Carta del ex presidente Carlos Salinas de Gortari al Director del Diario El Universal Juan Francisco Ealy Ortíz
Señor Director,
En primer lugar, una vez más, aprecio la invitación que me formuló El Universal, desde finales del año pasado, para comentar sobre acontecimientos que ocurrieron en 1994, particularmente el TLCAN.
En segundo, agradezco de antemano la publicación de estas líneas en atención del derecho de réplica que me asiste, respecto de los dichos que mi antiguo colaborador, Manuel Camacho, hace en la edición del día de hoy, y que conviene
precisar.
Que yo recuerde (pero aquí sí la memoria me podría fallar) la última vez que una entrevista de Manuel mereció una primera plana fue hace casi dos décadas, cuando lo nombré –la última de las cinco responsabilidades que le encomendé en su carrera política- Comisionado para Chiapas. Hoy, otra vez por mi conducto, lo logra, igual de fantasioso, pero con mucho menos imaginación, talento y olfato político que los que lo caracterizaban en aquellos días de hace 20 años.
Manuel se retrata cuando habla de amnesia, aunque entiendo que, en su caso, hay muchos acontecimientos que quisiera olvidar. Pero en el ejercicio de la responsabilidad pública, la memoria está documentada en las hemerotecas y los documentos oficiales.
Por tocar sólo un tema de los que aborda mi ex colaborador, el de la elección de 1988, en la hemeroteca de El Universal se puede consultar la crónica del entrañable Fidel Samaniego en la edición del 7 de septiembre de ese año. Ahí Camacho, entonces Secretario General del PRI, declaró que había sido una de las elecciones “más vigiladas de la historia, pues la oposición había tenido representantes en 72% de las casillas”. Contundente como solía ser, Camacho afirmó: “Con las actas firmadas por representantes de la oposición. Salinas obtuvo el voto mayoritario.” Y remató: “Aun aplicando los criterios políticos del FDN, no existe fundamento para asegurar que Cuauhtémoc Cárdenas ganó la elección.
Defenderemos los resultados electorales que se derivan del cómputo de las 300 actas distritales, porque éste es el resultado legítimo.” Este resultado lo ratificó el Colegio Electoral de la Cámara de Diputados, entre cuyos miembros destacaban legisladores que votaron a favor como Jaime Sabines, Antonio Souza y Andrés Henestrosa.
Este tipo de declaraciones, así como otras mucho más elogiosas sobre mi administración e incluso de mi persona, me prodigó Manuel durante casi una década y están todas
documentadas. Reproducirlas tomaría decenas de páginas de este diario y muchos más. Hasta el último día de mi administración, no obstante, no hay una sola que asome la
crítica acre o alerta sobre los problemas económicos o políticos que tuvimos que enfrentar en esa época.
No hay una declaración documentada sobre lo que él llama la “responsabilidad compartida” de la crisis de 1995 (para ilustrarse sobre este tema, el senador Camacho podría consultar los documentos publicados en la Gaceta del Senado del viernes 16 de abril de 2010). Mucho menos de las carencias que menciona en el proceso de apertura democrática que impulsó mi gobierno y mucho menos aún respecto de los actos de corrupción que dice haber detectado. Extraño es, en su caso, que Manuel recurra a estereotipos para descalificarme, cuando él mismo ha sido víctima de éstos, cuando se habla en corridillos de la retribución en especie que recibió del Erario al concluir su desempeño en Chiapas o la forma como supuestamente cortejó entonces con el desarrollo de Santa Fe a los principales miembros de lo que hoy se refiere como “capitalismo oligárquico”, entre otros expedientes.
De mi hermano Raúl, lo único que recuerdo haber escuchado del entonces Jefe del Departamento del Distrito, en acuerdo presidencial fechado en noviembre de 1993 y documentado en mis tarjetas, fue que, "de obtener la nominación del PRI a la Presidencia, Camacho daría “garantías” para mi familia. Me pareció entonces y lo sigo considerando ahora como un despropósito. Como es bien sabido, Camacho no fue el candidato del PRI.
Pobre Manuel. Como decía Donaldo, “no aprende”. Del mismo modo que creyó que podía ser presidente de México, de una línea que me mereció en la amplia entrevista que me
hizo El Universal, deduce que “se la dedico” y él sí me dedica toda su energía.
Me apena un poco tener que expresarlo, pero reclamarle a un ex presidente lo que nunca se le dijo al Presidente, es poco valiente, por decirlo de forma amable. Manuel fue un colaborador leal y con entusiasmo aceptó ser empleado en tres puestos del gobierno que hoy denuesta (además de haber sido por cuatro años subsecretario en la Secretaría de Programación y Presupuesto que yo encabecé). El prestigio que hoy puede tener, deviene de estas responsabilidades y no de los tumbos que ha dado por tres o cuatro partidos políticos (aquí también me falla la memoria), más otros tantos “movimientos sociales” en estas dos últimas décadas.
Hacen falta hoy las reflexiones de quien fue un eficiente colaborador en un gobierno reformador, y sobran las peroratas de un senador que le arrebató el fuero a un joven a quien casi le dobla la edad, en las listas plurinominales de su partido . Tal vez eso explique su queja ante el repudio cuando Camacho ha declarado: “Me ha tocado estar en restaurantes donde la gente me dice de cosas, me grita.”Una última lección para Manuel, pues no pienso dedicar más energía a su expediente: en las circunstancias actuales hay que ir en contra de los estereotipos. Conviene recordar lo que afirmó el entonces Presidente Kennedy en la Universidad de Yale: “El gran enemigo de la verdad generalmente no es la mentira (deliberada, pensada, deshonesta), sino el estereotipo, el mito (persistente, persuasivo y sin apego a la realidad)”. Son los estereotipos los que tanto daño le han hecho a nuestro país. Hay que entender que el legado de nuestra generación está en el pasado. En México, hoy, y para bien de la nación, hay ya una nueva generación de jóvenes reformadores con sentido de la historia y con visión de futuro.
Publicado en el diario El Universal el día 13 de febrero de 2014