Las vidas paralelas de Plutarco/Timoleón

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TIMOLEON.


Este ora el estado de los Siracusanos antes de que Timoleon fuese enviado á Sicilia. Dion habia conseguido arrojar de Sicilia á Dionisio el Tirano; pero muerto él mismo con una alevosia, entró la division entre los que con Dion habian libertado á los Siracusanos; y la ciudad, pasando sin intermision del dominio de uno al de otro tirano, estuvo en muy poco que no se despoblase. En lo restante de la Sicilia una parte habia mudado de forma y quedado sin pueblos á causa de las guerras, y el mayor número de las ciudades estaban en poder de soldados colecticios y aventureros, abandonándolas fácilmente los que en ellas mandaban. Al año décimo, reuniendo Dionisio algunos extranjeros, y lanzando al tirano Neseo que estaba entonces apoderado de Siracusa, volvió de nuevo á ponerse al fronte de los negocios; y si extraño habia sido que con muy pocas fuerzas se le hubiese hecho perder la mayor de las dominaciones que entonces existian, más extraño fué todavía que de desterrado y abatido hubiese vuelto á hacerse dueño de los que le desecharon. De los Siracusanos, pues, los que se mantuvieron en la ciudad quedaron esclavizados á un tirano que, no siendo de suyo nada benigno, tenis además exulcerado entonces su ánimo con las desgracias; y los principales y más distinguidos, acogiéndose á Iquetes, sobresaliente en autoridad entre los Leontinos, se pusieron enteramente en sus manos, y le eligieron caudillo para la guerra, en medio de que no era mejor que los que abiertamente se decian tiranos; sino que no tenian otro recurso, y prefirieron dar su confianza á un Siracusano de origen, que reunia una fuerza proporcionada contra el tirano.

Como en aquella misma sazon viniesen contra Sicilia con una fuerte armada los Cartagineses, ensoberbecidos con su buena suerte, temerosos los Sicilianos resolvieron enviar embajadores á la Grecia, é implorar el auxilio de los de Corinto, no solamente por el deudo de un mismo origen, y porque muchas veces habian sido de ellos favorecidos en iguales casos, sino por saber que generalmente aquella eiudad habia sido siempre tan amiga de la libertad como enemiga de los tiranos, y que la mayor parte de sus peligrosas guerras las habia sostenido, no por deseo y ambicion de mando, sino por la libertad de los Griegos.

Iquetes, cuya mira en el mando era la tiranía, y no la libertad de los Siracusanos, ya entonces tenía relaciones secretas con los Carlagineses, aunque en público hablaba en favor de los Siracusanos, y había enviado tambien embajadores al Peloponeso: no porque quisiera que vinieraauxilio de aquella parte, sino con la esperanza de que si los de Corinto no se movian á dar este socorro, como era natural, por las disensiones y contiendas de los Griegos, podria más fácilmente hacer dueños de los negocios á los Cartagineses, y tenerlos por aliados y auxiliares contra los Siracusanos, ó contra el tirano; aunque estas cosas se descubrieron un poco más adelante.

Al arribo de los embajadores, los Corintios, acostumbrados siempre á ser rogados de sus colonias, y especialmente de la de los Siracusanos, como afortunadamente no hubiese entonces entre los Griegos nadie que los incomodase, ballándose en plena paz y sosiego, decretaron socorrerlos con lodo empeño. Meditaban sobre el general que enviarian; y escribiendo y proponiendo los magistrados á aquellos que más se esforzaban por sobresalir en la ciudad, levantôse uno entre ellos, é indicó á Timoleon el de Timodemo, no porque todavía manejase los negocios públicos ó pudiera concebirse en él tal esperanza y tal deseo, sino que fué una casual ocurrencia, inspirada quizá por algun Dios: ¡tal fué la buena suerte que para la eleccion siguió al punto á esta propuesta, y tanta la gracia que brilló despues en sus acciones, dando grande realce á su virtud! Et era ilustre en la ciudad por sus padres Timodemo y Demaxista; amante de la patria, y muy dulce de condicion, solamente enemigo irreconciliable de los tiranos y de los malos. Para las cosas de la guerra recibió de la naturaleza una lan bien templada disposicion, que siendo jóven, manifestó mucho juicio, y declinando ya la edad, no fué menor su valor en las ocasiones. Tuvo un hermano mayor llamado Timofanes, que en vez de serle parecido, era temerario, y se habia dejado alucinar del deseo de la monarquía por malos amigos y por soldados extranjeros, que tenia siempre consigo; siendo, por otra parte, segun parecia, intrépido y despreciador de los peligros en la milicia; que era por lo que habiendo ganado entre los ciudadanos fama de hombre activo y buen militar, se había hecho nombrar para el mando. Aun en esto le servia de mucho . Timoleon, ocultando siempre sus yerros, ó haciéndolos parecer menores, y dando brillantez é incremento á las buenas calidades que recibió de la naturaleza.

En la batalla que los Corintios tuvieron con los Argivos y Cleoneos, á Timoteon le cupo pelear con la infantería, y á su hermano, que mandaba la caballería, le sobrevino un repentino peligro; porque le derribó el caballo, cayendo herido á la parte de los enemigos; y de sus camaradas unos se dispersaron al punto sobrecogidos de miedo, y otros, aunque no abandonaron el puesto, peleando pocos contra TIMOLEON.

muchos, con dificultad se defendian. Timoleon, pues, luego que entendió lo sucedido corrió en su auxilio, y oponiendo el escudo del rendido Timofanes, acosado con los dardos y con los golpes que de cerca se dirigian contra su cuerpo y contra las armas, ahuyentó, no sin gran trabajo, á los enemigos, y salvó al hermano. A poco los de Corinto, temerosos no les sucediese lo que antes de parte de sus aliados, que fué perder la ciudad, decretaron mantener cuatrocientos extranjeros, y nombraron caudillo de ellos á Timofanes; mas éste, olvidado de toda honestidad y justicia, inmediatamente empezó á trabajar por reducir la ciudad á su dominacion; y quitando del medio sin forma ninguna de juicio á muchos de los ciudadanos más principales, se erigió abiertamente en tirano. Sentíalo extraor dinariamente Timoleon, y mirando como su mayor desgracia la perversidad del hermano, procuró hablarle y exhortarle á que desistiendo de la locura é infelicidad de semejante proyecto, viera el modo de enmendar el yerro cometido contra sus conciudadanos. Oyóle aquél con indignacion y desprecio; y él entónces, tomando consigo de los de la familia á Esquilo, que era hermano de la mujer de Timofanes, y de los amigos á un agorero, que Teopompo dice ser su nombre Sátiro, y Eforo y Timeo Ortágoras, despues de haber pasado algunos dias, subió de nuevo á ver al hermano, y rodeándole los tres, le rogaban, y con razones le persuadian á que se arrepintiera de su propósito; mas como Timofanes al principio les respondiese con mofa, y despues se irritase y enfadase con ellos, Timoleon se retiró á un lado, y cubriéndose con su ropa, lloraba su desgracia; pero los otros, desenvainando las espadas, dieron muy pronto cuenta de él.

Divulgose el hecho, y los Corintios de más juicio celebraban en Timoleon su aversion á lo malo y su grandeza de alma, por cuanto siendo hombre bueno y recto, antepuso la patria á su casa, y lo honesto y lo justo á lo útil, salvando al hermano mientras se distinguió en defensa de la patria, y concurriendo á su muerte cuando trató de oprimirla y y esclavizarla; pero los que no pueden vivir en la democracia, acostumbrados á estar pendientes del semblante de los poderosos, al paso que fingian haberse alegrado con la muerte del tirano, desacreditaban á Timoleon como autor de un becho impío y atroz; con lo que le hicieron caer en desaliento. Supo luego que la madre tambien se habia indignado, y habia prorumpido contra él en execraciones terribles y espantosas; y como yendo á aplacarla no hu biese aquella consentido ni siquiera verle, y antes hubiese mandado cerrarle la puerta, contristado entonces hasta lo sumo, y saliendo de juicio, resolvió quitarse la vida con rehusar tomar alimento; pero no perdiéndole de vista los amigos, y agotando con él todo ruego y todo medio de contenerle, determinó vivir retirado huyendo del bullicio, y enteramente se apartó del gobierno, tanto, que en los primeros tiempos ni siquiera venía á la ciudad, sino que pasaba una vida infeliz é inquieta en las más desiertas soledades.

De esta manera los juicios, si no dominan á las acciones, tomando seguridad y fuerza de la razon y de la filosofla, fluctúan y son fácilmente trastornados por cualesquiera alabanzas ó reprensiones, destituidos del fundamento del discurso propio; porque no basta que la accion sea honesta y justa, sino que es menester que el dictámen, segun el cual se emprende, sea firme é incontrastable, para que obremos con meditada resolucion; y no suceda que, así como los glotones se abalanzan con repentino apetito á los manjares que tienen a la vista, fastidiándolos luego que se han hartado; de la misma manera nosotros, ejecutadas las acciones, nos desalentamos por debilidad, marchitada ya entónces la opinion y apariencia de la virLud. Porque el arrepentimiento hace indecoroso lo más honestamente ejecutado; cuando la determinacion apoyada en la ciencia y el raciocinio nunca se muda, aunque los efectos no correspondan. Por eso Focion el Ateniense, que se habia opuesto á los proyectos de Leostenes, cuando apareció que éste habia salido con ellos, y vió á los Atenienses que hacian sacrificios y estaban muy hinchados con la victoria, dijo que bien quisiera que por él se hicieran aquellas demostraciones; pero que no mudaba de consejo: siendo áun más decisivo lo ocurrido con Arístides Locrio, uno de los amigos de Platon; el cual, habiéndole pedido Dionisio el mayor á una de sus hijas por mujer, respondió: «Más quisiera ver muerta á mi hija que casada con un tirano;» y despues, habiendo hecho Dionisio al cabo de poco tiempo dar muerte á sus hijos, y preguntándole por insulto si estaba todavía en el mismo propósito on cuanto á la concesion de la hija, le contestó que aunque sentia mucho lo sucedido, no se arrepentia de su anterior respuesta: mas estos rasgos quizá son de una virtud más elevada y más perfecta.

Timoleon, de resultas de lo sucedido con el hermano, bien fuese de pesar por su muerte, ó bien de rubor á causa de la madre, quedó tan quebrantado y decaido de ánimo, que en unos veinte años no tomó parte en negocio ninguno público ó de alguna consecuencia; mas llegado el caso de ser propuesto y de recibirlo bien el pueblo é interponer s' autoridad, Teleclides, que entonces sobresalia en la ciudad en poder y nombradía, se levantó en la junta y exhortó á Timoleon á mostrarse varon recto y generoso en sus acciones; «porque si te conduces bien, le dijo, juzgaremos que fué á un tirano á quien concurriste á dar la muerte; pero si te conduces mal, á tu hermano.» Ocupábase Timoleon en disponer el embarque y reunir tropas, cuando legaron á los Corintios cartas de Iquetes que daban indicios de su mudanza y su traicion; pues apénas envió los embajadores, cuando trató abiertamente con los Cartags, conviniendo con ellos en que arrojarian á Dionísio de Siracusa y él quedaria de tirano; y temiendo no fuera que si llegasen antes las tropas y el general de Corinto descompusieran sus planes, dirigió á los de Corinto una carta, en que les decía no haber necesidad de que se incomodaran é hicieran gastos navegando á Sicilia y corriendo peligros, puesto que los Cartagineses se oponian y harian resistencia á sus fuerzas con gran número de naves, y él por su tardanza se babia visto en la precision de hacer con aquellos alianza contra el tirano. Leida esta carta, si ántes habia habido entre los Corintios algunos que mirasen con frialdad la expedicion, entonces el enojo contra Iquetes los acaloró a todos, de manera que con el mayor empeño habilitaron á Timoleon, y le ayudaron á realizar el embarque.

Prontas ya las naves y provistos los soldados de cuanto uecesitaban, parecióles á las sacerdotisas de Proserpina haber visto entre sueños que las Diosas se disponian para una romería, y haberles oido decir que se proponian acompañar á Timoleon á Sicilia, por lo cual, aparejando los Corintios una nave sagrada, la llamaron la de las dos Diosas. Mas Timoleon pasó á Delfos, donde hizo sacrificio al Dios, y cuando bajaba al lugar de los oráculos ocurrió un prodigio: porque desprendiéndose y volándose de entre las presentallas que allí estaban suspendidas una venda, en que habia bordadas coronas y victorias, vino á caer sobre la cabeza de Timoleon, como dando á entender que era enviado á la expedicion coronado por la mano del Dios. Teniendo, pues, siete naves corintias, dos de Corfú, y dando los Leucadios la décima nave, con ellas dió la vela; y hallándose á la noche en alta mar llevado de favorable viento, pareció que de repente se rasgó el cielo, enviando sobre la nave una gran columna de fuego resplandeciente, y que alzada en alto una antorcha semejante á las de los misterios, y siguiendo el mismo curso, vino á fijarse en el punto de Italia hácia el que dirigian el rumbo los timoneros; diciendo los adivinos que aquella vision concordaba con los sueños de las sacerdotisas, y que el fuego del cielo significaba que las Diosas protegian la expedicion, por cuanto la Sicilia estaba consagrada á Proserpina, teniéndose por cierto que allí se habia ejecutado el rapto, y que aquella isla se le habia dado en dote al tiempo de sus bodas.

Lo que es de parte de los Dioses inspiraron estas cosas grande confianza á la expedicion; por lo que, navegando presurosamente, aportaron á Italia; mas las noticias que vinieron de Sicilia pusieron á Timoleon en graves dudas, y causaron desaliento en los soldados, Porque Iquetes, habiendo vencido en batalla á Dionisio, y tomado la mayor parte de los puestos de los Siracusanos, tenía sitiado y circunvalado á aquél, habiéndole obligado á refugiarse al alcázar y á lo que llamaban la Isla; y á los Cartagineses les habia ordenado que estuvieran á la mira de que Timoleon no aportara á Sicilia, puesto que retirados éstos, podrian con sumo reposo repartirse entre sí la isla. Los Cartagineses, pues, enviaron á Regio veinte galeras, en las que iban embajadores de lquetes á Timoleon con propuestas acomodadas á lo sucedido: pues que venian á ser arterías y apariencias muy bien disimuladas con dañados intentos, prestándose á admitir al mismo Timoleon, si queria pasar cerca de Iquetes, y tener parte con él en todos los consejos y en todos los negocios; mas con la condicion de que las naves y los soldados los habia de despachar á Corinto, como que de una parte faltaba muy poco para que la guerra estuviese acabada, y de la otra se hallaban los Cartagineses en ánimo de impedir el desembarco, y pelear contra los que hiciesen resistencia. Los Corintios, pues, cuando llegados á Regio se hallaron con semejante embajada, y vieron que los Fenicios estaban surtos por aquellas inmediaciones, se indignaron de ser escarnecidos; y en todos se suscitó enojo contra Iquetes, y miedo por los infelices Siracusanos, conociendo bien que se les reducia á ser galardon y premio, para iquetes de su traicion, y para los Cartagineses de su tiranía. Parecióles, sin embargo, no ser factible vencer á las naves de los bárbaros ancladas allí cerca, que eran en doble número, y á las tropas de Iquetes, con las que contaban haber hecho en union la guerra.

No obstante todo esto, presentándose Timoleon á los embajadores y á los caudillos de los Cartagineses, les contestó sosegadamente que se prestaria á lo que tenian acordado (¿ni qué hubiera adelantado con oponersef); pero que queria que se trataran estas cosas por demandas y respuestas ante una ciudad griega amiga de unos y otros, como era Regio, y despues se retiraria; lo cual le convenia á él mucho para su seguridad, y á ellos les daria mayor firmeza en lo que proponian acerca de los Siracusanos, teniendo á todo un pueblo por testigo del convenio.

Esta fué una añagaza que les preparó para el desembarco; y en ella le auxiliaban todos los generales de los Reginenses, con deseo de que los Corintios dominaran en la Sicilia, y con temor de tener por vecinos á los bárbaros. Congregáronse, por tanto, en junta pública y cerraron las puertas, como para impedir que los ciudadanos se distrajesen á otros negocios; y como para ganar á la muchedumbre, emplearon discursos muy largos, tratando uno despues de otro el mismo asunto, no con más objeto que el de dar tiempo á que anclasen las naves de los Corintios, y detener en la junta, sin causarles sospechas, á los Cartagineses; y más que hallándose presente Timoleon, les dió idea de que se levantaria y hablaria en ella. Mas como en esto llegase uno que le anunció estar ya ancladas todas las demas galeras, y que sola la suya quedaba esperándole, penetrando por entre la muchedumbre, y haciéndole espaldas los Reginenses que estaban cerca de la tribuna, se encaminó al mar, y desembarcando con gran presteza tomaron la vía de Taurominio de Sicilia, recibiéndolos, y áun teniéndolos llamados de antemano con la mejor voluntad, Andromaco, á quien estaba encomendada la ciudad, y que tenía en ella el mayor poder. Era éste padre de Timeo el Historiador; y con baber alcanzado en aquella sazon mayor autoridad que cuantos dominaban en la Sicilia, á sus ciudadanos los gobernaba en ley y justicia, y á los tiranos era notorio que los miraba con aversion y desagrado; así es que entonces ofreció su ciudad como refugio á Timoleon, y á sus ciudadanos los persuadió á que hicieran causa comun con los de Corinto, y juntos dieron la liberJad á la Sicilia.

Los Cartagineses que quedaron en Regio, visto que se habia retirado Timoleon y se habia disuelto la junta, estaban muy sentidos de que con otra estratagema se hubiesen burlado las suyas; con lo que dieron ocasion á que los Reginenses los insultaran un poco, diciéndoles: «¿Cómo siendo Fenicios os incomodais de lo que se hace con engaño!» Enviaron, pues, á Taurominio un embajador en una de sus galeras, el cual, habiendo hablado largamente con Andromaco, extendiéndose acalorada y groseramente sobre que era preciso despidiese sin la menor detencion á los Corintios, por último, mostrándole la mano primero por la palma, y despues por el otro lado, le amenazó que siendo su ciudad de esta manera, la volveria de la otra.

Andromaco, echándose á reir, nada absolutamente le res pondió, sino que extendiendo como él la mano, primero por la palma y luego por la otra parte, le intimó que se fuera cuanto antes, si no queria que siendo su nave de esta manera la pusiese de la otra. Mas lquetes, luego que supo el desembarco de Timoleon, cobró miedo, y llamó cerca de si muchas de las galeras de los Carlagineses; con lo que sucedió que los Siracusanos desconfiaron completamente de su salud, viendo á los Cartagineses apoderados del puerto, á Iquetes dueño de la ciudad, á Dionisio defendido en el alcázar, y que Timoleon cuanto tocaba á la Sicilia por medio de un hito delgado, que era el pueblezuelo de los Taurominios, con muy débil esperanza y muy escasas fuerzas, pues fuera de mil soldados y los víveres precisos para ellos, nada más tenía. Ni las ciudades se confiaban tampoco estando agobiadas de males, é irritadas contra todos los generales de ejército, principalmente por la infidelidad de Calipo y Faraces, de los cuales el uno era Ateniense y el otro Lacedemonio; y diciendo ambos que venian á trabajar en su libertad, y á destruir á los monarcas, hicieron ver á la Sicilia que eran oro los trabajos que habian padecido en la tiranía, y que debian ser tenidos por más dichosos los que habian muerto en la esclavitud que los que alcanzaron la independencia.

Desconfiando, pues, de que el Corintio fuese mejor que ellos, sino que les vendria tambien con los mismos sofismas y los mismos atractivos, lisonjeándolos con buenas esperanzas y con proposiciones llenas de humanidad, para inclinarios á la mudanza de nuevo dueño, empezaron á 808pechar, y á estorbar el fruto de las exhortaciones de los Corintios; á excepcion únicamente de los Adrianitas, que habitando una ciudad, aunque pequeña, consagrada á Adrano, cierto Dios muy venerado en toda la Sicilia, discordaron entre sí, implorando unos á Iquetes y los Carlagines, y llamando otros á Timoleon. Sucedió, pues, por pura casualidad que, acelerándose éste y aquéllos, en un mismo punto de tiempo concurrieron al llamamiento unos y otros; trayendo Iquetes cinco mil hombres, y no teniendo Timoleon entre todos más que unos mil y doscientos con los cuales salió de Taurominio para Adrano, que disLaba unos trescientos y cuarenta esladios. Y en el primer dia, habiendo andado poca parte del camíno, hizo alto; mas al siguienle, marchando sin reposo y venciendo pasos escabrosos y dificiles, cuando comenzaba á declinar el dia oyó que Iquetes acababa de llegar á la ciudad, y se habia acampado en las inmediaciones. Los jefes y capitanes de los cuerpos empezaban á acampar tambien á los que llegaron primero, pareciéndoles que pelearian con más ardor despues de haber tomado alimento y haber descansado; mas sobreviniendo Timoleon, les hizo presente no ejecutasen semejante cosa, sino que guiaran prontamente y cayeran sobre los enemigos, que andarian desordenados, como era regular sucediese, estando descansando de una marcha, y descuidados en las tiendas y en los ranchos; y dicho esto, embrazando el escudo guió el primero como á una victoria cierta. Siguiéronle denodadamente los demas, hallándose de los enemigos á ménos de treinta estadios, tos que anduvieron muy luego, y dieron sobre estos, que se desordenaron y huyeron á la primera noticia que tuvieron de su venida: así es que sólo mataron sobre unos trescientos, y fueron más que doblados los que cautivaron, tomándoles tambien el campamento. Los Adrianitas, abriendo las puertas de la ciudad, se unieron con Timoleon, refiriéndole con asombro y susto que no bien se habia empezado el combate cuando por sí mismas se habian abierto las puertas sagradas del templo, y habian advertido que la lanza del Dios se blandió por la punta, y su semblante estaba bañado de copioso sudor. Tales prodigios, á lo que parece, no significaron solamente esta victoria, sino tambien los posteriores sucesos de que aquel combate fué un feliz preludio. Porque las ciudades, enviando embajadores, inmediatamente se unieron á Timoleon; y Mamerco, tirano de Catana, hombre guerrero y sobrado de medios, le ofreció su alianza. Mas lo mayor de todo fué que el mismo Dionisio, perdida ya toda esperanza, y estando á punto de tener que rendirse, mirando con desprecio á iquetes, que se habia dejado vencer cobardernente, y admirando á Timoleon, envió á tratar con éste y con los Corintios, poniéndose en sus manos, y entregándoles el alcázar. No despreciando Timoleon tan inesperada dicha, mandó inmediatamente al alcázar á los ciudadanga corintios Euclides y Telémaco, y además trescientos soldados, no todos juntos ni de modo que se conociera, porque era imposible estando acantonados los enemigos, sino disimuladamente divididos en piquetes. Tomaron, pues, los soldados el alcázar y los palacios con todas las provisiones y efectos de guerra; porque habia no pocos caballos, toda especie de máquinas, y gran copia de dardos: de armas habia unas setenta mil depositadas de largo tiempo; y tenía consigo Dionisio unos dos mil soldados, que puso con todo lo demas á disposicion de Timoleon. El mismo Dionisio, tomando su caudal y no muchos de sus amigos, hizo la travesía sin ser notado de Iquetes; y llevado al campamento de Tímoleon, entonces por primera vez se le vió reducido y humillado á la condicion de particular; y se dispuso fuese Hlevado á Corinto en una sola nave con poca parte de su hacienda; habiendo sido nacido y criado en la tiranía más afamada y poderosa de todas, la que conservó diez años, habiendo pasado los doce restantes despues de la expedicion de Dion en contínuas guerras y combates; pero á lo que hizo en la tiranía, excedió en mucho lo que padeció arrojado de ella; porque vió las muertes de sus hijos ya crecidos, y los estupros de sus hijas doncellas; y á la que era su hermana y mujer á un tiempo, sufrir todavía viva en su cuerpo los más torpes insultos de sus enemigos, y que despues le dieron violentamente muerte juntamente con sus hijos, y la arrojaron al mar. Mas de estas cosas hemos dado razon más circunstanciada en la vida de Dion.

Llegado Dionisio á Corinto, no habia Griego ninguno que no deseara verle y hablarle, con la diferencia de que unos, alegrándose de sus desgracias, por odio se llegaban á él contentos como para conculcar al que habia derribado la fortuna, y otros, aplacados ya con la mudanza, y compadeciéndole en la fragilidad manifiesta de las cosas humanas, veian el gran poder de otras causas ocultas y divinas:

pues aquella edad no ostentó prodigio ninguno de la naturaleza ó del arte igual á aquella obra de sola la fortuna; viendo al que poco antes era tirano de la Sicilia, reducido á habitar en Corinto en casa de una bodegonera, ó sentado en el mostrador de un perfumador, bebiendo la zupia de los laberneros, ó altercando con mujerzuelas que bacian tráfico de su belleza, ó enseñando á las cantoras Bus cantinelas, moviendo con ellas disputas sobre la armonía del canto. Unos creian que Dionisio tenía esta conducta porque, demas de ser de aquellos que fácilmente se exallan, era por naturaleza muelle y disoluto; mas otros juzgaban que para que no se hiciera atencion en él, y no inspirar miedo á los Corintios, ni dar sospechas de que lle vaba mal la mudanza de vida y el no tener parte en los negocios, de intento se esforzaba á mostrarse fuera de su naturaleza extravagante y medio simple en el modo de consumir su ocio.

Reflérese tambien de él algunos dichos de los que se puede inferir que no dejaba de acomodarse con dignidad á las cosas presentes. Como, por ejemplo: habiendo pasado á Leucade, ciudad fundada por los Corintios igualmente que la de Siracusa, dijo le sucedia lo mismo que á aquellos jóvenes que han caido en faltas; porque al modo que éstos se acogen gustosos á los hermanos, y de vergüenza huyen de casa de los padres, de la misma manera avergonzándose él de residir en la metrópoli, habitaba allí contento con los Leucadios. Otro ejemplo: reconviniéndole en Corinto un forastero con groserías sobre sus conferencias con los filósofos, en las que parecia complacerse cuando reinaba, y preguntándole, últimamente, de qué le habia servido la sabiduría de Platon: «¿te parece, le dijo, que no nos sirvió Platon de nada, cuando ves cómo llevamos esta mudanza de fortuna?» Al músico Aristoxeno y algunosotros que le preguntaron cuál era y de dónde provenia la querella que habia tenido con Platon, les respondió que estando la tiranía rodeada siempre de grandísimos males, ninguno era comparable con el de no atreverse á hablarle claro los que se venden por amigos, y que éstos eran los que le habian privado del aprecio de Platon. Queriendo hacer uno del gracioso y zaherir á Dionisio, sacudió la capa al tiempo de entrar á verle, como para notarle de tirano, y éste, volviéndole la burla, le dijo sería mejor lo hiciese al tiempo de salir de su casa para no llevarse nada de lo que habia en ella. Dejándose caer Filipo el de Macedonia en un convite ciertas expresiones irónicas acerca de las poesias y tragedías que Dionisio el mayor dejó escritas, haciendo como que dudaba en qué tiempo pudo tener vagar para estas tareas, le salió oportunamente al encuentro Dionisio, diciéndole: «En aquel que tú, yo y los demas que pasamos por felices, gastamos en francachelas.» Platon no alcanzó á ver á Dionisio en Corinto, porque ya habia muerto; pero Diógenes de Sinope la primera vez que se acercó á él, «indignamente vives, le dijo, ob Dionisio;» y respondiéndole éste: «te agradezco, oh Diógenes, que to compadezcas de mi infortunio;» «¿cómo, replicó Diógenee, piensas que me compadezco, cuando más bien me irrito de que siendo un tan vil esclavo, digno de morir de viejo como tu padre en la tiranía, veo que estás aquí divirtiéndote y solazándote con nosotros?» De manera que cuando comparo con estas respuestas las exclamaciones que Filisto emplea, compadeciendo á las hijas de Leptines, por haber descendido de los grandes bienes de la tiranía á un pasar estrecho y miserable, gradúo á éstas por lamentaciones de una mujerzuela que echara ménos los alabastros, la púrpura y el oro. Creemos que estas cosas no entran mal en esta clase de escritos, y que no son inútiles para lectores que no estén de prisa ni escasos de tiempo.

Pues si la desdicha de Dionisio debió parecer extraña, no fué ménos de admirar la dicha de Timoleon, porque á los cincuenta dias de haber desembarcado en Sicilia, tomó 8 TONO 11 el alcázar de los Siracusanos, y despachó á Dionisio al Peloponeso. Alentados con estos sucesos los Corintios, envíanle dos mil infantes y doscientos caballos; los cuales llegados á Turios, considerando arriesgada aquella travesia por tener los. Cartagineses obstruido el mar con muchas naves, precisados á detenerse allí esperando oportunidad, sacaron al fin partido de aquel ocio para una accion provechosa. Porque de los Turios los que habian peleado contra los Brucios, tomando esta ciudad, y teniéndola como patria, la guardaron con leal y fiel custodia. Iquetes, que, como se ha visto, tenía sitiado el alcázar de Siracusa, impédia que á los Corintios les llegasen víveres; y respecto de Timoleon, habiendo sobornado á dos extranjeros para que á traicion le diesen muerte, los envió á Adrano; donde además de que aquel no solia usar de guardia alguna para su persona confiado en el Dios, se entretenia todavía con ménos cuidado y recelo en medio de los Adrianitas. Supieron por casualidad los sobornados que iba á hacer un saerificio, y dirigiéndose al templo con puñales encubiertos debajo de la ropa, se metieron entre los que estaban junto al ara, y poco a poco se le fueron acercando más. No fatá laba ya otra cosa sino que se diera la voz para la acometida, cuando uno de los circunstantes hiere con el puñal en la cabeza á uno de los dos, que cayó muerto; y entónces, ni se detuvo el que dió el golpe, ni el que había ido con el herido, sino que aquél de la misma manera como estaba con el puñal en la mano dió á huír, y se subió á una piedra muy alta; y este otro, asiéndose del ara, pedia á Timoleon que le indultase bajo la condicion de descubrirlo todo. Concediósele, y reveló contra si y contra el muerto que habian sido enviados para asesinarle. En esto ya otros traian al de la piedra, que venía gritando no haber cometido delito alguno, sino que con justicia había dado muerte á aquel hombre, para vengar la de su padre, á quien antes la habia dado aquél en Leoncio. Hubo entre los % presentes algunos que lo atestiguaron; maravillándose al mismo tiempo de la destreza con que la fortuna mueve unas cosas por medio de otras; y reuniéndolas y combinándolas todas desde lejos, se sirve de las que parece estar más distantes y no tener nada de comun entre si, haciendo que el fin de las unas sea el principio de las otras.

Los Corintios premiaron á este hombre con diez minas, porque parece prestó una indignacion justa al Genio que velaba sobre Timoleon; y aquella ira que tanto tiempo hacía abrigaba en su pecho no la gastó ántes, sino que con el motivo de su particular encono la reservó íntegra para salud de aquél por disposicion de la fortuna. Sirvióles este favor presente de la suerte para formar esperanzas sobre lo futuro, viendo que debian respetar y conservar á Timoleon como á un hombre sagrado, venido para ser, juntamente con su Dios, el vengador de la Sicilia.

TINOLEONiquetes, cuando vió que habia errado el golpe, y que eran muchos los que se pasaban á Timoleon, se reprendió á st mismo de que siendo tantas las fuerzas de los Cartagineses, parecia que se habia avergonzado de usar de ellas, y sólo como á escondidas y á hurtadillas se habia valido de su auxilio. Envió, pues, á llamar á Magon su general con todo el cuerpo de sus tropas, el cual por lo pronto impuso miedo presentándose, y tomando el puerto, con ciento y cincuenta naves, y conduciendo sesenta mil infantes que hizo acampar dentro de la ciudad de Siracusa: de manera que todos creian ser ya venido, sobre la Sicilia aquel barbarismo tan decantado y esperado de antemano, por cuanto nunca antes habian logrado los Cartagineses, con haber peleado mil veces en Sicilia, tomar á Siracusa; cuando entónces, admitiéndolos Iquetes, y entregándosela, habia venido aquella ciudad á ser un campamento de los bárbaros.

En tanto, los Corintios que ocupaban el alcázar no se sostenian sino con gran dificultad y trabajo, no recibiendo todavía víveres suficientes, ántes escaseándoles por estar bien guardados los puertos, y teniendo que estar en continuos combates y peleas, ya defendiendo las murallas, y ya teniendo repartida su atencion en las máquinas y en todos los medios é instrumentos de un silio.

Con todo, Timoleon no se olvidaba de socorrerlos, enviándoles de Catana víveres en barquillos de pescadores y en pequeños trasportes, que principalmente en los momentos de tormenta se escabullian entre las galeras de los bárbaros, mientras á éstas las tenian separadas el oleaje y la borrasca. Echándolo de ver Magon é lquetes, determinaron tomar á Catana, de donde los siliados se surtian de lo necesario; y reuniendo la parte más aguerrida de sus fuerzas, dieron la vela de Siracusa. Mas el corintio Neon, porque este era el nombre del que mandaba á los sitiados, observando desde el alcázar que los que habian quedado de los enemigos estaban con poca vigilancia y cuidado, cargo improvisamente sobre ellos en ocasion de hallarse desunidos, y dando muerle á unos, y obligando á otros á retirarse, tomó y ocupó el punto llamado Acradina, parte la más fuerte de la ciudad de Siracusa, que parece en alguna manera compuesta y formada de muchas poblaciones. Provisto, pues, de víveres y de dinero, no abandonó aquel sitio ni se acogió de nuevo al alcázar, sino que fortificando la circunferencia de la Acradina, y juntándola por medio de obras avanzadas con aquella ciudadela, la tuvo en custodia. Alcanzó en esto un soldado de á caballo de los de Siracusa á Magon é Iquetes, que ya estaban cerca de Catana, y les refirió la pérdida de la Acradina. Aturdiéronse con semejantes nuevas, y se retiraron precipitadamente, sin tomar la ciudad á que se encaminaban, y sin conservar la que poseian.

Todavía estos sucesos dan á la prudencia y á la virtud algun asidero para contender con la fortuna; mas los que despues sobrevinieron parece que enteramente fueron obra de la buena dicha; porque los soldados corintios detenidos en Turios, temiendo por una parte á las galeras de los Cartagineses que les estaban en acccho bajo el mando de Anon, y viendo por otra que el mar estaba agitado del viento hacía muchos dias, tomaron la determinacion de hacer á pié su marcha por el país de los Brecíanos; y ora usando de persuasion, y ora de fuerza con aquellos bárbaros, arribaron á Regio, cuando todavía el mar permanecia alborotado. En tanto, al jefe de la escuadra cartaginesa, que no aguardaba á los Corintios, creyéndolos muy de asiento, le vino la ocurrencia de que era preciso que discurriese algun engaño a la manera de los generales sabios y astutos: mandó, pues, con esta idea á sus marineros ponerse coronas; y adornando las galeras con escudos griegos y fenicios, marcha la vuelta de Siracusa; y moviendo grande alboroto, pasa con algazara y risa por delante de la ciudadela, gritando que venía de haber vencido y cautivado á los Corintios, á los que habia sorprendido en el mar, á fin de infundir con esto desaliento á los sitiados. Mas cuando él usaba de estas baladronadas y embelecos, los Corintios que por los Brecianos habían bajado hasta Regio, como no los observase nadie, y el viento calmado contra toda esperanza les proporcionase una travesía tranquila y apacible, embarcándose sin detencion en los trasportes y barcos que tuvieron á mano, bogaron y se dirigieron á la Sicilia, tan seguramente y con tal serenidad, que llevaban los caballos del diestro, nadando en par de las embarcaciones.

Hecha la travesía, y reunidos con Timoleon, tomó éste inmediatamente á Mesina; y ordenado su ejército partió para Siracusa, más confiado en su buena suerte y favorables sucesos, que en sus fuerzas: porque las que tenía consigo no pasaban de cuatro mil hombres. Noticiado á Magon su arribo, no dejó de concebir inquietud y temor, y además entró en sospechas con el motivo siguiente. En las charcas inmediatas á la ciudad, donde se recoge mucha agua potable de fuentes, y mucha tambien de los lagos y rios que corren al mar, se cria abundancia de anguilas; y siempre los que lo intenten pueden hacer copiosa pesca: así los asalariados de uno y otro ejército, estando en ocio y tregua, se dedicaban á este ejercicio. Eran todos Griegos, y no teniendo entre sí motivo particular de enemiga, aunque en los combates peleaban denodadamente, en el tiempo de tregua se reunian y conferenciaban unos con otros; y entonces, entreteniéndose en la comun ocupacion de la pesca, trababan conversacion, ponderando la apacibilidad del mar y la belleza de aquellos contornos. En una de estas ocasiones dijo uno de los que militaban con los Corintios: «Es posible que una ciudad como ésta, tan grande y tan abastada de bienes, habeis de querer barbarizarla vosotros siendo Griegos, y establecer cerca de nosotros á esos malvados é inhumanos Cartagineses, respecto de los cuales habíamos de desear que mediaran muchas Sicilias entre ellos y la Grecia? ¿ó acaso imaginais que habiendo movido su ejército desde las columnas de Hércules y el mar Atlántico, no han de haber venido aquí sino á exponerse para el establecimiento de lquetes? El cual, si pensara como buen general, no desecharia á los de su metrópoli, ni atraeria sobre la patria á los que no pueden ménos de ser sus enemigos; sino que alcanzaria cuanto honor y poder le estuviese bien, haciéndose recomendable á los Corintios y á Timoleon.» Difundieron los soldados estas especies en el campamento, y con ellas hicieron concebir sospechas á Magon de que se trataba de venderle, cabalmente cuando hacía tiempo que buscaba pretextos: así fué que por más que Iquetes le rogó se detuviese, y le hizo ver cuán superiores eran á los enemigos, reputando allá dentro de sí que era más lo que en virtud y fortuna le aventajaba Timoleon, que lo que él le excedia en fuerzas, levó repentinamente ancoras, y navegó al Africa, dejando que se le fuese de entre las manos la Sicilia de un modo vergonzoso y contrario á toda humana prudencia.

Presentóse al dia siguiente Timoleon en orden de batalla; y habiendo los Siracusanos entendido la fuga, al ver el puerto desamparado, les causó risa la cobardia de Magon, y discurriendo por la ciudad hacian pregonar premios para el que dijese dónde se les habia ido la escuadra cartaginesa. Con todo, Iquetes todavía se obstinaba en pelear, y no abandonaba la presa de la ciudad, sino que se rehacía en los puntos que conservaba, que eran fuertes y dificiles de tomar: por tanto, dividiendo Timoleon sus fuerzas, él mismo acometió por donde corre el Anapo, que era la parte de mayor resistencia; á otros, á quienes mandaba Isias de Corinto, les ordenó hiciesen una salida de la Acradina; y á la tercera division la dirigieron contra el punto llamado Epipolas Dinarco y Demareto, que habian venido con los últimos socorros de Corinto. Heche, pues, esta acometida á un tiempo por todas partes, y volviendo la espalda en precipitada fuga las tropas de Iquetes, el que se tomara la ciudad con el alcázar, quedando todo prontamente sujeto con la fuga de los enemigos, justo es que se atribuya al valor de los combatientes y á la pericia del general; pero el que no muriera, ni áun siquiera fuese herido ninguno de los Corintios, obra fué precisamente de la fortuna de Timoleon, como si esta contendiera con su virtud, para que los que lo entendiesen admiraran más su dicha que sus loables prendas: pues la fama no solamente corrió al punto por toda la Sicilia y por toda la Italia, sino que en breves dias se difundió el eco por la Grecia de este admirable triunfo: de manera que cuando en Corinto se dudaba si la armada habia aportado, á un tiempo recibieron la noticia del arribo y de la victotoria: ¡tan prósperamente corrieron los sucesos, y tanto se complació la fortuna en añadir la presteza á la brillantez de aquellas hazañas!

Apoderado de la ciudadela, no le sucedió lo que á Dion, ni guardó respeto á aquel sitio por su belleza y por lo costoso de sus edificios, sino que evitando la sospecha con que primero se calumnió á aquél, y despues se le perdió, hizo echar pregon de que aquel de los Siracusanos que quisiera se presentara con su piqueta, y tomara parte en la destruccion de aquellos baluartes de la tiranía. Como todos hubiesen concurrido, tomando como principio seguro de la libertad el pregon aquel y aquel dia, no sólo el alcázar, sino que destruyeron y derribaron tambien las casas y monumentos de los tiranos. En seguida hizo limpiar é igualar el suelo, y edificó allí los tribunales, congraciándose así más con los ciudadanos, y sobreponiendo la democracia al despotismo. Advirtió luego de tomada la ciudad, que carecia de ciudadanos, habiendo perecido unos en las guerras y tumultos, y habiendo huido otros de las sucesivas tiranías: así la plaza pública de Siracusa habia criado por falta de concurrencia tanta y tan espesa maleza, que se apacentaban en ella los caballos, teniendo la hierba por cama los palafreneros. Las demas ciudades, á excepcion de muy pocas, se habian hecho refugio de ciervos y jabalíes; y en las inmediaciones al pié mismo de las murallas cazaban muchas veces los dados á este ejercicio; y los que habitaban en los fuertes y presidios ninguno acudia á los llamamientos, ni bajaba á la ciudad, sino que todos miraban con horror y odio la plaza, el gobierno y tribuna, de donde les babian brotado los más de los tiranos.

Determinaron, pues, Timoleon y los de Siracusa escribir á los Corintios para que de la Grecia enviaran habitantes á aquella ciudad, puesto que su país no temia ser perturbado, y á ellos de parte del Africa les amenazaba una cruda guerra, habiendo entendido que los Cartagineses habian puesto en una cruz el cadáver de Magon, que se habia dado muerte á sí mismo, en odio de su mal gobierno, y que venian con grandes fuerzas para pasar á Sicilia en aquel verano.

Llevadas estas cartas de parte de Timoleon, y llegando tambien embajadores de los Siracusanos, que les rogaban atendieran á aquella colonia y se hicieran de nuevo sus fundadores, no se valieron los Corintios de esta ocasion para saciar su codicia, ni se apropiaron aquella ciudad, sino que en primer lugar se dirigieron á los juegos sagrados de la Grecia y á las grandes concurrencias, anunciando por pregon que los Corintios, que en Siracusa babian destruido la tiranía y habian lanzado de allí al tirano, llamaban á los Siracusanos y á los demas de Sicilia que quisieran habitar en aquella ciudad, para que como libres é independientes se repartiera por suertes el país con igualdad y con justicia; y despues enviaron mensajeros al Asia y á las islas donde sabian haberse establecido muchos de los desterrados, invitándolos á todos á pasar á Corinto, donde tomarian á su cargo enviarlos con escolta, con buques y generales á sus propias expensas á Siracusa. Con semejantes pregones se ganó Corinto la más justa y apreciable alabanza, y la envidia de otros pueblos, por haber libertado de tiranos, haber salvado de los bárbaros, y haber entre gado á sus propios ciudadanos aquella region. No considerándose en bastante número los que concurrieron á Coriato, hicieron diligencias para que se les agregaran más colonos del mismo Corinto y del resto de la Grecia; y cuando ya fueron como unos diez mil, se embarcaron para Siracusa. Ya tambien de la Italia y de Sicilia se habian reunido muchos á Timoleon, llegando, segun refiere Atanes, á sesenta mil: á los cuales les repartió el terreno, y les vendió las casas en mil talentos, haciendo á los antiguos Siracusanos la gracia de que pudieran comprar las suyas, y proporcionando al mismo tiempo abundancia de fondos al pueblo, tan gastado con los demas males y con la guerra, que fué preciso vender las estatuas, votándose sobre cada una y entablándose un juicio, como cuando á los empleados se les piden cuentas; en tales términos, que se refiere haber conservado los Siracusanos, cuando daban sentencia contra las otras estatuas, la del tirano Gelon el mayor, guardándole este honor y respeto por la victoria que en Himera ganó á los Cartagineses.

Enriquecida y repoblada la ciudad de esta manera por acudir á ella ciudadanos de todas partes: queriendo Timoleon poner en libertad á las demas ciudades, y acabar enteramente con las tiranías de la Sicilia marchando con las tropas á sus capitales, redujo á lquetes á la necesidad de separarse de los Cartagineses, y de convenir por un tratado en destruir las ciudadelas y vivir como particular en Leoncio; y á Leptines, que tenía tiranizada á Apolonia y otros muchos pueblos, y que cuando se vió en peligro de ser hecho prisionero si entraba en lid, se le rindió á discrecion, lo trato con indulgencia, y lo hizo conducir á Corinto, teniendo por cosa gloriosa para la metrópoli el que los Griegos vieran á los tiranos de la Sicilia vivir en el destierro y la humillacion. Queriendo por otra parte que los estipendiarios vivieran de la milicia, y no estuvieran ociosos, aunque él se restituyó á Siracusa para atender al establecimiento del gobierno, ayudándose para lo más principal y delicado de estas tareas de Céfalo y Dionisio, legisladores que habian venido de Corinto, envió contra las posesiones de los Cartagineses á Dinarco y Demareto; los cuales, sacando muchas ciudades del poder de los bárbaros, no sólo consiguieron vivir en la abundancia, sino que con el botin recogieron fondos para la guerra.

Dirígese en tanto la armada de los Cartagineses al Lilibeo, conduciendo sesenta mil hombres de tropa, doscientas galeras y mil barcos, que traian á bordo máquinas y carros con víveres abundantes y todas las demas provisiones, no ya para hacer parcialmente la guerra, sino para arrojar á los Griegos de toda la Sicilia: siendo aquella fuerza suficiente para sojuzgar á los Sicilianos, áun cuando no estuvieran debilitados y gastados con sus mutuas contiendas; y cuando entendieron que su territorio había sido devastado, encendiéronse en ira contra los Corintios, siendo sus caudillos Asdrubal y Amilcar. Llegada esta nueva velozmente á Siracusa, de tal manera se acobardaron los Siracusanos á la vista de tan desmedidas fuerzas, que de tan gran número de ciudadanos apénas tres mil tuvieron ánimo para tomar las armas y juntarse con Timoleon. Los estipendiarios eran cuatro mil, y áun de estos unos mil desertaron de miedo en la marcha, dándose á entender que Timoleon no estaba en su acuerdo, sino que deliraba por la edad, yendo con cinco mil infantes y mil caballos contra setenta mil enemigos, y desviando sus fuerzas de Siracusa el camino de ocho días; con lo que ni los que huyesen tendrian salvamento, ni los que muriesen sepulcro. Mas Timoleon reputó á ganancia el que éstos se hubiesen manifestado antes de la ocasion, y alentando á los otros los condujo á marchas forzadas al rio Crimeso, adonde oyó haberse dirigido tambien los Cartagineses.

Iba subiendo á un collado, vencido el cual habian de descubrirse el ejército y todas las fuerzas de los enemigos, cuando llegaron á ellos unas acémilas cargadas de apios; y á los soldados les ocurrió que era mala señal, porque tenemos la costumbre de coronar por piedad con apio los monumentos de los muertos; y de aquí nació el proverbio que dice respecto del que se halla peligrosamente enfermo, que aquel está ya pidiendo apio. Queriendo, pues, apartarlos de semejante supersticion, y disipar su desconfianza, parando la marcha, les habló Timoleon en los términos que el caso pedia, y les dijo: «Que antes de la victoria la corona por sí misma se les venía á la mano: porque los Corintios coronan con apio á los que vencen en los juegos Istmicos, teniendo á esta planta por una insignía sagrada y propia de su país.» Pues ya entonces era de apio la corona de los juegos Istmicos, como lo es ahora de los Nemeos, y no mucho ántes habia sido de pino. Hablando, pues, Timoleon á los soldados en la forma que bemos dicho, y tomando unas hojas de apio, se coronó el primero; y despues de él los jefes, y luego la tropa. Divisaron entonces los adivinos dos águilas que por allí pasaban, de las cuales la una llevaba un dragon despedazado entre las garras, y la otra en su vuelo daba grandes y descompasados chillidos: mostráronias, pues, á los soldados, y todos se movieron á hacer votos y plegarias á los Dioses.

Era entonces la estacion del verano á fines del mes Targelion, cuando ya el tiempo tocaba en el solsticio; y formando el rio una densa niebla, al principio cubria con su oscuridad la ribera, y nada podia verse de lo que hacian los enemigos: solamente llegaba al collado un eco indeterminado y confuso, causado á lo lejos por un ejército tan numeroso. Mas luego que los Corintios acabaron de allanar el collado, y que dejando los escudos empezaron á tomar aliento, levantándose ya el sol y alzando del suelo los vapores, espesado y condensado el aire en la parte superior, cubrió las alturas; y quedando fibres los terrenos bajos, se descubrió el Crimeso y se vió que le estaban pasando los enemigos, primero con los carros ordenados en batalla de un modo terrible, y en pos de ellos con diez mil infantes cuyos escudos eran blancos. Conjeturóse que éstos eran Cartagineses por la brillantez de sus arreos y por el apiñamiento y órden de su marcha. Agolpábanse luego todas las demas naciones, y emprendian el paso en desórden y confusion; lo que advertido por Timoleon conoció al punto que el rio le proporcionaba tomar de la muchedumbre de los enemigos aquellos con quienes quisiera pelear. Ordenó, pues, á sus soldados que miraran la falange de los enemigos dividida por la corriente, habiendo pasado unos y estando otros por pasar; y mandó á Demareto que con la caballeria acometiese á los Cartagineses, y que desordenara su formacion ántes de verificarse.

Bajó entonces al llano, y dió á otros Sicilianos á mandar las dos alas, poniendo en cada una de ellas unos cuantos extranjeros; en el centro tomando él mismo á los Siracusanos y lo más escogido de los estipendiarios, se paró por un breve instante para notar las operaciones de la caballería; mas viendo que los carros que discurrian delante de las filas no la dejaban venir á las manos con los Cartagines, sino que muchas veces para no desordenarse la precisaban á hacer rodeos y á dar en esta forma frecuentes acometidas, embrazando el escudo y gritando á los infantes que le siguiesen con denuedo, pareció que su voz fué mucho más fuerte y penetrante que lo ordinario: bien fuese porque en aquel conflicto y con aquel calor se acrecentase efectivamente la voz, ó porque algun Genio, segun entonces lo creyeron muchos, le ayudase á gritar y gritase con él. Contestando aquellos inmediatamente al grito, y pidiéndole que los guiase y no se detuviese, hizo señal á la caballería para que acometiese por fuera de la línea de los carros, y cargara por el ala á los enemigos; y él, cerrando la vanguardia, que se cubrió con los escudos, y dando órden de tocar á los trompetas, marchó para los Carlagineses.

Sostuvieron éstos con valor el primer encuentro, y con tener defendido el cuerpo con corazas de hierro y morriones de bronce y oponer unos anchos escudos, pudieron esquivar los golpes de lanza. Mas cuando la pelea vino á las espadas, obra ya no menos de la destreza que de la pujanza, repentinamente empezaron á desprenderse de los montes terribles truenos y encendidos relámpagos; y descendiendo al lugar de la contienda la nube desde los collados y alturas, trayendo consigo lluvia, viento y granizo, á los Griegos les daba por detras y á la espalda, mas á los bárbaros hertales en la cara y deslumbrábales la vista, siendo continua la lluvia borrascosa y las llamaradas que partian de las nubes: cosas que de mil maneras afligiao, especialmente á los bisoños. Incomodaba tambien no ménos que los truenos el ruido de las armas, heridas de la espesa lluvia y los granizos, por cuanto impedia que se oyesen las órdenes de los caudillos. Además, yendo los Cartagineses nada ligeros en cuanto al armamento, sino de sobra defendidos como hemos dicho, estorbábales el barro; y los senos de las túnicas llenos de agua les impedian manejarse con presteza en el combate, cuando los Griegos estaban muy listos para ofenderlos; y si caian, les era absolutamente imposible levantarse del lodo á causa de las armas. El Crimeso tambien, desbordado ya con los que pasaban, se habia aumentado con las lluvias; y la llanura inmediata, teniendo muchas desigualdades y hoyos, estaba llena de arroyuelos que corrian fuera de cauce, con los que, detenidos los Cartagineses, con dificultad podían salvarse. Por último, continuando la tormenta, y habiendo los Griegos deshecho la primera línea, que era de unos cuatrocientos hombres, todo el ejército se entregó á la huida. Muchos, alcanzados todavía en la llanura, allí perecieron; á otra gran parte, tropezando con los que todavía se hallaban pasando el rio, los arrebató y destruyó su corriente; y á los más, que se encaminaban á las alturas, los persiguieron y deshicieron las tropas ligeras. Dícese que de diez mil muertos, tres mil eran Cartagineses: grande luto para aquella ciudad, porque ningunos otros les bacian ventaja, ni en orígen, ni en riquezas, ni en reputacion, y no habia memoria de que en una sola accion hubieran muerto jamás tantos Cartagineses; pues que echando comunmente mano de Africanos, de Españoles y Númidas, la pérdida en sus derrotas era siempre ajena.

Advirtieron tambien los Griegos en los despojos la distincion de los vencidos, deteniéndose poco los que los despojaban en el bronce y el hierro: ¡tan abundante andaba la plata, y en tanta copia era el oro! porque pasando el rio cogieron el campamento con todas las brigadas. Muchos de los cautivos fueron ocultados por los soldados; pero áun presentaron al todo hasta cinco mil, y tambien se cogieron doscientos carros. Mas lo que hacía una hermosa y magnífica vista era la tienda de Timoleon; alrededor de la cual estaban amontonados despojos de toda especie, entre ellos mil corazas primorosas por la materia y por la obra, y diez mil escudos. Siendo pocos para despojar á muchos, y hallándose con ricas presas, apenas al tercero dia despues de la batalla pudo erigirse el trofeo. Con la noticia de la victoria envió Timoleon á Corinto las más hermosas armaduras de las del botin, queriendo que su patria excitase en todos los hombres una gloriosa emulacion al ver en sola aquella ciudad de la Grecia los más magníficos templos, no adornados con despojos griegos, ni enriquecidos con indecorosos monumentos de presentallas que hubiesen sido fruto de la muerte de los de un mismo origen y una misma familia, sino con presas hechas á los bárbaros, cuyas inscripciones acreditaban á un tiempo el valor y la justicia de los vencedores, diciendo que los Corintios y Timoleon su general, haciendo libres de los Cartagineses á los Griegos que habitaban en la Sicilia, habian hecho á los Dioses aquella ofrenda.

Dejando en seguida en el ejército á los estipendiarios para correr y molestar la provincia de los Cartagineses, se encaminó á Siracusa, y á aquellos mil estipendiarios que le abandonaron ántes de la batalla, les mandó por pregon salir de Sicilia, obligándolos á estar fuera de Siracusa ántes de ponerse el sol. Navegaron, pues, á Italia, donde perecieron á mano de los Brecios contra la fe de los tratados; imponiéndoles así algun Genio la justa pena de cion. Mamerco, tirano de Catana, é Iquetes, fuese por envidia de las victorias de Timoleon, ó por temerle como hombre de quien nada debian esperar, y que ningun trato queria tener con los tiranos, hicieron alianza con los Cartagineses, y les enviaron á decir mandaran fuerzas y un general, si no querian ser absolutamente arrojados de la Sicilia. Vino, pues, Giscon trayendo sesenta galeras y soldados Griegos estipendiarios, siendo así que nunca antes tos Cartagineses habian echado mano de los Griegos; mas entonces tenían de ellos la más alta opinion, juzgándolos por los más invencibles y valientes de todos los hombres.

Reunidos de comun acuerdo en la Mesenia, dieron muerte á cuatrocientos de los estipendiarios de Timoleon que habian sido enviados en su auxilio: y en la provincia de los Cartagineses, habiéndose armado asechanzas cerca del pueblo llamado Hieras á los estipendiarios mandados por Eutimio de Leucadia, todos perecieron; con lo que la dicha de Timoleon adquirió aún mayor nombradía: porque habían sido de los que con Filodemo de Focea y con Onamarco habían tomado á Delfos, haciéndose participantes de su sacrilegio. Aborrecidos por tanto y abominados de todos, andando errantes por el Peloponeso, fueron acogidos por Timoleon á falta de otros soldados; y venidos con él á Sicilia, en todas las batallas en que á su lado se halaron hubieron la victoria; mas luego que tuvieron fin aquellos grandes y reñidos combates, enviados á dar auxilio á diferentes puntos, murieron ó cayeron en cautiverío, no todos á la vez, sino por partes: atestiguando este modo de su castigo que en él intervenia la buena suerte de Timoleon, para que del castigo de los malos ningun daño resullase á los buenos. De esta manera vino á suceder que no ménos resplandeció la benevolencia de los Dioses para con Timoleon en las cosas que pareció serle adversas, que en aquellas en que salió triunfante.

Los más de los Siracusanos estaban incomodadísimos de verse á cada momento denostados por los tiranos. Especialmente Mamerco, muy ufano con que componia poemas y tragedias, y engreido con haber vencido á los estipendiarios, al hacer á los Dioses la consagracion de los escudos habia puesto por inscripcion un dístico elegiaco muy afrentoso de este tenor:

Estas rodelas que relumbran tanto Con púrpura, marfil, electro y oro, Con escudos de á palmo las tomamos.

129 Despues de estos sucesos, habiendo Timoleon pasado con sus fuerzas á la Calabria, invadió Iquetes á Siracusadonde tomó un rico botin, haciendo grandes daños y ofensas; y en seguida se encaminó tambien á la Calabria, no haciendo cuenta de Timoleon, que tenía poca gente. Dejóle éste adelantarse, y luego se puso en su persecucion con la caballería y las tropas ligeras. Entendióto Iquetesy habiendo pasado el río Damuria, se paró al otro lado en actitud de defenderse, contribuyendo á darle osadía la dificultad del paso y lo escarpado del terreno por la una y otra orilla. Detuvo la batalla una disputa y contienda extraffa entre los capitanes de Timoleon, porque ninguno queria ser el último en acometer á los enemigos, sino que cada uno aspiraba á ser el primero: así el paso se hizo en desórden, empujándose y atrepellándose unos á otros.

Quiso Timoleon que echaran suertes, para lo que tomó un anillo de cada uno, echólos todos en una punta de su man—, to, y habiéndolos revuelto, se halló que el primero tenia grabado por sello un trofeo; y luego que los jóvenes lo observaron, alzando con aquel gozo grande gritería, ya no esperaron otra suerte, sino que pasando precipitadamente el rio por el órden en que estaban, cayeron con ímpetu sobre los enemigos; los cuales no sostuvieron el choque, sino que dieron á huir, abandonando todos las armas, y en el alcance murieron como unos mil de ellos.

Marchando de allí á poco con su ejército Timoleon al territorio de los Leontinos, tomó vivo á lquetes, á su hijo Eupolemo y al general de la caballería, Eutimo, que fueron aprehendidos por los soldados y conducidos á su presencia; y lo que es Iquetes y el hijo sufrieron la muerte que tenian merecida como tiranos y traidores. Eutimo, sin TONO IT.

9 embargo de ser hombre de valor para los combates y distinguido por su arrojo, no alcanzó compasion por una expresion injuriosa contra los Corintios, de la que era acusado; porque se referia que cuando los Corintios movieron contra ellos, arengando á los Leontinos, les habia dicho que nada habia que debiera causar miedo ó espanto en que Hubieran las mujeres de Corinto Salido ó no salido de sus casas.

Así es que los más sufrimos peor las malas palabras que las malas obras; porque es más dificil de llevar el desprecio que la pérdida; y el vengarse con obras se permite como necesario á los enemigos; pero los dichos injuriosos parece que nacen de sobrado rencor y sobrada malicia.

Vuelto Timoleon, los Siracusanos, formados en junta pública para este juicio, condenaron á muerte á la mujer é hijas de Iquetes; siendo éste de todos los hechos de Timoleon el que ménos favor le hace, pues parece que si lo hubiera querido impedir, no se habría impuesto tal pena á aquellas mujeres. Mas se cree que no se mezcló en ello, abandonándolas al encono de los ciudadanos, que tomaban en ellas venganza por Dion el que expelió á Dionisio; porque fué Iquetes el que arrojó vivos al mar á la mujer de Dion Areta, á su hermana Aristomaca y á su hijo todavia pequeño; de lo que hemos hablado en la vida de Dion.

Marchando despues de esto con su ejército á Catana contra Mamerco, que le aguardó en órden de batalla junto el arroyo Abolo, le venció y derrotó con muerte de unos dos mil; de los cuales eran no pequeña parte los Fenicios enviados de auxilio por Giscon. De resulta de esto le pidieron los Cartagineses la paz, y se vino en ella con las condiciones de quedar á Siracusa todo el terreno dentro del rio Lico; que serian libres todos los que quisiesen de ir á establecerse á Siracusa, entregándoseles sus bienes y familias, y que se apartarian de la alianza con los tiranos.

Mamerco, desalentado ya en sus esperanzas, navegaba á Italia para concitar á los de Luca contra Timoleon y los Siracusanos. Mas habiendo cambiado de rumbo con sus naves los que iban con él, y dirigidose á Sicilia, donde hicieron á Timoleon entrega de Catana, se vió en la precision de acogerse á Mesana, buscando el amparo de Hipon, tirano de aquella ciudad. Vino contra ellos Timoleon, y les puso sitio por tierra y por mar, é Hipon quiso huirse en un buque; pero fué apresado y puesto en manos de los Mesenios, convocando éstos á los muchachos de las escuelas para que vieran como el más agradable espectáculo el castigo de un tirano; le condujeron al teatro, y allí le azotaron hasta quitarle la vida. Mamerco se entregó á Timoleon para ser juzgado por los Siracusanos, bajo la condicion de que Timoleon no le acusase. Conducido á Siracusa, se presentó al pueblo, é intentó pronunciar un discurso que tenía compuesto de antemano; pero siendo interrumpido, y observando que de la junta no podia esperar nada favorable, arrojando la capa en medio del teatro, dió á correr, y con aquel impetu fué á estrellarse de cabeza en uno de los asientos para quitarse la vida; mas no consiguió que fuese aquella su muerte, sino que se le alcanzó todavía con vida, y se le hizo sufrir la pena de los salteadores.

TIMOLEON.

Desarraigó, pues, Timoleon las tiranías y dió fin á las guerras del modo que se ha referido. En cuanto á la isla toda, que la encontró irritada con sus males, y mirada con tedio de sus habitantes, de tal manera la aplacó é bizo apetecible, que vinieron otros habitantes á un punto del que antes se habian retirado sus propios ciudadanos; porque entonces so repoblaron Agrigento y Gela, ciudades grandes que hicieron los Cartagineses abandonar con motivo de la guerra Atica; viniendo á habitar la una Megelo y Feristo desde Elea, y la otra Gorgo, desde Quio, trayendo consigo á los antiguos ciudadanos. Así, procurando no solamente seguridad y reposo despues de tales agitaciones á los que en ellas se establecian, sino proporcionándoles todavía otras muchas cosas, y dándoles aliento, fuó de sus ciudadanos mírado y venerado como fundador. Los mismos eran los sentimientos de todos los demas hácia él, y ni en la terminacion de una guerra, ni en la formacion de una ley, ni en el establecimiento de una colonia, ni en el arreglo de un gobierno, parecia haberse acertado si él no intervenia, y si como perfeccionador de la obra no contribuia á exornarla, añadiéndole cierta gracia sobresaliente y como divina.

Muchos Griegos habia habido ántes de él que se habian hecho ilustres y que babian ejeculado grandes cosas, de cuyo número son Timoteo, Agesilao, Pelopidas y aquel á quien más se propuso imitar Timoleon, Epaminondas; mas las hazañas de éstos presentan lo brillante confundido con cierta violencia y esfuerzo, tanto, que en algunas tuvo lugar la reprension y el arrepentimiento; cuando en todos los hechos de Timoleon, si ponemos fuera de cuenta el estrecho en que se vió respecto del hermano, ninguno hay al que no le convenga, como dice Timeo, aquella exclamacion de Sófocles:

¿Qué Vénus ó qué amores, sacros Dioses, Han puesto aquí su poderosa mano?

Porque así como la poesia de Antimaco y los cuadros de Dionisio, ambos Colofonios, en que hay fuerza y valentia, tienen el aire de cosas hechas con esfuerzo, y muy trabajadas; y en las pinturas de Nicomaco y en los versos de Homero al vigor y gracia se agrega el parecer que están hechos con gran soltura y facilidad; de la misma manera, comparados los generalatos de Epaminondas y Agesilao servidos con dificultad y grande esfuerzo, con el generalato de Timoleon, en el que hubo tanta facilidad como esplendor; al que bien lo advierta, no le parecerá éste obra de la fortuna, sino de una virtud afortunada. Con todo, él atribuyó siempre á la fortuna sus buenos sucesos, y tanto escribiendo á sus amigos de Corinto, como arengando á los Siracusanos, dijo muchas veces, daba gracias á Dios, porque teniendo determinado salvar á la Sicilia, habia sobrepuesto su nombre de él en este decreto. Edificó asimismo al lado de su casa templo al Acaso, en que hizo sacrificio, y la casa misma la consagró al sagrado Genio. Era esta la que los Siracusanos le habian regalado por premio de su acertado mando, juntamente con un terreno de lo más agradable y delicioso, en el que se recreaba la mayor parte del tiempo, habiendo hecho venir de Corinto á su mujer y sus hijos; pues ya no volvió allá, ní se mezcló en las turbaciones de la Grecia, ni tampoco quiso incurrir en la envidia por gobernar, en que suelen estreilarse los más de los generales por la insaciable ánsía de honores y mando, sino que pasó allí su vida, gozando de los bienes que él mismo había proporcionado, de los cuales era el mayor ver tantas ciudades y tantos millares de hombres que por él eran dichosos.

Mas como á la cogujada no puede faltarle moño, segun Simonides, ni tampoco al gobierno popular calumniador, tomaron por su cuenta á Timoleon estos dos alborotadores Lafistio y Demeneto. Pedia Lafistio que diese fianzas en cierta causa; y él no permitió á los ciudadanos que se alborotaran y se lo impidieran, diciendo que habia llevado con gusto tantos trabajos y peligros para poner å los Siracusanos en estado de que el que quisiera pudiera usar de las leyes. Demeneto le acusaba en la junta pública de muchos capítulos por cosas de su mando; mas nada le contestó, y solamente dijo, que estaba muy reconocido á los Dioses por ver á los Siracusanos en posesion de la libertad que tanto les habia deseado. Obró, pues, sin contradiccion más grandes é ilustres hazañas que ninguno de los Griegos antes de él: no hubo quien le aventajase en aquellas acciones á cuya práctica suelen los sofistas excitar en sus panegiricos á los Griegos: de los males que en lo antiguo afligieron á la Grecia, debió á su fortuna el que le bubiese sacado puro y sin mancha: á los bárbaros y á los tiranos les bizo experimentar su valor y su pericia, como á los Griegos, y á todos sus amigos su justícia y su mansedumbre: erigió á sus ciudadanos muchos trofeos de otros tantos combates, que no les costaron lágrimas ni lloros; y en ocho años áun no cabales entregó la Sicilia á sus habitantes, libre de sus envejecidos y como nativos males.

Entonces ya siendo anciano empezó á decaer de la vista, que del todo perdió de alli á poco; no porque hubiese dado causa á ello embriagado con su fortuna, sino, á lo que parece, por una enfermedad de familia, que con la edad concurrió á este accidente; pues se dice que no pocos de los que eran sus deudos por linaje perdieron del mismo modo la vista, acortándoseles por la vejez. Atanes reflere que fué en el campamento, durante la guerra contra Hipon y Mamerco en Mile, donde empezó á acortársele la vista, no dudándose ya de que iba á perderla; mas que con todo no por eso alzó el sitio, sino que continuó la guerra hasta apoderarse de los tiranos; y que luego que volvió á Siracusa, depuso inmediatamente el mando, pidiendo la relevacion á los ciudadanos, en vista de que ya los negocios habian sido llevados al más feliz término.

El que hubiese llevado sin pesadumbre este infortunio no será quizá de grande admiracion; mas lo que sí debe causarla es el honor y veneracion que estando ya ciego le manifestaron los Siracusanos, haciéndole frecuentes visitas, y llevando a su casa y á su propiedad á los viajantes forasteros para que vieran á su bienhechor, contándoles con reconocimiento el que hubiese preferido quedarse con ellos á pasar sus dias; no haciendo caso de la gloriosa vuelta á la Grecia, que sus admirables sucesos le habian preparado. Hicieron y determinaron en su honor muchas y muy señaladas demostraciones, entre las que no cede á ninguna la de haber decretado que el pueblo siracusanosiempre que se le ofreciere guerra contra extranjeros, hubiera de valerse de general corintio. Tambien era cosa digna de verse lo que, cuando concurria á las juntas públicas, se hacía en su honor: porque las cosas pequeñas las de terminaban por si; mas para los negocios de importancia le llamaban: venía, pues, en carroza, y por la plaza se dirigia al teatro, é introducido su carruaje, en el que iba sentado, el pueblo le saludaba, nombrándole todos á una voz.

Correspondiales, y dando algun tiempo å los obsequios y á las alabanzas, inquiria luego qué era de lo que se trataba y manifestaba su dictámen. Sancionado que era, los ministros sacaban otra vez la carroza del teatro, y los ciudadanos, despidiéndole con voces de júbilo y alegría, despachaban despues por sí lo que restaba de los negocios públicos.

TIMOLEON.

Envejeciendo, pues, en medio de tanto honor y benevolencia como padre comun de todos, con muy pequeña ocasion, que agravó su edad, vino por fin á fallecer. Diéronse algunos dias á los Siracusanos para disponer su entierro, y á los circunvecinos y forasteros para concurrir á él. Dispusiéronse coros brillantes, y jóvenes señalados de antemano por un decreto llevaron el féretro ricamente adornado, pasándolo por los álcázares tiránicos de los Dionisios, entonces asolados. Acompañáronle millares de millares de hombres y mujeres que hacian una perspectiva muy decorosa, como en una solemnidad, llevando todos coronas y vestidos de fiesta; mas los gritos y lágrimas, mezclados con los elogios del muerto, lo que demostraban era, no un oficio de honor ni unas exequias ordenadas de antemano, sino un dolor justo, y el reconocimiento que inspira un amor verdadero. Ultimamente, puesto el féretro en la pira, Demetrio, que era de los heraldes el que tenía más voz, publicó este pregon que llevaba escrito: «El pueblo . de los Siracusanos ofrece doscientas minas para el entierro de Timoleon el de Timodemo, natural de Corinto, y dedecreta honrarle perpétuamente con combates músicos, ecuestres y gimnásticos, porque habiendo deshecho á los tiranos, vencido á los bárbaros y repoblado muchas ciudades desiertas, dió leyes á los Sicilianos.» Púsose su monumento en la plaza, y cercándole más adelante con pórticos y edificando palestras, formaron para los jóvenes un gimnasio que llamaron Timoleoncio; y ellos, disfrutando del gobierno y leyes que les estableció, por largo tiempo vivieron prósperos y felices.