Viajes de Gulliver/Primera parte/III
III
Quiso un día obsequiarme el emperador con algún espectáculo brillante, en que, a la verdad, exceden aquellos pueblos a todas las naciones que conozco, tanto por su destreza, como por su magnificencia; pero nada me dió tanto gusto como ver una compañía de volatineros lucir su habilidad sobre un hilo bastante delgado que no tenía tres pies cabales de largo.
Allí se dedican solamente a este ejercicio aquellos que aspiran a los primeros empleos y desean ser favoritos de la corte; con estas iniras los acostumbran desde pequeños a tan noble peupación, que está vinculada a las personas de alto nacimiento. Cuando vaca algún empleo honorifico, sea por muerte del que lo gozaba o por destitución (que sucede muy a menudo), presentan memorial al emperador cinco o seis pretendientes pidiendo permiso para divertir a Su Majestad y su corte con un bailecito en la cuerda, y aquel que salta más alto sin caer es el elegido. Pero no por esto quedan exentos de volver a subir a la cuerda cuando el emperador lo ordene, para mover la emulación de los demás, y hacer ver que no han perdido su habilidad aunque sean grandes inagistrados o primeros ministros, como frecuentemente se verifica. Flimnaptesorero mayor del Imperio, pasa por ser el más hábil y diestro en dar cierta cabriola lo menos una pulgada más alta que ninguno otro de aquellos personajes. Yo le vi cjecutar varias veces un salto muy peligroso (que nosotros llamamos sommerset) puesto encima de una tablita de madera suelta sobre la cuerda, que no era más gruesa que un bramante ordinario. Redresal, primer secretario, se le acercaba mucho.
Son muy frecuentes los accidentes funestos en tales funciones, y los más de ellos se registran en los archivos imperiales. Yo me hallé presente en dos o tres de aspirantes estropeados; pero las mayores desgracias suceden cuando se pasa orden a los ministros, pues haciendo los más grandes esfuerzos por distinguirse se exceden a competencia, y exponen sus vidas con notable riesgo. Me contaron por muy cierto que un año antes de mi llegada, Flimnap se hubiera abierto la cabeza infaliblemente si no acierta a caer sobre uno de los almohadones del emperador.
Tienen otra diversión que está reservada para cl emperador, la emperatriz y el primer ministro. Esta se reduce a que el emperador tiende sobre una mesa, convenientemente separadas, tres hebras de seda de Jargo de seis pulgadas la una carmesí, la otra amarilla y la otra blanca, que son otros tantos premios para aquellos que quiere recompensar con una gracia singular. Se hace esta ceremonia en el salón de audiencias de Su Majestad, donde, presentándose los candidatos, han de dar forzosamente una prueba tal de su habilidad que no he visto cosa que se le parezca en ningún otro país del antiguo ni del nuevo mundo.
El emperador tiene un bastón con los dos extremos paralelos al horizonte; algunas veces toina el primer ministro un extremo, y a veces lo tiene éste solo. Llegan los concurrentes uno a uno, y van saltando por encima. Aquel que muestra mejor acierto, agilidad y ligereza es premiado con la seda carmesí: el segundo con la amarilla, y el tercero con la blanca. Cada uno se hace un cinturón de la suya, y después llevan siempre este distintivo, que a más de darles honor, les inspira una orgullo generoso.
Queriendo divertirse el emperador conmigo de un modo bastante original, ordenó que se pusicsen sobre las armas todas las tropas que guarnecian la capital y sus inmediaciones; y habiéndome mandado poner en pie, como si fuera un coloso, abiertas las piernas todo cuanto me fuese posible, sin que resultara daño, dió orden a su general, soldado viejo muy experimentado, de que formase aquella parte de su ejército en columna con la proporción de veinticuatro hombres de frente en la infantería y diez y seis en la caballería, y que así desfilasen marchando por entre mis piernas, con las armas al hombro, despiegadas las banderas, y tambor batiente. Era un cuerpo de tres mil infantes, y mil caballos. Su Majestad había impuesto pena de la vida al soldado que no observase la mayor compostura y moderación con respecto a mi persona; pero como en la oficialidad había muchos jóvenes, y a la verdad mi ropa estaba bastante estropeada, no faltaron curiosos que me miraban, y no podían marchar de risa.
Eran ya tantos los memoriales y peticiones que había presentado en solicitud de mi libertad, que al fin propuso Su Majestad este asunto primeramente al Consejo del Despacho, y después al de Estado, sin otra oposición que la del ministro Skyresh Bolgolanı, quien, sin saber por qué, se declaró mi enemigo. Pero todo el resto del Consejo estaba a mi favor, y el empe..rador aprobaba su resolución. Este ministro, que era galvet, esto es, almirante mayor, se había granjeado la confianza de su señor por su habilidad en el manejo de los negocios públicos; mas era de un espíritu áspero y caprichoso. Pudo conseguir que le encargasen de la redacción del expediente en cuya virtud podría concedérseme la libertad. El mismo Skyresh Bolgolam en persona, acompañado de dos subsecretarios y de otras varias gentes de distinción, vino a leérmelo; y habiéndome propuesto su observancia por juramento solemne al uso de mi país, que desde Juego presté, me lo exigió sucesivamente con todas las ceremonias establecidas por sus leyes, que son las siguientes: toman el dedo pulgar del pie derecho con la mano izquierda, y llevan la derecha a la cabeza, poniendo el dedo de en medio en la coronilla o parte superior, y el pulgar junto a la oreja del mismo lado. El lector estará, sin duda, impaciente de saber el estilo de aquellos pueblos, y artículos preliminares de mi liberación, y por no tenerle inquieto me he tomado el trabajo de traducir a la letra todo el decreto.
«Golbasto Momaren Evlame Gurdilo Sheein Mully Uvy Gue, muy poderoso emperador de Lilliput, las delicias y el terror del Universo, cuyos dominios se extienden cinco mil blustrugs (esto es, casi seis leguas en circuito) a las extremidades del globo; soberano de todos los soberanos, más alto que los hijos de los hombres, cuyos pies constriñen la tierra contra su centro, y con su cabeza toca al sol; de quien una simple ojeada bace temblar las rodillas de los potentados; amable como la primavera, placentero como el verano, abundante como el otoño, terrible como el misino invierno; a todos nuestros vasallos amigos y leales, salud.
»S. A. M. propone al hombre montaña ciertos artículos preliminares, cuya observancia será obligado a ratificar por juramento solemne.
»1.° El hombre montaña no saldrá en ningunu manera de nuestros vastos dominios sin nuestro permiso expreso, y autorizado con el gran sello.
»2.° No tendrá libertad de entrar en nuestra corte sin nuestra orden expresa, a fin de que haya tiempo de avisar a todos sin confusión, que se recojau a sus casas, y no salgan de ellas.
»3.° El dicho hombre montaña no podrá pascar sino en los caminos reales de ruedas, y se guardará bien de pisar, ni acostarse en ninguno de nuestros prados y mieses.
»4.° Cuando paseo en los dichos caminos pondrá todo el cuidado posible en no despachurrar con sus enormes pies a ninguno de nuestros ficles vasallos, sus caballos o carruajes; y no será osado a poner sus manos sobre ninguno de nuestros dichos vasallos a nienos de que preceda su consentimiento.
»5.° Si fuere necesario que algún correo de gabinete salga a diligencia demasiado urgente será obligado el hombre montaña a llevar dentro de su faltriquera al dicho correo basta seis jornadas, una vez en cada luna, y (requerido que sea) deberá sacarle y ponerle en nuestra presencia imperial sano y salvo.
»6°. Será nuestro aliado contra nuestros enemigos de la isla de Blesfuscu, y hará cuanto esté de su parte para destruir la flota que actualmente están armando, con destino a hacer un desembarco en nuestras costas.
»7°. El dicho hombre montaña en las horas que tenga desocupadas prestará su socorro a nuestros obreros, ayudándoles a subir ciertas piedras de mucha magnitud para concluir las paredes de nuestro gran parque y edificios imperiales.
»8.° Luego que el hombre montaña haya hecho el juramento solemne de observar todos los artículos aquí contenidos, gozará para su sustento de la ración díaria que correspondería a mil ochocientos setenta y cuatro hombres de nuestros súbditos, con acceso libre cerca de nuestra persona imperial, y otras muestras de nuestro favor. Dado en nuestro palacio de Belfaborac el día doce de la luna noventa y una de nuestro reinado.»
Juré y firmé todos estos artículos con suma complacencia, aunque algunos de ellos no me eran tan honrosos como yo quisiera: éste fué el efecto de la malicia del almirante mayor Skyresh Bolgolam. Quitáronme las cadenas, y quedé libre. El emperador me hizo el honor de asistir personalmente a la ceremonia de mi soltura. Di a Su Majestad las más humildes gracias arrodillado a sus pies; pero al instante me hizo levantar en términos los más generosos.
El lector ha podido observar que en el último artículo del decreto de mi libertad se conformaba ei emperador con que se me diese toda la porción de vianda y bebida capaz de alimentar a mil ochocientos setenta y cuatro liliputienses; pasado algún tiempo, tuve la curiosidad de preguntar a un cortesano íntimo amigo mío por qué me habían señalado esta cantidad tan determinada, y me respondió que los matemáticos de Su Majestad habían tomado la altura de mi cuerpo por medio de un cuarto de circulo, y habiendo computado el grosor, hallaron que correspondía a mil ochocientos setenta y cuatro de ellos, calculando de aquí, atendida la similidesidencia de su cuerpo, que debía tener un apetito mil ochocientas setenta y cuatro veces mayor que el suyo. Este detalle bastará al lector para formarse idea de la ingenuidad de aquellos pueblos, y de la economía discreta, exacta y perspicaz de su emperador.