Recordación Florida/Parte I Libro IX Capítulo VI
De la descripción del Volcán de Fuego, que llaman Pacaya, y lo singular y admirable de su contorno.
Porque á la distancia de tres leguas del pueblo de Amatitlán está y se admira el Volcán de Fuego, que llaman de Pacaya, temidísimo y asombroso á toda esta comarca del valle de Goathemala, y más patente que á otro alguno á este de Petapa; se habrá de describir en este país lo particular y estupendo de este temeroso y admirable monte, que como una de las raras y prodigiosas maravillas de este Nuevo Mundo se repara y contempla. Dista este monstruoso Mongibelo siete leguas, de suave y transible camino, de esta ciudad de Goathemala. Yace este, unido y coligado á otros eminentes, corpulentos y vestidos montes, que serán en la formación natural de su materia de la propia sustancia azufrosa y calidad combustible de Pacaya, por nacer y descollar altivamente soberbias las tres cabezas que engríe y levanta de un solo, robusto y dilatado cuerpo, que se reduce á larga y distante cordillera, que corre por prolijo camino, según el discurso de muchos, atentos y entendidos baquianos, á comunicarse y unirse con el Volcán de Fuego de San Salvador, y por la parte del Ocaso con el Volcán de Fuego de Goathemala; dilatando éste y extendiendo su cordillera agreste y peñascosa hasta Sinaloa, por la inmensidad y camino de setecientas leguas de tierra. Queda el monte ardiente y voraz de Pacaya, situado con inclinación á el Sur respecto de este valle; pero según la situación de Goathemala á el Sudeste, y á la parte austral de este dilatado y opulento istmo. Continuadamente, por todos los días del año, arroja por el uno de sus elevados pináculos cantidad de temorosas llamas de voraz fuego, por la dilatada y capaz boca que abrió, el encendido y dispuesto material de su composición, en la aguzada y eminente cima de su copete. Admírase sentado en la campiña lisa de una tabla y tierra de llanura espaciosamente dilatada, con mucho útil y fecundo de vestidas vegas y agradables prados, en que se mantienen y gozan muchas haciendas de campo con lucidas y pingües partidas de ganado mayor, con la conveniencia favorable de muy nobles y cristalinos arroyos y excelentes medicinales fuentes, que del propio monte reconocen sus claras y puras linfas, que todas mueren precipitadas á el Sur. Los pastos de su verde y tendida falda pudieran, como los que visten alegres sus deliciosas campiñas, servir con provechosas crecidas medras á las vacadas numerosas de Admeto; pues éstas rinden al año abundantes y crecidos esquilmos á los dueños, como los crecidos fértiles montes inestimables maderas, de apreciables cedros y otras muchas tan ricas y excelentes como estas; siendo en ellos tan frecuente y abundante la caza de una y otra suerte, que á cada paso se descubre y encuentra numerosa y varia, como gustosa y entretenida, no faltando cazadores que la fatigan y logran, porque viven de ella.
Lo más admirable, gustoso y singular que se nota y repara en este maravilloso y notable monte, es que antes de llegar á su falda se ve, con admiración gustosamente agradable, por grande trecho de su contorno, una variedad increíble y admirable de bultos exquisitos, congelados y sobrepuestos, de la misma encendida y correosa materia que hasta la llanura espaciosa baja de la eminente boca, que corriendo precipitadamente en brasa, á el enfriar el metal, desamparado de la materia consumida y devorada, va dejando raras y monstruosas figuras de escoriada piedra, que llaman Malpaiz: utilísima y excelente para edificios, por ser porosa y llena de oquedades en que fragua y conglutina con admiración la mezcla, á la manera de la que en Mexico llaman Tetzontlali. Y de esta piedra se ve, á diversos y separados trechos, ya la figura de un león rapante, ya la de un jumento que pace, ya de un airoso y perfecto potro que se empina, ya de un hombre que enarbola una maza, ya de un toro arrogante que camina, ya un ciervo, ya una torre, y así otras singulares y notables representaciones, que divierten y admiran con novedad y confusión, con la consideración de la máquina de material que ha arrojado de sus entrañas aquel admirable monte; admirando, en mi concepto, mucho más el que haya hombres que, á precio de una pequeña conveniencia, vivan en su peligrosa falda expuestos á morir y perecer abrasados de los arroyos de fuego que bajan de aquella encendida cumbre, sólo por conseguir en su retiro la paz y quietud de la vida; porque es templanza de los trabajos la suavidad del vivir, aunque sea vivir con trabajos. Mas todas estas monstruosas y admirables estatuas, que se presentan de lejos con natural semejanza, á la cercanía de sus bultos se desvanecen; quedando peñascos rudos con algunos huecos, escorzos ó trozos, que fingen á la proporcionada distancia el vario admirable objeto que representan de lejos.
Por algunos tiempos, que son con intermisión de algunos años, brama este monte con espantoso y continuado estruendo, á la manera de grandes truenos y retumbos de tierra, con ruido tan estupendo y temeroso, que parece que en esta ciudad de Goathemala corren por debajo de tierra muchas carrozas disparadas y libres de su gobierno: á el mismo tiempo levanta grande y espesa copia de humo muy negro, elevándolo en repetidas y disformes bocanadas á competencia igual, con emulación de las nubes, se condensa y une tan fuerte, que se ha visto persistir sin desvanecerse por el término de tres días, á la manera que una blanca y trasparente nube de color de plata, y mucho más hermosamente cristalina por los extremos altos. Por algunos tiempos, y particularmente por Febrero, aunque no en todos los años repetido, suele arrojar con ímpetu violento, con superior elevación, copia de cenizas, que alcanzan á la distancia de nueve y de diez leguas meridionales; bien que menudas y de delgada cualidad, que no dañan á la granazón y sazonada temperie de las mieses. Es, á la verdad, no ceniza, que no es fácil, sino una especie áspera y menuda de arena, á la manera de aquella que usamos frecuentemente en las salvaderas; pero no lustrosa, sino apagada y descaecida de color y semblante plomoso, ó, para más clara inteligencia, del colorido y suerte de la pólvora menuda. Reventó este monte, con grande ruina de esta ciudad y sus contornos, la última vez en nuestros tiempos, el año de 1565;[1] y por el gran peligro en que se vieron los vecinos de esta ciudad de Goathemala, con gran solemnidad de rogativas, plegarias y oraciones, salió, por suerte de cédulas, por abogado de esta ciudad contra la plaga de los temblores de tierra, el ínclito y glorioso mártir San Sebastián; siendo obispo y prelado de esta santa iglesia catedral primitiva D. Fray Gómez Fernández de Córdoba, nieto del Gran Capitán por línea recta de varón: gobernaba el Reino el Licenciado García de Valverde, y eran alcaldes ordinarios Gregorio de Polanco y Lope Rodríguez de las Barillas, de quienes, con otros regidores, fué firmado el Cabildo de 29 de Enero de 1580 años, en que se hizo la elección del santo abogado y su jura.
- ↑ Libro de Cabildo, folio 77.