Ir al contenido

La mujer del César: 14

De Wikisource, la biblioteca libre.
La mujer del César
-
Capítulo XIV

de José María de Pereda

Un cuarto de hora más tarde, se hallaban los tres reunidos en casa. Isabel lloraba, Carlos recorría la estancia y Ramón meditaba.

-¡Carlos! ¡Carlos! -exclamó al fin aquélla, arrojándose en los brazos de su marido-. ¡Hay huellas que no se borran jamás!

-Sí, Isabel; y ese es el puñal que no puedo arrancar de mi corazón.

-¡Mal podrás, en ese caso, perdonarme nunca!

-A ti, sí; a mí es a quien no perdonaré jamás, pues soy la causa de todo.

-¡Tú!

-Yo, sí; yo, que no supe mostrarte con tiempo el peligro que corrías, pues en ese terreno, como en ningún otro, debe hacerse comprender a la mujer que no le basta ser honrada, sino que, como la del César, necesita parecerlo.

-¡Oh! no volveré a ese mundo en que con tanta facilidad se mancha el honor más limpio con las apariencias del deshonor.

-Al contrario, Isabel: ahora soy yo quien te manda volver a él, pero por poco tiempo. Retirarte después de lo ocurrido, sería tanto como declararte vencida por esos miserables. Es preciso, pues, que te vuelvas a presentar delante de todos ellos, y con la frente muy alta. Después...

-Después, yo le pediré a tu hermano un rincón en su casa...

-Mucho salto es ése -dijo Ramón sonriendo-: de lo más alto de la corte al más bajo de los cortijos.

-Con algo menos habrá bastante, Isabel -repuso Carlos-. Bueno es que conozcas el humilde y honrado techo bajo el cual vi la luz primera, y ¡ojalá que nunca de él te quieras alejar después! Pero entre ese extremo y el único que hoy conoces, hay un medio, en Madrid mismo, en cualquiera parte, lleno de encantos y de paz.

-Y ¿cuál es ése, Carlos?

-El hogar doméstico; sus mil detalles, que no conoces todavía, al calor de los cuales, y no de otro modo, se. forman y viven las dos grandes figuras de la humanidad: la esposa y la madre.

-¡Oh, yo trataré de conocerlos y de amarlos!

-Pues bien, cuando los conozcas y los ames, yo seré el primero que te ponga a las puertas del gran mundo, y te diga: -«Entra, si te atreves.»