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David Copperfield (1871)/Primera parte/IV

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
IV


CAIGO EN DESGRACIA.

¡Qué triste estaba al entrar en mi cuarto! Mientras subia las escaleras oia al perro que ladraba á mi lado. Me senté, triste y solitario, cruzando mis manos encima de mis rodillas y entregándome á mis sueños. De una en otra idea inspeccioné el cuarto, que me parecia tan triste como lo estaba yo, examiné su forma, las vigas del techo, los amamarrachados colores de los vidrios, y un aguamanil que tenia un aire tan desgraciado sobre sus piés que se tambaleaban, que me recordó la quejumbrosa mistress Gummidge bajo el influjo de sus penas de la viudez. En fin, me ocupé de Emilia, de quien empezaba á sentirme perdidamente enamorado, preguntándome por qué habian tenido la crueldad de separarme de ella... de ella, que sin duda me echaba de menos, que me mostraba mas interés que ninguna otra persona en este mundo, ó al menos en esta casa, á donde no sé por qué habia vuelto. Esta reflexion me afligió tanto y me hizo derramar tantas lágrimas, que mis pobres ojos acabaron por cerrarse y me dormí.

Despertóme la voz de una persona que decia : « Héle aquí », y el que hablaba descubria mi cabeza, que se abrasaba. Mi madre y Peggoty estaban á la cabecera de mi cama.

— ¡David! exclamó mi madre, ¿qué te pasa?

Parecióme extraño que me dirigiese semejante pregunta. Nada, le respondí, y volví la cabeza para ocultar mis lábios, cuyo temblor le respondia con mas verdad.

— ¡David! continuó mi madre, ¡hijo mio!...

Me llamaba hijo mio : ninguna frase me hubiera conmovido tanto como esta; me tapé con las sábanas para ocultarle mis lágrimas, y mi mano, al estrechar la suya, la rechazó cuando quiso cogerme en sus brazos.

— Vos teneis la culpa de todo esto, Peggoty, dijo mi madre; sois una criatura cruel; habeis sido vos, no me cabe la menor duda. ¿No os remuerde la conciencia al prevenir contra mí á mi propio hijo y contra una persona que me es querida?

La pobre Peggoty, alzando al cielo la vista y cruzando sus manos, se contentó respondiendo esta especie de paráfrasis de plegaria:

— ¡Que Dios os lo perdone, mistress Copperfield, y ojalá no repitais nunca lo que acabais de decir!

— ¡Hay para volverme loca! exclamó mi madre ; y esto en mi luna de miel, cuando mi mas mortal enemigo me acordaria una próroga, se me figura... que mi enemigo mas encarnizado no me envidiaria algunos dias de calma y felicidad! ¡David! eres una criatura sin corazon, y tú, Peggoty, eres una malvada. ¡Ah! Dios mio, continuó dirigiéndose tan pronto á uno como á otro, con su impaciencia de niña mimada, ¡qué mundo tan triste, y en qué momento! cuando una esperaba hallarle lo mas agradable posible.

Sentí el contacto de una mano que reconocí no ser la de mi madre ni la de Peggoty, y para librarme me escurrí fuera de la cama. Era la mano de Mr. Murdstone, y me cogió del brazo diciéndome :

— ¿Qué ocurre? Clara, amor mio, ¿habeis olvidado? Carácter, querida mia.

— Lo siento, mi querido Eduardo, respondió mi madre; me habia prometido cumplir lo acordado, ¡pero son tantos mis disgustos!...

— ¡Tan pronto, Clara! esa confesion hace daño.

— Digo que es bien triste que en este momento traten de enojarme, añadió mi madre haciendo un gesto. ¿No es verdad?

Le atrajo hácia ella, le besó en la frente y le dijo algunas palabras al oido. Al ver á mi madre que se apoyaba en su hombro, comprendí, como pudiera comprenderlo en este instante, que era capaz de plegar aquella naturaleza débil á todas sus voluntades.

— Bajad á la sala, querida mia, le dijo Mr. Murdstone; David y yo iremos á vuestro encuentro... Y vos, amiga mia, continuó fijando una mirada sombría en Peggoty así que no pudo verle mi madre, despedida por él con un saludo, y vos, sabeis cómo se llama vuestra ama?

— Lo sé, puesto que hace mucho tiempo que es mi señora, respondió Peggoty.

— Verdad es, dijo, pero se me ha figurado oir al subir la escalera que le dabais un nombre que no es el suyo: recordad que el que lleva ahora es el mio.

Peggoty me miró con aire entrecortado, en seguida hizo un saludo y salió sin replicar, pensando piadosamente, segun supongo, que hallarian que estaba de mas y que no tenia excusa ninguna para quedarse. Así que nos vimos solos, Mr. Murdstone tomó asiento, me colocó delante de sí y clavó sus ojos en los mios : experimentaba una verdadera fascinacion, y al recordar lo que cuento, aun creo oir los latidos de mi corazon.

— David, me dijo Mr. Murdstone, ¿qué piensas que hago cuando tengo que habérmelas con un perro ó un caballo voluntariosos?

— No sé.

— Los castigo.

Habia respondido á media voz con una verdadera opresion en el pecho; me sentí mucho mas oprimido aun al guardar silencio. Mr. Murdstone continuó :

— Por mas que se ensoberbezca y encabrite, me digo á mí mismo : « Le domaré », y aun cuando fuese necesario sacarle hasta la última gota de sangre á latigazos y espolazos, conseguiria mi objeto. ¿Has llorado, segun creo? confiésalo.

En aquel momento, si me hubiera preguntado veinte veces la misma cosa, zurrándome otras tantas, creo que mi corazon de niño se hubiese roto antes de querer convenir con él.

— Para ser un niño eres demasiado despejado, añadió con aquella sonrisita que le era peculiar, y veo que me has comprendido. Alza la vista y baja conmigo.

Enseñóme con la mano el aguamanil que he comparado á mistress Gummidge y me hizo señas para que le obedeciera. No dudaba ni un momento que á su vez no me hubiera deshecho sin el menor remordimiento á haber resistido.

Bajamos juntos con mi mano apoyada en su brazo, y al entrar en la sala, le dijo á mi madre :

— Clara, amiga mia, espero que no os darán mas disgustos : no tardaremos en haber corregido la gentecilla caprichosa.

Pongo á Dios por testigo que hubiera podido corregirme para siempre, que tal vez me hubiera vuelto otro, á oir en aquella circunstancia una palabra de bondad. Sí; una palabra de aliento y confianza, una palabra de compasion sobre mi ignorancia de niño, que me asegurase que yo era un amigo que llegaba á casa, y que era siempre la misma casa para mí : esa palabra hubiera podido inspirarme hácia él la abnegacion de corazon en vez de una obediencia hipócrita, el respeto, al menos, en vez del odio. Me pareció que mi madre padecia al verme á su lado tan asombrado, tan poco cariñoso, y que cuando me escurria hasta una silla, me seguia con miradas aun mas inquietas, notando quizás que no habia la misma libertad en mis movimientos de niño... pero no se pronunció aquella palabra, por mas que fuese el momento.

Comimos juntos los tres. Mr. Murdstone parecia muy rendido con mi madre, y confieso que semejante observacion no hizo que le cobrase mas afecto: mi madre tambien parecia muy contenta á su lado; supe, por la conversacion, que aquella noche esperaban una hermana mayor de Mr. Murdstone que venia á vivir á casa. No sé si fué entonces ó mas tarde, cuando supe que el hermano y la hermana tenian parte en una taberna de Lóndres. Poco importa que hable de ello aquí ó en otro lado.

Despues de comer, mientras que sentado al lado de la lumbre meditaba escaparme para ir á reunirme con Peggoty, sin atreverme á hacerlo sin embargo temiendo ofender al dueño de la casa, Mr. Murdstone oyó el ruido de un coche que se detuvo á la puerta de la verja; levantóse para salir al encuentro de la persona que llegaba. Mi madre le siguió, lo mismo que yo, aunque con cierta timidez : al llegar al umbral de la puerta de la sala, volvióse de repente, y, estrechándome en sus brazos, me besó con todo el amor maternal, y me dijo en voz baja que quisiera á mi nuevo padre y fuera obediente. Todo esto fué hecho en un abrir y cerrar de ojos, como si obrase mal; luego alargándome su mano por detrás, tuvo estrechada la mia hasta el punto del jardin donde se hallaba Mr. Murdstone. Allí me abandonó para darle el brazo.

La persona que llegaba era miss Murdstone, mujer de aspecto sombrío, tan morena como su hermano, á quien se parecia muchísimo hasta en el metal de la voz, con unas cejas muy pobladas que se reunian por encima de su nariz de ave de rapiña, como si, privada por su sexo del privilegio de gastar bigotes, hubiese querido resarcirse de aquel modo. Bajó del coche, trayendo dos cajas sólidas, en cuya tapa se leian las iniciales de su nombre formadas con clavos dorados. Para pagar al cochero sacó el dinero de un bolsillo de acero, que llevaba en un verdadero saco de calabocero, que colgaba de su cintura sujeto con una gran cadena cerrándose merced á una media luna provista de dientes de hierro. Jamás habia visto una mujer mas metálica en su conjunto que miss Murdstone.

Condujéronla á la sala con todas las consideraciones hijas de un interés cordial, y mi madre la recibió allí debidamente como á una hermana á quien estaba dispuesta á querer. Allí reparó en mí y preguntó:

— ¿Cuñada, es este vuestro hijo?

— Sí, respondió mi madre.

— En general, replicó miss Murdstone, no me gustan los chiquillos. ¿Cómo estás, hijo mio?

— Bien, gracias, ¿y vos, señora?

Alentado así, respondí esto con una cortesía tan fria que miss Murdstone me juzgó en dos palabras, diciendo :

— No tiene buenos modales.

Una vez que hubo pronunciado semejante sentencia con voz muy clara, suplicó que le enseñasen su cuarto, cuarto que desde entonces fué para mí como un lugar de terror, en donde jamás quedaron abiertos aquellos dos cajones de que he hablado antes. Dos ó tres veces movióme la curiosidad á mirar por la cerradura, bien entendido cuando no estaba ella dentro, y descubrí una porcion de agujas de acero para hacer crochet, que erizaban el espejo y servian para el tocado de miss Murdstone.

Fácil me fué comprender que venia á sentar sus reales para siempre. A la mañana siguiente empezó á ayudar á mi madre en los quehaceres domésticos, yendo y viniendo de la cocina á la despensa, arreglándolo todo, cambiándolo todo de puesto. La primera manía digna de notar que observé en miss Murdstone fué la continua sospecha de que la criada ocultaba un hombre en algun lado. Bajo el influjo de semejante ilusion, iba á la hora menos pensada á registrar el sótano del carbon, y no abria nunca cierto gran armario oscuro sin cerrarlo en seguida, creyendo que habia en fin sorprendido á aquel á quien buscaba.

Por mas que miss Murdstone no tuviese nada de aéreo, participaba de la alondra en lo de levantarse al romper el dia, y estaba de pié antes que todos los demas de la casa... siempre ocupada en buscar
— Juana Murdstone, ¿quereis callaros?
el hombre escondido. Peggoty pretendia que dormia con un ojo abierto.

El primer dia que se instaló se colgó de la campanilla al mismo tiempo que cantaba el gallo. Cuando bajó mi madre para almorzar y preparar el té, miss Murdstone le dió una palmadita en el carrillo, « su caricia de costumbre », diciendo :

— Mi querida Clara, bien sabeis que he venido aquí para evitaros todo trabajo, si eso puede ser. Sois muy linda y pizpireta... (mi madre se puso encendida, pero se sonrió mas satisfecha que no enfadada de aquel cumplimiento) para que os cuideis de un cargo que yo puedo llenar. Haced el favor de darme todas las llaves, querida mia.

Desde entonces miss Murdstone guardó todas las llaves en su saco de calabocero durante el dia y bajo la almohada por la noche; mi madre no se ocupaba de nada absolutamente; sin embargo, antes de dejarse arrebatar así toda autoridad, protestó enérgicamente. Una noche que miss Murdstone habia expuesto á su hermano cierto plan doméstico que obtuvo su aprobacion, mi madre se echó á llorar de pronto, y dijo que bien podia habérsela consultado.

— Clara, dijo Mr. Murdstone severamente, me llenais de asombro.

— ¡Ah! exclamó mi madre; Eduardo, os asombrais porque muestro firmeza, ¿pero en mi lugar qué hariais vos?

¡La entereza! hé ahí la gran virtud que era el caballo de batalla de miss Murdstone y de su hermano. Comprendia mas fácilmente que no me hubiera sido explicarlo que la entereza para ellos no era ni mas ni menos que la tiranía; pues llamaban entereza á cierto humor infernal, tan sombrio como arrogante. Convínose perfectamente entre ellos que Mr. Murdstone tenia carácter: verdad es que nadie tenia mas carácter en el mundo que Mr. Murdstone, ó mejor dicho nadie podia poseer esa cualidad, pues todo el mundo tenia que doblegarse ante él. Su hermana era una excepcion : podia tener carácter relativamente, pero un carácter inferior y debiendo siempre ceder ante la voluntad de su hermano. Mi madre era una segunda excepcion : podia y debia tener carácter, pero únicamente para sostener el de los otros dos y creer que no existia en el mundo otra voluntad que la de ellos.

— Triste es que en mi casa... se aventuró á decir mi madre.

— ¿Mi casa? repitió Mr. Murdstone; ¡Clara!

— Quiero decir nuestra casa, tartamudeó mi madre asustada, — espero que comprendeis lo que quiero decir, Eduardo; — triste es que en vuestra casa no pueda decir ni una palabra acerca de las cosas domésticas. Antes de nuestro casamiento, se me figura que no lo hacia tan mal. ¿Es preciso que os presente un testigo que lo confirme? añadió sollozando, preguntad á Peggoty si no salia airosa cuando me proponia algo.

— Eduardo, añadió miss Murdstone, esto tiene que acabar; mañana me marcharé.

— Juana Murdstone, respondió su hermano, ¡callad! ¿Os atreveis á decir que no conoceis mi carácter?

— Seguramente, replicó entonces mi madre llorando á lágrima viva y ya subyugada, no deseo que se vaya nadie. No pido mucho pues soy razonable; me bastará con que se me consulte alguna que otra vez. Estoy agradecida á cualquiera persona que me ayude, y me bastará con que se me consulte de cuando en cuando por la forma. Hubo un tiempo en que parecísteis sumamente halagado de mi inexperiencia, Eduardo, — al menos así me lo decíais; — pero os habeis vuelto bien severo... como si lo que otra vez os complacia tanto ahora os disgustara.

— Eduardo, repitió miss Murdstone, quiero que se concluya todo esto; mañana me voy.

Entonces su hermano añadió con voz de trueno :

— Juana Murdstone, ¿quereis callaros? ¿Cómo os atreveis?...

Miss Murdstone echó mano al pañuelo y se lo llevo á los ojos.

— ¡Clara! prosiguió Mr. Murdstone dirigiéndose á mi madre, ¡me asombrais, me volveis el juicio! Sí, tenia por una gran felicidad el casarme con una jóven, sencilla y sin experiencia, formar su carácter y comunicarle algo del carácter y decision que necesitaba. Pero cuando Juana Murdstone es lo suficientemente buena que acude en mi socorro para esto y al mismo tiempo para llenar las funciones equivalentes á las de una ama de llaves... cuando en premio de su amabilidad recibe tal pago...

— ¡Ah! por compasion, Eduardo, exclamó mi madre, no me acuseis de ingratitud. No, no lo soy, nadie me ha echado nunca en cara semejante cosa. Puedo tener defectos, pero nunca ese... ¡Ah! ¡por favor, amigo mio!

Pero Mr. Murdstone no se dejaba interrumpir así, y cuando mi madre se calló, él continuó su frase :

— Cuando Juana Murdstone, repito, se ve tan indignamente tratada, mis afectos se entibian y alteran extraordinariamente...

— No, no digas eso, amigo mio, exclamó mi madre con tono de súplica. Eduardo, por compasion, no puedo oir semejante cosa. Sé que soy afectuosa; no lo diria á no estar cierta de serlo. Preguntad á Peggoty, y vereis cómo os dice que soy afectuosa.

— Clara, replicó Mr. Murdstone, ninguna debilidad lograria producir el menor efecto sobre mí. Perdeis vuestro tiempo, Clara.

— Seamos buenos amigos, dijo mi madre, no podria vivir si se me tratara con frialdad; bien sé que tengo muchos defectos, y os agradeceré, Eduardo, que con vuestra bondad de corazon trateis de corregírmelos. Juana, accedo á todo; la sola idea de vuestra partida me desolaria.

Mi madre estaba sumamente afectada para poder continuar.

— Juana Murdstone, le dijo su hermano, entre nosotros nunca ha surgido una palabra mas alta que otra. Yo no tengo la culpa del escándalo de esta noche, pues me he visto arrastrado bien á mi pesar. Tratemos de olvidarlo, y como todas estas explicaciones, añadió despues de tan magníficas frases, no son para darlas delante de un niño... David, vé á acostarte.

Me faltó tiempo para tomar la puerta y apenas si pude dar con ella, pues las lágrimas empañaban mis ojos; mi madre era muy desgraciada, segun mi opinion. Retiréme, pues, á tientas, y así subí en medio de la oscuridad mas profunda hasta llegar á mi cuarto, no teniendo el valor suficiente de ir á dar las buenas noches á Peggoty ni pedirla una luz. Cuando ella vino al cabo de dos horas á ver si estaba acostado, me desperté fácilmente al ruido de sus pasos, y supe por ella que mi madre habia ido á acostarse en un triste estado, dejando á solas á Mr. Murdstone y á su hermana.

A la mañana siguiente bajé un poco mas temprano que de costumbre, y me detuve á la puerta de la sala al oir la voz de mi madre : imploraba humildemente el perdon de miss Murdstone y lo obtenia; así es que tuvo lugar una perfecta reconciliacion. A partir de aquel dia mi madre se cuidó muy bien de no emitir opinion alguna sobre nada, sin llamar antes á miss Murdstone ó de informarse subrepticiamente de su opinion respecto al particular : no vi nunca á miss Murdstone, cuando estaba de mal humor, — esta era su única debilidad, — llevar la mano á su saco como si fuera á tomar algunas llaves y ofrecer su devolucion á mi madre, sin que esta no experimentase un terror muy grande.

El sombrío tinte del carácter de los Murdstone se manifestaba hasta en la religion, que era tan austera como inflexible. Mas tarde me figuré que miss Murdstone se complacia en hallar allí otra nueva fuente de entereza. Sea lo que quiera, recuerdo perfectamente las caras tristes con que íbamos á la iglesia, que no tardó en cambiar de aspecto á mis ojos. Mi memoria me traza vivamente el regreso del temido domingo. Me veo, yo el primero, entrando en el antiguo banco de la familia, como un cautivo á quien conducirian á un trabajo de presidiario; detrás de mí viene miss Murdstone, ataviada con un vestido de terciopelo negro que parece cortado de la colgadura de un catafalco; á ella sigue mi madre, y tras esta su marido : miss Murdstone murmura en voz alta las plegarias, y marca con preferencia en las amenazas que el libro santo dirige á los pecadores... « Miserables pecadores », repite volviendo sus ojos al rededor como si apostrofase á los asistentes. Entre ella y su hermano, apenas si mi madre se atreve á mover los labios, no perdiendo ni siquiera una de las terribles palabras que uno y otra pronuncian á cada lado como un trueno sordo. A veces reflexiono y tiemblo preguntándome quién tendrá razon entre nuestro vicario, anciano pastor indulgente, y Mr. Murdstone y su hermana. ¿Es posible que en el cielo solo haya ángeles exterminadores? pero si alzo un dedo ó se contrae alguno de los músculos de mi rostro, miss Murdstone me llama á la inmovilidad pegándome algunos golpes con su devocionario... En fin, así que se acaba el servicio emprendemos el camino de casa : veo algunos de nuestros vecinos que nos miran á mi madre y á mí, y murmuran en voz baja. Mr. Murdstone lleva del brazo a su hermana y á mi madre. Yo les sigo, y noto que mi madre no tiene la misma ligereza que antes en el modo de andar : ¿los años harán mella en su hermosura?

Alguna vez se habló de enviarme al colegio; los primeros que emitieron esta idea fueron Mr. Murdstone y su hermana, y por consiguiente mi madre fué de su opinion. Sin embargo, nada se resolvió respecto á este particular, y continué mis estudios en casa.

Nunca podré olvidar mis lecciones. Mi madre las presidia nominalmente, aunque Mr. Murdstone lo hacia realmente y su hermana, y entre ambos siempre hallaban ocasion para dar á mi madre alguna leccion de aquella tan decantada entereza, veneno roedor de su vida y de la mia. Se me figura que si me guardaban á su lado era con este objeto. Aprendí con facilidad las letras del alfabeto, sobre todo la O, la Q y la S; sus caprichosas y misteriosas formas no me inspiraban ninguna repugnancia; al contrario, marché todo derecho como por medio de flores, hasta llegar al libro en que leia á Peggoty la historia de los cocodrilos, animado siempre por la sonrisa y dulce voz de mi madre. Pero las lecciones solemnes que sucedieron á estas me vienen á la memoria como un fúnebre sudario de mi felicidad infantil, como una monótona y cruel carga de cada dia : lecciones largas, numerosas, difíciles, — la mayor parte ininteligibles, así para mi pobre madre como para mí.

Voy á tratar de referir una de aquellas torturas cuotidianas.

Entraba en la salita despues del almuerzo, con mis libros, un cuaderno de ejercicios y una pizarra; mi madre estaba sentada á su pupitre; sin embargo, no tan cerca como Mr. Murdstone que ocupa su sillon en el hueco de una ventana, y parece ensimismado en la lectura; — ni tampoco como miss Murdstone que, al lado de mi madre, ensarta cuentas de abalorios. La presencia de estos dos personajes ejerce en mí tal influencia, que las palabras que tanto trabajo me cuestan aprender de memoria se me olvidan unas tras otras.

Entrego á mi madre un primer volúmen; quizás una gramática, ó una historia ó geografía. Repaso por última vez la página para refrescar la memoria, y me pongo á recitar á escape; pero no tarda en escapárseme una palabra : Mr. Murdstone levanta la cabeza. Salto otra palabra : miss Murdstone me mira. Me pongo colorado, me olvido de una frase entera y me paro. Se me figura que mi madre me enseñaria la palabra si se atreviese; pero no se atreve, y dice con amabilidad :

— ¡Ah! ¡David, David!

— Clara, dice Mr. Murdstone, sed severa con ese niño. No digais : ¡David, David! eso es una niñería; sabe ó no su leccion.

— No la sabe, exclama miss Murdstone, que interviene solemnemente.

— Temo mucho que no la sepa, dice mi madre.

— Por consiguiente, Clara, responde miss Murdstone, devolvedle el libro para que la aprenda.

— Ciertamente que sí, dice mi madre, eso mismo iba á hacer, mi querida Juana. Vamos, David, repásala y trata de no ser torpe.

Obedezco á la primera cláusula de la amonestacion repasándola aun una vez mas; pero no soy lo bastante feliz para satisfacer á la segunda, pues soy muy estúpido. Por esta vez me paro antes de llegar al punto donde me paré la primera, y trato de reflexionar... Pero reflexionar en la leccion me es imposible; pienso cuántas serán las mallas del gorro de miss Murdstone, en lo que le habrá costado su vestido, ó en cualquier otro problema que no me importa : Mr. Murdstoe deja escapar una señal de impaciencia que aguardaba hacia mucho tiempo. Miss Murdstone repite la señal de su hermano, mi madre los mira con aire avergonzado y sumiso, cierra el libro, lo pone á un lado para volver á cogerlo despues, como un rezagado á continuacion de las lecciones atrasadas.

Pero ¡ay! estas lecciones atrasadas no tardan en acumularse, y ¡de qué modo! Mi estupidez aumenta en proporcion; yo pierdo la idea de cómo podré salir de allí y me abandono á mi suerte. Verdaderamente es un espectáculo muy triste el ver la mirada de desolacion que cambio con mi madre en medio de mis tropezones. Pero el resultado mas horrible de estas lecciones, es cuando mi madre, — creyendo que nadie la observa, — trata de apuntarme, con la punta de los labios, la palabra que me pone en el aprieto. Entonces miss Murdstone, que la espia, exclama con su voz mas grave :

— ¡Clara!...

Mi madre se estremece, se pone colorada y trata de sonreir. Mr. Murdstone se levanta de su butaca, coge el libro, me lo tira á la cabeza ó me pega un par de pescozones, y cogiéndome por un brazo, me planta á la puerta.

Una vez acabadas las lecciones, lo peor de todo se presenta bajo la forma de una regla de aritmética. Es una regla inventada en honor mio; y que Mr. Murdstone me dirige así verbalmente :

— ¿Si voy á casa de un quesero y compro cinco mil quesos de Glocester, á nueve sueldos cada uno, cuánto importarán todos?

Al oir esta pregunta veo á miss Murdstone irradiando de felicidad; por mas que sueño con sus quesos, no averiguo la cantidad total : como llega la hora de comer sin resultado alguno, me castigan á pan seco, y quedo en penitencia durante toda la noche.

Estas eran las crudas pruebas de mis horas de estudio. Se me figura, sin embargo, que hubiera salido adelante sin los Murdstones; pero ejercian sobre mí el influjo que dos serpientes ejercerian sobre un pobre pajarillo.

El dia en que conseguia dar mis lecciones tal cual, no por eso ganaba mas que mi comida; pues miss Murdstone no podia sufrir la idea de verme mano sobre mano. Si tenia la imprudencia de manifestar que habia acabado mi trabajo, llamaba la atencion sobre mí, diciendo: « Clara, no hay nada como el trabajo; ¡dad algo que hacer á vuestro hijo! » Mr. Murdstone llegaba entonces á propósito para hallar un nuevo problema. No hay para qué hablar de mis diversiones durante las horas de recreo con los demas chicos, pues esto sucedia raramente, porque segun la sombría teología de los Murdstones, todos los muchachos no eran ni mas ni menos que un enjambre de reptiles, — como si el mismo Jesus no hubiera sido niño, — y no podian menos de corromperse unos con otros.

Semejante educacion, que duró seis meses poco mas ó menos, debia naturalmente darme un carácter mas sombrío, y apagar en mí poco á poco las dotes intelectuales. A esto contribuia no poco el ver yo cómo insensiblemente perdia el cariño de mi madre : creo que me hubiera vuelto completamente estúpido á no ser por esta circunstancia :

Mi padre habia dejado algunos libros en un cuarto contiguo al mio, en el piso segundo de la casa, y á donde nadie iba á turbar el reposo. De aquel cuarto salieron uno despues de otro para hacerme compañia : Roderick Random, Peregrine Pickle, Humphrey Clinker, Tom Jones, el Vicario de Wakefield, Don Quijote, Gil Blas, y Robinson Crusoe, — ¡gloriosa familia! Tuvieron alerta mi imaginacion, y me revelaron otro mundo que el que habitaba : ¡reciban la expresion de mi agradecimiento, lo mismo que las Mil y una noches y los Cuentos de los genios! No me causaron daño alguno, pues el mal que algunos de ellos pudieran haberme producido, no podia alcanzarme en mi inocencia. Apenas si puedo explicarme hoy cómo tuve tiempo para leer todos aquellos libros en medio de mis odiosas lecciones. Pero los leí, y para consolarme de mis desgracias, grandes para mí, me identifiqué con mis héroes favoritos, trasformando todos aquellos que inspiraban antipatía en Mr. Murdstone y su hermana. Fuí durante toda una semana un Tom Jones, — un Tom Jones niño, criatura inocente, — y durante todo un mes Roderick Random. No me acuerdo en qué libro lo ví, pero el caso es que me interesé por un bravo capitan de marina y sus aventuras, y cambiándome por él, y armado con una caja de hojalata recorrí mil veces toda nuestra casa de arriba abajo, desafiando á los salvajes que me quisieran prender. El capitan no hizo jamás traicion á la dignidad de su grado por mas que le calentaran las orejas con la gramática latina.

Contra todas las gramáticas del mundo saboreé así las mas consoladoras ilusiones. Sentado en mi cama, embebido en mis libros sin fijarme en los gritos de los demas muchachos del pueblo que jugaban debajo de mis balcones, asociaba de aquel modo los lugares que me rodeaban á aquellas imaginarias aventuras. ¡Cuántas veces no vi á Tom Pipes subirse hasta el campanario como si hubiera sido sobre el mástil de su navío, y á Strap pararse á la puerta de nuestro jardin con su cartapacio al hombro! Sabia positivamente que el comodoro Trunion tenia su club, con Peregrine Pickle, en una sala de la taberna donde se reunian los aldeanos de nuestro pueblo.

El lector comprenderá ahora, tan bien como yo, qué carácter debia yo tener en el momento del episodio de la historia que voy á contarle.

Una mañana, al entrar en la sala con mis libros, noté la fisonomía inquieta de mi madre y la severa de miss Murdstone, mientras que Mr. Eduardo ataba alguna cosa al rededor de su baston, — baston elástico y delgado que dejó de arreglar para empezar á hacer con él el molinete.

— Os repito, Clara, dijo Mr. Murdstone, que me han azotado mas de una vez.

— Ciertamente, dijo miss Murdstone.

— Lo creo, querida Juana, tartamudeó mi madre; ¿pero... creeis que le sentaria bien á Eduardo?

— ¿Y pensais que me ha hecho mal, Clara? preguntó Mr. Murdstone con gravedad.

— ¡Ese es el punto de la cuestion! dijo su hermana.

— Sí, teneis razon, mi querida Juana, replicó mi madre.

Y no volvió añadir ni una palabra.

Sospechaba que yo era parte interesada de este diálogo, y traté de asegurarme mirando á Mr. Murdstone que me miró en aquel momento.

— David, me dijo, hoy tienes que aplicarte mas que de costumbre.

Al hablar agitó de nuevo su baston, acabó de atar el apéndice de que he hablado, le dejó apoyado contra su butaca echándome una ojeada significativa, y cogió el libro.

Habia motivo mas que suficiente para despertar ciertas memorias perezosas; pero no la mia, pues entonces sentí que se me olvidaban todas las lecciones. En vano traté de recordarlas; empezamos mal, y cada vez fué peor. Precisamente aquel dia tenia la idea de distinguirme, creyéndome bien preparado, pero no hice mas que acumular falta sobre falta; miss Murdstone no cesaba de espiarnos « con toda su entereza »; así cuando me dirigió la cuestion de los cinco mil quesos, — que Mr. Murdstone cambió por bastones aquel dia, - mi madre echó á llorar.

— ¡Clara! dijo miss Murdstone con su voz mas grave.

— No me siento bien, respondió mi madre.

Ví á Mr. Murdstone lanzar una ojeada á su hermana, levantarse y coger el baston.

— Juana, dijo, no podemos esperar ver á Clara que resista con una gran firmeza los tormentos á que David se ha hecho acreedor. Clara se ha fortificado mucho, pero no hay que exigir demasiado de ella. David, vamos á subir juntos, hijo mio.

Me arrastró hácia la puerta : mi madre corrió hácia nosotros. Miss Murdstone dijo : « ¡Clara, veo que estais medio loca! » y con esta frase la contuvo. Entonces ví que mi madre se tapaba los oidos y empezaba á sollozar.

Mr. Murdstone me conducia á mi cuarto lenta y gravemente. Seguro estoy que se complacia en esta ceremonia de una justicia solemne... pero apenas entré me sentí agarrado vivamente y mi cabeza pasó bajo su brazo.

— ¡Mr. Murdstone! le gritaba, deteneos, os suplico que no me pegueis. He hecho todo lo posible para aprender; pero no puedo dar la leccion delante de vos y de vuestra hermana, os lo juro en verdad.

— ¡Ah! ¿con que no puedes dar la leccion? Eso es lo que vamos á ver.

Me tenia agarrada la cabeza con mucha fuerza, pero yo trataba de zafarme y le suplicaba que no me pegase... en vano, á los pocos instantes sentí la impresion de las correas que acababa de atar á su baston... En medio de mi ira me apoderé de la mano que me sujetaba y la mordí... Siento en mis dientes que aun la morderia si la tuviese cerca de mí.

Entonces me zurró como si hubiera querido matarme á palos. A pesar del ruido que hacíamos, oí que subian las escaleras corriendo, oí que lloraban, reconocí la voz de mi madre y de Peggoty; pero ya se habia marchado cerrando la puerta con llave. Me habia dejado revolcándome en el suelo, presa del doble suplicio de mi dolor y de mi rabia impotente.

Cuando recobré un poco la calma, el silencio mas grande reinaba en la casa : al mismo tiempo empecé á comprender que era malo... Escuché y asombréme de no oir nada : me levanté, y mirándome al espejo me asusté un poco al ver mi rostro encendido é hinchado; los correazos me habian despellejado, y sentia un escozor que me hace llorar aun cuando lo recuerdo; pero ¡qué era eso en comparacion al remordimiento que me destrozaba el alma, y que para mí no hubiera sido mayor á cometer un crimen!

Empezaba á caer la tarde; yo habia corrido la persiana de mi cuarto, cuando se abrió la puerta y entró miss Murdstone con una taza de leche, un pedazo de carne y pan, que dejó sobre la mesa sin hablar una palabra, mirándome con una entereza ejemplar; en seguida se retiró cerrando tras sí la puerta.

Llegó la noche y me senté creyendo que alguien vendria : cuando renuncié á ver á nadie me desnudé, me metí en la cama y empecé a pensar en todo lo que podrian hacerme. ¿Lo que habia cometido podia calificarse verdaderamente de acto criminal? ¿Me prenderian? ¿Corria peligro de que me ahorcasen?

Jamás olvidaré el dia siguiente á la hora de despertarme.

La primera sensacion fué dulce, empero no tardó en oprimirme el sombrio peso de los recuerdos de la víspera. Miss Murdstone apareció antes de que me levantase, me dijo que podia ir á pasearme al jardin durante media hora; en seguida se retiró, dejando la puerta abierta para que me pudiese aprovechar del permiso.

Aprovechéme con efecto, y lo mismo hice todas las mañanas mientras duraron los cinco dias de mi encierro. Si hubiera podido ver á mi madre á solas, me hubiera echado á sus brazos para pedirla perdon, pero no veia á nadie... Me engaño, todos los dias á las oraciones, miss Murdstone venia á escoltarme hasta la sala. Allí, como un jóven proscrito, debia pararme en el umbral de la puerta, y, rezada la oracion, mi calabocero me conducia solemnemente antes que se levantasen los demas. Notaba que mi madre estaba lo mas lejos posible de mí y con el rostro vuelto hácia otro lado, de modo que me fuera imposible verla. Mr. Murdstone tenia una mano vendada.

Difícil me será decir lo largos que se me hicieron aquellos cinco dias. Ocupan en mi memoria el espacio de cinco años, y se me quedaron grabados hasta los menores incidentes; analizaba todos los ruidos de la casa que llegaban hasta mi oido: en el interior la vibracion de las campanillas, el abrir y cerrar las puertas, el murmullo de las voces, los pasos en las escaleras; fuera, el viento, la lluvia, el eco de una risa, de un silbido, de una cancion, que me parecian mas lúgubres que los demas ruidos en mi soledad. ¿Cómo describir la marcha incierta de las horas, sobre todo la noche, cuando me despertaba creyendo que era de dia, y reconociendo que — aun no se habian acostado los de casa — me quedaba aun que pasar una larga noche? ¡y qué sueños, qué pesadillas durante mi sueño! Pero quizás el dia no era menos desconsolador, cuando sonaba de repente la voz de los demas muchachos en las horas de asueto, y los observaba sin atreverme á acercar á la ventana, temiendo adivinasen que estaba encerrado. En fin, era una sensacion extraña la de mi propio silencio en medio de aquel contínuo murmullo de sonidos y vida, que me hacia recordar un aislamiento cuyo término no conocia.

La última noche de mi encierro me desperté sobresaltado, oyendo que pronunciaban mi nombre en voz baja. Incorporéme en mi cama, y alargando los brazos en las tinieblas, pregunté:

— ¿Sois vos, Peggoty?

No me respondieron inmediatamente; pero no tardaron en pronunciar mi nombre otra vez con un tono tan misterioso y temible, que me hubiera visto atacado de una convulsion á no haber reflexionado que me llamaban por el ojo de la llave.

Me dirigí á tientas hasta la puerta, y aplicando mis labios al mismo estrecho pasaje, repetí en voz baja :

— ¿Sois vos, mi querida Peggoty?

— Sí, hijo mio, me respondió : no muevas mas ruido que un raton, ó de lo contrario nos oirá el gato.

Comprendí que el gato era miss Murdstone, y su cuarto estaba muy cerca.

— Mi querida Peggoty, ¿mamá está muy enfadada conmigo?

Oí á través de la puerta que Peggoty hacia todo lo posible por retener los sollozos; verdad es que otro tanto hacia tambien yo.

— No, no mucho, me respondió.

— ¿Qué van á hacer conmigo, Peggoty?

— Escuela... Lóndres.

Tuve que hacer que repitiera estas palabras por segunda vez, pues la primera, olvidando separar mis labios de la cerradura, no oí nada.

— ¿Y cuándo, Peggoty?

— Mañana.

— Por eso sin duda ha cogido hoy miss Murdstone mis trajes y efectos y mi cajon.

— Sí... el baul.

— ¿Veré á mama?

— Mañana por la mañana.

Despues de estas palabras sueltas, Peggoty trató de dirigirme frases enteras, cosa que consiguió poco mas ó menos en estos términos :

— David, si no he venido á veros antes no creais que por eso os quiero menos... Os quiero siempre lo mismo, tal vez mas... He creido serviros mejor no viniendo... vos y otra persona... ¿Me oís, señorito? ¿me escuchais?

— Sí, sí... Pegg...oty.

— Hijo mio, prosiguió ella con acento de lástima, quiero deciros que no debeis olvidarme... pues yo no os olvidaré... cuidaré á mamá como os he cuidado á vos... puede llegar dia en que quiera apoyarse en el brazo de su fiel Peggoty... Yo os escribiré, hijo mio, porque aunque no soy una profesora... Sí, sí... os...

Aquí Peggoty, interrumpiéndose con sus sollozos, se puso á besar la cerradura, no pudiendo besarme á mí. — Gracias, gracias, Peggoty... Escribid á Mr. Peggoty, á mistress Gummidge, a Cham y á Emilia... que no soy tan malo como les dirán; escribidles que les quiero... sobre todo á Emilia... ¿me lo prometeis?

Prometiómelo, y cada cual de nuestro lado nos pusimos á besar la cerradura, que aun recuerdo acaricié con mi mano como pudiera haber acariciado las megillas de Peggoty. En seguida nos dijimos adios, y desde entonces sentí hácia Peggoty una afeccion que me es imposible definir.

Ella no reemplazaba mi madre, porque una madre no puede ser reemplazada, pero siento por ella un afecto como no lo siento por nadie de este mundo. Verdad es que era un afecto que tenia su parte cómica : sin embargo, no sé lo que hubiera hecho si hubiese fallecido.

Al dia siguiente por la mañana, miss Murdstone se presentó á la hora de costumbre y me dijo que iba á un colegio, cosa que no era una nueva para mí, como ella suponia. Díjome tambien que así que me vistiese bajase á la sala pequeña á almorzar. Hallé allí á mi madre, muy pálida y con los ojos encendidos. Me arrojé en sus brazos y le pedí perdon desde el fondo de mi alma.

— ¡Ah! ¡David! dijo, habeis podido causar daño á una persona que quiero. ¡Tratad de corregiros! Os perdono, pero no podré olvidar, David, los malos sentimientos que abriga vuestro corazon.

Le habian persuadido de que yo era una criatura perversa, y esta idea la afligia mas que mi partida. Por mi parte experimenté el mayor dolor. Traté en vano de probar el desayuno de despedida, pero mis lágrimas caian sobre el pan y dentro de la taza de té. Los ojos de mi madre se dirigian de miss Murdstone á mí, y luego se inclinaban o apartaban.

Detúvose un coche á la puerta del jardin, y un hombre entró en la sala.

Miss Murdstone exclamó:

— Coged el baul de Mr. Copperfield.

La maleta fué llevada al carricoche de mi antiguo amigo el tartanero que nos habia conducido á Peggoty y á mí á Yarmouth.


Miss Murdstone tuvo la amabilidad de conducirme...

Ni Peggoty ni Mr. Murdstone se hallaban entonces en la sala.

— ¡Clara! dijo miss Murdstone, siempre con su voz grave.

— Todo está listo, mi querida Juana, respondió mi madre. Adios, David, te vas por tu bien. Adios, hijo mio. Estas vacaciones vendrás á casa, y espero que ya te habrás corregido.

— ¡Clara! repitió miss Murdstone.

— Ciertamente, mi querida Juana, dijo mi madre reteniéndome en sus brazos. Te perdono, hijo mio ; Dios te bendiga.

— ¡Clara! volvió á repetir miss Murdstone.

Miss Murdstone tuvo la amabilidad de conducirme hasta la verja del jardin, y me dijo que esperaba me arrepintiese antes de exponerme á tener un mal fin. Subí al coche, y el caballo se puso en marcha con ligereza.