Irarrazábal?
Yo me he asombrado en los Estados Unidos al ver en cada aldea de mil almas uno o dos Bancos, y saber que existen por todas partes propietarios millonarios. En San Juan no ha quedado una fortuna en veinte años de federación. Carriles, Rosas, Rojos, Oros, Rufinos, Jofrés, Limas, y tantas otras familias poderosas, yacen en la miseria y descienden de día en día a la chusma desvalida. Las colonias españolas tenían su manera de ser, y lo pasaban bien bajo la blanda tutela del rey; pero vosotros habéis inventado reyes con largas espuelas nazarenas y apenas desmontados de los potros que domaban en las estancias, creyendo que el más negado es el que mejor gobierna. La riqueza de los pueblos modernos es hija sólo de la inteligencia cultivada. Foméntanla caminos de hierro, vapores, máquinas, fruto de la ciencia; dan la vida, la libertad de todos, el movimiento libre, los correos, los telégrafos, los diarios, la discusión, la libertad en fin. ¡Bárbaros! Os estáis suicidando; dentro de diez años, vuestros hijos serán mendigos o salteadores de caminos. ¡Ved la Inglaterra, la Francia, los Estados Unidos, donde no hay Restaurador de las leyes , ni estúpido Héroe del desierto , armado de un látigo, de un puñal, y de una banda de miserables para gritar y hacer efectivo el mueran los salvajes unitarios , es decir, los que ya no existen, y entre quienes se contaron tantos ilustres argentinos! ¿Habéis oído resonar en el mundo otros nombres que los de Cobden el sabio reformador inglés; Lamartine, el poeta; o los de Thiers y Guizot historiadores, y siempre por todas partes, en la tribuna, en los congresos, en el gobierno, sabios y no labriegos o pastores rudos, como los que vosotros habéis armado del poder absoluto para vuestro daño?
[8.] Diccionario geográfico histórico , art. Albarracín.
[9.] Relación del auto particular de fe, celebrado en la iglesia de Santo Domingo el 19 de octubre de 1749, etc., por don J. Eusebio Llano Zapata, literato que ha escrito muchas otras obras interesantes; viajó mucho por Europa y América, y pocos saben que nació y se educó en Lima.
[10.] Caracteres de La Bruyère , t. I, p. 232.