Utopía: Las artes y los oficios
En Utopía, todos, hombres y mujeres, saben bien el oficio de labrador. Les es ensefiado desde la infancia, ya sea en las escuelas, por medio de lecciones orales, ya cual si fuera un juego en los campos cercanos a la ciudad. Los niños aprenden, no solamente mirando, sino trabajando ellos real y verdaderamente, con lo que acostumbran sus cuerpos al trabajo. Además de este oficio, que, como he dicho, han de saberlo todos, aprenden otro, como tejedor de lana o lino, albañil, carpintero o herrero. Casi puede decirse que no se conocen más oficios en Utopía. La hechura de los vestidos es igual en toda la isla, aunque se diferencian entre sí los de los varones y las hembras, los de los casados y los célibes; y esto desde tiempo inmemorial, pues son a la vez agradables a los ojos y decentes, y, como son holgados, puede moverse el cuerpo cómodamente dentro de ellos, y sirven para el invierno y el verano. Cada familia se hace los suyos. De esta manera todos aprenden uno de los oficios antedichos, tanto los hombres como las mujeres. Mas siendo éstas más débiles, hacen los trabajos menos duros; por lo común trabajan la lana y el lino. Los otros oficios, por ser más pesados, son para los hombres. Los más, por natural inclinación, siguen los oficios que ejercen sus padres. Pero si a alguno le gusta más otro oficio, es agregado por adopción a una de las familias que lo ejerce. Los magistrados y su progenitor velan por que su maestro sea un cuerdo y honrado padre de familia. Y si sabiendo ya un oficio, alguien desea aprender otro, se lo consienten igualmente. Luego podrá ejercer el que le plazca, a menos que la ciudad tenga más necesidad de uno que de otro.
El principal y casi único deber de los sífograntes es procurar que nadie esté ocioso, que todos ejerzan su oficio cuidadosa y diligentemente, mas sin cansarse como bestias de carga trabajando continuamente desde por la mañana temprano hasta la noche. Esto sería peor que ser esclavo, y es, sin embargo, la vida de los trabajadores en todas partes, menos en Utopía. Dividen allí el día y la noche en veinticuatro horas; trabajan tres antes del mediodía y luego vanse a comer; después de la comida, cuando ya han descansado dos horas, trabajan otras tres y van a cenar. Cuentan las horas desde el mediodía. Se acuestan a las ocho y duermen otras tantas horas. Cada cual emplea como mejor le place el espacio que media entre las horas de trabajo, de comer y de dormir; mas no se entregan a la holganza ni al desenfreno, sino a alguna ocupación diferente de su oficio, según sus aficiones. Es allí costumbre solemne dar lecciones y lecturas cada día en las primeras horas de la mañana las cuales sólo tienen obligación de oir los que han sido elegidos para ser letradós. No obstante, una gran multitud de hombres y mujeres, según sus gustos, oyen una u otra de ellas. Pero a los que prefieren aprovechar este tiempo trabajando en su propio oficio —pues son pocos los que están bien dotados para elevar su alma por medio de la contemplación o meditación estudiosa —no se les prohibe hacerlo; y son alabados por ser así más útiles a la República. Despues de cenar pasan una hora en honestos entretenimientos, en los jardines, en verano, y, en invierno, en las salas comunes donde comen y cenan. Allí conversan entre sí o se ejercitan en la música. No conocen los dados ni demás perniciosos juegos de azar, pero juegan a dos que son bastante semejantes al ajedrez. El uno es un combate de números, en el cual un número vence a otro. El otro es una verdadera batalla en la que luchan las virtudes con los vicios. Este último muestra las discordias que tienen los vicios entre sí y su alianza contra las virtudes; cuál es el vicio enemigo de cada virtud; qué fuerzas son necesarias para combatir abiertamente; qué ardides hay que usar para luchar en secreto; con qué ayudas cuentan las virtudes para resistir y vencer el poder de los vicios, y, finalmente, de qué manera se puede alcanzar la victoria.
Pero ahora tenéis que mirar de más cerca una cosa. Os engañaríais si creyereis que el trabajar solamente seis horas trae necesariamente la escasez. No es así en modo alguno. Esas pocas horas de trabajo, no solamente bastan, sino que aun son demasiadas para tener grande abundancia de todas las cosas que se necesitan para vivir cómodamente. Y lo comprenderéis mejor si consideráis cuán grande es la parte de la población que vive en la holganza en otros países. En primer lugar, casi todas las mujeres, que son la mitad de la población. Y donde las hembras trabajan, los varones suelen holgar en vez de ellas. Añadid la ociosa muchedumbre de los sacerdotes y religiosos, que así son llamados allí. Además, todos los ricos, especialmente los que tienen hacienda en tierras, a los cuales llaman hacendados y nobles, con sus criados, quiero decir esa caterva de jactanciosos vagos que van armados de pies a cabeza; y también los mendigos robustos y sanos que se fingen enfermos para encubrir su holgazanería. Veréis entonces que los que trabajan para que queden atendidas las necesidades del humano linaje son menos de lo que suponéis. Considerad ahora que bien pocos de esos que trabajan ejercen oficios necesarios. Donde el dinero es todopoderoso, hay que ejercer muchos oficios superfluos, los cuales sólo sirven para aumentar la suntuosidad y el desenfreno. Suponed que esa multitud de hombres que ahora trabaja se repartiese entre los pocos oficios real y verdaderamente útiles; entonces habría tan grande abundancia de cosas necesarias, que los precios, sin duda, serían demasiado bajos para aserar el susstento de los trabajadores. Mas si. todos los hombres que malgastan el tiempo trabajando en oficios que no son útiles; si todas las personas que viven en el ocio, cada una de las cuales consume tantas cosas como dos trabajadores juntos, fuesen obligadas a trabajar, se tendría que trabajar muy pocas horas para hacer todas las cosas que se necesitan para vivir holgadamente y sin privarse de los placeres verdaderos y naturales.
Que esto es verdad, lo demuestra claramente lo que sucede en Utopía. Apenas hay en cada ciudad y territorio que de ella depende quinientas personas, hombres o mujeres, que teniendo edad y fuerzas para trabajar le hallen dispensadas de hacerlo. Entre ellas están sifograntes, los cuales, aunque la ley les exime del trabajo, trabajan para dar ejemplo a los demás. También gozan de esta exención aquellos a quienes el pueblo, por haberlos propuesto los sacerdotes y haber sido elegidos en secreto por los sifograntes, les ha dado una dispensa permanente para que puedan estudiar. Los que no responden a las esperanzas puestas en ellos, tornan a ser artesanos. Suele suceder a menudo que algún obrero que consagra sus horas de descanso al estudio haga grandes adelantos y sea dispensado de ejercer su oficio, y entonces pasa a ser letrado. Entre los letrados se eligen los embajadores, los sacerdotes, los traniboros y, finalmente, el mismo Príncipe, el Barzanes, como era llamado en la antigua lengua, el Ademosa, cómo se le llama en la moderna. Como lo restante del pueblo no está nunca ocioso ni trabaja en oficios inútiles, se puede hacer el trabajo bien y en pocas horas.
También tienen los utópicos otra ventaja: la de no tener que trabajar tanto en los más de sus oficios necesarios como otras naciones. La construcción y reparación de las casas requiere en todas partes el trabajo continuo de mucha gente, porque el pródigo heredero dejó que se desmoronase con el tiempo lo que su padre edificó. Se ve obligado el sucesor a hacer grandes dispendios para construir de nuevo lo que hubiera podido conservar sin mucho gasto. A veces la casa que a un hombre le costó mucho dinero ediflcar, la posee luego otro al que le gusta la vida regalada y no se preocupa de ella; así descuidada se hundirá pronto, y no costará menos dinero el construir una nueva en otro lugar. Pero Utopía es una República tan bien ordenada que no es menester buscar sitio a menudo para edificar casas nuevas. No sólo se arreglan en seguida los deterioros de las casas, sino que se previene el peligro de que puedan caerse. Así, con poco trabajo, las casas duran largo tiempo. Por eso los trabajadores que hacen casas no tienen casi nada que hacer, aunque han de tener siempre preparadas la madera y las piedras cortadas para ser usadas cuando haga falta.
Considerad además qué pocos trabajadores necesitan emplear los utópicos para hacer los vestidos que llevan, Primeramente, se ponen para trabajar trajes de cuero o de pieles, que tienen que durar siete años. Cuando se muestran en público, tapan esos toscos vestidos con una capa. El color de esas capas, que es el natural de la lana, es igual en toda la isla. Por consiguiente, no solamente gastan menos paño de lana que en otras naciones, sino que le resulta éste más barato. La tela de lino requiere menos trabajo y dura más. En la tela de lino se aprecia su blancura y en los paños de lana la limpieza. No se da valor a la finura de las telas. Esta es la causa de que allí un hombre se contente con un solo vestido, que suele durarle dos años, mientras que los hombres de otras tierras no tienen bastante con cuatro o cinco trajes de paño de lana y otros tantos de seda. ¿ Qué más se puede pedir a un traje que no afea el cuerpo de la persona y abriga cuando hace frío? Aunque todos ejercen oficios útiles y trabajan pocas horas, hay abundancia de todas cosas entre ellos. Por eso es llamada de vez en cuando una gran muchadumbre de moradores para que arreglen los caminos que se hallan en mal estado. Con frecuencia, cuando no hay necesidad de pedir esta ayuda, se decreta que se trabajen menos horas. Los magistrados no quieren forzar a los ciudadanos a hacer trabajos innecesarios contra su voluntad, pues el fin que persiguen las instituciones de aquella República es librar a todos los ciudadanos de las servidumbres corporales y amparar la libertad y el cultivo de la inteligencia. Creen que en esto consiste la felicidad en esta vida.