De Murcia al cielo: 09
IV
[editar]La noche era serena, la luna ya en su ocaso,
por la murciana huerta reposa todo en paz:
ni una aura vagabunda las hojas mueve al paso,
ni evoca el son más débil el eco más fugaz.
En su morada, exenta de pena ni cuidado,
reposa la huertana con quien el ángel dió:
no tiene padres: sola sus muertos la han dejado;
crióse entre las flores, como botón cerrado
de rosa en un capullo que el sol no calentó.
Un viejo de su tribu, de origen damasceno,
quien empleó ochenta años en estudiar y en ver,
entre cristianos y árabes tenido como bueno,
y sabio en cuanto pueden los árabes saber,
la prohijó muy niña, se encariñó con ella;
y como son extremos la infancia y la vejez,
tocáronse y soldáronse: y por la misma huella
de la vejez fué dócil marchando la niñez.
Los cuentos con que el viejo de niña la dormía,
el germen que en su espíritu de la virtud sembró,
la ciencia de las plantas que el viejo la infundía…
por pájaros y flores su natural manía,
la fe y la poesía que en su alma inoculó,
de aquella niña hicieron un ángel en la tierra,
horticultora diestra después de la mujer;
florista y ornitóloga se hizo ella por la sierra;
fué el ídolo y encanto de cuanto Murcia encierra,
y fueron con un alma los dos un solo ser.
María la llamaban los míseros cristianos
cautivos: la llamaban los árabes Myriam;
Murayma el sabio viejo: Gacela los ancianos:
Sultana de las flores el pueblo y los huertanos,
y hurí de sus jardines' Abú-al-Kaisí el sultán.
Aquella criatura, delicia de la gente,
ligera como un silfo, como una hurí ideal,
cual una almée atractiva, cual tórtola inocente,
dormía con un sueño de calma virginal.
Dormía, mas soñaba: fantástico, halagüeño,
más claro y perceptible que sueño natural
era un sueño: que era visión más bien que sueño,
y a un tiempo era fenómeno fantástico y real.
Soñaba que veía, a un tenue albor de aurora,
un Genio que cantaba de su balcón al pie;
y oía y comprendía de su canción sonora
la música y la letra, sintiendo que oye y ve.
Soñaba que veía y oía la figura,
la voz y las palabras de un ser y una canción;
y el ser era el mancebo que halló por la espesura,
y su cantar un ritmo de nunca oído son.
Su sueño, goce místico de fruición celeste,
era un deliquio, un éxtasis de amor espiritual
sin que su goce casto germine o manifieste
un átomo bastardo de sensación carnal.
Y la visión, el ritmo, la idea de la frase
de su cantar la infunden tan místico placer,
como el que sentiría su alma si flotase
de la materia suelta para cambiar de ser.
Del sueño aquel hipnótico la sugestión a solas
la sujetaba al goce de ver y de escuchar;
meciéndose en su sueño, como en sus mansas olas
se mecen las gaviotas y pájaros del mar.
Y en fruición tan íntima, desconocida y grata,
de sí sin darse cuenta, reconcentrada en sí,
la sugestión recibe del sueño y serenata;
cuyas estrofas rítmicas decían algo así:
porque en idioma humano sería en mí insensata
de darla traducida mi pretensión aquí:
mi ingenio aquí, impotente, la tradición relata
informe y como puede: de daros sólo trata
de la divina historia del árabe rawí
la idea más conexa, y la ampliación más lata,
lo más afín de ese algo que se me alcance a mí.