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Vida y escritos del Dr. José Rizal/Quinta época, VI

De Wikisource, la biblioteca libre.
Vida y escritos del Dr. José Rizal: Edición Ilustrada con Fotograbados (1907)
de Wenceslao Retana
Quinta época, VI
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
VI


En la vida de Rizal la nota del amor físico apenas se percibe. Don Isabelo de los Reyes ha escrito:

«He dicho que hasta sus pasiones naturales sacrificó á su patria, porque si Rizal hubiera pretendido la mano del mejor partido de Filipinas, la habría conseguido fácilmente; y, sin embargo, no pensó en contraer matrimonio, indudablemente por no causar la desgracia de su familia en el funesto fin que él entreviera, y sólo in artículo mortis se casó con una extranjera que había sido su amante, y así patentizó que no odiaba á la raza blanca, como pretendieran sus enemigos los frailes, que están muy interesados en hacer creer que los insurrectos no odian á ellos precisamente, sino á toda la raza blanca, lo cual es una calumnia como otra cualquiera de las que ellos suelen inventar para conseguir sus fines»[1].

Por Febrero de 1895, un inglés llamado Mr. Stopper[2], entrado en años y rico, radicado en Hong-Kong desde hacía mucho tiempo, ciego ó casi ciego á causa de una doble catarata, se trasladó á Dapitan con el propósito de ponerse en manos del Dr. Rizal, cuya fama como oculista era notoria en todo el Extremo Oriente. Al inglés acompañábale, en concepto de sobrina (fingida), miss Josefina Bracken, irlandesa, joven (de unos diez y nueve á veinte años), delgada, de mediana estatura, pelicastaña; ojos azules; vestía con elegante sencillez, y de su ambiente transcendía cierto sprit picaresco, propio de la mujer avezada al trato de los hombres. Ella, según dicen, había actuado en un café-concierto de Hong-Kong, de donde la sacó Mr. Stopper, que, si entonces no estaba ciego completamente de la vista, debió de estarlo de amor… Tal confianza llegó á depositar en la muchacha, que ella era la que firmaba los talones siempre que su tío necesitaba sacar dinero del Banco. Tío y sobrina instaláronse en un pequeño bahay próximo á la casa de Rizal. La doble catarata que el viejo inglés padecía requería tiempo…

Juntamente con las dos personas mencionadas, fué una tercera: doña Manuela Orlac, filipina, amiga de un canónigo de la Catedral manilana. Rizal no tardó en intimar con la irlandesa, al extremo de que pasaron algunas veladas juntos, y juntos también comieron algunas veces. Pero á pesar de tanta intimidad, el Doctor no acababa de fiarse; habíala tomado por una espía, y no se llevaba bocado á la boca sin que antes lo probase Josefina[3]. Un día ocurrió una escena muy dramática[4]: el inglés, que había llegado á sospechar de la fidelidad de su sobrina, frenético por los celos, intentó suicidarse con una navaja de afeitar, después de haber tenido una acalorada disputa con su amante. Rizal acudió oportunamente; tan oportunamente que, abalanzándose sobre el inglés, pudo atenazarle ambas muñecas, y así permanecieron hasta que, avisado Sitges, vino éste á poner término á la escena, que Josefina presenció á distancia, presa de la natural congoja. El inglés, en su idioma, juraba y perjuraba que quería degollarse… Si Rizal no hubiese tenido una gran serenidad, amén de una gran fuerza[5], para mantener sujeto al tío todo el tiempo que tardó en venir el Comandante, la desgracia habría sido inevitable. Á poco de acaecido este suceso, el inglés, con su sobrina, se marchó á Manila, para desde allá volverse á Hong-Kong, como lo hizo, pero sin la sobrina, porque ella… ¡se volvió á Dapitan!

Al regreso de Josefina á Manila, era portadora de la siguiente carta de Rizal para su madre[6]:

«Dapitan, 14 de Marzo de 1895.

»Mi muy querida madre: La portadora de esta carta es Miss Josephine Leopoldine Taufer, con quien estuve á punto de casarme contando con el consentimiento de Vs., por supuesto. Nuestras relaciones se rompieron á propuesta de ella, por muchas dificultades que había en el camino. Ella es casi huérfana de todo; no tiene parientes sino muy lejanos.

»Como me intereso por ella y es muy fácil que ella después se decida á unirse conmigo, y como puede quedar del todo sola y abandonada, le suplico á V. la dé allí (ahí) hospitalidad tratándola como á hija hasta que ella tenga mejor proporción ú ocasión de venirse. […]

»Traten Vs. á Miss Josephine como á una persona á quien estimo y aprecio mucho y á quien yo no quisiera ver expuesta y abandonada.

»Su afmo. hijo que le quiere, —José Rizal

Josefina fué acogida, en efecto, con gran cariño por la familia de Rizal; pero en Manila, ¿qué hacía? Su ansia no era otra que volver á unirse con el hombre que tan hondamente le había impresionado, y así que en la expedición del siguiente mes, ó sea en la de Abril, tornó á Dapitan, en compañía de Trinidad, hermana del Doctor, y con éste se quedó á vivir, bajo el mismo techo, con gran escándalo de los padres jesuítas; á partir de entonces, hubo entre Rizal y el P. Obach no pocos rozamientos… Este episodio amoroso da una nueva idea de lo que Rizal valía. Á la verdad, quien conozca algo los instintos de la mujer galante, no podrá menos de apreciar el sacrificio inmenso que Josefina se impuso espontáneamente, yendo á vivir á Dapitan, donde no había diversiones de ninguna clase, ni teatros, ni dinero; Rizal no era rico: al sentirse Josefina atraída por Rizal, un deportado poco menos que en la selva, ¿no es cosa de decir que el alma de Rizal era un alma verdaderamente superior?

De aquellos amores hubo fruto: un hijo, muerto al tiempo de nacer. Rizal lo retrató, al lápiz, en la guarda de un libro, que conserva la familia del Rizal. Éste la quiso, sí, pero no estuvo de ella ciegamente enamorado: «buscaba oportunidad, según se dice, para separarse de ella, y parece que se decidió á hacerlo hacia Junio del año siguiente [1896], porque facilitó dinero á la muchacha, para que pudiera retirarse á Manila»[7]. En el cariño de Rizal á Josefina entraba por algo la piedad; así se desprende del siguiente párrafo de una de las cartas que aquél dirigió á su madre[8]:

«Dapitan, 15 de Enero de 1896.

»Mi muy querida madre: Recibirán Vs. un poco de pescado salado, que ha salado la persona que vive en mi casa. Ella es buena, obediente y sumisa. No tenemos más sino que no estamos casados; pero como V. misma dice: Más vale a… en gracia de Dios que casado en pecado mortal. Hasta ahora no hemos reñido, y cuando le hago pang̃aral no contesta. Si V. viene y la trata, espero que se llevará bien con ella. Además, no tiene á nadie en el mundo más que á mí. Yo soy toda su parentela.»

Rizal era un elegido de la Fatalidad: estaba condenado á no vivir enteramente dichoso bajo ningún concepto. Por el mes de Abril de 1896, los prohombres del Katipunan, con Andrés Bonifacio á la cabeza, no podían resistir más tiempo la sed que sentían de rebelarse. ¿Plan? Matar á los españoles, así como á los chinos é indígenas que no secundasen de buen grado la obra revolucionaria; apoderarse del general Blanco, altas Autoridades «y demás españoles de alguna importancia, conservándoles la vida para, por medio de ellos, tratar de conseguir los derechos políticos»[9]… Y se necesitaba que Rizal lo sancionase: le debían al Ídolo la atención de la consulta; esperaban del Ídolo que lo aprobase todo, y aun sus instrucciones, las cuales cumplirían. Y, á este propósito, el Katipunan diputó á D. Pío Valenzuela para que fuese á Dapitan. Don Pío Valenzuela, médico joven, casi recién salido de las aulas, amigo de Bonifacio, aceptó la comisión. Hízose acompañar de un anciano pobre, enteramente ciego, que en Dapitan serviría de pretexto, y Valenzuela, con su ciego, salió de Manila para Dapitan. En el mismo buque iban personas de la familia de Rizal, á quienes Valenzuela prestó toda suerte de atenciones durante el viaje. Llegaron felizmente. Rizal no conocía á Valenzuela; éste fué presentado por una de las hermanas del Doctor. Ya solos, el recién llegado explicó la verdadera causa de su presencia en Mindanao. Dejémosle que por sí mismo dé razón de la entrevista:

—«Fuí comisionado por Andrés Bonifacio para que fuera á Dapitan á conferenciar con D. José Rizal la conveniencia de la rebelión contra España, á lo que desde luego se opuso el D. José Rizal tan tenazmente, y de tan mal humor y con palabras tan disgustadas, que el declarante, que había ido con el propósito de permanecer allí un mes, tomó el vapor el día siguiente de regreso á Manila»[10].

Rizal, en substancia, llamó insensatos á los hombres del Katipunan. Después de haberse calmado un tanto, porque la comisión de Valenzuela le había excitado sobremanera, argumentó así:

—¿No les dice á ustedes nada lo que acontece en Cuba? Aquellos revolucionarios, aguerridos, con experiencia y organización militar, con apoyo moral y material de la gran República Norteamericana, ¿qué consiguen? Además, yo siempre he sostenido en todas mis obras que lo primero que hay que hacer es educar al pueblo, instruirle, darle un grado de cultura social y política que aún no tiene el filipino. La revolución de que se me habla es una insensatez, y cometeráse una gran iniquidad asociando mi nombre á semejante empresa, que rechazo y condeno[11].

Luego Rizal entró en consideraciones acerca de los medios con que contaban los filipinos, ningunos, puesto que carecían de armas y de dinero; y acaso para que Valenzuela se fuese con alguna esperanza, «parece que Rizal les aconsejó que esperasen dos años más»[12]. Y Valenzuela se volvió á Manila con el ciego.— «Á su llegada, y dada cuenta á Andrés Bonifacio de su comisión, éste se enfadó mucho, atribuyendo (sic) á Rizal con mote de cobarde, y prohibió al declarante manifestara á nadie el mal éxito de su consulta á Rizal»[13].

Ya tenemos á Rizal vilipendiado y escarnecido por el Katipunan, del que era cifra y compendio Bonifacio. Pero, ¡ay!, ¡ni esto habrá de servirle!… Rizal estaba predestinado, y tenía que ser un mártir de los filipinos y de los españoles: de los filipinos, porque su amor á ellos le imponía ciertas reservas que servirían de argumento para que se le calificase de «traidor á España», y de los españoles, porque éstos, no perdonándole su obra de redentor romántico, no pararían hasta lograr que aquella cabeza pensadora y aquel corazón de poeta nobilísimo rodaran por el suelo ensangrentados…

Á los tres años de mando, Sitges dejó el de Dapitan. En los últimos meses había experimentado cierta zozobra. Aquel frecuente ir y venir de las hermanas de Rizal, sin duda con embajadas, le habían preocupado. Fué á los vapores á registrar por sí mismo á todos los pasajeros, sin excluir á las personas de la familia de Rizal, de quienes lo registró absolutamente todo, hasta las prendas que llevaban puestas. Y siempre en balde. En cierta ocasión, lleno de cólera, inducido por vagos presentimientos, llamó á Rizal, y, encarándose con él, le amonestó severamente. Rizal, tranquilo, con la mano en el pecho, se limitó á contestar:

—Soy un hombre de honor: empeñé mi palabra de no proporcionarle á usted ninguna contrariedad, y la cumplo, y la seguiré cumpliendo.

Sitges se tranquilizó. Algo insinuaba Rizal en sus conversaciones acerca de la evolución del pueblo filipino. Pero ¿podía denunciar solemnemente lo que se tramaba? No. Entre otras muchas razones, porque viviendo, como vivía, en la confianza de que nada se haría sin su consejo, siendo él, como lo era, contrario á la revolución, nada más lógico que la revolución no estallase. ¿Cómo iba á denunciar lo que no creía que, á lo menos tan pronto, pudiera realizarse? Esa denuncia habría acarreado centenares de víctimas, que lo hubiesen sido con preferencia los intelectuales (ninguno de ellos afiliado al Katipunan), y Rizal no podía ser el causante de la desgracia de la parte más florida de la juventud de su país, cuyo ennoblecimiento había sido él el primero en desear.

¡Pobre Rizal!… ¡Qué situación la suya tan difícil Había llegado un momento en que el Pueblo, por conducto de Andrés Bonifacio, le decía: ó con los españoles, nuestros verdugos, ó con nosotros. Y Rizal, el mayor patriota filipino, optó por los españoles, á lo menos rehusó hacerse solidario de la Revolución.

Á Sitges le relevó D. Rafael Morales, capitán muy ilustrado, que hablaba algunos idiomas; pero ascendió á comandante al mes siguiente, y no tardó en dejar el puesto; que pasó á ocupar D. Ricardo Carnicero, el mismo precisamente que lo desempeñaba cuando Rizal llegó deportado á Mindanao. Rizal vió con gusto en Dapitan á su antiguo amigo. Dado el estado de su ánimo, lleno de incertidumbre, no dejaba de consolarle que el nuevo Gobernador fuese uno que ya le conocía, que le había oído en el seno de la intimidad; uno á quien el deportado inspiraba confianza…

  1. La Sensacional Memoria, ya citada, pág. 68.
  2. El Sr. Santos, en las notas inéditas á mi dedicadas, escribe Mr. Taufer: D. Paciano Rizal, en las suyas, Mr. Stopper. También el Doctor, en una de sus cartas á su madre, da el apellido Taufer á la protegida del inglés, á Josefina.
  3. Epifanio de los Santos: sus apuntes inéditos citados.
  4. Juan Sitges: relato verbal hecho al autor de estos renglones.
  5. Rizal, aunque pequeño de cuerpo y de aspecto que no denotaba un vigor físico pujante, tenía una fuerza extraordinaria, y además mucha destreza. Desde niño habíase aficionado á los ejercicios gimnásticos, los cuales perfeccionó cuando estuvo en el Japón. Á partir de entonces, era un tanto acróbata, y diariamente hacia ejercicios al estilo japonés.
  6. Según copia remitida por D. Epifanio de los Santos.
  7. Epifanio de los Santos: sus apuntes inéditos citados.
  8. Según copia remitida por D. E. de los Santos.
  9. Declaración de D. Pío Valenzuela, prestada en Manila á 2 de Septiembre de 1898. — Nótese que la Revolución no perseguía la Indepencia, sino conseguir los derechos políticos», siquiera para lograrlos no tuviesen reparo los revolucionarlos en cometer horrores.
  10. Declaración de D. Pio Valenzuela, prestada en Manila á 6 de Septiembre de 1896. — Todos los hechos y declaraciones posteriores confirman la exactitud de lo declarado por Valenzuela.
  11. Palabras deducidas de las varias declaraciones que figuran en el proceso, con las cuales se hallan conformes cuantas personas sensatas é imparciales han escrito acerca de la materia.
  12. La Sensacional Memoria, citada, página 16.
  13. Declaración citada de Valenzuela. — Archivo del Bibliófilo Filipino, tomo iii: Documentos de actualidad, pág. 146.