Las vidas paralelas de Plutarco/Paulo Emilio

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

PAULO EMILIO.


Cuando me dediqué en un principio á escribir por este método las vidas, tuve en consideracion á otros; pero en la prosecucion y continuacion he mirado tambien á mí mismo, procurando con la historia, como con un espejo, adornar y asemejar mi vida á las virtudes de aquellos varones: pues lo pasado se parece más que á ninguna otra cosa á la coexistencia en un tiempo y en un lugar; cuando recibiendo y tomando de la historia á cada uno de ellos separadamente, como si vinieran de una peregrinacion, vamos considerando cuáles y cuan grandes eran; haciendo exámen para nuestro provecho de las más principales y señaladas de sus acciones. Y á fe mia, ¿qué medio más poderoso que este podemos elegir para la reforma de las costumbres? Porque con sentar Demócrito que lo que debíamos desear era que la suerte nos proporcionara imágenes bellas, y que más bien nos vinieran de lo que nos rodea las convenientes y provechosas, que no las malas y siniestras, introdujo en la filosofia un axioma falso, capaz de conducir á interminables supersticiones: cuando nosotros con ocuparnos en la historia y acostumbrarnos á esta clase de escritura, teniendo siempre presenles en nuestros ánimos los monumentos que nos dejaron los varones más virtuosos y aprobados, nos proveemos de medios con que deshacer y borrar lo malo y vicioso que de la necesaria comunicacion de los hombres pueda pegårsenos, convirtiendo nuestra mente tranquila y sosegada á los ejemplos más virtuosos. Continuando, pues, en este propósito, te ponemos abora en la mano la vida de Timoleon de Corinto y de Emilio Paulo; varones que no sólo se parecieron en sus inclinaciones, sino tambien en haberles sido próspera la fortuna, dando motivo á que se dude si tuvo más parte en sus triunfos la buena suerte que la prudencia.

Convienen los más de los historiadores en que en Roma la casa de los Emilios era de las patricias y de las más antiguas; pero en cuanto á que el primero de ellos, que dejó á la familia este apellido, hubiese sido Mamerco, hijo del sabio Pitágoras, dándosele el nombre de Emilio por su elegancia y gracia en el decir, esto sólo lo refleren algunos de los que atribuyen á Pitágoras la educacion del rey Numa. Los individuos de esta casa que alcanzaron gran renombre, que fueron muchos, debieron su gloria y prosperidad á la virtud, por la que siempre trabajaron; y aun la desventura de Lucio Paulo en la jornada de Canas acreditó su prudencia y su valor; porque cuando vió que no podía reducir á su colega á que no diese la batalla, aunque contra su voluntad, entró á participar con él del combate; mas no participó de la fuga, sino que, abandonado el peligro aquel que le provocó, él firme y peleando con los enemigos, acabó su vida. La hija de éste, Emilia, casó con Escipion el mayor; y su hijo Paulo Emilio, cuya vida escribimos, habiendo nacido en una época brillante por la gloria y la virtud de los hombres más ilustres y excelentes, sobresalió, sin embargo, con todo de no emular los ejercicios de los jóvenes entónces más acreditados, ni seguir desde el principio la misma senda; porque no ejercitó la elocuencia en las causas, y se dejó enteramente de las salutaciones, de los halagos, y de los cumplimientos á que se dedicaban los más distinguidos de ellos para ganar popularidad, haciéndose serviciales y obsequiosos, no obstante que no le taltaba para todo esto habilidad; sino que prefirió como más apreciable la gloria que acompaña al valor, á la justicia y á la lealtad, virtudes en que muy pronto se aventajó á todos los de su tiempo.

El cargo primero que pidió, de los más distinguidos en la república, fué el de Edil, para el que fué preferido á doce concurrentes, que todos se dice haber sido despues Cónsules. Creado para el sacerdocio de los llamados Augures, á los cuales tienen los Romanos por inspectores y coladores de la adivinacion por las aves y los prodigios, de tal modo observó las costumbres patrias, y emuló la piedad de los antiguos en las cosas de la religion, que este sacerdocio, que hasta entonces no habia parecido más que un honor, apetecido precisamente por cierta gloria y opinion, compareció entonces como una de las artes más perfectas; viniendo á coincidir con el sentir de aquellos filósofos que habian definido la piedad, ciencia del culto de los Dioses:

porque todo lo hizo con ensayo y con esmero, no ocupándose en otra cosa cuando de estas se trataba, ni omitiendo ó innovando nada, sino conferenciando siempre, é instruyendo á sus colegas hasta en las cosas más pequeñas; de manera que si alguno podia tener por leve y muy disculpable el faltar en estos objetos religiosos, él hacía ver que era peligrosa para la ciudad la remision y negligencia en ellos. Porque ninguno empieza de pronto á trastornar el gobierno con un gran crímen, sino que abren camino para destruir la guarda de las cosas mayores los que descuidan del celo y esmero en las pequeñas. Por el mismo término se ostentó maestro y celador de las costumbres militares, no con bacerse popular en el mando, ni aspirando, como muchos entonces, á los segundos grados con hacerse obsequioso y blando á los súbditos, sino con observar las costumbres de la milicia como un sacerdote las ceremonias más tremendas, y haciéndose temible á los desobedientes y transgresores: así es como hizo prosperar á la patria, teniendo casi por secundario el vencer á los enemigos respecto del instruir á sus ciudadanos.

Tenian que sostener entonces los Romanos la guerra suscitada con Antioco el Grande; y miéntras marchaban contra él los generales más acreditados, se movió otra nueva guerra en el Occidente por los grandes alborotos ocurridos en España. Envióse á ella á Emilio con el cargo de pretor, el cual no se mostró con solas seis fasces, que era el número concedido á los pretores, sino que tomó otras tantas; de manera que su mando en la dignidad se hizo consular. Venció, pues, dos veces en batalla campal á los bárbaros, exterminando hasta treinta mil; y esta victoria parece que fué puramente obra del general, por haber sabido elegir los puestos, y haberla hecho fácil á los soldados con el paso de cierto rio. Tomó en consecuencia posesion de doscientas cincuenta ciudades que voluntariamente le abrieron las puertas; y dejando en paz y concordia la provincia, se restituyó á Roma: no habiéndose hecho más rico con este mando ni en un maravedi. Porque generalmente era poco cuidadoso de su hacienda, y nada escaso en el gasto con proporcion á lo que tenía, que no era mucho: porque debióudose pagar despues de su muerte la dote de su mujer, apénas hubo lo preciso.

Casóse con Papiria, hija de Mason, varon consular; y despues de haber vivido en su compañía largo tiempo, disolvió aquel matrimonio, no obstante haber tenido de ella una ilustre sucesion; pues que dió á luz al célebre Escipion y á Fabio Máximo. Causa escrita de este repudio no ha llegado á nuestra edad; mas quizá fué uno de aquellos que hicieron cierta una especie que corre acerca del divorcio. Habia un Romano repudiado á su mujer, y le haciau cargo sus amigos, preguntándole: «¿No es honesta?

no es hermosa? ¿no es fecunda?» Y él, mostrando el zapato, al que los Romanos llaman calceo, los dijo: «¡No me viene bien? ¿no está nuevo? pues no habria entre vosotros ninguno que acertase en qué parte del pié me aprieta.» Y en verdad que por grandes y conocidos yerros se separaron algunos de sus mujeres; pero los tropiczos, aunque pequeños, continuos de genio y diferencia de costumbres, estos se ocultan á los de afuera, y engendran sin embargo con el tiempo en los que viven juntos desazones insufribles. Separado por este término Emilio de Papiría, casóse con otra; y habiendo tenido en ella dos hijos varones, á éstos los mantuvo á su lado, y á los otros los introdujo en las primeras casas y en los linajes más ilustres; al mayor en la de Fabio Máximo, que fué cinco veces Cónsul, y al menor le adoptó el hijo de Escipion Africano, de quien era primo, prestándole su nombre de Escipion. De las hijas de Emilio con la una casó el hijo de Caton, y con la otra Elio Tuberon, varon de singular probidad, y que de todos los Romanos fué el que manifestó mayor decoro en la pobreza. Porque erar. diez y seis de un origen, Elios todos; y entre tantos no tenian sino una casita sumamente pequeña, y un campo que proveia á todos, no manteniendo más que un sólo hogar, con muchos hijos y muchas mujeres. Entre éstas se contaba la hija de Emilio, que fué dos veces Cónsul, y triunfó otras dos, sin que se avergonzase de la pobreza de su marido, sino que más bien veneraba su virtud, por la que era pobre. Abora los hermanos y demas de un origen, si al repartir lo que era comun no lo separan con regiones enteras, con rios y con elevadas cercas, y si no ponen en medio entre unos y otros un dilatado terreno, no cesan de allercar. Estas cosas las conserva la historia, para que los que quieran sacar provecho las consideren y examinen.

Emilio, designado Cónsul, marchó con ejército contra los Ligures del pié de los Alpes, á los que algunos llaman Ligustinos, gente belicosa y soberbia, que con el ejercicio babia aprendido de los Romanos á hacer la guerra á causa de la vecindad. Porque ocupan la última extremidad de la Italia enlazada con los Alpes, y áun aquella parte de estos montes que baña el mar Tirreno y está opuesta al Africa, mezclados con los Galos y con los Españoles de las costas.

Hablanse dado tambien entóncos al mar con barcos de piratas, con los que estorbaban y despojaban al comercio, extendiendo su navegacion hasta las columnas de Hércules. Cuando se dirigió contra ellos Emilio reuniéronse hasta cuarenta mil en número para hacerle frente. No tenía éste más que ocho mil, y con ser ellos cinco veces doblados, trabó combate. Desbaratólos, y cerrándolos dentro de los murós, les hizo proposiciones humanas y admisibles, por cuanto no entraba en las miras de los Romanos acabar con la gente de los Ligures, que era como un vallado y antemural puesto para contener los movimientos de los Galos, que amenazaban siempre caer sobre la Italia.

Fiándose, pues, de Emilio pusieron á su disposicion las naves y las ciudades; y él, no ofendiendo en nada á estas, se las volvió con sólo arruinar las murallas; mas por lo que hace á las naves se apoderó de todas, y no les dejó ni áun una lancha que fuera de más de tres remos. Los cautivos, aprisionados por tierra y por mar, los restituyó salvos, babiendo hallado entre ellos muchos forasteros y Romanos.

Y estos son los hechos señalados que tuvo este consulado. Despues se presentó muchas veces queriendo volver á ser elegido, y áun se mostró candidato; pero viéndose desairado y desatendido, se mantuvo en el retiro, ocupado solamente en lo relativo á su sacerdocio, y atendiendo á la educacion de sus hijos, dándoles la del país, y que podia mirarse como patria, del modo que él la habia recibido; pero poniendo más empeño en la educacion griega:

porque no solamente puso al lado de aquellos jovenes gramáticos, sofistas y oradores, sino tambien escultores, pintores, adiestradores de caballos y de perros, y maestros de cazar; y el padre, si no habia cosa pública que se lo impidiese, presenciaba siempre sus estudios y sus ejercicios, mostrándose entre los Romanos el padre más amante de sus hijos.

Era aquella en punto á los negocios públicos la época en que haciendo la guerra á Perseo, rey de los Macedonios, hablan sido acusados los generales de que por impericia y cobardía se habian conducido mal y vergonzosamente, siendo más que el daño hecho á los enemigos, el que ellos habian recibido; y es que habiendo poco antes echado más allá del Tauro á Antígono llamado el Grande, haciéndole abandonar todo lo demas del Asia, y encerrándole en la Siria, de manera que se dió por muy contento con obtener la paz á costa de quince mil talentos; y habiendo de allí á breve tiempo deshecho á Filipo, libertando á los Griegos del poder de los Macedonios, y vencido á Annibal, con el que ningun rey era comparable ni en arrojo ni en poder, no podian llevar en paciencia el combatir sin sacar ventajas, como con un rival de Roma, con Perseo, que hacía ya mucho tiempo que les hacía la guerra con las reliquias de las derrotas de su padre. Olvidábanse para esto de que habiendo visto Filipo mucho más quebrantado el poder de los Macedonios, lo habia hecho más fuerte y belicoso; de lo cual habré de dar razon brevemente, tomando la narracion de más arriba.

Antígono, que entre todos los sucesores y generales de Alejandro fué el que alcanzó mayor poder, adquirió para sí y para su familia el título de rey, y tuvo por hijo á Demetrio, de quien lo fué Antígono, por sobrenombre Gonatas; y de éste otro Demetrio, que habiendo reinado no largo tiempo falleció, dejando un hijo todavía niño llamado Filipo. Temerosos de la anarquía los próceres Macedonios, dieron la autoridad á Antígono, primo del difunto, y uniendo con él en matrimonio á la madre de Filipo, primero le llamaron tutor y general, y despues, habiéndole hallado benigno y celoso del bien comun, le dieron el titulo de rey, apellidándole por sobrenombre Doson, como muy prometedor y poco cumplidor de sus promesas. Reinó despues de éste Filipo, recomendándose como el que más de los reyes con ser todavía mancebo; y ya se le atribuia la gloria de que restableciera á la Macedonia en su antigua dignidad, y que seria él sólo quien contuviese el poder romano que amenazaba á todos; mas vencido en una gran balalla cerca de Escolusa por Tito Flaminio, entónces bajó la cabeza é bizo entrega de todo cuanto tenía á los Romanos, dándose por muy contento con que no se le exigiera más. Hallóse luogo mal con este estado, y creyendo que el reinar por merced de los Romanos más era propio de un esclavo atento sólo al vientre, que no de un hombre adornado de prudencia y de pundonor, volvió su consideracion á la guerra, y empezó á disponerla encubiertamente y con gran destreza. Porque desatendiendo y dejando debilitarse y yermarse las ciudades de carretera, y las inmediatas al mar, como si las tuviese en poco precio, fué congregando muchas fuerzas; y llenando las aldeas, las fortalezas y las ciudades mediterráneas de armas, de provisiones y de hombres robustos, preparaba así la guerra, y la tenía como encerrada y encubierta: pues de armas en buen estado habia treinta mil; de trigo entrojado en casa ochocientas mil fanegas; y un acopio de provisiones, bastante á mantener diez mil estipendiarios por diez afios para defender el país. Mas no llegó el caso de que éste promoviera y adelantara la guerra, por haberse dejado morir de pesar y abatimiento, á causa de que descubrió que habia hecho morir injustamente á su otro bijo Demetrio, por una calumnia del que valia ménos. El que le sobrevivió, llamado Perseo, heredó con el reino el odio á los Romanos, aunque no era capaz de bacerles frente por sa bajeza de alma y la perversidad de sus costumbres; en las que no obstante que entraban diferentes pasiones y malos afectos, dominaba, sin embargo, la avaricia, y aun se decia que ni siquiera era legitimo, sino que la mujer de Filipo lo recogió recien nacido, habiéndolo dado á luz una costurera de Argos llamada Natainia, y ocultamente se lo dió á aquél por bijo. Y esta se cree haber sido la principal causa por la que de miedo hizo dar muerte á Demetriono fuese que teniendo la casa beredero legitimo, viniese al cabo á descubrirse su bastardía.

Mas con todo de ser desidioso y de bajo espíritu, arrastrado del Impetu de los mismos negocios, se decidió á ta guerra, y contendió largo tiempo, habiendo derrotado á generales de los Romanos que habian sido Cónsules, y grandes y poderosos ejércitos; y áun de algunos alcanzó victoria. Porque á Publio Licinio, cuando iba á invadir la Macedonia, lo rechazó con su caballería con muerte de dos mil y quinientos hombres escogidos, haciendo á otros tantos prisioneros; y hallándose la escuadra romana anclada cerca de Oreo, marchó inesperadamente contra ella, y tomó veinte galeras con sus cargamentos, echando á pique las demas, que contenian provisiones. Apoderóse tambien de cuatro naves de cinco órdenes de remos, y ganó segunda batalla, en que humilló á Hostilio, tambien consular, obligándole á retirarse por Elimia; y provocándole á balalla cuando marchaba sin querer ser sentido por la Tesalia, logró ahuyentarle. Miró despues como una distraccion de la guerra el marchar contra los Dárdanos, haciendo que desdeñaba á los Romanos y los dejaba descapsar; y destrozó á diez mil de aquellos bárbaros, tomando grandes despojos. Acometió tambien á los Galos establecidos cerca del Istro, conocidos con el nombre de Bastarnasnacion poderosa en caballería y ejercitada en la guerra.

Excitó asimismo á los llirios, por medio de su rey Gentio.

á que le auxiliaran en la guerra; y hay fama de que ganados por él estos bárbaros con la soldada, cayeron sobre la Italia por la parte del Adriático.

TONO II.

10 Sabidos estos Bucesos de los Romanos, parecióles sería bueno dejarse en la designacion de generales del favor y la condescendencia, y llamar al mando á un hombre de juicio que supiera conducirse en los negocios arduos. Este era Paulo Emilio, adelantado si en edad, pues tenía unos sesenta años, pero fuerte todavía y robusto, y de gran inAujo por sus clientes, sus hijos jóvenes, y el gran número de amigos y parientes poderosos en la república, los cuales todos le inclinaban á que se prestase á los votos del pueblo que le llamaba al consulado. Al principio recibió mal á la muchedumbre, y desdeñó su celo y su áusia de honrarte, como que no necesitaba de tal mando; mas presentándosele todos los dias á sus puertas rogándole que concurriese á la plaza, y aclamándole, se dejó por fin convencer; y mostrándose entre los que pedian el consujado, pareció no que iba á recibir el mando, sino que llevaba ya la victoria y el triunfo de la guerra, y que daba facultad á los ciudadanos para celebrar los comicios: ¡tanta fué la esperanza y seguridad que inspiró á todos! Nombráronle, pues, segunda vez Cónsul, no dejando que se echaran suertes sobre el mando de las provincias, como era de costumbre, sino decretándole desde luego el mando de la guerra macedónica. Cuéntase que retirándose á su casa con brillante acompañamiento, luego que fué proclamado Cónsul por todo el pueblo, encontró muy llorosa á una niña suya, todavía muy poqueña, y que saludándola le preguntó qué era lo que le afligia; y ella Horando, y echándosele al cuello, le respondió: «¿Pues no sabeis, oh padre, que se me ba muerto Perseo?» diciéndolo por un perrillo que habia criado y tenía este nombre; y que el padre le dijo: «En buen hora, hija, y admilo el agüero.» Refiere este suceso Ciceron el orador en sus libros de adivinacion.

Era costumbre que los elegidos Cónsules, para manifes tar su agredecimiento, saludaran al pueblo con semblante risueño desde la tribuna; mas Emilio, congregando en junta á los ciudadanos, les dijo que él habia pedido el primer consulado apeteciendo el mando; y el segundo porque ellos buscaban un general: por tanto, que ninguna gratitud les debia, y que si pensaban que otro conduciria mejor las cosas de la guerra se desistia del mando; mas si conflaban en él, que en nada se mezclaran ni anduvieran alborotando, sino que con silencio le ayudaran å preparar lo necesario para la expedicion, pues si querian mandar al que los mandaba, se barian más ridículos de lo que erap en las cosas de la guerra. Con este discurso causó gran vergüenza á los ciudadanos; pero les inspiró gran conflanza del éxito: estando todos muy contentos con no haber becho caso de los aduladores, y baber elegido un general de tanta franqueza y prudencia. ¡Hasta este punto se sacriflcaba el pueblo romano por la virtud y la honestidad, cuando se trataba de dominar y ser el primero de todos!

El que Emilio Paulo, marchando á aquella campaña, hubiera llegado al ejército con mucha prontitud y seguridad, haciendo su navegacion felizmente y sin tropiezo, téngolo desde luego por cosa prodigiosa; y por lo que hace á la guerra misma y los sucesos de ella, parte atribuyo á lo pronto de su decision, parte á su buen consejo, y parte tambien á la diligencia de sus amigos; mas al ver que todo se hizo en virtud de intrepidez en los peligros y de gran firmeza on las determinaciones, obra tan señalada y gloriosa como ésta no considero que deba atribuirse, como respecto de otros generales, á la buena dicha de este insigne varon; á no ser que se quiera llamar buena dicha de Emilio la avaricia de Perseo, la cual, temiendo por el dinero, echó por tierra y aniquiló las grandes y brillantes esperanzas que en aquella guerra tenian fundadas los Macedonios. Porque á su ruego acudieron á él los Bastarnas, diez mil de á caballo y diez mil de relevo, todos á sueldo hombres que no entendian de labrar la tierra, ni de navegar, ni de vivir pastoreando ganado, sino que estaban dados á una sola obra y á un solo arte, que era el de hacer siempre la guerra, y vencer á sus contendores. Luego, pués, que llegaron á acamparse cerca de Medica, mezclados con los soldados del Rey aquellos hombres altos en su estatura, ágiles en los ejercicios del cuerpo, altivos y vanagloriosos en sus amenazas contra los enemigos, infundieron á los Macedonios la opinion y confianza de que los Romanos no los aguardarian, sino que se asustarian al ver sus semblantes y movimientos extraños y espantosos.

Despues que Perseo habia dispuesto así los ánimos, y llenándolos de tamañas esperanzas, cuando le pidieron mil aureos por cada uno de los capitanes, irresoluto y fuera de tino con la demanda de tanto dinero, por codicia desechó y abandonó el socorro que se le ofrecia, como si fuera mayordomo, y no enemigo de los Romanos, y como si hubiera de dar una cuenta exacta de los gastos de la guerra á aquellos con quienes combatia; cuando éstos le mostraban lo que habia de hacer, con tener, como tenían, sobre todo el demas repuesto, cien mil hombres reunidos y prontos para lo que fuera menester; mas él, teniendo que contrarestar tales fuerzas y tal guerra, en la que era inmenso lo que habia de expendersc, andaba midiendo y escaseando el dinero, temiendo tocarle como si fuese ajeno; y esto lo hacía no uno que venta de los Lidios o de los Fenicios, sino uno que remedaba por el linaje la virtud de Alejandro y de Filipo; los cuales con pensar que los sucesos se habian de comprar con el dinero, y no el dinero con los sucesos, alcanzaron cuanto se propusicron; pues se decia que no era Filipo quien tomaba las ciudades de los Griegos, sino el oro de Filipo; y Alejandro, al emprender la expedicion de la India, viendo que los Macedonics arrastraban con trabajo el gran botin que tomaron á los Persas, lo primero que hizo fué poner fuego á sus carros, y despues persuadió á los demas que hicieran otro tanto, para marchar ágiles á la guerra, como desembarazados de un estorbo. Mas Perseo, anteponiendo el oro á sí mismo, á sus hijos y al reino, no quiso salvarse á costa de un poco de dinero, sino ir cautivo como otros muchos como un rico esclavo, á hacer ver á los Romanos cuánta era la riqueza que avaro y escaso les habia reservado.

Pues no solamente despidió á los Galos con embustes, sino que habiendo solevantado á Gentio el rey de Iliria, ofreciéndole trescientos talentos para que le auxiliara en la guerra, bien llegó á contarles el dinero á los que vinieron de su parte, y se lo presentó para que lo sellaran; mas luego, como Gentio, en la inteligencia de tener seguro lo que habia pedido, hubiese ejecutado una accion impla y execrable, que fué prender y poner en cadenas á los embajadores que le enviaron los Romanos, entonces, echando ya cuenta Perseo con que no era necesario el alargar dinero para que Gentio hiciese la guerra, pues habia dado pruebas bien seguras de enemistad, y por sí mismo se habia empeñado en ella con semejante injusticia, privó á aquel infeliz de los trescientos talentos, y miro con indi ferencia que en pocos dias hubiera sido con la mujer y los bijos arrojado del reino, como de un nido, por el prelor Lucio Anicio, que habia sido enviado con tropas contra él.

¡Este era el contrario contra quien marchaba Emilio! Ast á él le despreciaba; pero sus preparativos y sus fuerzas no dejaron de sorprenderle; porque los de á caballo eran cuatro mil, y poco ménos de cuarenta mil los infantes que formaban la falange. Reliróse con este aparato á las orillas del mar, por las faldas del Olimpo, á sitios que no tenian entrada, y que además habían sido defendidos por él con fosos y con vallados de madera; por lo que estaba sin sobresallo, creyendo que con el tiempo y los excesivos gastos arruinaria á Emilio. Éste en su ánimo no estaba ocioso, sino que revolvia en él toda especie de ideas y tentativas; y como viese que los soldados con la anterior indisciplina llevaban mal la inaccion, y se propasaban á indicar cosas impracticables, los reprendió sobre ello, y les intimó que no se metieran ni pensaran en otra cosa que en ver cómo cada uno se prepararia á sí mismo y sus armas para el tiempo del combate, cómo usaria de la espada al modo romano; que la oportunidad el general la indicaria:

mandando tambien que las guardias de noche las hicieran sin lanza, para estar más atentos y defenderse mejor del sueño, mientras no se defendían de unos enemigos que no Be les acercaban.

Por lo que los soldados andaban más alborotados era por la falta de agua, pues era poca y mala la que tenian, manando á la orilla del mismo mar. Reparó entonces Emilio que el monte Olimpo tan elevado estaba poblado de árboles; y conjeturando por el verdor de ellos que no podia menos de contener raudales que corrieran á la parte baja, les hizo abrir respiraderos y pozos en la misma falda. Llenáronse estos al punto de agua clara, que corria por su peso é impetu del terreno que la estrechaba y como exprimia al sitio vacío. Con todo, no falta quien sostenga que hay fuentes de agua ya formada y escondida en los lugares de donde aquellas manan, y que su salida no es ni descubrimiento ai rotura, sino formacion y reunion en aquel punto de materia que se liquida; y que esto sucede porque con la aglomeracion y el frio se liquida el vapor húmedo, cuando comprimido á la parte más baja fluye y se hace corriente; pues tampoco los pechos de las mujeres se han de considerar como odres que estén llenos de leche ya formada, sino que trasformando dentro de si la comida, elaboran y cuelan la leche: de esta misma manera los lugares fríos y abundantes en fuentes no contienen agua oculta, ni son reservatorios que arrojen de sí los grandes raudales de los candalosos rios, como de un principio pronto y permanente; sino que comprimiendo el viento y el aire, con el apretarlo y espesarlo lo vuelven en agua; y las excavaciones que se hacen en aquellos terrenos conducen y contribuyen mucho para esta especie de compresion, liquidando y haciendo flúidos los vapores, como los pechos de las mujeres para la lactancia; y por el contrario aquellos terrenos que están muy apretados no son á propósito para la formacion del agua, porque no tienen el movimiento que la elabora. Mas los que tales cosas profieren, como que se complacen en acertijos, pues dicen tambien que los animales no tienen sangre dentro del cuerpo, sino que se forma al ser heridos de un cierto aire, ó con la mudanza de las carnes, que es la que obra su salida y su licuacion. Pero á estos los refutan los rios que se dirigen á lo más profundo de los lugares subterráneos y de las minas, no formándose poco a poco, como habia de suceder si tomaran su origen de un repentino movimiento de la tierra, sino siendo ya en sí abundantes y caudalosos: así vemos tambien que desgajándose una piedra corre un gran caudal de agua, y despues se para.

Más baste de estas cosas.

Estuvo Emilio en reposo por algunos dias; y se dice que hallándose al frente uno de otro ejércitos tan poderosos, jamás se vió una inquietud semejante; mas empezó luego á hacer tentativas y esfuerzos por todas partes, y como llegase á entender que un solo punto se habia quedado sin fortificar por la parte de Perrebea, hácia el templo de Apolo y la Roca, trató este negocio en consejo, dándole mayor esperanza el no estar defendido aquel sitio, que temor su aspereza y fragosidad, que era por las que lo habian dejado sin custodiar. Entre los que se hallaban presentes, Escipion, llamado Nasica, yerno de Escipion Africano, y que más adelante tuvo mucha autoridad en el Senado, fué el primero que se ofreció á tomar el mando para encaminarse al punto designado, y despues de él se presentó con grande ardimiento Fabio Máximo, el hijo mayor de Emilio, que todavía era muy mozo. Contentopues, Emilio, les dió no tantas fuerzas como refiere Polibio.

sino las que el mismo Nasica dice haber llevado consigo en carta escrita á un rey sobre estos sucesos. Los Italianos, que no eran de la tropa de línea, subian á tres mil, y el ala izquierda á cinco mil; y tomando con estos Nasica ciento y veinte caballos y doscientos hombres de los Tracios y Cretenses, que mezclados estaban á las órdenes de Harpalo, marchó por el camino que conducia al mar, y se acampo cerca del templo de Hércules, como si hubiera de embarcarse en las naves y cercar el ejército de los enemigos. Mas luego que los soldados comieron el rancho y sobrevinieron las tinieblas, descubriendo á los capitanes el verdadero intento, caminó de noche en direccion opuesta al mar; y haciendo alto, dió descanso á la tropa bajo el templo de Apolo. Por esta parte, la altura del Olimpo pasa de diez estadios; lo que se acredita con una inscripcion acerca del que la midió, que dice así:

Desde el templo de Apolo hasta la cumbre Es del excelso Olimpo la medida (Perpendicularmente fué tomada) De estadios una década, y sobre ella Un peletro (1) al que piés le faltan cuatro.

Fué el medidor Genágoras de Eumelo:

Salve, oh Rey, y feliz suceso tengas.

Es opinion de los geómetras que ni la altura de los montes ni la profundidad del mar pasan de diez estadios; pero Genágoras parece que hizo esta medicion, no á la ligera, sino por reg'as y con los instrumentos convenientes.

Pasó alli Nasica la noche; y cuando Persco, que veia á Emilio al frente en suma quietud, estaba distante de pensar lo que sucedia, le llegó un transfuga cretense, que vino (1) Paletro pletro, medida de cien piés, sexta parte del estadio.

corriendo á noticiarle la marcha de los Romanos. Sobresaltose con esta nueva, y aunque no movió el ejército, poniendo a las órdenes de Milon diez mil extranjeros estipendiarios y dos mil Macedonios, le envió á que sin dilacion ocupase los pasos. Polibio dice que los Romanos sorprendieron á estas tropas estando todavía dormidas, pero Nasica refiere que en las alturas hubo un reñido encuentro, y que él mismo dió la muerte á un Tracio que le vino á las manos, hiriéndole en el pecho con la lanza, que ciaron con esto los enemigos; y como Milon hubiese dado á huir vergonzosamente en túnica y sin armas, siguió el alcanco con seguridad, y condujo á lo lano sus soldados.

Con estos sucesos levantó Perseo á toda prisa el campo, y hubo de retirarse sobrecogido ya de miedo y muy decaido de sus esperanzas. Erale sin embargo indispensable, ó aguardar delante de Pidna, y aventurar una batalla, ó recibir al enemigo con un ejército dispersado por las ciudades:

pues una vez descendido á lo llano, no podía ser arrojado sino con gran mortandad y carnicería; cuando allí sus fuerzas eran grandes, y el ardor de los soldados no podia ménos de anunciarse peleando por la defensa de sus hijos y sus mujeres, á presencia del rey, y tomando éste parte en los peligros, que fué con lo que dieron ánimo á Perseo sus amigos. Formó, pues, su ejército, y se apercibió á la pelea, reconociendo los sitios y distribuyendo los mandos, como para salir de sorpresa al encuentro á los Romanos en su misma marcha. El sitio tenía una llanura acomodada á la formacion de la falange, que necesitaba de terreno igual, y habia collados seguidos que favorecian las acometidas y retiradas de los cazadores y tropas ligeras. Corrian en medio los rics Aison y Leuco, que aunque no muy caudalosos entonces por ser el fin del verano, parecia sin embargo que oponian á los Romanos algun obstáculo.

Reunióse en esto Emilio con Nasica, y descendió en órden contra los enemigos; mas luego que vió su formacion y su número, suspendió maravillado la marcha, como para hacer entre sí algunas consideraciones. Ardian por venir á las manos los caudillos jóvenes, y cercándole le rogaban que no se detuviese; sobre todo Nasica, que había adquirido confianza por lo bien que le habia salido su expedicion del Olimpo. Sonriósele Emilio, y le dijo: «Muy bien si yo tuviera tu edad; pero las muchas victorias, que me han hecho conocer los hierros de los vencidos, me impiden el que en la marcha trabe batalla contra una falange ordenada y descansada.» En seguida dió órden para que las primeras tropas que estaban á la vista de los enemigos, quedando en escuadras, presentaran el aire de una formacion; y que los de la retaguardia, mudando de posicion, pusieran el valladar para acamparse: de esta manera, yéndose quedando por órden los que estaban delante para los últimos, no se advirtió que habia deshecho la formacion, y que todos se habían colocado sin desórden en los reales. Al bacerse de noche, y cuando despues del rancho se iban á dormir y descansar, la luna, que estaba en su lleno y bien descubierta, empezó de pronto á ennegrecerse; y desfalleciendo su luz, habiendo cambiado diferentes colores, desapareció. Los Romanos, como es de ceremonia, la imploraban para que les volviese su luz, con el ruido de los metales, y alzando al cielo muchas luces con tizones y bachas; mas los Macedonios á nada se movieron, sino que el terror y espanto se apoderó del campo, y entre muchos corrió secretamente la voz de que aquel prodigio significaba la destruccion de su rey. No era Emilio hombre enteramente nuevo y peregrino en las anomalfas que los eclipses producen; los cuales á tiempos determinados hacen entrar la luna en la sombra de la tierra, y la ocultan, hasta que pasando de la sombra vuelve otra vez á resplandecer con el sol. Mas con todo, siendo muy dado á las cosas religiosas é inclinado á los sacrificios y á la adivinacion, apenas vió á la luna enteramente libre, le sacrificó once toros; y no bien se hizo de dia cuando ofreció nuevo sacrificio de la misma especie á Hércules, no parando hasta veinte; y al primero y al vigésimo se observaron prodigios, que dijo adjudicaban la victoria á los que se defendiesen. Hizo, pues, voto al mismo Dios de otros cien bueyes y de juegos sagrados, mandando á los caudillos ordenar el ejército para la batalla; mas aguardó con todo á la inclinacion y desvío del resplandor, para que el sol desde el Oriente no los deslumbrara en la pelea dándoles de cara; por lo que estuvo dando tiempo, sentado en su tienda, la que tenía abierta por la parte de la llanura y del campo de los enemigos.

Hácia la entrada de la tarde dicen algunos que con designio de preparar Emilio que fuese de los enemigos la acometida, dió órden de que los Romanos soltaran por aquella parte un caballo sin freno, y que yendo en su persecucion, este fué el principio de la pelea; mas otros sostienen que retirándose con forraje los bagajes de los Romanos, los acometieron los Tracios mandados por Alejandro; que en defensa de aquellos salieron corriendo setecientos Ligures, y que acudiendo muchos al socorro de unos y otros, así fué como de ambas partes se trabó la pelea. Emilio, conjeturando como un buen piloto por el repentino impetu y movimiento de los ejércitos lo arriesgado de aquella lucha, salió de la tienda, y recorrió las filas de la infantería infundiéndoles aliento; y Nasica, que se habia dirigido á las tropas ligeras, reparó en que faltaba muy poco para que estuviese ya trabado el combate con todas las fuerzas enemigas. Venian los primeros los Tracios, cuyo aspecto se dice ser muy fiero, hombres de procerosa estatura, con escudos blancos y relucientes y botas de armadura, vestidos de túnicas negras, llevando pendientes del hombro derecho espadas largas de grave peso.

Seguian á los Tracios los estipendiarios con armas muy diversas, y con ellos venian mezclados los de la Peonia.

El tercer órden era de las tropas escogidas de los Macedonios, lo más sobresaliente en robustez y edad, deslumbrando con armas de oro y con ropas de púrpura. Colocados estos en formacion, sobrevinieron del campamento las falanges con bronceados escudos, llenando el campo del resplandor del hierro y de la brillantez del metal, y haciendo resonar por los montes la vocería y confusion de los que mutuamente se animaban; habiéndose hecho con lal arrojo y prontitud esta embestida, que los primeros cadáveres cayeron á dos estadios del campamento de los Romanos.

Trabada la pelea, se presentó Emilio, y llegó á tiempo en que ya los primeros Macedonios, enristradas las lanzas, berian en los escudos de los Romanos, que no podian ofenderles en lo vivo con sus espadas. Mas cuando despues, desprendiendo del hombro los demas Macedonios las adargas, y recibiendo tambien á una sola señal con las lanzas en ristre á los legionarios romanos, vió la fortaleza de la formacion y la presteza del ataque, no dejó de sorprenderse y concebir temor, por no haber visto aunea un espectáculo tan' terrible; así es que hacía mencion frecuente de aquella sensacion y de aquel espectáculo. 08tentose entonces á sus combatientes con rostro sereno y placentero, recorriendo á caballo las fitas sin yelmo y sincoraza. Mas el rey de los Macedonios, lleno de miedo, segun dice Polibio, luego que se comenzó la batalla, hoyó á caballo á la ciudad, prelexlando que iba á sacrificar á Hércules, que no recibe sacrificios tímidos de los cobardes ni acepta votos injustos; pues no es justo en ninguna manera que el que no tira al blanco lleve el premio, ni que venza el que no resiste, ni que salga bien el que nada hace, ni, floalmente, que tenga buena suerte el hombre malo. Por el contrario, á los ritos de Emilio se prestó grato el Dios, pues rogaba peleando la victoria y buen éxito de la guerra, y combatiendo llamaba al Dios en su auxilio. Con todo, un escritor llamado Posidonio, que se dice haber coincidido en aquellos tiempos y en aquellos sucesos, el cual compuso la historia de Perseo en muchos libros, dice que no se retiró por miedo ni á causa del sacrificio, sino que en el principio de la batalla le sucedió ya que un caballo le dió una coz en un musto; y en la batalla misma, no obstante que se hallaba muy incomodado, y que lo contenian los amigos, hizo que del bagaje le trajeran un caballo; que montando en él, se colocó en la falange sin coraza, y que tirándose de una y otra parte muchas armas arrojadizas, le alcanzó un dardo todo de hierro, el cual no le dió de punta, sino que el golpe se corrió por el costado izquierdo; mas con todo, con el impetu de la marcha se le abrió la túnica, y se vió la carne enrojecida con una gran contusion que por mucho tiempo conservó la señal del golpe: así es como Posidonio hace la apología de Perseo.

No pudiendo los Romanos romper la falange cuando llegaron å embestirla, Satio, comandante de los Pelignos, echó mano á la insignia de sus soldados, y la arrojó contra los enemigos; por lo que, corriendo los Pelignes hácia aquel sitio, pues no es lícito ni aprobado entre los Italianos el abandonar la insignia, se vieron hechos y sucesos terribles en aquel encuentro de una y otra parte. Porque los unos procuraban con sus espadas apartar la lanzas, defenderse de ellas con los escudos ó retirarlas cogiéndolas con la mano, y los otros asegurando el golpe con entrambas y aparlando con las mismas armas á los que los acometian, coino no bastasen ni el escudo ni la coraza para contener la violencia de la lanza, derribaban de cabeza los cuerpos de los Pelignos y Marrucinos, que desatentados corrian encolerizados como fieras á los golpes contrarios, y á una muerte cierta. Mientras así eran molestados los de la vanguardia, no se contuvieron en su lugar los que for maban en pos de ellos, sin que esto fuese una fuga, sino una retirada al monte llamado Olocro: de manera que Emilio rasgó, segun dice Posidonio, sus vestiduras al ver que éstos cedian y que los demas Romanos evitaban la falange, en la que no podian hacer mella; sino que con la espesura de las lanzas, como con un vallado, se les presentaba por todas partes invencible. Mas como por ser luego el terreno desigual, y no poder la fila mantener firme la reunion de los escudos, advirtiese que la falange de los Macedonios empezaba á tener muchas interrupciones y muchos claros, como es preciso que suceda en los ejércitos grandes y en los encuentros diferentes de los que pelean, deleniéndose en unas parles y adelantándose en otras, recorrió repentinamente y dividió sus escuadronesdándoles órden de que metiéndose por los claros y vacíos de los enemigos, y trabándose con ellos, no lidiaran una sola batalla contra todos, sino muchas ó interpoladas por partes. Luego que Emilio enteró de esto á los jefes y los jefes á los soldados, dividiéndose éstos y metiéndose dentro de la formacion, acometieron á unos por los costados que no tenian defensa, y cayeron con impetu sobre otros, pues ya rota la falange, su fuerza y su accion unida enteramente, se habia desvanecido; y como en estos combates singulares y contra pocos los Macedonios hiriesen con sus cortos alfanjes en unos escados firmes y muy anchos, y resistiesen mal con sus endebles adargas á las espadas de aquellos, que por su pesadez y la firmeza de los golpes pasaban por entre toda armadura hasta la carne, se entregaron á la fuga.

Grande era la contienda contra éstos; y en ella Marco el hijo de Caton, yerno de Emilio, que había dado pruebas del mayor valor, perdió la espada. Como era propio de un jóven instruido en muchas ciencias, y que á su gran padre era deudor de hechos correspondientes á una gran virtud, teniendo por la mayor afrenta que vivo él quedara una prenda suya en poder de los enemigos, corre la línea, y donde ve algun amigo ó deudo, le refiere lo que le ha sucedido y le pide auxilio. Reúnensele muchos de los más esforzados, y rompiendo con impetu por entre los demas bajo la guía del mismo Marco, se arrojan sobre los contrarios. Retirándolos con la más acalorada porfia, con gran matanza y con muchas heridas, y dejando el sitio desierto y despejado, se dedican á buscar la espada. Aunque con gran dificultad, halláronla por fin escondida bajo montones de armas y de cadáveres; con lo que alegres y triunfantes cargan con mayor denuedo sobre aquellos enemigos que todavía resistian. Finalmente, los tres mil escogidos, manteniendo su puesto, y peleando siempre, todos fueron deshechos; hízose en los demas que huian terrible carnicería, tanto, que el valle y la falda de los montes quedaron llenos de cadáveres, y los Romanos al pasar al otro dia de la batalla el rio Leuco, vieron sus aguas teñidas todavía en sangre. Dicese que murieron más de veinticinco mil; y de los Romanos perecieron, segun dice Posidonio, ciento, y segun Nasica, ochenta.

Tuvo esta gran batalla una determinacion muy pronta, porque habiéndose comenzado á la novena hora, antes de la décima habian ya alcanzado la victoria. Lo que restaba del dia lo emplearon en seguir el alcance, persiguiéndolos basta ciento y veinte estadios; de manera que ya se retiraron entrada la noche. Saliéronlos á recibir los criados con antorchas, y con gran regocijo y algazara los condujeron á las tiendas, que estaban iluminadas y adornadas con coronas de hiedra y laurel; mas el general recibió una terrible pesadumbre, porque militando en su ejército dos de sus hijos no parecia por ninguna parte el más jóven de ellos, que era al que más amaba, y al que veia sobresalir por su natural inclinacion á la virtud entre sus hermanos.

Siendo de un ánimo arrojado y pundonoroso, y todavía de edad muy tierna, tenía por cierta su pérdida, creyendo que por la inexperiencia se habria metido entre los enemigos en lo recio de la pelea. Con esta incertidumbre daba extremadas muestras de dolor, lo que sentido por todo el ejércilo, se pusieron en movimiento dejando los ranchos, y empezaron a marchar con luces unos á la tienda de Emilio y otros á buscarie delante del campamento entre los primeros cadáveres. Fué sumo el disgusto del ejército y el ruido que se movió por aquella llanura llamando todos á Escipion; porque a todos les pareció desde el principio á propósito para el mando y el gobierno. y moderado en sus costumbres tanto como el que más de sus deados. Era ya muy tarde, y casi se habia perdido toda esperanza, cuando se le vio retirarse del alcance con dos ó tres de sus amigos, lleno todavía de sangre de los contrarios, porque como cachorro de generosa raza se babia ido muy adelanle, entusiasmado desmedidamente con el gozo de la victoria. Este es aquel Escipion que más adelante destruyó á Cartago y Numancia, y fué con mucha ventaja el primero por su virtud y el de mayor poder entre los Romanos de su edad. Dilatóle á Emilio la fortuna para otro tiempo el acíbar de este triunfo, dándole entonces llenamente el sabroso placer de la victoria.

Perseo marchó huyendo de Pidna á Pela, habiéndose salvado de la batalla casi todos los de á caballo; mas como los alcanzase la infantería, empezólos á depostar por cobardes y traidores, derribándolos de los caballos y dándoles de golpes; por lo que, temeroso de aquel alboroto, sacó el caballo del camino, y quitándose la ropa de púrpura para no ser conocido, la puso en la grupa, y la diadema la tomó en las manos; y habiendo hablado á sus amigos sin parar de andar, echó pié á tierra, y tomó el caballo del diestro. De aquellos uno empezó á fingir que se aseguraba el zapato que se le habia desatado; oiro que daba dé beber al caballo; otro que tenía sed, y yéndole dejando de esta manera, á toda priesa lo abandonaron, no tanto por temor de los enemigos, como de su crueldad. Agitado con tantos males, procuraba echar á todos, apartándola de si, la culpa de aquella derrota. Entró ya llegada la noche en Pela; y porque al recibirle Euto y Endayo, que eran los encargados del tesoro, le hicieron algunas reconvenciones sobre lo sucedido, y le hablaron y dieron consejos tan franca como inoportunamente, montando en cólera dió por sí mismo muerte á ambos con su espada; con lo que nadie quedó á su lado fuera de Evandro de Creta, Arquidamo de la Etolia y Neonon de Beocia. De los soldados siguiéronle los Cretenses, no tanto por aficion como por golosina de sus riquezas, al modo que las abejas á los panales. Porque era mucho lo que llevaba, y lo que presentó á la codicia de los Cretenses para robarlo, en vasos, fuentes y demas vajilla de plata y oro hasta la suma de cincuenta talentos. Pasó primero á Anfipolis, y de allí despues á Galepso; y como se le hubiese desvanecido un poco el miedo, recayó nuevamente en el más antiguo de sus vicios, que era la avaricia; quejóse, pues, con sus amigos de que neciamente habia abandonado á los Cretenses algunas de las brillantes albajas de Alejandro el Grande, exhortando á los que las tenian, no sin ruegos y lágrimas, á que las cambiaran por dinero. Los que le conocian bien, no dudaron que aquello era cretizar con los Cretenses; mas ellos cayeron en el lazo, y entregándolas, se quedaron sin nada, porque no les dió el dinero; y áun tomó prestados los amigos treinta talentos, los mismos que de allí á poco habian de ocupar los enemigos, y con aquellos navegó á Samotracia, donde fugitivo se acogió al templo de los Dioscuros.

Habian tenido siempre fama los Macedonios de ser amantes de sus reyes; pero entonces, abatidos todos como cuando de pronto falta el apoyo, se entregaron á Emilio, al que en dos dias hicieron dueño de toda la Macedonia; lo cual parece conciliar mayor crédito á los que atribuyen todos estos sucesos á un especial favor de la fortuna. Pero TOMO 11.

11 áun es más maravilloso lo que acaeció en el sacrificio; pues sacrificando Emilio en Antipolis, en el acto mismo cayó un rayo en el ara, el que abrasó las víctimas y perfeccionó la ceremonia. Con todo áun sube de punto sobre este prodigio y sobre la dicha de Emilio la rapidez de la fama, pues al dia cuarto de baber alcanzado de Perseo esta victoria de Pidna, estando en Roma el pueblo viendo unas carreras de caballos, repentinamente corrió la voz en los primeros asientos del teatro de que Emilio, habiendo vencido á Perseo eu una gran batalla, habia subyugado toda la Macedonia, y de allí se difundió luego la misma voz por toda la concurrencia; con lo que en aquel dia fué grande el gozo que con algazara y regocijo se apoderó de la ciudad. Mas como luego se viese que aquel rumor vago no tenia apoyo ú origen seguro, por entonces se desvaneció y disipo; pero tenida á pocos dias la noticia positiva, se pasmaron todos de aquel anticipado anuncio, que pareciendo falso, dijo la verdad.

Dícese que de la batalla de los Italianos junto al rio Sagra se tuvo noticia en el mismo dia en el Peloponeso, así como en Platea de la de Micale contra los Medos; y cuando los Romanos vencieron á los Tarquinos y á los del Lacio sus auxiliadores, de alli á muy poco llegaron dos mensajeros, varones de gran belleza y estatura, que trajeron el aviso, y se conjeturó que eran los Dioscuros. El primero que tropezó con ellos en la plaza, cuando junto a fuente estaban dando de beber á sus caballos cubiertos de sudor, se quedó pasmado con el anuncio de esta victoria: ellos despues se dice que le cogieron con la mano la barba sonriéndosele blandamente; y como al punto la barba de aegra se le volviese roja, este suceso concilió crédito á la noticia, y á aquel hombre el apellido de Ainobarbo, que viene á ser el de la barba bronceada. Tambien ha ganado crédito á todas estas relaciones lo sucedido en nuestros dias, porque cuando Antonio se rebeló contra Domiciano se esperaba enconada guerra de parte de la Germania; y siendo grande la turbacion en Roma, de repente y por sí mismo difundió el pueblo la fama de una victoria, corriendo por toda Roma la voz de que el mismo Antonio babia sido muerto, y de que derrotado su ejército, ni señal habia quedado de él: adquiriendo esta voz tal certeza y seguridad, que muchos de los principales ofrecieron sacrificios. Inquirióse luego sobre el primero que lo refrió, y como no aparecia nadie, sino que el rumor corriendo de unos en otros se desvaneció, viniendo á lo último á parar en nada arrojado en una muchedumbre confusa como en un piélago inmenso, sin que se le diese origen ninguno cierto, aquella fama se borró del todo en la ciudad. Mas cuando ya Domiciano habia marchado con su ejército á la guerra, le encontró en el camino la noticia y cartas en que se le daba cuenta de la victoria; y se halló que el dia de la fama fué el mismo que el del suceso, habiendo de distancia de un punto á otro más de veinte mil estadios: cosa que de los de nuestra edad no ignora nadie.

Neyo Octario, colega de Emilio en el mando, que aportó á Samotracia, respetó para con Perseo el asilo en honor de los Dioses; pero le cerró la salida y la fuga por el mar:

con todo, pudo á escondidas ganar á un tai Oroandes de Crela, que tenia un barquichuelo, para que le admitiese en él con sus riquezas; mas éste, usando de las artes cretenses, tomó de noche todo su cauda), y diciéndole que á la siguiente fuese al puerto Demetrio con los hijos y la familia precisa, se hizo á la vela al mismo anochecer. Pasó en esta ocasion Perseo por angustias bien miserables, babiendo tenido que salvar la muralla por una estrecha tronera él, sus hijos y su mujer, no estando todavía hecho á riesgos y trabajos: así lanzó un lamentable suspiro, cuando andando perdido en la playa se llegó á él uno, y le dijo baber visto que Oroandes habia salido apresuradamente al mar. Porque clareaba ya el alba, y destituido de toda es peranza, se retiró corriendo hacia la muralla, no sin ser de los Romanos observado: mas con todo logró adelantarse á ellos con su mujer. Los hijos tomándolos por la mano los habia entregado á lon: y éste, que antes habia sido el favorito de Perseo, se convirtió entonces en traidor; lo que principalmente contribuyó á que aquel desgraciado, como fiera que ha perdido sus cachorros, se viera en la precision de dejarse prender y entregar su persona á los que de aquellos estaban ya apoderados. Tenía su principal confianza en Nasica, y por éste preguntaba; mas como no pareciese, lamentando su suerte, y sujetándose á la necesidad, se puso como cautivo en manos de Neyo; manifestando bien á las claras, que era en él un vicio más ruin que el de la avaricia el de la cobardía y pego á la vida, por el cual se privó del único bien que la fortuna no puede arrebatar á los caidos, que es la com pasion. Porque habiendo rogado que le llevaran á la presencia de Emilio, éste, como debia hacerse con un hombre de tanta autoridad sobre quien habia venido una ruina tan terrible y desgraciada, levantándose de un asiento salió á recibirle con sus amigos derramando lágrimas; y él, poniendo el rostro en el suelo, que era un vergonzoso espectáculo, y abrazándole las rodillas, prorumpió en exclamaciones y ruegos indecentes, que Emilio no pudo escuchar con paciencia, sino que, mirándole con rostro enojado y severo: «Miserable, le dijo, ¿por qué libras á la fortuna de uno de sus mayores cargos, haciendo cosas por las que se ve que si eres desgraciado lo tienes merecido, y que no es de ahora, sino de siempre haber sido indigno de ser dichoso? ¿por qué echas á perder mi victoria y apocas mi triunfo, haciendo ver que no eras un enemigo noble y digno de los Romanos? La virtud alcanza para los desgraciados gran parte de reverencia áun entre los enemigos; pero la cobardía, aun cuando sea afortunada, es para los Romanos la cosa más despreciable.» Con todo, levantándole y dándole la diestra, lo encomendó á Tuberon; y reuniendo despues fuera de la tienda á sus hijos y yernos, y á los más jóvenes de los que tenian mando, estuvo largo ralo pensativo entre sí con gran silencio, tanto, que todos estaban admirados; mas comenzando luego á disertar sobre la fortuna de los sucesos humanos: ¿Habrá hombre, exclamó, que en la presente prosperidad crea que le es dado engreirse y envanecerse de que ha sojuzgado una nacion, una ciudad ó un reino!

La fortuna, poniéndonos á la vista esta mudanza como un ejemplo en el que todo conquistador contemple la comun flaqueza, nos amonesta que nada debemos considerar como estable y seguro; porque ¿cuál será el tiempo en que pueda el hombre vivir conflado, cuando el dominar á los otros obliga á estar más temeroso de la fortuna, y la idea de que la suerte revuelve y acarrea por veces iguales desastres, á unos y luego á otros, debe infundir recelos al que se huelga como más favorecido? ¿acaso viendo que la herencia de Alejandro, cuyo poder y dominacion llegó al grado más alto que se ha conocido, en menos de una hora la habeis humillado bajo vuestros piés; y que unos reyes, que poco ha imperaban á tantas legiones de infantería y á tantos escuadrones de caballeria, reciben ahora la comida y bebida diaria de manos de los enemigos, podeis pensar que vuestras cosas han de tener una consistencia que pueda prevalecer contra el tiempo? ¿No será más razon que dando de mano á ese orgullo y á esa vanidad de la victoría reprimais vuestros ánimos, estando siempre atentos á lo futuro, para ver qué fin prepara el hado á cada uno de vosotros en contrapeso de tamaña felicidad?»» Pronunciadas estas y otras semejantes razones, se dice que despidió Emilio á aquellos jóvenes, y que los dejó muy corregidos de su vanagloria y altanería, conteniéndolos como un freno con aquella alocucion.

Dió despues de esto descanso al ejército; y para si tomo por tarea y por honroso y humano recreo el visitar la Grecia; porque recorriendo y tomando bajo su amparo los pueblos, confirmó su gobierno, y les hizo donativos, á anos de granos y á otros de aceite; pues se cuenta haber sido tan grande el repuesto que se encontró, que ánles fallő á quien darlo y quien lo pidiese, que agotarse lo que se tenia prevenido. Habiendo visto en Delfos un gran pedestal construido de piedras blancas, sobre el que habia de colocarse una estatua de oro de Perseo, mandó que en vez de aquella se pusiese la suya, pues era razon que los vencidos cediesen su puesto á los vencedores; y en Olimpia se refiere que profirió aquel dicho tan celebrado: que Fidias habia esculpido el Júpiter de Homero. Llegáronle de Roma diez mensajeros, y restituyó á los Macedonios su tierra y sus ciudades libres é independientes, mas con el tributo a favor de Roma de cien talentos, ménos que la mitad de aquello con que contribuian á los reyes; ordenó espectáculos y juegos de todas especies, y sacrificios á los Dioses, y dió cenas y banquetes, gastando con profusion de la despensa real; pero en el orden y aparato, en las salutaciones y demas cumplidos, en la distribucion del lugar y honor que á cada uno le era debido, manifestó un conocimiento tan diligente y cuidadoso, que se maravillaron los Griegos de que para tales desahogos no le faltase atencion, sino que con ejecutar tan grandes hazañas áun las cosas pequeñas las pusiese lan en su punto. Estaba tambien muy complacido por advertir que entre tanta prevencion y tanto brillo él era el más dulce recreo y espectáculo para los que con él asistian. A los que mostraban maravillarse de su desvelo respondía que á un mismo ingenio pertenecia disponer bien un ejército y un banquete:

aquél para hacerle el más terrible á los enemigos, y éste el más grato á los convidados. Ni era ménos celebrada de todos su liberalidad y grandeza de ánimo, pues con haber encontrado amontonado mucho oro y mucha plata en los tesoros del rey, ni siquiera quiso verlo, sino que lo puso á disposicion de los cuestores para el erario. Solamente á aquellos de sus hijos que eran dados á las letras les permitió escoger entre los libros del rey; y al distribuir los premios del valor, dió á Elio Tuberon su yerno una ampolla de peso de cinco libras. Este es aquel Tuberon de quien dijimos que vivia con once parientes suyos en una misma casa, manteniéndose todos con el producto de un campo muy pequeño. Y se dice que esta fué la primera plata que entró en la casa de los Elios ganada con la virtud y el valor; y que fuera de esta albaja, nunca ni ellos ni sus mujeres usaron cosa de oro ó plata.

Habiendo ordenado convenientemente todos sus negocios, se despidió de los Griegos, y exhortando á los Macedonios á que tuvieran en memoria la libertad recibida de los Romanos, y á que la conservasen con las buenas leyes y la concordia, se retiró á Epiro, por haber recibido un decreto del Senado, en el que se le prescribia que de aquellas ciudades tomara con que socorrer á los soldados que bajo sus órdenes habian peleado en la batalla contra Perseo. Propúsose que se cayera sobre todos repentinamente y cuando nadie lo esperase; para lo que hizo comparecer á diez hombres de los principales de cada ciudad, y les dió órden de que cuanta plata y oro hubiese en las casas y en los templos la recogiesen para el día señalado; y á cada diputacion, como si fuera para aquel objeto, le dió escolta de soldados y un caudillo, el que habia de aparenlar que buscaba y recogia el dinero. Llegado el día, á una y en un mismo momento se entregaron todos á la persecucion y saqueo de los enemigos; de manera que en sola una hora hicieron cautivos á ciento cincuenta mil hombres, y arrasaron setenta ciudades; y no vino á recibir cada soldado en donativo arriba de once dracmas (1) con haber (1) Venía á valer la dracma dos reales de vellos.

sido tal la destruccion y ruina: horrorizando á todos el fin de esta guerra, viendo que tan poca era la utilidad y ganancia que á cada uno habia resultado del destrozo de toda una nacion.

Emilio se vió en la precision de ordenarlo muy contra su naturaleza, que era benigna y apacible; y ejeculado bajó á Orico, de donde hecha la travesía para la Italia con sus tropas, subió luego por el rio Tiber en una galera real de diez y seis remos, adornada con armas de las cogidas á los enemigos y con ropajes de grana y de púrpura; de modo que los Romanos que por las orillas concurrian como á un espectáculo triunfal, gozaron anticipadamente de su pompa, llegando bien adelante, por cuanto la corriente apénas daba paso á la embarcacion. Repararon entonces los soldados en el inmenso botin; y como no les habia tocado lo que deseaban, incomodáronse dentro de sí mismos por esta causá, quedando muy irritados contra Emilio; pero en público se quejaron de que los habia tratado dura y despóticamente, y con este pretexto no hicieron gran empeño para que se le decretara el triunfo. Llególo á entender Sergio Galba, enemigo de Emilio, que habia sido tribuno bajo sus órdenes, y se presentó á sostener decidida y manifiestamente que no debia concedérsele. Levantándole, pues, entre la turba militar muchas calumnias, y atizando el encono con que ya le miraban, pidió á los tribunos de la plebe otro dia, porque aquel no podia bastar para la acusacion, no quedando ya sino cuatro horas. Mas los tribunos le prescribieron que dijese lo que tuviera que decir; y él empezando de muy lejos, y haciendo un discurso lleno de toda especie de dicterios, consumió todo el tiempo; y como por haberse hecho de noche los tribunos disolviesen la junta, los soldados se unieron á Galba, tomando con este bríos; y animándose unos á otros se volvieron á presentar muy de mañana en el Capitolio: porque allí habian de tener los tribunos la nueva junta.

Hizose la votacion luego que fué de dia, y la primera tribu votó contra el triunfo; mas difundida la voz por toda la ciudad llegó hasta el Senado. La plebe veia con disgusto el que se afrentase á Emilio, sobre lo que prorumpia en inútiles quejas; pero los principales del Senado, diciendo á gritos que era insufrible lo que pasaba, se incitaban unos á otros para hacer frente al desacalo y temeridad de los soldados, que si no se le opusiese resistencia, se propasaria á todo desórden y violencia, saliéndose con privar á Emilio de los honores de la victoria. Penetraron, pues, por entre la muchedumbre, y subiendo en gran número, intimaron á los tribunos que suspendiesen la votación hasta que manifestasen al pueblo cuáles eran sus deseos. Contuviéronse todos, é impuesto silencio, se levantó Marco Servilio, varon consular, que en desafio habia muerto á veintitres enemigos: y «ahora conozco, dijo, cuán grande general es Paulo Emilio, viendo que con un ejército, en que no se advierte sino indisciplina y maldad, ha podido ejecutar tan grandes y tan singulares hazañas; y me maravillo de que el pueblo, que tanto se honra con los triunfos alcanzados de los llirios y de los Ligures, no quiera hacer demostracion por haberse tomado vivo con las armas romanas al rey de los Macedonios, y haber sido traida en cautiverio la gloria de Alejandro y de Filipo. Porque no será cosa extraña que se diga, que á la primera voz todavía incierta de esta victoria esparcida por la ciudad, sacrificasteis á los Dioses, haciendo votos por ver cuanto antes cumplido aquel rumor, y que cuando el general viene con la corteza de la victoria priveis á los Dioses de su dobido honor, y á vosotros mismos del regocijo que es propio, como si temieseis que se manifestase la grandeza de tan admirable suceso, ó como si luvieseis miramiento con el rey cautivo? Y en caso, ménos malo sería que el triunfo se negase por compasion á éste, que no por envidia al General. Pero la malignidad ha tomado tanto ascendiente entre vosotros, que un hombre ileso y de cuerpo garboso y adamado, como criado á la sombra, se atreve en materia de mando militar y de triunfo á llevar la voz ante vosotros mismos, amaestrados con tantas heridas á discernir entre la virtud y la inutilidad de los generales.» Y al decir esto, desabrochándose la ropitla, mostró en el pecho una multitud increible de cicatrices: pasó despues á descubrir ciertas partes del cuerpo que no parece decente desnudar ante el pueblo, y volviéndose á Galba: «Tú sin duda, le dijo, te burias de estas señales; mas yo las ostento con vanidad á mis conciudadanos, pues por ellos, no bajando del caballo ni de dia ni de noche, las he recibido; pero vamos, llévalos á votar, que yo bajaré y los seguiré á todos, y con esto conoceré quiénes son los malos y desagradecidos, y los que en la guerra quieren más alborotar que obedecer y guardar disciplina.» Ficese que de tal modo quebrantó y sorprendió á la gente de guerra este discurso, que despues por las otras tribus le fué á Emilio decretado el triunfo. Ordenóse luego, segun la memoria que ha quedado, de esta manera: el pueblo, habiéndose levantado tablados en los teatros para las carreras de los caballos, que se llaman circos, y en las inmediaciones de la plaza, y en todos los parajes por donde habia de pasar la pompa, la vió desde ellos, yendo toda la gente vestida muy de limpio; los templos todos estaban abiertos y llenos de coronas y perfumes; muchos alguaciles y maceros, apartando á los que indiscretamente corrian y se ponían en medio, dejaban libre y desembarazada la carrera. La ceremonia toda se repartió en tres dias, delos cuales en el primero, que apenas alcanzó para el botin de las estatuas, de las pinturas y de los colosos, tirado todo por doscientas yuntas, esto mismo fué lo que hubo que ver. Al día siguiente pasaron en muchos carros las armas más hermosas y acabadas de los Macedonios, brillantes con el bronce ó el acero recien acicalado. La colocacion, dispuesta con artificio y órden, parecia fortuita, y como hecha por sí misma; los yelmos sobre los escudos; las corazas junto a las canilleras; las adargas cretenses, las rodelas de Tracia, las aljabas mezcladas con los frenos de los caballos, á su lado espadas desnudas, y junto á éstas las lanzas macedonias, habiéndose dejado huecos proporcionados entre todas estas armas; con lo que en la marcha, dando unas con otras, formaban un eco áspero y desapacible, que áun con provenir de armas vencidas hacía que su vista inspirase miedo. En pos de estos carros de las armas marchaban tres mil hombres, conduciendo la moneda de plata en setecientas y cincuenta esportillas de á tres talentos, y á cada uno de estos le acompañaban otros cuatro. Seguian luego otros, que conducian salvillas, vasos, jarros y tazas de plata, muy bien colocadas todas estas piezas para que pudieran verse, y primorosas en si, y por lo grandes y dobles que aparecian.

En el dia tercero, muy de mañana, abrieron la pompa trompeteros, que tocaban, no una marcha compasada y própia del caso, sino aquella con que se incitan los Romanos á sí mismos en medio de la batalla; y en seguida eran conducidos ciento veinte bueyes cebones, á los que se les habian dorado los cuernos, y que habian sido adornados con cintas y coronas. Los jóvenes que los llevaban, ceñidos con fajas muy vistosas, los guiaban al sacrificio, y con ellos otros más mocitos con jarros de plata y oro para las libaciones. Venian luégo los que conducian la moneda de oro, repartida en esportillas de á tres talentos como la de plata, y éstas eran al todo setenta y siete. Tras éstos seguian los que conducian el ánfora sagrada, que Emilio habia becho guarnecer con pedrería de hasta diez talentos, y los que iban enseñando las Antigonidas, las Selencidas, los Tericleos y toda la bajilla de que usaba Perseo en sus banquetes. En pos iba el carro de Perseo y sus armas, y la diadema puesta sobre las armas. Despues con algun inter% PLUTARCO. LAS VIDAS PARALELASvalo eran conducidos como esclavos los hijos del rey, y con ellos una turba de camareros, de maestros y de ayos, bañados en lágrimas, y que tendian las manos á los espectadores, adiestrando á los niños á pedir y suplicar. Eran éstos dos varones y una hembra, poco atentos á la magnitud de sus desgracias á causa de la edad; y por lo mismo esta simplicidad suya en semejante mudanza los hacía más dignos de compasion; de manera que estuvo en muy poco el que Perseo se les pasase sin ser visto: ¡tan fija tenian los Romanos la vista por compasion sobre aquellos inocentes! A muchos les sucedió caérscles las lágrimas; y entre todos no hubo ninguno para quien en aquel espectáculo no estuviese mezclado el pesar con el gozo hasta que los niños hubieron pasado.

No venía muy distante de los hijos y de su servidumbre el mismo Perseo, envuelto en una mezquina capa, calzado al estilo de su patría, y como embobado y entontecido con el exceso de sus males: seguíanle inmediatamente muchos amigos y deudos, anegados sus rostros en llanto, y manifestando á los espectadores con mirar incesantemente á Perseo, y llorar, que era la suerte de aquél por la que se dolian, teniendo en muy poco la propia desventura. Hablase dirigido antes á Emilio pidiéndole que no le llevasen en la pompa, y que le excusara el triunfo; mas éste escarneciéndole, á lo que parece, por su cobardía y apego á la vida; «pues esto, respondió, en su mano ha estado, y lo está todavía si quiere:»» dando á entender que pues por cobardía no habia tenido valor para sufrir la muerte antes que la afrenta, seducido con lisonjeras esperanzas, esto era lo que habia hecho que fuera contado entre sus despojos, Venian en pos inmediatamente cuatrocientas coronas de oro, que las ciudades habian enviado con embajadas á Emilio por prez de la victoria. Finalmente, venía él mismo, conducido en un carro magníficamente adornado; varon que, aun sin tanta autoridad, se atraia las miradas de todos. Vestia un ropaje de diversos colores, bordado de oro, y con la diestra alargaba un ramo de laurel. Iguales ramos llevaba el ejército que iba en pos del carro del general, formado por compañías y batallones, cantando ya canciones patrióticas, sérias y jocosas, y ya himnos de victoria y alabanzas de los sucesos, encaminadas principalmente á Emilio, mirado y acatado de todos, y sin dar envidia á ninguno de los hombres de bien; sino que debe de baber algun mal Genio que tenga por oficio apocar las grandes y sobresalientes felicidades, y aguar la vida de los hombres, para que ninguno la tenga exenta y pura de males, sino que parezca que aquel sale bien librado, segun la sentencia de Homero, en cuyos sucesos alternativamente use de sus mudanzas la fortuna.

Así es, que teniendo Emilio cuatro hijos, dos trasladados á otras familias, como ya dijimos, á saber, Escipion y Fabio, y dos en la edad de la puericia, que los mantenia en casa, nacidos de la segunda mujer, de éstos el uno falleció cinco dias antes de triunfar el padre en la edad de catorce años; y el otro murió de doce, tres días despues de la misma ceremonia; de manera que no hubo Romano á quien no alcanzase aquella pesadumbre: y ántes todos se horrorizaron de tal crueldad de la fortuna, que no tuvo reparo en derramar tanto luto sobre una casa abastada de respeto, de Júbilo y de flestas, mezclando los lamentos y las lágrimas con los himnos de victoria y los triunfos.

Por lo que hace á Emilio, teniendo bien considerado que los hombres han menester valerse de la fortaleza y osadía, no sólo contra las armas y las lanzas, sino tambien contra todos los casos de fortuna, se preparó y dispuso de tal manera para esta mezcla de sucesos, que compensándose lo adverso con lo próspero, y lo doméstico con lo público, en nada se apocó la grandeza, ó se oscureció el esplendor de su victoria. Por tanto, luego que dió sepultura al primero de sus hijos, celebró el triunfo como hemos dicho; y muerto el segundo despues de aquella 80lemnidad, congregando á los Romanos en junta pública, les dirigió un razonamiento propio, no de un hombre que necesitaba consuelo, sino de quien se proponia consolar á sus conciudadanos afligidos con sus propios infortunios.

Nunca temi nada, les dijo, en las cosas humanas; mas en las superiores, recelando siempre de la fortuna como de la cosa más instable y vária, al ver que más principalmente en esta guerra, como un viento favorable, habia precedido á mis negocios, no dejé de esperar alguna mudanza y contrariedad. Porque atravesando desde Brindis el mar Jonio, en un dia aporlé á Corfú; y estando desde allí al sétimo en Delfos sacrificando á Apolo, en otros cinco me reuní con el ejército; y hecha la ceremonia de su purificacíon segun costumbre, dando principio á las operaciones de la guerra, en otros quince días lo di el complemento más glorioso. Desconfiado, pues, de la fortuna por el curso tan próspero de los sucesos, pues que fué grande la seguridad, y ninguno el peligro de parte de los enemigos, entónces más particularmente empecé á temer para la navegacion la mudanza de algun Genio; habiendo vencido con feliz suerte tan numeroso ejército, y trayendo despojos y reyes cautivos. Llegué con todo salvo entre vosotros, y encontrando la ciudad rebosando en júbilo, en aplausos y en flestas, todavia no dejé de sospechar de la fortuna, sabiendo que no lisonjea en las cosas grandes á los hombres con nada que sea cierto y sin desquite; y nunca mi alma depuso este miedo, agitada siempre y en observacion de lo futuro, hasta que me hirió en mi casa con tamaña desventura, teniendo que celebrar unos en pos de otros, en los dias más festivos y solemnes, los funerales de los dos más amables hijos que habia reservado para que fuesen mis herederos. Considérome, pues, ahora fuera de todo grave peligro, y aun conjeturo y pienso que para mi mismo ha de permanecer ya la fortuna inocente y segura; pues párece que se ha valido para mi castigo de males tan grandes como han sido mis prosperidades: no siendo méDos evidente el ejemplo que da de la bumana miseria en el triunfador que en el conducido en triunfo; y aun con la diferencia de que Perseo vencido conserva sus hijos, y el vencedor Emilio ha perdido los suyos.» Este fué el magnifico y noble razonamiento que con sencilla y verdadera prudencia se dice haber dirigido Emilio al pueblo en aquella sazon. En cuanto á Perseo, aunque aquél tuvo ánimo de manifestar compasion por la mudanza de su suerte, y prestarle auxilios, nada más se sabe sino que fué trasladado de la que los Romanos llaman cárcel á un lugar más decente, en el que se le trató con más bumanidad; pero custodiado siempre en él, segun la opinion del mayor número de escritores, se quitó á sí mismo la vida, negándose á tomar alimento. Mas con todo, hay algunos que señalan olra causa particular y extraña de su muerte; pues dicen que estando incomodados é irritados con él los soldados encargados de custodiarle, como no pudiesen ofenderle ni molestarle en otra cosa, le despertaban del sueño, estando siempre atenlos á que no se durmiese, y á desvelarle por todos medios, hasla tanto que con esta especie de mortificacion acabó sus dias. Murieron tambien dos de sus hijos; y del tercero, llamado Alejandro, se dice que fué primoroso y de grande ingenio en el cincelar y tornear; y que habiendo aprendido las letras y la lengua romana, fué amanuense de los primeros Magistrados, por haberse visto que era muy diestro y elegante en este ejercicio.

Entre estos brillantes sucesos de la guerra Macedónica lo que concilió á Emilio mayor aprecio entre todos fué baber puesto en el crario tal cantidad de dinero, que no kubo necesidad de que contribuyera el pueblo hasta los tiempos de Hircio y Pansa, que fueron Consules hácia la primera guerra de Antonio y César; pero lo más particular y admirable en Emilio fué que con ser muy venerado y honrado del pueblo, se mantuvo siempre, sin embargo, en el partido aristocrático, no diciendo ni haciendo nunca nada por complacer á la muchedumbre, sino uniéndose siempre en las cosas de gobierno con los más distinguidos y principales de la república, que fué con lo que más adelante reconvino Apio á Escipion Africano. Porque siendo ambos entonces de los más principales en la ciudad, pidieron á un tiempo la dignidad censoria: aquél, teniendo de su parte al Senado y á los más principales, manejo que en los Apios era bereditario; y éste, aunque grande de por sí, favorecido siempre con el celo y amor de la muchedumbre. Pues como al entrar en la plaza Escipion, le viese Apio llevar á su lado á hombres ruines y de condicion servil, placeros y propios para concitar la muchedumbre y violentarle todo con atropellamiento y griteria, alzando la voz: «Oh Paulo Emilio, le dijo, suspira debajo de tierra, Begando á entender que promueven á la censura á tu hijo Emilio el pregonero y Licinio Filoneico.» Así Escipion, favoreciendo al pueblo, se ganó su benevolencia; y Emilio, con ser del partido aristocrático, no fué por esto ménos amado de la muchedumbre que el que pudiera parecer más demagogo y más dedicado á lisonjear al pueblo. Vióse esto en que le tuviesen por digno de otros cargos, y del de la misma censura, que es el més sagrado de todos y el de mayor autoridad para otras cosas y para el exámen del modo de vivir de cada uno. Porque tienen los censores facultad para excluir del Senado al que vive desarregladamente; para nombrar al de mayor probidad, y para castigar á los jóvenes con privar de la dignidad ecuestre al que es disipador. Tócales tambien el investigar la hacienda de cada uno, y' oelebrar el lustro; y en su tiempo se halló ser el censo de Roma trescientos treinta y siete mil cuatrocientos y cincuenta y dos hombres. Dió asimismo el primer lugar en el Senado á Marco Emilio Lépido, que ya cuatro veces habia obtenido esta preferencia; expelió de él á tres senadores de los de ménos nombre; y tanto ól mismo como su colega Marcio Filipo, se condujeron con mucha moderacion en el exámen de los escritos en el órden ecuestre.

Llevados á cabo muchos y grandes negocios, fué acometido de una enfermedad peligrosa al principio, pero despues sin riesgo, aunque trabajosa y de desesperada curacion. Persuadiéronle los médicos que pasase á Elea de Italia, donde permaneció largo tiempo en países litorales, en que gozaba de la mayor quietud; pero los Romanos deseaban verle, y en los teatros se habian dejado oir muchas voces que indicaban este deseo; por lo que, como fuese preciso un solemne sacrificio, y se sintiese con alivio, regresó á Roma. Celebró, pues, el indicado sacrificio con los demas sacerdotes, concurriendo mucho pueblo, y manifestándose muy contento; y al dia siguiente sacrificó él mismo á los Dioses otra vez por su salud. Cumplida esta segunda ceremonia, volvió a su casa, y se acostó; y sin advertir ó conocerse novedad, cayendo en un accidente que le privó de todo sentido, murió al tercero dia, sin que en vida hubiese podido echar de ménos nada de cuanto los hombres creen que conduce para la felicidad. Hasta la solemnidad de su enterramiento fué de gran aparato y digna de verse, correspondiendo á la virtud de tal varon sus magníficos y concurridos funerales. No se echaban de ver en estos el oro, ni el marfil, ni los exquisitos y preciosos adornos de tal pompa, sino la benevolencia, el respeto y el amor, no solamente de parte de los ciudadanos, mas áun de los enemigos: pues cuantos se hallaron presentes de los Españoles, los Ligures y los Macedonios, si eran jóvenes y robustos, echaban mano al féretro, y le conducian sobre sus hombros; y los más ancianos iban en rededor de él, aclamando á Emilio por bienhechor y salvador de su respectiva patria. Porque no solamente los trató á todos blanda y humanamente miéntras los gobernó, sino TOMO 11.

12 que por toda la vida les hizo cuanto bien pudo, y cuidó de ellos como si fueran sus familiares y deudos. Su hacienda dicen que apenas ascendió á trescientos setenta mil denarios, de la que dejó por herederos á sus hijos; pero Escipion el menor dejó que toda la llevase su hermano, habiendo él pasado por adopcion á una casa muy rica, como lo era la de Africano. Tal se dice haber sido el Lenor de vida de Paulo Emilio.