El lago (Poe, Díaz tr.)
De mi vida en la distante, jubilosa primavera,
Dirigí mi paso errante a una mágica ribera —
La ribera solitaria — la ribera silenciosa
De un salvaje lago ignoto, que circundan y obscurecen
Negra cinta rocallosa,
Y copudos, altos pinos, que las auras estremecen.
Pero, cuando allí la noche su fúnebre manto arroja
Y el místico y gemebundo viento da su melodía —
Entonces — ¡ah! — entonces, quiere despertar de su congoja
Del terror del lago triste, despertar el alma mía!
Antes — no el terror dejaba en mí espíritu contento —
Antes — mas hoy, ni las joyas, ni el afán de la riqueza
Como antes, á contemplarlo llevarán mi pensamiento,
Ni el Amor — por más que fuese el Amor de tu belleza.
La muerte estaba en el fondo de la ola envenenada,
Y una tumba, en lo más hondo, pérfidamente adornada
Para quien, á su amargura, breve tregua hubiera dado
Un nepenthe, á los dolores de su espíritu afligido,
Y en un Edén transformado
El salvaje lago ignoto, lago triste y escondido!