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De Murcia al cielo: 04

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III

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Sinfonía, introducción
o escena preparatoria
de la árabe tradición,
surge aquí la precisión
de hacer un poco de historia.

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Horas a caso después
de la en que vió de través
dar a su infausto destino
con su gloria el Damasquino
Khalifato Cordobés,

vió Murcia que la invadía,
viniendo por Almería,
de moros una caterva,
que como el agua y la yerba
se aglomeraba y crecía.

De aquel árabe aluvión
jamás la fecha y la historia
supimos con precisión:
guardan de él turbia memoria
poesía y tradición.

Mas Murcia fué siempre tierra
muy bien mirada por Dios,
y el germen del bien que encierra
la ha llevado en paz y en guerra
siempre de su bien en pos.

Se habla de un Emir dichoso,
un Abú-Bekhr-al-Kaisí,
que es el tal vez fabuloso
Aarum-ar-Raschil famoso
de las leyendas de allí:

y debió este Emir, sin duda,
nacer con muy buena estrella;
pues catástrofe tan ruda
de él solo vino en ayuda,
y él solo ganó con ella.

La Omíade dinastía
cordobesa cayó en brazos
de otra raza más bravía,
y a robarla sus pedazos
se echó toda Andalucía.

Abú-al-Kaisí con destreza
sagaz, con tenaz firmeza
y con audacia oportuna,
supo atar a la fortuna
de su hueste a la cabeza:

y se dió tan buenas trazas,
que de toda Andalucía
taifas, tribus, huestes, razas,
a su corte y a sus plazas
y a su sueldo se atraía.

Su Emirato, por mezquino,
despreció y dejó en su mano
el rey moro granadino;
y sobre Murcia no vino,
mientras él reinó, el cristiano.

Con diplomacia sagaz
y constancia pertinaz,
de su fértil territorio
fué haciendo un pequeño emporio
de los bienes de la paz

Pronto acudieron terrenos
a demandar al Emir
cuantos labradores buenos
y tratantes agarenos
ansiaban en paz vivir;

y al vago, y al tornadizo,
y al levantisco alistando
en su pendón fronterizo,
de su turbulento bando
se aprovechó y se deshizo.

Poblóse Murcia de gente
honrada e inteligente,
útil, laboriosa y buena;
y un alba de paz serena
despuntó en un nuevo oriente:

De la paz santos baluartes,
surgieron en todas partes
molinos, agricultura,
comercio, escuelas…, la holgura
del tráfico y de las artes.

Al pie de la fortaleza
se levantó la mezquita;
y un trabajo sin pereza
trajo a Murcia la riqueza
con la paz por Dios bendita.

Al Gualentín y al Segura
sangrando o poniendo presas,
vertió al-Kaisí en la llanura
raudales de su agua pura
por huertos, prados y dehesas.

Los montes, hoy tan pelados
y de árboles tan escuetos,
eran bosques enramados,
que albergue y pasto en sus setos
daban a caza y ganados;

y este Emir, genio del bien,
de Murcia amparo y sostén,
logró de Murcia, por fin,
hacer primero un jardín
y por último un edén.

Y el monte aquél, tras del cual
vamos por este papel
buscando aquel oriental
relato tradicional
que dejó el árabe en él,

era entonces ramillete
de árboles, yerbas y flores,
que exhaló, como un pebete
de un hada en un gabinete,
en la aura un millón de olores;

que aún hoy las brisas aspiran
y sobre Murcia los tiran,
y en su huerta los derraman
cuando sobre Murcia giran
y en ella los desparraman.

Tenía, y tiene, una grieta
el monte aquél, una veta
del terreno el más fecundo,
que a ningún azar sujeta
de los azares del mundo:

es una extensa cañada,
copia del edén perdido;
de los vientos abrigada,
de la escarcha resguardada
y de oropéndolas nido.

Allí se dan, coetáneos
y a miles, flores y frutos
disímiles y espontáneos:
con los más suaves geráneos
los nísperos más hirsutos:

cuyo polen y semillas
conducen allí en sus picos
las errantes avecillas,
el insecto en sus alillas
y el aire en sus abanicos.

Y aquella fértil cañada,
que es de Murcia la portada,
de quien su huerta es alfombra,
y a quien da el monte la sombra
del toldo de su enramada,

es canastillo de rosas,
foco de restauradores
y vivíficos vapores,
fanal de las mariposas
y nidal de ruiseñores;

en donde jamás entrada
ni el mal ni el duelo han tenido;
do adverso no llegó nada,
ni aura de peste infestada
ni de terremotos ruido.

Tal era el edén murciano
cuando Abú-Bekhr-al Kaisí
de él era Emir soberano;
y ahí va de él en castellano
lo que en árabe leí.


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