La vida de los insectos/II

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II
El escarabajo sagrado.


La bola en forma de pera


Un joven pastor, encargado de vigilar, en sus ratos de ocio, los actos del escarabajo sagrado, se me acercó muy contento un domingo de la segunda quincena de junio a advertirme que le parecía propicio el momento de emprender las exploraciones, pues había sorprendido al insecto saliendo de la tierra y había cavado en el punto de emersión, encontrando a poca profundidad el extraño objeto que me traía.

Extraño en verdad, y que trastornaba enteramente lo poco que yo creía saber. Por la forma era exactamente una perita que hubiera perdido el colorido de la frescura para tomar el matiz moreno de la fruta pasada. ¿Qué será este curioso objeto, este elegante juguete que parece salir del taller del tornero? ¿Está modelado por mano dél hombre? ¿Es imitación del fruto del peral, destinado a alguna colección infantil? Así lo parecía, en efecto. Los niños que me rodeaban miraban con ojos de codicia aquel precioso hallazgo; todos lo querían para unirlo al contenido de su caja de juguetes. Era mucho más elegante en forma que una bola de ágata, mucho más graciosa que un huevo de marfil o un trompo de boj. La materia no parecía, en verdad, de las más selectas; pero era muy resistente a la presión de los dedos y de curvas muy elegantes. Aun así, no irá a aumentar la colección de juguetes hasta haber obtenido informes más amplios.

¿Será realmente obra del escarabajo? ¿Habrá dentro de la perita un huevo o una larva? El pastor me lo afirma. En otra pera semejante—me dijo—, aplastada por descuido durante la excavación, había un huevo blanco, del tamaño de un grano de trigo. Pero el objeto era tan distinto de la bolita consabida, que no me atreví a creerlo.

Abrir el problemático hallazgo, para informarme de su contenido, sería acaso imprudencia, pues que la fractura podría comprometer la vitalidad del germen incluído, si es que allí estaba el huevo del escarabajo, como el pastor parecía persuadido. Por otra parte, me imaginé que la forma de pera, en contradicción con todas las ideas adquiridas, era probablemente accidental. ¿Quién sabe si la casualidad me reserva en lo porvenir algo semejante? Conviene, pues, conservar la cosa tal como está y esperar los acontecimientos; pero lo que conviene, sobre todo, es ir a informarse al campo.

Al día siguiente ya estaba el pastor muy de mañana en su sitio. Me junté a él en pendientes recientemente desarboladas, donde el sol de verano, capaz de derretir los sesos, no podía darnos lo menos en dos o tres horas. El rebaño pacía, en la frescura matinal, bajo la vigilancia del perro, y nosotros emprendimos de concierto las exploraciones.

Pronto encontramos la madriguera de un escarabajo, reconocible por el reciente montoncito de tierra que la corona. Mi compañero cavó con vigoroso puño. Yo le cedí mi azadilla de bolsillo, ligero y sólido instrumento que nunca olvido cuando salgo, porque soy incorregible escarbador de tierra. Para ver mejor la disposición y el moblaje del hipogeo que vamos a describir, me tumbo en el suelo y soy todo ojos. El pastor forma palanca con la azadilla, y con la mano libre retiene la tierra desmoronada y la aparta.

Ya estamos; un antro se abre, y en las tibias humedades del subterráneo abierto veo tendida a lo largo, en el suelo, una pera magnífica. Sí, ciertamente, esta primera revelación de la obra materna del escarabajo me dejará eterno recuerdo. Mi emoción no hubiera sido más intensa si, siendo arqueólogo y excavando las venerables reliquias de Egipto, hubiese exhumado de alguna cripta faraónica el insecto sagrado de los muertos tallado en esmeralda. ¡Ah, goces santos de la verdad que súbitamente resplandece! ¿Hay otros que os sean comparables? El pastor saltaba de contento al verme sonreír, reía; era feliz con mi dicha.

La casualidad no se repite: Non bis in idem, nos dice el antiguo adagio. Ya son dos las veces que encuentro esta singular forma de pera. ¿Será la forma normal, no sujeta a excepción? ¿Será preciso renunciar a la bola semejante a las que el insecto rueda por el suelo? Continuemos y veremos. Encontramos otro nido, y, como el precedente, contiene una pera. Los dos hallazgos se parecen como dos gotas de agua, como si hubieran salido del mismo molde. Detalle de alto valor: en la segunda madriguera está la madre al lado de la pera, amorosamente abrazada a ella, ocupada sin duda en darle el último toque antes de abandonar para siempre el subterráneo. Toda duda
Madriguera y bolita en forma de pera del escarabajo sagrado.
queda disipada; conozco el obrero y conozco la obra.

El resto de la mañana confirmó plenamente mis premisas. Antes de que un sol intolerable me hubiese expulsado de la pendiente explorada, ya tenía en mi poder una docena de peras idénticas en la forma y casi en volumen. Varias veces encontré a la madre en el fondo del taller.

Para terminar, citemos lo que el porvenir me reservaba. Durante toda la estación canicular, de fin de junio a septiembre, renové casi diariamente mis visitas a los lugares frecuentados por el escarabajo, y las madrigueras excavadas con mi azadilla me procuraron más documentos de los que podía desear. Los ejemplares que crié en jaula me suministraron otros datos, raros en verdad, no comparables con las riquezas de la libertad del campo. En suma, por mis manos pasaron al menos un centenar de nidos, invariablemente con la graciosa forma de pera; jamás en absoluto se me ofreció la forma redonda de la píldora, la bolita de que nos hablan los libros.

Y ahora desarrollemos la historia auténtica, sin acudir a más testimonios que los hechos realmente vistos y revistos. El nido del escarabajo Scarabæus sacer se revela al exterior por un montoncito de tierra removida, especie de topera formada de los abundantes escombros que la madre, al cerrar la habitación, no pudo reponer en su lugar, puesto que una parte de la excavación tenía que quedar vacía. Bajo este montón se abre un pozo de poca profundidad, un decímetro, poco más o menos, al cual sigue una galería horizontal, recta o sinuosa, terminada en una sala muy extensa, en la que podría alojarse un puño. Tal es la cripta en que, rodeado de víveres, reposa el huevo sometido a la incubación de un sol tórrido, bajo algunas pulgadas de tierra; tal es el espacioso taller en donde la madre, en libertad de movimientos, ha amasado y elaborado en forma de pera el pan de la futura cría.

Este pan estercoráceo tiene su eje mayor tendido horizontalmente. Su forma y su volumen recuerdan exactamente las peritas de San Juan, que por su viva coloración, su aroma y su precocidad son el encanto de los chiquillos. El tamaño varía en estrechos límites. Las de mayores dimensiones dan 45 milímetros de longitud por 35 de anchura; las menores presentan 35 milímetros en un sentido y 28 en el otro.

Sin tener el pulimento del estuco, la superficie, de perfecta regularidad, está cuidadosamente alisada por una delgada película de tierra roja. El pan piriforme, blando al principio, como la arcilla plástica cuando está recién preparada, adquiere pronto, al secarse, una costra robusta que no cede ya a la presión de los dedos. La madera no es más dura. Esta corteza es la envoltura defensiva que aisla del mundo al recluso y le permite consumir sus vituallas en paz profunda. Pero si la desecación llega a la masa central, el peligro es entonces de extrema gravedad. Ya tendremos ocasión de insistir sobre las miserias del gusano expuesto al régimen de un pan demasiado sentado.

¿Qué masa trabaja la panadería del escarabajo? ¿Son sus proveedores el mulo y el caballo? De ninguna manera. No obstante, así lo creía yo, y cualquiera lo hubiera presumido al ver que el insecto saca con tanto celo su propia comida del granero abundante de una boñiga ordinaria. Con ésta elabora habitualmente la píldora que irá a consumir en algún escondrijo bajo la arena.

Si el pan grosero, lleno de pajitas de heno, le basta, para su familia es mucho más delicado. Entonces ha menester masa fina, de rica nutrición y digestión fácil; ha menester del maná del ganado lanar, no el que la oveja, de temperamento seco, disemina tras sí en rosarios de olivas negras, sino el que, elaborado en un intestino menos seco, se moldea en forma de bizcocho de una sola pieza. Esta es la materia preferida, la masa exclusivamente empleada. No es ya el producto pobre y filamentoso del caballo, sino algo untoso, plástico, homogéneo, enteramente impregnado de jugos nutritivos. Por su plasticidad y su finura se presta admirablemente para la obra artística de la pera; por sus cualidades nutritivas, conviene perfectamente con la debilidad de estómago del recién nacido. Bajo un volumen pequeño, el gusano encontrará alimento suficiente.

Así se explica la exigüidad de las peras alimenticias, exigüidad que me hacía dudar del origen de mi hallazgo antes de haber encontrado a la madre en presencia de las provisiones. En aquellas peras tan pequeñas no acertaba a ver el menú de un futuro escarabajo, que es tan glotón y de tamaño respetable.

¿Dónde está el huevo en esta masa alimenticia tan originalmente configurada? Lo primero que se ocurre es colocarlo en el centro de la panza redonda, porque este punto central es el mejor defendido contra las eventualidades del exterior, el mejor dotado de regular temperatura. Además, el gusano, en cuanto nazca, encontrará allí por todas partes profundas capas de alimento y no estará expuesto a las equivocaciones de los primeros bocados. Siendo todo igual a su alrededor no tendrá que escoger; cualquiera sea el plinto en que, por azar, aplique su diente novicio, podrá continuar sin vacilar su primera y delicada refección.

Todo esto parece tan natural, que yo mismo me equivoqué. En la primera pera que exploré, capa por capa, con la hoja de un cortaplumas, busqué el huevo en el centro de ella, casi con la seguridad de encontrarlo allí. Pero mi sorpresa fué grande al ver que no estaba. El centro de la panza, en lugar de ser hueco, era macizo; lleno de alimento continuo y homogéneo.

Mis deducciones, que todo observador hubiera imaginado en mi lugar, parecían muy razonables. Pero el escarabajo opina de otra manera. Nosotros tenemos nuestra lógica, de la que estamos muy orgullosos; el amasador de estiércol tiene la suya, superior a la nuestra en esta ocasión. Tiene su clarividencia, su previsión de las cosas, y coloca su huevo en otra parte.

¿Dónde? En la porción angosta de la pera, en el cuello, en el extremo mismo. Cortemos el cuello a lo largo con las necesarias precauciones para no estropear el contenido. En él encontramos un nicho de paredes relucientes y pulidas. Es el tabernáculo del germen, la cámara de nacimiento. El huevo, muy grande con relación al tamaño de la ponedora, es un óvalo alargado, blanco, de unos 10 milímetros de longitud por cinco milímetros en su mayor anchura. Un ligero intervalo vacío lo separa por todas partes de las paredes de la habitación. No tiene con ellas más contacto que el extremo posterior, adherido al somo del nicho. Tendido horizontalmente, según la posición normal de la pera, descansa enteramente, a excepción del punto de amarre, sobre un colchón de aire, que es el más elástico y el más caliente de todos los colchones. Observemos además que el extremo del pezón, en lugar de ser liso y compacto como el resto de la pera, está formado de un fieltro de partículas de raeduras, lo que deja al aire acceso suficiente para la respiración del huevo.

Sección de la pera del escarabajo sagrado, con el huevo y la cámara de nacimiento.

Henos aquí informados; tratemos ahora de penetrar en la lógica del escarabajo, dándonos cuenta de la necesidad de la forma de pera, configuración tan extraña en la industria entomológica; busquemos la conveniencia del singular emplazamiento del huevo. Ya sé que es peligroso aventurarse en el terreno del cómo y del por qué de las cosas. Fácilmente se resbala en este misterioso dominio, en que el suelo movedizo, que cede bajo los pies, hunde al temerario en el cieno del error. Pero, ¿hemos de renunciar a semejantes incursiones porque sean peligrosas? ¿Por qué?

¿Qué sabe de la realidad absoluta nuestra ciencia, tan grandiosa comparada con la debilidad de nuestros medios y tan miserable frente a los limbos sin límites de lo desconocido? Nada. El mundo nos interesa únicamente por las ideas que de él nos formamos. Desaparecida la idea, todo es estéril, caos, nada. Un montón de hechos no es la ciencia; es un frío catálogo, y hay que deshelarlo y vivificarlo en el foco del alma. Precisa hacer intervenir la idea y las luces de la razón; hay que interpretar.

Deslicémonos, pues, por esta pendiente para explicar la obra del escarabajo. Acaso prestemos al insecto nuestra propia lógica, y no será menos notable, después de todo, ver concordar maravillosamente lo que nos dicta la razón con lo que el instinto dicta al animal.

Un grave peligro amenaza al escarabajo sagrado bajo su forma de larva: la desecación de los víveres. La cripta en que pasa la vida larvar tiene por techo una capa de tierra de un decímetro de espesor poco más o menos. ¿Qué puede esta delgada pantalla contra los calores caniculares que calcinan el suelo y lo cuecen como ladrillo a profundidades mucho más considerables? La mansión del gusano adquiere entonces una temperatura abrasadora; cuando meto en ella la mano siento efluvios de estufa.

Los víveres, por poco que hayan de durar, tres o cuatro semanas, están expuestos a secarse antes de tiempo y aun a hacerse incomibles. Y cuando en lugar del pan tierno del principio el insecto encuentre bajo el diente una corteza ingrata e inatacable por su dureza de guijarro, el desgraciado tendrá que perecer de hambre, y perece en efecto.

Yo he encontrado, y en gran número, estas víctimas del sol de agosto, que, después de haber empezado los víveres frescos y haberse abierto en ellos una habitación, sucumbieron por no poder morder las provisiones demasiado endu Digitized by Googlerecidas. Quedaba un espeso cascarón, especie de marmita sin salida, en la que se había cocido y arrugado el miserable.

Si en aquel cascarón, convertido en piedra por la desecación, perece de hambre el gusano, también perece el insecto cuando han terminado sus transformaciones, porque es incapaz de romper el recinto para salir. Como más adelante he de tratar de la liberación final, no insistiré más en este punto. Ocupémonos únicamente en las miserias del gusano.

Decíamos que la desecación de los víveres le es fatal. Así lo afirman las larvas halladas cocidas en su marmita; así lo afirma, de manera más precisa, el siguiente experimento: En julio, época de activa nidificación, instalé en cajas de cartón o de abeto una docena de peras exhumadas del lugar de origen aquella misma mañana. Estas cajas, bien cerradas, las deposité a la sombra, en mi gabinete, donde reinaba la temperatura del exterior. Pues bien; en ninguna dió resultados la crianza; en unas se marchitó el huevo, en otras salió el gusano, pero no tardó en perecer. En cambio, en otras peras puestas en cajas de hojalata y en recipiente de vidrio, las cosas marcharon muy bien; ni una cría fracasó.

¿De dónde provienen estas diferencias? Sencillamente de esto; con la alta temperatura de julio la evaporación es rápida bajo la pantalla permeable del cartón o del abeto; la pera alimenticia se seca, y el gusanillo perece de hambre. En las cajas impermeables de hojalata y en los recipientes de vidrio, convenientemente cerrados, no hay evaporación; los víveres conservan su blandura y los gusanos prosperan tan bien como en la madriguera natal.

Para conjurar el peligro de la desecación, el insecto tiene dos medios. En primer lugar comprime la capa exterior con todo el vigor de sus anchos brazos, y hace una corteza protectora más homogénea y más compacta que la masa central. Rompiendo una de estas cajas de conservas muy seca, la corteza se desprende casi siempre por entero y deja al descubierto el núcleo del centro. El conjunto trae a la memoria la cáscara y la almendra de una nuez. La presión de la madre cuando elabora la pera alcanza la capa superficial en algunos milímetros de espesor, y de esto resulta la certeza; la presión no se propaga más adentro, y de aquí proviene el voluminoso núcleo central.

Mi ama de gobierno, para tener tierno el pan durante los fuertes calores del verano, lo guarda en una tinaja cerrada. Así procede el insecto a su manera: por compresión envuelve en una tinaja el pan de su familia.

El escarabajo va más lejos todavía; es geómetra, capaz de resolver un problema de máximos y mínimos. Siendo iguales las demás condiciones, la evaporación es evidentemente proporcional a la extensión de la superficie evaporada. Luego habrá que dar a la masa alimenticia la menor superficie posible, para disminuir cuanto se pueda la pérdida de humedad; es preciso, sin embargo, que esta menor superficie englobe la mayor suma posible de materiales nutritivos, a fin de que el gusano encuentre alimento suficiente. Ahora bien; ¿cuál es la forma que en menor superficie encierra mayor volumen? La esfera, responde la geometría.

El escarabajo modela, pues, la ración del gusano en forma de esfera, prescindiendo por el momento del cuello de la pera. Y esta figura redonda no es el resultado de ciegas condiciones mecánicas, que imponen al obrero una configuración inevitable; no es el efecto brutal del rodar por el suelo. Ya hemos visto que con objeto de conseguir un acarreo más cómodo y más rápido, el insecto modela una bola perfecta, sin mover del lugar el botín que ha de consumir en otra parte. En una palabra, hemos reconocido que la forma redonda es anterior a la rodadura.

De igual manera estableceremos en seguida que la pera destinada al gusano está elaborada en el fondo de la madriguera; que no se somete a rodadura alguna, que ni siquiera cambia de lugar. El escarabajo le da la configuración requerida exactamente como podría hacerlo un escultor modelando su barro con la presión del pulgar.

A juzgar por sus herramientas, el insecto sería capaz de obtener otras formas de curvas menos delicadas que su obra en forma de pera. Por ejemplo, podría construir el grosero cilindro, la morcilla que usan los Geotrupes; simplificando el trabajo hasta el extremo, podría dejar el pedazo sin forma determinada, al azar de los hallazgos. Las cosas irían más de prisa y le dejarían más tiempo para gozar las delicias del sol. Pero no; el escarabajo adopta exclusivamente la esfera, tan difícil en su precisión; actúa como si conociese a fondo las leyes de la evaporación y la de la geometría.

Queda por estudiar el cuello de la pera. ¿Cuáles podrán ser su objeto y su utilidad? La respuesta se impone con plena evidencia. El cuello contiene el huevo en la cámara de nacimiento. Sabido es que todo germen, así de la planta como del animal, necesita aire, primordial estimulante de la vida. Para que pueda penetrar el comburente vivificador, la cáscara del huevo del ave está acribillada de infinidad de poros. Pues bien; la pera del escarabajo es comparable al huevo de la gallina.

Su cáscara es la corteza endurecida por compresión, a fin de evitar la desecación demasiado rápida; su núcleo nutritivo, su yema, su vitelo, es la blanda bola encerrada en la corteza; su cámara aérea es la habitación terminal, el nicho del cuello, donde el germen está por todas partes rodeado de aire. ¿Dónde estaría mejor este germen, para los cambios respiratorios, que en su cámara de nacimiento que, en forma de promontorio, se hunde en la atmósfera, dejando libre juego al vaivén gaseoso a través de su delgada pared, fácilmente permeable, y sobre todo, a través del fieltro de raeduras en que termina el mamelón?

Por el contrario, en el centro del montón es muy difícil la aireación. La corteza endurecida no posee los poros de la cáscara de un huevo, y el núcleo central es de materia compacta. No obstante, también penetra el aire, puesto que el gusano vivirá pronto allí, gusano de organización robusta, menos exigente que los primeros estremecimientos de la vida.

Estas condiciones, aire y calor, son de tal modo fundamentales, que no hay escarabajo alguno entre los peloteros que las olvide. Los montones nutritivos son de forma variada, como tendremos ocasión de ver; hay géneros de escarabajos que además de la pera, adoptan el cilindro, el ovoide, la píldora y aun el dedal; pero en medio de esta diversidad de configuración, permanece constantemente un rasgo de primer orden: el huevo alojado en una cámara de nacimiento, muy cerca de la superficie, excelente medio para el acceso fácil del aire y del calor. El mejor dotado en este arte delicado es el escarabajo sagrado con su pera.

He indicado antes que este primer amasador de basura empleaba una lógica rival de la nuestra. La prueba de mi afirmación queda expuesta con lo dicho. Hay más todavía. Sometamos el problema a la luz de nuestra ciencia. Un germen está acompañado de una masa de víveres, que la desecación puede dejar inservibles. ¿Qué forma daríamos a la masa alimenticia? ¿Dónde alojaríamos el huevo para que recibiera fácilmente la influencia del aire y del calor?

Se ha contestado ya a la primera pregunta de problema. Sabiendo que la evaporación es proporcional a la extensión de la superficie evaporante, nuestra ciencia dice: los víveres se dispondrán en forma de bola, porque la esfera es la que encierra más materia en menor superficie. Y respecto del huevo, puesto que necesita una capa protectora para evitar todo contacto que pudiera herirle, estará contenido en una vaina cilíndrica de poco espesor y esta vaina se implantará en la esfera.

De esta manera quedan satisfechas las condiciones requeridas; los víveres englobados en la esfera se mantienen frescos; el huevo, protegido por su delgada capa cilíndrica, recibe sin impedimento alguno aire y calor. Con ello hemos obtenido lo estrictamente necesario; pero es muy feo. Lo útil no se ha preocupado de lo bello.

Un artista se apodera de la obra brutal del razonamiento; reemplaza el cilindro por un semielipsoide, de forma mucho más graciosa; adapta este elipsoide a la esfera por medio de una elegante superficie curva, y el conjunto se convierte en pera, la calabaza con cuello. Ahora es una obra de arte, ahora es bella.

El escarabajo hace cabalmente lo que nos dicta la estética. ¿Tendrá él también el sentimiento de lo bello? ¿Sabe apreciar la elegancia de su pera? Verdad es que no la ve, puesto que la manipula en profundas tinieblas. Pero la toca. ¡Pobre tacto el suyo, rudamente vestido de cuerno, pero, con todo, no insensible a los contornos suavemente perfilados!

Lám. I
1. El escarabajo sagrado (Scarabæus sacer L.).—2. El escarabajo sagrado empujando solo su bolita.— 3. Arrastre de la bola a la madriguera