Elementos de economía política: 30bis
Apariencia
231. Hemos dicho con M. Rossi que si pudiese conocerse la cifra proporcional del capital de un país, se tendría una excelente medida de su situación económica y de sus disposiciones morales; pero este conocimiento exacto es imposible. Supongamos, en primer lugar, que la estadística estuviese bastante bien hecha para que se conociesen todos los productos españoles, por ejemplo: todavía distaríamos mucho de conocer la suma de los productos ahorrados y la de los que se destinan a la reproducción. Ahora bien, la relación entre el capital y la riqueza total varía según las costumbres, los hábitos, las circunstancias del país, y fácil es comprender que éstos son elementos difíciles de determinar con precisión por medio de números; luego es propio de la naturaleza del capital variar también de un día a otro, según la marcha de los sucesos: una crisis, una catástrofe, una buena noticia influyen en las disposiciones de los capitalistas que dan dirección a los ahorros, prefiriendo muchas veces la inacción sin lucro a un empleo productivo, pero peligroso. Es cierto que hay una relación entre la cuota de las ganancias y el aumento o la disminución de los capitales que están en mucha competencia, pero esa relación nunca se conoce más que de un modo muy vago, con tanto más motivo cuanto depende también del número de los trabajadores que piden el capital. Véase más arriba la teoría de la oferta y el pedido (28).
232. No hay, pues, que pensar en evaluar el capital más que de un modo muy aproximativo, y todavía tendría razón J. B. Say diciendo que ningún libro de estadística ofrece una evaluación admisible en este punto. Para llegar a un resultado pasadero se necesitaría, dice el mismo economista, interrogar a todos los empresarios de industria, desde el poderoso armador de buques hasta el último zapatero de viejo. ¿Qué medio hay de conocer el caudal de cada individuo? ¿Quién ha tenido jamás tiempo ni medios para hacer un inventario general, ni quién podrá obtener de cada particular una noticia exacta de su haber, de sus deudas, etc.?
233. Y luego, para hacer semejante trabajo, es preciso sumar unidades de distintas magnitudes, y ya sabemos que el numerario de una época y de un lugar dados no vale lo mismo que el de otra época y otro lugar. (30 - 280.)
En Francia mismo los francos o los gramos de plata de dos localidades o de dos épocas no son unidades de valores semejantes: así, cuando Ganilh dijo en su Teoría de la Economía política (tomo I, página 206) que la suma de los capitales franceses ascendía en 1789 a cuarenta y siete mil doscientos treinta y seis millones ciento cinco mil setecientos veinte y nueve francos, y cuando Becke hace ascender los capitales ingleses a la suma de 57,600 millones, nada nos prueba que no se hayan equivocado en una mitad. (Say.)
234. J. B. Say, sin embargo, menospreciaba demasiado este género de trabajos; en efecto, toda la cuestión está en su grado de exactitud. Si los cálculos son falsos, nada valen; si, por el contrario, se llegase algún día a hacerlos exactos o simplemente aproximativos, podrían servir de base al economista. Todos los trabajos concienzudos deben tender a este objeto, siendo, ínterin lo consiguen, sobrios de consecuencias, e indicando con precisión, sobre todo, las bases de sus evaluaciones.