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Enrique V (fragmento)

De Wikisource, la biblioteca libre.
Pensamientos, máximas, aforismos y definiciones: entresacados de todos los poemas, sonetos, comedias, historias y tragedias de William Shakspeare con adición de los trozos más selectos contenidos en sus diversas obras (1879)
de William Shakespeare
traducción de Matías de Velasco y Rojas
Trozos selectos: Enrique V
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
EL REY ENRIQUE V,
MOMENTOS ANTES DE LA BATALLA DE AZINCOURT, PESANDO LA
RESPONSABILIDAD DE SUS ACTOS Y LOS SORDOS CLAMORES DE
ACUSACION QUE LE DIRIGE LA MALEVOLENCIA DE ALGUNOS
VASALLOS.


¡A cargo del rey! ¡nuestras vidas, nuestras almas, nuestras tiernas esposas, nuestros hijos y nuestros pecados á cargo del rey! ¡Responder de todo! ¡Oh dura condicion, gemela de la majestad! ¡Servir de blanco á la maledicencia del primer idiota advenedizo que solo tiene el sentimiento de sus contrariedades! ¡Cuán sin número de dichas disfrutan los vasallos, de que no es dable gozará los reyes! ¡Ah! ¿qué poseen estos últimos que no tengan tambien aquellos, si se esceptúa la pompa, el honor aparente? ¿qué eres, tú, majestad, ídolo excelso? ¿qué especie de diosa eres, tú, que sufres más dolores mortales que los mismos que te adoran? ¿Cuáles son tus ventajas, cuáles tus proventos? Muéstrame tu valor, majestad terrena, dime qué hay de positivo en tus vanos honores. ¿Eres acaso más que una posiéion, un rango, una forma que impone á los hombres respeto y temor? De seguro, eres menos dichosa imperando que el vasallo obedeciendo. ¿Qué gustas de ordinario? El veneno de la adulacion en vez de un homenaje sincero. ¡Oh! ¡cae enferma, augusta soberanía, y haz que te cure tu majestad! ¿Piensas que la abrasadora fiebre remitirá de seguida á efecto de las lisonjas que te ofrezca el servilismo? ¿Cederá á las genuflexiones y á los humildes saludos? ¿Puedes tú, que haces doblar la rodilla al mendigo, otorgar la salud al cuerpo? No, sueño prepotente, hábil regulador del reposo soberano! Yo ·que te juzgo, llevo una corona, y sé que ni el óleo sagrado, ni el cetro, ni la espada, ni el baston egrégio, ni la diadema imperial, ni la púrpura recamada de oro y perlas, ni los ampulosos dictados que preceden al nombre real, ni el trono augusto, ni el oleaje de esplendores que bate las supremas regiones de este mundo, no, nada de todo esto, majestad que tanto deslumbras, nada de todo esto, inscrito en tu sublime tálamo, podrá darte el sueño profundo del miserable jornalero que, exhausto de fantasías y sobrado de fuerzas, ahito de baratos mendrugos, se abandona al reposo, sin conocer jamás la horrible noche, hija del infierno! — Enrique V: Acto 4.°, esc. 1.ª