Zadig, o el Destino/Capítulo XIII
Miéntras este viage á Basora, concertáron los sacerdotes de las estrellas el castigo de Zadig. Pertenecíanles por derecho divino las piedras preciosas y demas joyas de las viudas mozas que morian en la hoguera; y lo ménos que podian hacer con Zadig era quemarle por el flaco servicio que les habia hecho. Acusáronle por tanto de que llevaba opiniones erróneas acerca del exército celestial, y declaráron con juramento solemne que le habian oido decir que las estrellas no se ponian en la mar. Estremeciéronse los jueces de tan horrenda blasfemia; poco faltó para que rasgaran sus vestiduras al oir palabras tan impías, y las hubieran rasgado sin duda, si hubiera tenido Zadig con que pagarlas; mas se moderáron en la violencia de su dolor, y se ciñéron á condenar al reo á ser quemado vivo. Desesperado Setoc usó todo su crédito para librar á su amigo, pero en breve le impusiéron silencio. Almona, la viuda moza que habia cobrado mucha aficion á la vida, y se la debia á Zadig, se resolvió á sacarle de la hoguera, que como tan abusiva se la habia él presentado; y formando su plan en su cabeza, no dió parte de él á nadie. Al otro dia iba á ser ajusticiado Zadig: solamente aquella noche le quedaba para libertarle, y la aprovechó como muger caritativa y discreta.
Sahumóse, atildóse, aumentó el lucimiento de su hermosura con el mas bizarro y pomposo trage, y pidió audiencia secreta al sumo sacerdote de las estrellas. Así que se halló en presencia de este venerable anciano, le habló de esta manera: Hijo primogénito de la Osa mayor, hermano del toro, primo del can celeste (que tales eran los dictados de este pontífice), os vengo á fiar mis escrúpulos. Mucho temo haber cometido un gravísimo pecado no quemándome en la hoguera de mi amado marido. Y en efecto, ¿qué es lo que he conservado? una carne perecedera, y ya marchita. Al decir esto, sacó de unos luengos mitones de seda unos brazos de maravillosa forma, y de la blancura del mas puro alabastro. Ya veis, dixo, quan poco vale todo esto. Al pontífice se le figuró que esto valia mucho: aseguráronlo sus ojos, y lo confirmó su lengua, haciendo mil juramentos de que no habia en toda su vida visto tan hermosos brazos. ¡Ay! dixo la viuda, acaso los brazos no son tan malos; pero confesad que el pecho no merece ser mirado. Diciendo esto, desabrochó el mas lindo seno que pudo formar naturaleza; un capullo de rosa sobre una bola de marfil parecia junto á él un poco de rubia que colora un palo de box, y la lana de los albos corderos que salen de la alberca era amarilla á su lado. Este pecho, dos ojos negros rasgados que suaves y muelles de amoroso fuego brillaban, las mexillas animadas en púrpura con la mas cándida leche mezclada, una nariz que no se semejaba á la torre del monte Libano, sus labios que así se parecian como dos hilos de coral que las mas bellas perlas de la mar de Arabia ensartaban; todo este conjunto en fin persuadió al viejo á que se habia vuelto á sus veinte años. Tartamudo declaró su amor; y viéndole Almona inflamado, le pidió el perdon de Zadig. ¡Ay! respondió él, hermosa dama, con toda mi ánima se le concediera, mas para nada valdria mi indulgencia, porque es menester que firmen otros tres de mis colegas. Firmad vos una por una, dixo Almona, Con mucho gusto, respondió el sacerdote, con la condicion de que sean vuestros favores premio de mi condescendencia. Mucho me honrais, replicó Almona; pero tomaos el trabajo de venir á mi quarto despues de puesto el sol, quando raye sobre el horizonte la luciente estrella de Scheat; en un sofá color de rosa me hallaréis, y haréis con vuestra sierva lo que fuere de vuestro agrado. Salió sin tardanza con la firma, dexando al viejo no ménos que enamorado desronfiándose de sus fuerzas; el qual lo restante del dia lo gastó en bañarse, y bebió un licor compuesto con canela de Ceylan y con preciosas especias de Tidor y Tornate, aguardando con ansia que saliese la estrella de Scheat.
En tanto la hermosa Almona fué á ver al segundo pontífice, que le dixo que comparados con sos ojos eran fuegos fatuos el sol, la luna, y todos los astros del firmamento. Solicitó ella la misma gracia, y él le propuso el mismo premio. Dexóse vencer Almona, y citó al segundo pontífice para quando nace la estrella Algenib. Fué de allí á casa del tercero y quarto sacerdote, llevándose de cada uno su firma, y citándolos de estrella á estrella. Avisó entónces á los jueces que vinieran á su casa para un asunto de la mayor gravedad. Fuéron en efecto, y ella les enseñó las quatro firmas, y les dió parte del precio á que habian vendido los sacerdotes el perdon de Zadig. Llegó cada uno á la hora señalada, y quedó pasmado de encontrarse con sus colegas, y todavía mas con los jueces que fuéron testigos de su ignominia. Fué puesto en libertad Zadig, y Setoc tan prendado de la maña de Almona, que la tomó por su muger propia.