El general Don Pedro Santana y la anexión de Santo Domingo a España/08

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VIII[editar]

Evidenciada a grandes rasgos la situación de Santo Domingo antes y después de la anexión y demostradas evidentemente las inmensas ventajas que le ha reportado ya y debe reportarle este suceso memorable, examinemos cuáles han podido ser los móviles que indujeron a la España a aceptarla.

Podemos afirmar de la manera mas terminante qué ninguna mira interesada, como se ha querido suponer, movió al gobierno español a aceptar la anexión. El movimiento del 18 de marzo sorprendió a España mas aun si cabe que a las demás naciones: El gabinete de Madrid, a pesar de las reiteradas instancias de los dominicanos, dudando tal vez del éxito que pudiese tener una tentativa de reincorporación, rogó al gobierno de la ex-República que la aplazara indefinidamente. Entretanto, queriendo adquirir la certeza práctica de los sentimientos que abrigaran los dominicanos respecto a la antigua Metrópoli, creyó prudente mandar una comisión militar que se enterase del estado del país y de las simpatías que este abrigase por la España. No había aquella terminado su misión, cuando el pueblo dominicano arrostrando por todo, sin pararse ante consideraciones diplomáticas, sin consultar mas que a su propio entusiasmo aclamó e hizo ondear de un extremo a otro de la ex-República el invicto pabellón de Castilla, gloriosa enseña que no hacia aún medio siglo lo había conducido a la victoria.

Esto aconteció el 18 de marzo. Para fijar bien la naturaleza de este movimiento, permítanos el lector una ligera digresión. Por si pudiera darse un carácter sospechoso a nuestras palabras, apelaremos al testimonio de personas cuya imparcialidad no admite duda alguna.

Un joven escritor que acababa de llegar a Santo Domingo, testigo presencial de lo ocurrido aquel día y que hasta entonces, según él mismo declara, no había conocido al general Santana ni le ligaba otro interés para con el pueblo dominicano que el de una curiosidad simpática y el deseo de referir la verdad de cuanto a su vista se ofreciera, describe en los siguientes términos el movimiento de la capital:

"Durante la lectura del documento transcrito [1] notábanse frecuentes alternativas de conmoción y entusiasmo en la muchedumbre; especie de doble asentimiento a menudo sellado por un silencio profundo. El espectáculo era grandioso, y yo, admirador de mi patria, no pude permanecer indiferente. Al oír prorrumpir al pueblo dominicano en estruendosos vivas a España! mi corazón se dilataba y repetía aquellos vivas que llenaban el aire como el incienso que exhala el fuego sagrado de nuestros templos. Murillo, pintor del sentimiento, el mismo Teniers, pintor de la vida, hubieran arrojado sus paletas y sus pinceles juzgando temerario empeño el querer trasladar al lienzo aquel cuadro doblemente animado por la vida y el sentimiento. En la galería del palacio senatorial y bajo venerandas bóvedas, veíase aquel cortejo de patricios ilustres evocando la fraternidad, gran principio social consignado en el Evangelio y realizado por la civilización cristiana: En la Plaza el pueblo, descubierto, aclamando la nacionalidad española, agitaba sus sombreros en señal de regocijo y a retaguardia, inermes, las tropas de la guarnición, seguían con verdadero transporte aquel movimiento hacia su antigua Metrópoli."

"Jamás olvidaré la impresión que en mi ánimo causó la presencia de aquellos soldados cuyo valor y ardimiento apenas es creíble: tostados sus rostros por un sol intertropical, levantaban con orgullo sus frentes ennegrecidas por el humo de la pólvora quemada en cien combates. Ah! ese orgullo que se reflejaba en sus semblantes era la llama del amor patrio que se mantiene viva todavía en el fondo de su corazón.... En una palabra, el gobierno, el pueblo y el ejército, en armónico cuadro, abdicaban su propia autonomía con voluntad y conciencia, sin coacción de ninguna especie, y era un espectáculo sublime contemplar aquellos corazones dilacerados, aquellas almas solitarias tornando a moverse alegres en su propia órbita."

La precedente descripción creemos bastará, después de lo anteriormente indicado, para conocer la natural espontaneidad del movimiento. Los españoles no tomaron parte en él, ni tenían porqué tomarla; fue, pues, obra exclusiva del pueblo dominicano a cuya cabeza se hallaba el general Santana. En la misma isla de Cuba, no menos que en la Península, se recibió la noticia con sorpresa, y una prueba de ello es, 1º que solo un buque español, que en nada pudo haber favorecido el movimiento, se hallaba en la bahía de las Calderas [2]; 2º Que las tropas españolas, procedentes de Cuba, tardaron algunas semanas en desembarcar en el territorio anexado; 3º Que en el gabinete de Madrid se debatió largamente acerca de la aceptación y conveniencia de la reincorporación, por cuyo motivo se retardó el Real decreto en que aquella quedaba sancionada.

El gobierno español, y esto nos consta de una manera indudable, no tuvo en ello mira alguna interesada; solo consultó el deber que su proverbial generosidad le imponía para con el hijo que, reconociendo muy a tiempo el extravío que en él causara un consejo inoportuno de un amigo desleal, trata de buena fe e impulsado por un sentimiento de nobleza, de reconciliarse con el padre.

El Gobierno de Madrid por otra parte, no quiso, no pudo hacerse sordo a las aclamaciones de un pueblo que, sin otra excitación que su propio instinto, y en alas de su patriotismo y abnegación, llamaba a sus puertas con la voz del entusiasmo.

He aquí, pues, explicado en breves frases todo el misterio, el secreto todo de haberse verificado y aceptado la anexión. A quien otra cosa crea, ya sea de parte de la España, ya de parte de los dominicanos, no se le puede dar otro calificado qué el de visionario.


  1. Alude al manifiesto del general Santana.
  2. El Vapor «Don Juan de Austria.»