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Semblanza de Jiménez Aranda

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
JIMÉNEZ ARANDA.




La primera vez que Fortuny fué al estudio de Jiménez Aranda, en Roma, creyó que perdía su tiempo y que hacía un favor con la visita.

Pero así que entró y vió el cuadro que el artista titulaba Dios guarde al rey, varió de opinión y quedó sumamente sorprendido.

Jiménez Aranda no estaba pensionado por el Gobierno. Había ido á Roma con recursos propios ó por la protección de algún particular sevillano.

— ¿Para quién es ese cuadro? — preguntó Fortuny.

— Para nadie — respondió el artista con su habitual sequedad. — Yo no he vendido aún nada.

— Pues yo lo compro — dijo el artista catalán, que era entonces el dios de los pintores representantes en Roma de todos los países.

Y al salir del estudio les dijo á los artistas que formaban su cohorte y que le habían acompañado:

— No se debe desdeñar á nadie sin conocerle. Este hombre dibuja de una manera tal, que podría enseñar á todos.

Aquella misma tarde escribió á Stwart, el famoso coleccionista, y le dijo:

«Compre usted el cuadro que le enviaré en esta semana. Es obra de un artista especial de gran mérito, á quien no dudo en asegurar un porvenir brillantísimo.»

Stwart no discutía jamás una opinión de Fortuny. Envió el precio que éste le indicó, y adquirió el cuadro sin conocerlo.

Pero al venir Fortuny á París aquel invierno y visitar los salones del rico americano, llenos de obras de los primeros pintores del mundo, notó que el cuadro de Jiménez Aranda estaba encima de una puerta.

— ¡Cómo! — exclamó Fortuny con esa hermosa lealtad de criterio del genio que no conoce la envidia. — ¿Ha creído usted tal vez que mi carta era una recomendación y nada más? ¿No ha sabido usted apreciar lo que tiene? Coloque usted ese cuadro en lugar preferente.... ó quite usted todos los míos.

Y Fortuny tenía razón.

Preguntad á todos los artistas españoles que hay en París, por este pintor de primer orden, y veréis cómo ninguno le discute.

Hablan de él con respeto, con esa admiración sin frases hechas, que revela el éxito de un momento. Es un maestro.

Allá en el quinto infierno de París, en una de las callejuelas que dan al boulevard Montparnase, tiene su estudio, que forma parte de un hotelito, en el que vive como la ostra dentro de la concha, sin salir casi nunca y sin ocuparse del mundo para nada.

Es un hombre consagrado á su arte y á su familia. Rodeado de una mujer hermosa y de siete hijos encantadores, desde que sale el sol hasta que se pone no hace sino pintar y vender, porque desde hace algunos años sus cuadros son papel moneda en París, en Londres ó en New-York. A este artista excepcional, admiradísimo en el extranjero, le dieron en España hace poco, en cierta exposición, una tercera medalla. Ha necesitado, como Sarasate, como Gayarre, como Fortuny y como tantos otros, que el extranjero les consagre, para que la madre patria se entere de los hijos que tiene. ¡La madre patria, donde de un cualquier abogado parlanchín se hace un ministro, ó un general del primer coronel que se subleva!

Distínguense las obras de este pintor por una maestría tal en el dibujo, que no conoce entre los contemporáneos ninguno otro queje aventaje. Pinta de verdad, y domina de tal manera el natural, que sin su escrupulosidad proverbial podría muchas veces prescindir del modelo. Con los estudios del natural que hay en su estudio podría hacerse una galería de suma utilidad para los pintores que empiezan.

Especialista en su género, pinta lo que se llama en el argot de los talleres españoles la época de Goya, como nadie. Desde su cuadro famoso de la Exposición universal, en que se ve la cogida del picador sin verla, hasta los cuadros que envía á Inglaterra reproduciendo nuestras costumbres de principios del siglo, todas sus obras tienen un sello personal que no se confunde con el de otro artista español moderno, y sobre los demás pintores tiene la ventaja de que no pinta por pintar, sino que compone. Sus cuadros están razonados, los hace como haría comedias ó libros interesantes. Siente y razona á un tiempo, lo cual es muy raro.

Algunos de los compañeros dicen que el aislamiento en que vive le priva de ver lo moderno, las costumbres y la vida de París.... ¿Qué le importa todo eso á un artista que sólo hace la reproducción del siglo pasado.? El cuadro que ha enviado á Munich y que ha obtenido el premio de honor, es el Sermón en el patio de los Naranjos, en Sevilla. Los que está haciendo ahora son estudios de costumbres pasadas. El abate que lee las noticias de las campañas de Napoleón, los húsares de Marceaux en la tienda, la procesión en España, los alguaciles con el alcalde de casa y corte llamando a una puerta.... Nada de esto es de hoy, y el pintor hace bien, á mi juicio, en reconcentrarse y vivir aislado de la vida moderna, pensando y sintiendo en español allá en un extremo de París, que es al mismo tiempo su admirador y su comprador constante.

Pero lo que el público no conoce, y en mi opinión será en su día la obra colosal de este compatriota ilustre, es la colección de dibujos que está haciendo á la vez que lee por las noches el Quijote á sus hijos.

Cincuenta, sobre poco más ó menos, son los que hasta ahora lleva hechos, y que ayer estuve admirando durante dos horas.

No sé si podrá llevar á cabo obra tan grande. Hay para cada renglón del gran libro una ilustración, en la que el extraordinario dibujante se demuestra con condiciones excepcionalísimas. Tengo por superiores á los de Gustavo Doré muchos de estos dibujos, porque son en menos fantasía, mucho más españoles, como sentidos y hechos por quien tiene más títulos al conocimiento de los personajes y lugares.

El hidalgo manchego, la Maritornes, el ventero, la posada, las bardas del corral, el arriero, todo es como debía ser en tiempo pasado; y cuando el artista se pone á fantasear y á imaginar los sueños y desvaríos del andante caballero, entonces, lo repito, supera en más de una ocasión á Doré, que á mi juicio no ha hecho una ilustración esencialmente española de nuestro gran libro, así como sus fantasías del Infierno del Dante, que exigían menos color local, son únicas.

Como antes he dicho, el pintor Jiménez vive aislado y huyendo del mundano ruido. Por las noches sus hijos leen el Quijote después de comer, y el artista aprovecha la velada para hacer estos primororos dibujos, que serán con el tiempo una grandiosa colección. Acaso se equivoca en su propósito de hacer con ellos un Quijote ilustrado, es decir, las láminas ó estampas de una nueva edición de la obra inmortal. Yo creo que debiera publicarlos independientemente con el título de Album del Quijote, por ejemplo. A veces un solo renglón de tal ó cual capítulo le inspira dos ó tres láminas. Seguir trabajando así, sería más largo que la vida; y como lo importante para el público, y sobre todo para España, sería conocer el trabajo del artista, debiera ella sola formar cuerpo de obra. Aun así y todo, sólo un editor muy rico, ó el Estado, podrán emprenderla, si ha de hacerse dignamente.

Se adivina en Jiménez Aranda el español de buena raza, que aunque viviera y pintara en Pekín ó en Groelandia, no dejaría de vivir y sentir en español, libre de todo contagio extranjero. A los demás nos atrae algo la vida moderna de los otros países; en fuerza de admirarlos, somos muchos los que resultamos á veces, y sin darnos cuenta de ello, menos patriotas de lo que en realidad somos; porque nuestra imaginación meridional nos lleva á celebrarlo todo con excesivos elogios que juzgan depresivos para nuestro país los españoles que no han salido de la madre patria y no conocen nada más allá de sus fronteras. Otros compatriotas, en cambio, no abdican su personalidad local, si se me permite la frase, en ningún país de la tierra, poniendo empeño en ensalzarla en sus propias obras. Jiménez Aranda es de éstos. Antes que artista español de pura sangre, su dibujo es esencialmente característico, como sus aficiones son literarias, son clásicas. Dijérase que á fuerza de pintar españoles con casacón y con peluca, toreros sevillanos contemporáneos de Costillares, hidalgos y alguaciles, siente las cosas en español rancio. Su éxito en Paris ó en Londres consiste en eso; porque pinta una época que es única para el cuadro de género, tan estimado en este mundo artístico.

El estilo es el hombre en todas las manifestaciones de la inteligencia. Conociendo á Raimundo Madrazo y sus costumbres, se comprende que no puede hacer retratos que no sean elegantes, distinguidos, aristocráticos. Las obras de Pradilla son como él, producto de la meditación y de la corrección académica. Palmaroli hace unas mujeres deliciosas. Domingo pinta con la energía y la virilidad que rebosa en él; y Villegas, que es poeta sin saberlo, fascinará siempre con la inimitable poesía de sus cuadros, en los que la fantasía lo domina todo....

Jiménez Aranda es lo que pudiéramos llamar un pintor castizo, como se dice de los escritores que dominan la hermosa lengua de Cervantes. Goupil me decía anteayer mismo que, de los contemporáneos españoles, este pintor es acaso el más puro y el más correcto.

Y Goupil no conoce las ilustraciones del Quijote. Era para él un secreto que mi admiración indiscreta acaba de revelarle, y que tal vez no sea delación perdida.

Las visitas al taller de este compatriota notabilísimo fomentan el orgullo nacional y son para mi un gran lenitivo á la nostalgia.

Son excursiones á la madre patria, hechas dentro del recinto de París, que en estos artistas nos admira.