En casa del oculista:002

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I
En casa del oculista (1893)
de Dimitrios Vikelas
traducción de Antonio Rubió y Lluch
II
III

NUESTRO subprefecto leía pues, ó hacía ver que leía, en tanto que la dama elegante y su hijita continuaban cambiando sus murmullos, y que el estudiante, de pie siempre, aguardaba que la puerta se abriera.

Una calma completa reinaba en el comedor. De pronto oyóse en la parte de afuera una conversación muy animada. Al principio, como que la discusión tenía lugar en el patio, no se distinguía claramente el asunto; pero gradualmente las personas se fueron acercando á la puerta. Dos voces eran las que se oían; la de la criada y otra de una mujer. La de esta última, humilde, de timbre muy dulce, y era preciso prestar gran atención para reconocer que era de una mujer ya entrada en años.

—Os digo que hoy no se le puede ver ya, decía la muchacha.

—¡Pues me han dicho que hoy recibía!

—Es verdad, por las mañanas á primera hora, recibe en el hospital. Id mañana allá y lo vereis.

—Pero me han dicho que le podríamos ver aquí.

—¡Y qué importa lo que os hayan dicho! ¡Escuchad lo que yo os digo!

—¿Mas no me acabáis de decir hace un momento que estaba en casa?

—Y no lo niego; está en casa.

—¡Pues bien! nos recibirá. Me han dicho que el doctor era una persona excelente.

—¡Vuelta otra vez con lo que os han dicho! Lo que yo os digo es que vayáis al hospital.

—¿Y que sé yo por ventura donde está el hospital? Quisiera verle aquí.

—¿Cómo he de hacerme entender? Aquí no recibe más que á la gente que paga.

—¿Y quién os ha dicho que no le pagaré?

Esta respuesta acalló los argumentos y la resistencia de la gruñona criada, la cual se entregó, aunque no sin protestar.

—Desde el momento en que no queréis oir la razón, le dijo, entendeos con él. Fié ahí la puerta.

Cesó el diálogo y va en la entrada y sobre las losas de mármol blanco, se ovó el ruido de pasos pesados, que anunciaban la presencia de otra persona, que acompañaba á la vieja de la voz dulce.

Entre tanto el subprefecto había interrumpido su lectura. Con el diario desplegado sobre las rodillas se enteró de todo el diálogo; y ahora escuchaba atentamente el sordo ruido de pasos que avanzaban con lentitud y vacilación. La niña levantando de sus ojos la venda que los cubría, preguntaba á su madre con inquietud:—¿Qué pasa?—¿Qué dicen? El estudiante dejando de observar á la puerta del despacho del doctor, dirigió su ojo sano hacia la entrada de la antesala. Todos aguardaban con curiosidad la llegada de los que venían.