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Vida y escritos del Dr. José Rizal/Sexta época, III

De Wikisource, la biblioteca libre.
Vida y escritos del Dr. José Rizal: Edición Ilustrada con Fotograbados (1907)
de Wenceslao Retana
Sexta época, III
Nota: Se respeta la ortografía original de la época


III


El Juez especial, D. Rafael Domínguez, comenzó á actuar el día 3 de Diciembre. Su primera disposición fué la de nombrar secretario; recayó el cargo en el cabo español Juan González y García, del regimiento de infantería núm. 74. Unido el testimonio de los documentos y declaraciones que quedan copiados ó extractados, dos días más tarde, ó sea el 5, el Juez procedió á hacer el resumen:

…«resulta (escribe) que el procesado José Rizal Mercado es el organizador principal y alma viva de la insurrección de filipinas, fundador de Sociedades, periódicos [?] y libros dedicados á fomentar y propalar las ideas de rebelión y sedición de los pueblos y jefe principal del filibusterismo del país, según se comprueba por las declaraciones siguientes…»

Y el Juez copia lo dicho por Martín Constantino, Águedo del Rosario, José Reyes, etc., que copiado queda, y á renglón seguido transcribe los documentos consabidos. Y concluye:

«Y considerando el Juez instructor que suscribe ultimado el período de sumario,… tengo el honor de elevar á la respetable autoridad de V. E. la presente causa, para la resolución que proceda.»

¡Rizal, alma viva de la insurrección!… ¡Rizal, el organizador principal de la insurrección!… ¡Rizal, fundador de periódicos!… ¡Rizal, jefe supremo del filibusterismo del país! Cuatro acusaciones comprobadas, según el Juez; y las cuatro de todo punto inexactas, según la lógica y según los hechos que en el curso de este estudio hemos ido, con abundancia de datos fehacientes, consignando.

Blanco, aquel mismo día, decretó que la causa pasara á dictamen del Sr. Auditor general de Guerra. Y la causa fué á dar en manos de D. Nicolás de la Peña. Llevaba este señor poco tiempo en la Colonia, y, por lo mismo, el general Blanco abrigaba la confianza de que el nuevo Auditor no se hallaría aún contaminado del estado de ánimo de que adolecían casi todos los españoles en ella residentes; los cuales, tan pronto como estalló el Katipunan, no pedían justicia, sino sangre, y con preferencia sangre de conspicuos… Aquello fué una embriaguez (causada por el pavor), de la que sólo Blanco y muy contados españoles lograron evadirse. El Sr. Peña, el día 7, después de asentar que procedía elevar á plenario la causa, dijo:

«El procesado continuará en prisión, y el Instructor incoará la correspondiente pieza de embargo en cantidad de un millón de pesos al menos». —Y concluía: —«El mismo Instructor tendrá presente que la obligación de defender no podrá recaer en abogado, sino precisamente en oficial del Ejército.»

Habráse notado que ni una sola prueba, verdaderamente sólida, existe de la complicidad de Rizal en el movimiento revolucionario que se inició en Agosto de 1896: todo cuanto parece constituir argumento probatorio es de fecha muy anterior (¡en años enteros!) al mes apuntado; y, sin embargo, el Juez le considera á Rizal el alma viva de la insurrección, su organizador, etc., y el Auditor recomienda… lo que ya se ha visto. Al siguiente día, 8, Blanco decretó de conformidad con el dictamen del Sr. Peña, y dispuso al propio tiempo que pasase la causa al teniente auditor D. Enrique de Alcocer; el cual dictaminó el día 9 de Diciembre:

«Excmo. Sr.: —El Fiscal, evacuando el traslado de calificación á que se refiere el art. 542 del Código de Justicia militar, formula las siguientes conclusiones provisionales:

»1.ª Los hechos que han dado margen á la formación de esta causa, constituyen los delitos de rebelión en la forma que lo define el artículo 230, en relación con el número 1.º del 229 del Código penal vigente en este Archipiélago, y el de fundar Asociaciones ilícitas, previsto en el número 2.º del 119 de dicho Código, siendo el segundo medio necesario para cometer el primero.

[Lógica del Teniente auditor: es así que Rizal fundó la «Liga Filipina», en 1892, es decir, hace más de cuatro años, la cual, sobre no ser separatista, murió virtualmente á raíz de la deportación de Rizal á Mindanao; pero Asociación ilícita: luego Rizal es reo del delito de rebelión verificado en 1896, porque la Asociación por él fundada en 1892 ha sido medio necesario (!) para realizar aquélla.]

»2.ª De estos delitos aparece responsable en concepto de autor el procesado D. José Rizal Mercado.

»3.ª El Fiscal renuncia á la práctica de ulteriores diligencias de prueba.» [¿Pero es que tanto valían las aportadas á la causa? ¿Y habría estado de más un careo entre Rizal y los que le citaron en sus declaraciones?]

Y el Fiscal, tan ufano, remitió el mismo día al Juez instructor la causa. El Juez pidió en el acto una lista de defensores, que recibió las veinticuatro horas, y con ella se fué á ver al procesado. Más de cien nombres, de primeros y segundos tenientes, componían la lista. Rizal no conocía personalmente á ninguno de los catalogados. Invitado á que designara uno de ellos, para que le defendiera, leyó y releyó aquella sarta de nombres… Sus ojos se detuvieron ante el de don Luis Taviel de Andrade, primer teniente de Artillería. Era, precisamente, hermano de D. José Taviel de Andrade, el oficial de la guardia civil encargado de vigilarle en 1887, y con el que llegó á tener verdadera amistad… Y Rizal eligió al supradicho D. Luis, y éste aceptó en seguida el cargo de defensor de Rizal.

El Juez no se dormía en las pajas; sin pérdida de momento, procedió á la diligencia de abrir pieza separada de embargos, «para resarcir los daños causados al Estado en la cantidad de un millón de pesos al menos»; y el 11, leíansele á Rizal, ante su defensor, los cargos, preguntándosele inmediatamente después:

«1.º Si tiene que alegar incompetencia de jurisdicción… dijo: que no. [¿Qué le importaba á él la jurisdicción si, persuadido íntimamente de su inocencia, no concebía que le pudiera condenar?]

»2.º Si tiene que enmendar ó añadir algo á sus declaraciones, dijo: que no tiene nada que enmendar; que únicamente añade que desde que fué deportado á Dapitan [en 7 de Julio de 1892] no se ha vuelto á ocupar de política para nada. [Como no fuese para rechazar de plano la idea de la insurrección.]

»3.º Si se conforma con los cargos que le hacen en el escrito fiscal y dictamen que se le ha leído, dijo: que no se conformaba [¡cómo había de conformarse!] respecto á ser autor ni cómplice de la rebelión; que únicamente está conforme con la de haber redactado los Estatutos de la «Liga», con objeto de fomentar el comercio y la industria.

»4.º Si interesa á su defensa que se ratifique en su declaración algún testigo del sumario, ó se verifique alguna diligencia de prueba, y cuál sea ésta, dijo: que no se conforma con las declaraciones de los testigos que se le han leído, y que de las copias de los documentos, no se conforma más que: con la poesía Á Talisay, con la carta masónica y con la carta de Madrid á sus padres y hermanos; y que renuncia á la práctica de ulteriores diligencias.»

En efecto; por lo que respecta á los demás papeles inventariados, todos muy anteriores al año de 1896, ¿qué culpa tenía Rizal de que sus apasionados le encomiasen y considerasen como el apóstol que podía redimirles de la servidumbre? En último término, esta consideración de redentor, ¿qué tiene que ver con la de autor principal de la insurrección, que organizó y realizó exclusivamente el Katipunan en contra del consejo de Rizal? Pero hay otras circunstancias, que una mediana filosofía deducida del conocimiento del país y de sus hombres pudo haber hecho pesar en el criterio del Juez y del Fiscal: Rizal, á los ojos de la plebe, era algo así como un ser invulnerable; aunque deportado, teníanle por el filipino que mayor consideración inspiraba á las primeras autoridades del país; por su talento, por su cultura y por sus prestigios, sus paisanos conceptuábanle exento de toda pena extremada, y así que muchos que le citaron en sus declaraciones mintieron, sí, mintieron, en la convicción de que encartando á Rizal (como encartaron á los sujetos más calificados de Manila, entre ellos don Pedro Roxas), podían salvar la piel; amalgamaron la Liga con la Masonería, éstas con la Propaganda y los Compromisarios, y todo ello lo refundieron en el Katipunan, cuando lo cierto es que todas estas Asociaciones nacieron con entera independencia, tenían distintos fines y aisladas unas de otras se desarrollaron. Una serie de careos entre Rizal y los que le complicaron en el gran proceso, hubiera sido eficacísima; pero el Juez instructor, convencido por lo visto de la culpabilidad de Rizal, el mismo día 11 extendió una diligencia en la que dijo: «se omiten los careos del procesado y los testigos por considerarlos de ningún resultado para la comprobación del delito, por encontrarse éste convencimiento probado».

Hase dicho que Rizal envolvió en una exagerada vaguedad las respuestas que dió á las preguntas que le había dirigido el juez don Francisco Olive; que sistemáticamente lo negó todo; que apenas conocía á nadie; sin caer en la cuenta, los que de tal suerte han discurrido, que la intervención personal de Rizal en las cosas de su país fué, y así tuvo que ser, verdaderamente insignificante. Salió (en 1882) á los veintiún años de Manila para Barcelona: hasta entonces no había sido otra cosa que escolar. Vuelve á Filipinas en 1887, y apenas se movió de su pueblo, y casi todo el tiempo que permaneció en la Colonia tuvo de inseparable al teniente de la guardia civil D. José Taviel de Andrade. Puede decirse que trató á contadísimas personas, y que no hizo más política que la relacionada con los asuntos de Calamba. Sale otra vez de su país (3 de Febrero de 1888) y no vuelve hasta últimos de Junio de 1892, para ser deportado á Mindanao á los pocos días. ¿Qué tiempo tuvo para contraer nuevas amistades? En Mindanao estuvo cuatro años, durante los cuales, sobre no haber escrito ni una sola carta política, apenas vió á otras personas, extrañas á la localidad, que á las de su familia y á las Autoridades. Los que fueron con ánimo de hablarle de política, ¿qué acogida tuvieron? Recuérdese que á Pablo Mercado lo echó de su casa y lo denunció; y recuérdese, por último, lo que contestó á D. Pío Valenzuela, que fué á consultarle sobre los propósitos revolucionarios que abrigaba el Katipunan.Rizal, dígase de una vez, desde los veintiún años hasta los treinta y cinco, que contaba cuando le procesaron, apenas había estado en Luzón, y bien puede asegurarse que apenas trabó amistad con otros filipinos que los muy contados que en Europa le habían inspirado confianza. Á pesar de lo cual, todos sus compatriotas le conocían de nombre y le adoraban, porque no en vano había en sus libros expuesto públicamente las aspiraciones del pueblo filipino.

El 10 de Diciembre, es decir, la víspera del día en que el señor Domínguez consideraba convenientemente probado el delito de Rizal, éste, motu proprio, había dirigido al Juez la siguiente exposición:

«Señor Juez instructor: Don José Rizal Mercado y Alonso, de treinta y cinco años de edad, preso en la Real Fuerza de Santiago por procedimiento que se me sigue, á V. S. respetuosamente expone:

»Que habiendo tenido ocasión de saber que su nombre se usaba por algunos individuos como grito de guerra, y habiendo tenido motivos para creer después que aún siguen algunos engañados, ó en esta creencia tal vez, promoviendo disturbios; como quiera que desde un principio el que suscribe ha reprobado semejantes ideas y no quiere que se abuse de su nombre, suplica á V. S. se sirva manifestarle, si en el estado en que se encuentra le sería permitido manifestar de una manera ó de otra que condena semejantes medios criminales, y que nunca ha permitido que se usase de su nombre. Este paso sólo tiene por objeto el desengañar á algunos desgraciados, y acaso salvarlos, y el que suscribe no desea en ninguna manera que influya en la causa que se le sigue. —Dios guarde á V. S.», etc.

Elevada esta instancia al Capitán general, éste decretó el mismo día 10 que pasase á dictamen del Auditor general; el cual dijo:

«Excmo. Sr.: —Hallándose en plenario la causa que por rebelión se sigue contra D. José Rizal Mercado, y alzada la incomunicación que éste sufrió en los primeros días de dicho procedimiento, ningún obstáculo existe para que el mencionado Rizal pueda dirigirse á sus adeptos[1] recomendándoles la paz, siempre que las recomendaciones verbales ó escritas que haga sean conocidas en el acto de hacerse ó entregarse para su publicación por el Jefe del establecimiento en que esté preso, ó por funcionario que lo represente.

»La presencia en la prisión de las personas que visiten al recurrente, se ajustará á las prescripciones ú órdenes que regulen tales visitas. —V. E. puede acordarlo así, etc. —Manila, 11 de Diciembre de 1896. —Excmo. Sr.: —Nicolás de la Peña

El Capitán general, Polavieja, decretó con fecha 13 de conformidad. —Polavieja acababa de encargarse del Gobierno general de la Colonia, á la vez que del mando en Jefe de aquel ejército. Como es sabido, dicho señor pasó á Filipinas de Segundo cabo; pero no tardó en relevar á Blanco, contra quien se habían pronunciado casi todos los peninsulares, «por su pasividad». Este trueque de personas acabó de decidir de la vida de Rizal: Blanco no lo hubiera fusilado, precisamente porque, sobre sustentar el íntimo convencimiento de que Rizal no merecía la pena de muerte, sustentábalo también de que el fusilamiento del ilustre tagalo implicaba, si no la pérdida absoluta del dominio de España en Filipinas, la pérdida, para siempre, del cariño de los filipinos á los españoles, que equivalía á la pérdida moral del Archipiélago[2]. —Pero aquellos españoles lo entendían de otro modo; y por cuanto Polavieja significaba la antítesis de Blanco, Polavieja contó desde el primer momento con la adoración de los españoles, esto es, con la adoración de los terroristas, de los sedientos de sangre; y la cabeza de Rizal, la que más valía, tenía que caer…

Blanco pudo ser más o menos imprevisor, pudo pecar de confiado; pero lo que resulta innegable es que en los días de mayor pánico no perdió ni un instante la serenidad, á diferencia de lo que acontecía á casi todos los españoles, que, por efecto de las circunstancias, padecieron algo así como un ataque agudo de enajenación, para el que sólo hallaban lenitivo viendo correr la sangre de los hijos del país. Esta sed insaciable de sangre filipina, justo es confesar que los que más la sentían eran los miembros de las corporaciones religiosas, de agustinos, dominicos, franciscanos y recoletos; en boca de los frailes estaban constantemente las palabras ¡fusilar!, matar!, ¡exterminar!… ¡Húbolos que llegaron al delirio!… ¡Así y sólo así «se acabaría con la Revolución!» (y con la raza). Real y verdaderamente, nada más repugnante, nada más monstruoso en cierto modo que ver á los que se intitulaban «discípulos de Jesús» (que fué todo bondad y caridad) convertidos en fieras carniceras. ¿Á qué citar nombres? ¿Á qué apuntar aquí á los que iban voluntariamente con las tropas, más que para prestar á los soldados servicios espirituales, para enardecerlos y recrearse viendo correr la sangre de los filipinos?… ¿Para qué sacar á colación á los que escribían á Europa dando todo género de seguridades de que entre los más comprometidos figuraban D. Jacobo Zóbel, D. José J. de Icaza, D. Pedro Roxas, etc.[3]; es decir, los más inteligentes ó los más ricos, cuya sangre era la que preferían?… Y porque Blanco desde el primer momento no fusiló á destajo, señaladamente á esos ricos y á esos inteligentes (ninguno de los cuales tuvo que ver jamás con el Katipunan, Blanco fué odiado por la muchedumbre hidrópica, de la cual eran las figuras culminantes algunos piadosos frailes; en tanto que Polavieja era aclamado, porque su fama constituía la mejor garantía de que allí habría la hecatombe que la masa española deseaba… Procesado Rizal en un momento tan critico, y al frente de la Colonia Polavieja, deificado por los que no pedían justicia, sino sangre, y sangre de conspicuos preferentemente, ¿qué mucho que Rizal rodara por el suelo ensangrentado? ¡Oh, Rizal! ¿Era el filipino que más valía? —¡Urgía fusilarle! Su sangre no era el tinto vulgar, el Valdepeñas corriente: ¡era vino de Chipre, el más caro de los vinos!…

Aquel mismo día, 13 de Diciembre, el Juez elevó la causa al Capitán general, por si éste la encontraba en estado de verse y fallarse en Consejo de guerra ordinario de plaza, y Polavieja la mandó á dictamen del Auditor general, quien se limitó á decir con fecha 17:

«Excmo. Sr.: —Practicadas las diligencias propias del plenario, procede que esta causa sea vista y fallada en Consejo ordinario de plaza, sin asistencia de Asesor, previos los trámites de acusación y defensa. —V. E., no obstante,» etc.

Y Polavieja decretó el 19: «Conforme con el anterior dictamen, pase [la causa] al teniente auditor de primera D. Enrique de Alcocer, quien la remitirá después á su Instructor, capitán D. Rafael Domínguez, para lo demás que corresponda.»

Pero antes de oir la acusación del Sr. Alcocer, volvamos á la pretensión que formuló Rizal de dirigirse á sus paisanos en armas, para disuadirles. Hé aquí el documento que escribió de su puño y letra:


«MANIFIESTO Á ALGUNOS FILIPINOS

»Paisanos:

»Á mi vuelta de España he sabido que mi nombre se había usado entre algunos que estaban en armas como grito de guerra. La noticia me sorprendió dolorosamente; pero creyendo ya todo terminado, me callé ante un hecho que consideraba irremediable. Ahora percibo rumores de que continúan los disturbios; y por si algunos siguen aún valiéndose de mi nombre de mala ó de buena fe, para remediar este abuso y desengañar á los incautos me apresuro á dirigiros estas líneas, para que se sepa la verdad. Desde un principio, cuando tuve noticia de lo que se proyectaba, me opuse á ello, lo combatí y demostré su absoluta imposibilidad. Esta es la verdad, y viven los testigos de mis palabras. Estaba convencido de que la idea era altamente absurda, y, lo que era peor, funesta. Hice más. Cuando más tarde, á pesar de mis consejos, estalló el movimiento, ofrecí espontáneamente, no sólo mis servicios, sino mi vida, y hasta mi nombre, para que usasen de ellos de la manera como creyeran oportuno, á fin de sofocar la rebelión; pues convencido de los males que iba á acarrear, me consideraba feliz si con cualquier sacrificio podía impedir tantas inútiles desgracias. Esto consta igualmente.

»Paisanos: He dado pruebas como el que más de querer libertades para nuestro país, y sigo queriéndolas. Pero yo ponía como premisa la educación del pueblo, para que por medio de la instrucción y del trabajo tuviese personalidad propia y se hiciese digno de las mismas. He recomendado en mis escritos el estudio, las virtudes cívicas, sin las cuales no existe redención. He escrito también (y se han repetido mis palabras) que las reformas, para ser fructíferas, tenían que venir de arriba, que las que venían de abajo eran sacudidas irregulares é inseguras. Nutrido en estas ideas, no puedo menos de condenar y condeno esa sublevación absurda, salvaje, tramada á espaldas mías, que nos deshonra á los filipinos y desacredita á los que pueden abogar por nosotros; abomino de sus procedimientos criminales, y rechazo toda clase de participaciones, deplorando con todo el dolor de mi corazón á los incautos que se han dejado engañar. Vuélvanse, pues, á sus casas, y que Dios perdone á los que han obrado de mala fe.

»Real Fuerza de Santiago, 15 de Diciembre de 1896. —José Rizal

Este hermoso documento, donde la personalidad político-moral del Autor queda retratada con fidelidad exquisita, que pudo haber influido en el curso de los tristes sucesos que á la sazón se desarrollaban en los campos luzonianos, no llegó á ver la luz pública; porque pasado á informe del auditor general D. Nicolás de la Peña, dijo este señor lo que se contiene á continuación:

«Excmo. Sr.: La precedente alocución que á sus paisanos proyecta dirigir el Doctor Rizal no entraña la patriótica protesta que contra las manifestaciones y tendencias separatistas deben formular cuantos blasonen de ser hijos leales de España. Consecuente con sus declaraciones, D. José Rizal se limita á condenar el actual movimiento insurreccional por prematuro y por considerar ahora imposible su triunfo; pero dejando entrever que la soñada independencia podría alcanzarse con procedimientos menos deshonrosos que los seguidos al presente por los rebeldes, cuando la cultura del pueblo sea valiosísimo elemento de lucha y garantía de éxito. Para Rizal, la cuestión es de oportunidad, no de principios ni de fines. Su manifiesto pudiera condensarse en estas palabras: Ante la evidencia de la derrota, deponed las armas, paisanos: después yo os conduciré á la tierra de promisión. Sin ser beneficioso á la paz, pudiera alentar en el porvenir el espíritu de rebelión; y en tal concepto es inconveniente la publicación del manifiesto proyectado, pudiendo servirse de prohibir su publicación y disponer que todas estas actuaciones se remitan al Juez instructor de la causa seguida contra Rizal para que las una á la misma. V. E., no obstante, acordará. —Manila, 19 de Diciembre de 1896. —Excmo. Sr. —Nicolás de la Peña

¿Puede pedirse lógica más ilógica? Los términos en que Rizal pretendiera dirigirse á sus paisanos, llenos de sinceridad, eran los únicos que podían influir en el ánimo de los rebeldes. Por lo demás, ¿dónde está la frase de la que pueda deducirse que Rizal ofrecía conducir á sus compatriotas á la tierra de promisión, á la Independencia, que es lo que da á entender el Sr. Peña? Rizal lo que dice, clara y terminantemente, es que ama la Libertad; pero que para conseguirla exige que los que hayan de disfrutarla posean previamente un grado de cultura que el pueblo filipino no tenía todavía. Pero es que aun haciéndose sinónimas Libertad é Independencia, ésta no pasaba en Rizal de aspiración, de supremo ideal; y el Sr. Peña, letrado, debía saber que el ideal separatista no era punible, y así lo había proclamado, años antes, en más de una ocasión, el más alto Tribunal de Justicia, nuestro Tribunal Supremo [4], y, de una manera implícita, nuestro Gobierno, por boca del insigne Maura, siendo Ministro de Ultramar, en pleno banco azul, en sesión memorable, replicando á una interrupción de Romero Robledo[5]. Á fines del siglo XIX, las ideas no eran fusilables… nada más que en Filipinas.

Y vamos á la acusación. Séanos permitido, en términos de defensa, como dicen los profesionales, poner algunas notas al escrito, tan rico de retórica como pobre de lógica, tan plagado de vehemencias como exento de razones, del señor teniente fiscal don Enrique de Alcocer y R. de Vaamonde. —Óigasele:

«Al Consejo de guerra. —El Teniente fiscal, dice: Que después de examinar las diligencias del plenario, sostiene las conclusiones provisionales que constan en su dictamen de calificación.

»Importante en extremo es la causa que está sometida al fallo del Consejo, ya que en sus páginas puede estudiarse el nacimiento y desarrollo de la insurrección[6], que en la actualidad ensangrienta el suelo filipino. Hijos de este país, sobre el que España ha derramado inmensos tesoros de cultura[7], transformándoles en uno de los pueblos más prósperos de Oriente[8], olvidaron sus deberes de españoles[9] y han pretendido alzar bandera de rebelión contra la Madre patria[10], aprovechando traidoramente[11] los momentos en que sus hermanos[12] se encuentran ocupados en sofocar en lejanas tierras [Mindanao] otra guerra fratricida [?] sin tener presente que á España le sobran alientos y energías, probadas en distintas ocasiones, para no tolerar que el pabellón español deje jamás de flotar en aquellas regiones descubiertas y conquistadas por la intrepidez y el arrojo de nuestros antepasados[13].

»El Dr. D. José Rizal Mercado, que debe cuanto es á España[14], ya que en las aulas de sus Universidades cursó la carrera de Medicina[15], es una de las principales figuras, si no la principal figura, del actual movimiento[16].

»El Fiscal, cumpliendo con las obligaciones de su cargo, ha hecho un estudio detenido [¡?] de la persona de Rizal[17], y ha podido convencerse, como seguramente se convencerá el Consejo [¡seguramente!] de que su constante ideal, sus trabajos nunca interrumpidos[18], la única ilusión de su vida, ha sido en este perpetuo [¡?] agitador [?] del elemento indígena, el conseguir, empleando para ello toda clase de medios [¡?], la independencia de Filipinas[19].

»En 1879 y contando apenas diez y nueve años, aparece Rizal por primera vez en público, asistiendo á un certamen literario celebrado en esta capital, y en el que consiguió premio [primer premio] por una oda en la que ya dejaba traslucir su manera de pensar en la cuestión colonial[20]. Á partir de esta fecha no ha cesado en su labor demoledora [¡?] para la soberanía de España en Filipinas, y el año de 1886 [fué el de 1887] publica, impresa en Berlín, una novela tagala, escrita en castellano, con el título «Noli me tángere», llena de odio para la Patria[21], en la que fustiga con los más denigrantes epítetos á los españoles [que los había concusionarios, ignorantes, etc.], escarnece la religión [aunque no tanto como Demófilo y Nakens], tratando de demostrar que nunca será civilizado el país, ínterin esté gobernado, según él, por los canallas y degradados castellanos[22].

»Inútil es decir que conocida la obra fué prohibida en entrada en el Archipiélago; pero Rizal con su habitual astucia se arregló de modo de contrariar las órdenes de la Autoridad, y el libro circuló por todo el Archipiélago, causando el inmenso daño [á los frailes y á los malos españoles] que es de suponer.

»El año de 1888 salió el procesado de Manila para el Japón; de allí fué á Madrid [no, señor; fué á los Estados Unidos y luego á Inglaterra], luego á París y después á Londres [el Fiscal no sabe una palabra], con el principal objeto de continuar en todos estos puntos la propaganda filibustera [¡?].

»Pasado algún tiempo publica otro libro con el título «El Filibusterismo», dedicado exclusivamente (sic) á ensalzar la memoria de los tres curas indígenas que por haber tomado parte (sic) en la insurrección de Cavite el año de 1872[23], fueron condenados á muerte, y á los que considera [y así los consideran muchos españoles] como mártires, lanzando de paso amenazas para la Nación, que en uso de su derecho no podían consentir que quedaran impunes atentados contra su legítima soberanía[24].

»El año 1892, Rizal se presenta al Gobernador general y haciendo protestas de mentido arrepentimiento y amor á España, consigue de aquella autoridad el indulto de su padre y tres hermanas que estaban [¿por qué?] deportados; y para que se comprenda la lealtad con que este individuo procede en todos sus actos, al serle registrado el equipaje por los vistas de la Aduana, se le encuentran gran número de documentos y proclamas separatistas[25], y á los tres días, faltando á la palabra de honor solemnemente empeñada de no conspirar más [!], convoca una reunión magna en la que se echaron los primeros jalones del actual movimiento insurreccional, por suponer, como así sucedió, que no podría permanecer mucho tiempo en esta capital (fué deportado á Dapitan el 7 de Julio de dicho año) y desear [?] que su forzada ausencia no retrasase, ni menos malograse [?], la marcha de los trabajos filibusteros.

»Este es el hombre que vais á juzgar, retratado perfectamente por sus actos, que ponen de manifiesto el odio grande que siempre ha sentido contra España[26]. Ahora me propongo entrar á examinar el nacimiento y desarrollo de la actual insurrección, y podrá ver el Consejo que el nombre de Rizal está siempre unido á los trabajos que le han dado vida.

»Es un hecho probado, y sobre el cual no cabe la menor discusión, que las logias masónicas han desarrollado en estas islas, primero íieas contrarias á la religión; segundo, tendencias contra la dominación española, pretendiendo convertir poco á poco el carácter del indio, siempre tan leal, tan fiel, tan respetuoso [y tan servil] con el peninsular, en su más encarnizado enemigo [en enemigo del menosprecio español], y han querido conseguir esto, empleando los medios, que ridículos y viejos en naciones donde se considera ya [después de conquistadas las libertades] á la Masonería como una cosa que pasó, son, sin embargo, de resultado seguro en estos pueblos de escasa cultura[27] y muy apegados á todo lo externo y teatral. Las aparatosas ceremonias de ingreso en las logias, con el cuarto colgado de negro, la calavera entre dos velas, los puñales puestos al pecho y los juramentos señalados de una manera indeleble por medio de la incisión en los brazos[28], con detalles que hacen sonreir en esta época de indiferentismo en que vivimos, pero que dejan siempre en la mente del indio recuerdos que le ligan y le convierten en dócil instrumento para fines que él mismo, en muchas ocasiones, no acierta á comprender[29].

»Triste es decirlo; pero es fuerza confesarlo en obsequio de la verdad. Hace más de veinte años, varios españoles peninsulares fundaron en Filipinas una logia dependiente del «Gran Oriente Español», que si bien no tuvo fines políticos ni mucho menos separatistas, fué sin embargo el primer paso para la creación en 1890 de varias otras logias compuestas ya del elemento indígena [refundido con el español], que en el corto espacio que media desde dicho año hasta la fecha han llegado á cerca de doscientas, diseminadas en distintos puntos del Archipiélago, y dedicadas exclusivamente á minar poco á poco, pero de una manera tenaz y constante, el dominio de la nación española en este territorio. [El Fiscal desconoce la materia de que trata.]

»El Fiscal va á tratar ahora de la famosa «Liga Filipina», cuya alma ha sido Rizal, y que tan funestos resultados ha producido en este país[30]. Después de constituir el procesado en Madrid una Asociación que dirigía la instalación de las expresadas logias y los trabajos filibusteros[31], pasó á Hong-Kong, desde donde remitió á Moisés Salvador los Estatutos por que había de regirse la «Liga Filipina», cuyos jefes fueron Rizal y Marcelo del Pilar [que estaban divorciados], y cuyo principal objeto era el allegar fondos para los gastos del levantamiento en armas, á fin de conseguir la independencia de estas Islas[32]. En Junio de 1892, y ya en Manila el procesado, convocó una reunión en casa de D. Doroteo Ong-junco, y á la que concurrieron los principales simpatizadores contra la dominación española [contra la dominación de los frailes], y en esa reunión, según propia manifestación de Rizal, que consta en su indagatoria, dirigió la palabra á los presentes, diciéndoles, entre otras cosas, «que le parecía que estaban muy desalentados los filipinos, y que no aspiraban á ser un pueblo digno y libre, por lo que se verían siempre á merced de los abusos de las Autoridades; que estos abusos eran debidos [y dijo una gran verdad] á las facultades discrecionales de los Gobernadores generales, y que á pesar de los consejos de algunos amigos para que no viniera á Manila por temor al daño que pudieran hacerle sus enemigos, había venido para ver de carca todo y al mismo tiempo para arreglar la desunión que existía entre los amigos de la propaganda, como arregló la de los filipinos en Madrid[33], concluyendo por afirmar que era importantísimo el establecimiento de la «Liga Filipina» conforme al Reglamento de que era autor, y por este medio levantar las artes y el comercio; que el pueblo, siendo rico y estando unido, conseguiría su propia libertad y hasta su independencia.» Todo esto resulta probado en autos, tanto por la propia confesión de Rizal, como por las declaraciones prestadas por José Reyes, Moisés Salvador, Pedro Serrano, Timoteo Páez, José Dizón, Domingo Franco y Deodato Arellano, añadiendo Martín Constantino que el objeto y fin de la Asociación[34] era el matar á los españoles, proclamar la independencia del país, nombrando Jefe supremo á Rizal [que cuando le consultaron rechazó de plano la idea de la Revolución], y añadiendo Águedo del Rosario que el tantas veces repetido Rizal era el Presidente honorario del Katipunan, y que su retrato figuraba como tal en el salón de actos.

»Que tenía importancia suma la expresada «Liga Filipina» y que, merced á la misma, y debido principalmente al Reglamento hecho por Rizal, el trabajo de la insurrección fué extendiéndose de día en día por todo el Archipiélago, lo prueba la misma organización de esta Sociedad ilícita, que voy á dar á conocer al Tribunal en cuatro palabras.

»Estaba regida la expresada Sociedad por un llamado Consejo Supremo con residencia en esta capital, compuesto de un Presidente, un Tesorero, un Fiscal, un Secretario y doce Consejeros; además tenía establecidas Delegaciones en la Península y en Hong-Kong. En cada provincia debía formarse un Consejo provincial con igual organización que el Supremo, pero limitándose á seis el número de los Consejeros, que á su vez tenían á sus órdenes tantos Consejos populares como pueblos hubiera en la provincia. Estos Consejos populares debían funcionar en la demarcación del pueblo, dependiendo directamente del Provincial respectivo, así como éstos á su vez del Supremo. Mas comprendiendo el procesado la excepcional importancia que para el triunfo de su causa era el extender con preferencia la semilla del separatismo en la Capital, dispuso con maquiavélica intención que cada uno de los doce miembros del Supremo, como personas de influencia y de posición, constituyesen un Consejillo popular, dentro de las zonas de su habitual residencia, para que en constante contacto con las masas populares, fuese creciendo en la primera ciudad del Archipiélago el número de los enemigos de España.

»Para sostener esta extensa organización, hacían falta fondos, y á este objeto, los respectivos tesoreros de los Consejos tenían el encargo de recaudar un peso de entrada por cada iniciado, y medio de cuota mensual por asociado, debiendo ir más tarde toda la recaudación á una Caja central establecida en la Tesorería del Supremo.

»Vea, pues, el Tribunal si la «Liga Filipina», con esta organización tan vasta, ha sido factor importante, mejor dicho el principal factor de la insurrección, y vea si el Dr. Rizal, al darla vida formando sus Estatutos y poniéndose después á su frente, es ó no la primera figura de este movimiento[35].

»Hay otro extremo importantísimo del que ahora voy á tratar, ya que de él se desprenden graves cargos contra el acusado. Me refiero á las explicaciones dadas por Rizal en su indagatoria para explicar preguntas del Juez instructor, las constantes [¡?] conferencias que en su destierro de Dapitan tuvo con personas de gran significación, y que luego han aparecido complicadas en estos sucesos[36]. Deportado á dicho punto por el Gobernador general, en atención á las fundadas sospechas [¡luego no hubo prueba!] que había hecho concebir su conducta irregular y siempre enemiga de, España [!] allí, como digo anteriormente, recibió las visitas de los principales jefes del movimiento [¡el colmo!] á pretexto de que iban á verle en calidad de médico, pero en realidad para consultarle y conocer sus instrucciones. [¿Por qué no cita los nombres el Sr. Fiscal?]

»Entre estas visitas, merece especial mención la que le hizo su compañero D. Pío Valenzuela, que según la propia manifestación del acusado, fué á decirle que se proyectaba un próximo levantamiento, teniéndoles con cuidado lo que á él pudiera pasarle, á lo que le contestó que no era oportuna la ocasión para intentar aventuras, por no existir unión entre los diversos elementos de Filipinas, carecer de armas y barcos, debiendo tomar ejemplo de lo que ocurría en Cuba, donde los insurrectos, además de estar avezados á la lucha y tener la protección de una gran Potencia, no podían alcanzar sus deseos, por lo que opinaba que debía esperarse.

»No pensó seguramente Rizal al hacer estas declaraciones, que constan en su indagatoria, la gravedad inmensa que las mismas encierran [á juicio del Fiscal]. Creyó tal vez que por decir haber aconsejado á sus compañeros de conspiración [!] que todavía era prematuro el alzamiento en armas, se exime de toda responsabilidad, sin comprender que en delitos de esta especie, que tienen por base la agitación de las pasiones populares en contra de los poderes públicos, el principal culpable es el que despierta sentimientos dormidos[37] y halaga esperanzas para el porvenir, ya que esta clase de movimientos insurreccionales, si se sabe siempre cómo empiezan, es imposible prever los resultados finales, y mucho menos pretender detener su marcha una vez comenzados. La Historia está llena de ejemplos semejantes, y si volvemos la vista al no muy lejano período de la Revolución Francesa, podremos observar que los principales hombres que la habían dado vida perecieron arrastrados por la misma, al pretender moderar su avasallador influjo. ¿Fueron por eso menos culpables? Seguramente que no.

»Las exculpaciones y disculpas dadas por Rizal para rehuir el castigo, encarnan, por cierto, mal en el que pretende ser el apóstol y redentor del pueblo filipino, que si tuvo alientos para conspirar contra la Patria [contra el régimen opresor de España], alientos y corazón debía tener para sostener sus actos[38], ya que esas disculpas no pueden amenguar en nada las responsabilidades á que se ha hecho acreedor, porque su deber de español y de hombre honrado era el de haber puesto en conocimiento de las Autoridades cuanto se proyectaba[39], y hasta ayudar con su persona y prestigio entre sus paisanos los trabajos de aquéllas[40]. ¿No lo hizo así, sino por el contrario continuó [?] en su obra de propaganda filibustera [pidiendo ir á la guerra de Cuba como voluntario], esperando un momento propicio para asegurar el éxito [?] del levantamiento, y éste se le adelantó? Pues D. José Rizal es un promovedor del delito de rebelión, y debe sufrir la pena que para el mismo señala el Código.

»No se puede menos, señores del Consejo, que ver en Rizal el alma de esta rebelión; sus paisanos, con ese entendimiento infantil que les es peculiar, le prestan pleito homenaje considerándole casi como un sér superior, sus órdenes de Jefe [¿dónde están?] son acatadas sin discusión [que lo diga Bonifacio], y la vanidad humana, que si es grave defecto en razas de aventajada cultura lo es infinitamente más en estas orientales, han hecho que el hombre, pretendiendo salir de la modesta esfera en que por razón natural había de moverse, no vacilara en colocarse al frente de los trabajos revolucionarios, soñando tal vez con posiciones, triunfos y poderes [¡cuánta inexactitud retórica!] que la triste realidad de la vida han debido hacerle comprender cuál efímeros son, al tener la necesidad de comparecer hoy ante un Consejo de guerra.

»Las declaraciones de Martín Constantino y Águedo del Rosario, que constan testimoniadas en esta causa, acumulando, cargos contra el procesado, de quien dicen era considerado como uno de los principales jefes, son para el mismo de una gravedad inmensa [en opinión del Fiscal, por supuesto]; pero con ser de tanta gravedad, todavía lo son mucho más [siempre á juicio del Fiscal] las prestadas por personas de tanta significación en los actuales sucesos como José Reyes, Moisés Salvador, José Dizón, Pedro Serrano y Pío Valenzuela, que al dar cuenta del desarrollo y marcha de la insurrección hacen ver que la dirección suprema de la misma estuvo siempre vinculada en la persona del acusado [que en los cuatro últimos años rehusó, en absoluto, intervenir en política].

»Es preciso, pues, que D. José Rizal satisfaga á la Justicia el tributo de que la es deudor, como lo han hecho ya otros muchos desgraciados que á consecuencia de sus trabajos y predicaciones y con bastante menos responsabilidad que él, han tomado parte en esta rebelión [y se les ha fusilado á pesar de que no han hecho armas contra España].

»De dos delitos acusa el Fiscal al Sr. Rizal Mercado, perfectamente comprobados en esta causa. Es el primero el de haber fundado una Sociedad ilícita, que como la «Liga Filipina» tenía por único [!] objeto cometer el delito de rebelión. El segundo de los hechos punibles de que en concepto de este Ministerio aparece también responsable el procesado, es el de haber promovido, induciendo con los continuos trabajos que anteriormente se expresan en este dictamen, la actual rebelión.

»Estos delitos están respectivamente definidos y castigados en los artículos 188, núm. 2.º, en relación con el núm. 1.º del 189 y 230, en relación con el 229, núm. 1.º, del Código penal vigente en este Archipiélago, siendo el primero medio necesario para ejecutar el segundo, ya que sin la propaganda y bases establecidas por las Sociedades secretas, que como la «Liga Filipina» han funcionado en este territorio, no hubieran seguramente tenido lugar los sucesos que hoy se lamentan. Tiene en ambos delitos el acusado la participación de AUTOR, con la concurrencia de la circunstancia especial á que se refiere el artículo 11 de dicho Código, de ser el reo indígena, que en el caso presente y dada la naturaleza, alcance y transcendencia de los hechos perseguidos, es preciso apreciar como agravante.

»La pena establecida por la ley para los fundadores de Sociedades ilícitas, es la de prisión correccional en sus grados mínimo y medio y multa de 325 á 3.250 pesetas. La que señala al inductor ó promovedor de un delito de rebelión consumada[41], es la de cadena perpetua á muerte; pero, cuando como aquí ocurre, un delito es medio necesario para cometer el otro, entonces, con arreglo á lo prevenido en el art. 89, es preciso imponer la pena asignada al más grave, aplicándola en su grado máximo, debiendo por consiguiente castigarse el delito de rebelión con la pena de muerte.

»Reasumiendo (sic): 1.° Los hechos perseguidos constituyen los delitos de fundar Asociaciones ilícitas y de promover é inducir para ejecutar el de rebelión, siendo el primero medio necesario para ejecutar el segundo[42].

»2.º De ambos delitos aparece responsable, en concepto de autor, el procesado D. José Rizal.

»3.º En la ejecución de los mismos, es de apreciarse como agravante la circunstancia de ser el reo indígena, sin ninguna atenuante[43].

»En su consecuencia, pido en nombre de S. M. el Rey (q. D. g.) para D. José Rizal y Mercado Alonso la pena de muerte, como autor de los expresados delitos; que en el caso de indulto llevará consigo, de no remitirse especialmente, las accesorias de inhabilitación absoluta perpetua y sujeción de aquél á la vigilancia de la Autoridad por el tiempo de su vida, debiendo de satisfacer en concepto de indemnización la cantidad de veinte mil pesos; todo con arreglo á los artículos 11, 53, 63, 80, 89, 119, 188, núm. 2, 189, núm. 1, 229, número 1, 230 y demás de general aplicación del Código penal vigente en este Archipiélago.

»Vais á decidir, desempeñando la augusta misión de jueces, acerca de la futura suerte de D. José Rizal; pero tened presente en esos solemnes momentos que os piden justicia las muchas víctimas que con motivo del actual movimiento insurreccional, duermen el sueño eterno en esta tierra que siempre ha de ser española[44]; que asimismo os piden justicia esas esposas é hijas de pundonorosos oficiales villanamente ultrajadas por una muchedumbre desenfrenada y cruel; que os piden justicia millares de madres que con el llanto en los ojos y la angustia en el corazón siguen paso á paso las peripecias de esta campaña, pensando constantemente en sus hijos, que con la bravura propia del soldado español, luchan, sufriendo los rigores de un clima tropical y las asechanzas de una guerra traidora, por defender el honor y la integridad de la Patria, y por último, que os pide justicia el Fiscal, como representante de la Ley. —Manila, 21 de Diciembre de 1896. —Enrique de Alcocer y R. de Vaamonde

Rizal (el día en que se celebró el Consejo) oyó impávido la acusación; pero el último párrafo le inmutó. ¿Qué culpa tenía él de los rigores con que la guerra se hacía?

Por lo demás, y después de las breves notas con que hemos rebatido los principales conceptos del dictamen, sólo cabe añadir: ¡cuánto contribuyó este documento á que el odio de los filipinos á los españoles llegase al último extremo!…

Al día siguiente, 22 de Diciembre, la causa quedó en poder del defensor, D. Luis Taviel de Andrade, el cual se apresuró á estudiarla para emitir cuanto antes su dictamen. Rizal, estaba tan íntimamente persuadido de que no peligraba su vida, que ni aun después de conocer la acusación fiscal perdió un solo momento la serenidad. Su familia quería que el defensor se asesorase de un abogado. Es muy notable la siguiente esquela, á propósito del asunto[45]:

«Sr. D. Luis Taviel de Andrade.

»Mi muy estimado defensor: Es muy posible que mi Sra. hermana se presente en su casa de V. para hablarle de mi causa; y es muy posible también que en su ansia de verme libre, le pida á V. algo que le moleste; V. ya sabrá perdonar las impaciencias de las mujeres. Ella (que no le conoce á V. personalmente) me ha indicado la conveniencia de la consulta con un letrado de profesión. Yo, francamente, teniéndole á V., no lo deseo ni lo necesito: me fío más en la nobleza del defensor que en la habilidad práctica, y esta última yo creo que V. la debe tener bastante para mi pequeña causa. Además, V. está más enterado de ciertos asuntos que otro abogado con quien no he hablado. Sin embargo, como he puesto mi causa en sus manos de V., á su arbitrio me abandono. Disponga V. lo que quiera, admita consulta ó no, como V. mejor lo considere. Estoy satisfecho de mi elección.

»Me permito recordarle que he pedido careo delante de V., y el Juez instructor no ha accedido.

»Dispense el papel, pero no tengo otro.

»Me repito de V. atto. s. s. —q. b. s. m., J. Rizal.

»Diciembre 20 de 1896.»

¡Qué lejos estaba Rizal de la realidad! ¡Qué lejos de suponer que le condenarían á muerte! Él juzgaba mirándose á la conciencia, y ésta le decía que no merecía la última pena. —Hase ya insinuado el vivo interés que había, por parte de los españoles exaltados (casi todos los españoles), de causar á Rizal el mayor daño posible, sin duda porque entendían que de este modo se afianzaba la dominación de España en el Archipiélago: todavía aquel interés flotando en el ambiente de los particulares, habría sido tolerable, por razón del pánico que cundía; pero es lo cierto que aquel interés hállase también en el ambiente oficial, que no supo ó no pudo sustraerse á exteriorizar sus ansias de eliminar radicalmente al Procesado. Motu proprio, la Secretaría del Gobierno general redactó en un momento un informe acerca de cuanto sabia contra Rizal, y, al ponerlo en manos de Polavieja, propuso el informante que de dicho documento se remitiera copia «al Juzgado militar», á lo que Polavieja accedió inmediatamente; y el mamotreto burócrato, plagado de inexactitudes, se unió á la causa como un nuevo argumento Aquiles contra «el apóstol del filibusterismo». Hacemos gracia al lector de la copia íntegra del informe, por nadie pedido; baste decir que es un conjunto de vaguedades, afirmaciones gratuitas, juicios infundados, etc.; mas como la imparcialidad nos guía la pluma, amén de que es nuestro deber justificar cuanto decimos, transcribiremos y extractaremos á continuación lo esencial de dicho informe:

Comienza con una á manera de nota biográfica de Rizal, «mestizo chino»; dice que estudió Medicina, pero omite que estudiara la carrera de Filosofía y Letras; juzgase como antiespañol el libro Noli me tángere, que «nunca pudo impedirse que en mayor ó menor importancia circulara por estas islas… en sus ediciones tagala [que no se había hecho] y castellana»; no se precisa la fecha en que Rizal volvió a su país, y se da por seguro que salió al poco tiempo «porque á ello le obligó el general Terrero» [cuando es lo cierto que Rizal se fué porque se asfixiaba moralmente viviendo como vivía]; y… «de esta época arranca verdaderamente la importancia del Dr. Rizal como desafecto á España».

«Establecido en la Península (continúa el verídico informe) y residiendo tan pronto en Barcelona [donde no estuvo ni un día] como en Madrid [donde estuvo pocos meses], funda [no es exacto] el periódico separatista [ni un solo articulo existe que autorice á formular ese juicio] «La Solidaridad» [del que solo fué colaborador], donde en unión de los hermanos (sic) Luna Novicio, Marcelo Hilario del Pilar y de Graciano López Jaena, ya difuntos los dos últimos, vierten el virus [!] antipatriótico y antirreligioso que ha perturbado este país…

»Por esta época también reimprimió Rizal en Berlín [fué en París], y publicó con anotaciones, la Historia de Filipinas de D. Antonio de Morga. Trata de probar el iluso [!] Doctor filipino en sus citadas notas que en este su país existió antes de la dominación española una civilización moral y material tan adelantada, que sobre ella asentaron los españoles las bases de la que hoy existe… [teoría que indigna al informante].

»De esta perniciosa y falsa doctrina [que Rizal justifica con textos] constantemente propagada por Rizal, en todas sus obras [¡el colmo!] y escritos, y secundada [al revés] por Pedro Molo Paterno [que la sostuvo años antes que Rizal.], que se pasea libremente por Manila en la actualidad con el cargo de Director del Museo-Biblioteca [¿no es verdad que parece como que se pide también para Paterno otro proceso?] en su «Civilización Tagálog», se han deducido consecuencias tan falsas y tan funestas [¿por qué?] como las de que aquélla [civilización] subsiste, no por derecho de conquista, sino por virtud de «pactos y alianzas» concertadas entre nuestros antepasados y los reyezuelos de estas islas, y lo de que la reforma Municipal del Sr. Maura restablecía de lleno el antiguo Barangay Tagalo…

»Por último, manifiesta sus ideas separatistas [!] el Dr. Rizal en su última obra «El Filibusterismo», que dedica á los mártires de Cavite Padres Gómez, Burgos y Zamora, ajusticiados, por traidores á la Patria [!], en 1872, como principales promovedores de aquella rebelión.» [Nueva manifestación de la supina ignorancia oficial.]

¿Á qué seguir? ¿Se ve, ó no se ve, el propósito de dañar á Rizal? Pero se nos ocurre. ¿Es lícito decidir de la vida de un hombre acumulando sobre su cabeza fantasías, opiniones caprichosas, errores históricos, etc., etc.? El informe concluye:

«Del resumen de este expediente se adquiere el convencimiento moral [¡Ah! ¿Y basta el «convencimiento moral»?]:

»Primero: Que el Dr. Rizal, con la publicación de sus obras «Noli me tángere», «Anotaciones á la Historia de Filipinas de Morga» y «El Filibusterismo», y con una serie interminable [?] de folletos, proclamas é impresos de todo género contra la Religión, los Frailes y las Autoridades españolas [menos mal que no dice contra España], viene inculcando en el pueblo filipino la idea ostensible de expulsar á las órdenes religiosas, como medio más o menos oculto [?] de obtener la independencia de este territorio. [No eran entonces pocos los peninsulares partidarios de la expulsión de los frailes (que nunca pidió en absoluto Rizal), por considerarles el mayor daño para la prosperidad de España en Filipinas.]

»Segundo: Que se adquiere también el convencimiento moral [solamente moral] de que el objeto de que el inopinado viaje de Rizal á Manila, después de algunos años de voluntaria expatriación, no fué otro que el de infundir alientos á sus adictos, para que, perseverando en sus ideas, prosiguieran afanosos los trabajos subversivos y de constitución de logias masónicas, como centros de propaganda y recaudación de fondos, y el más ostensible de allegar recursos y reclutar gentes para establecer en Borneo una peregrina (sic) Colonia tagala modelo, inclinando hacia dicha isla una corriente de emigración filipina, que de realizarse hubiera resultado funesta en todos conceptos á los intereses de este país. [¡Pues si Rizal se llevaba sus amigos á Borneo, quiénes en Filipinas iban á hacer la Revolución?]

»Tercero: Que para la propaganda de las doctrinas de Rizal y para la dirección de los trabajos derivados de ella, existían establecidos y reglamentados tres Centros principales situados en Madrid, Hong-Kong y Manila. [El de Madrid, dirigido por M. H. del Pilar, disidente de Rizal; el de Hong-Kong, dirigido por J. Bassa, desde mucho antes de que Rizal se dedicase á propagandista; y los de Manila… ¡dependientes de los de Madrid y Hong-Kong!]

»En otro expediente reservado que obra en esta Secretaría, acerca de los trabajos masónicos y antipatrióticos que en 1895 se llevaban á cabo en la provincia de Batangas, consta también que Rizal era considerado [¿y qué culpa tenía él?] como jefe del movimiento ya descaradamente separatista de aquella provincia; que su retrato se repartía y enseñaba como el de un libertador de la raza filipina [que vivía hecho un burgués pacífico en Mindanao], mártir del despotismo español [gran verdad, en efecto], y que se mandaban fondos para facilitarle la fuga de Dapitan [y él, sin embargo, no quiso nunca fugarse], con el objeto de que dirigiese más fácilmente desde el extranjero el movimiento armado que ya entonces se tramaba [y, efectivamente, solicitó y obtuvo ir á Cuba, como médico del Ejército español]; y estos hechos se comprueban en este caso [ya lo estamos viendo], no con noticias reservadas de autoridades ó agentes del Gobierno, como en el primer expediente, sino con declaraciones espontáneas de honrados y leales habitantes de Filipinas. [Sobre todo, leales.]

»Esto es lo único [¡hermosa declaración!] que resulta, Excelentísimo señor, de los expedientes reservados que obran en esta Secretaría, y tampoco podía esperarse otra cosa, dada la índole y procedimientos puramente preventivos del Gobierno que los inspiraron, bien distintos por cierto, pero no menos importantes, que los que se emplean en los tribunales ordinarios ó de jurisdicciones especiales; pero de todos modos, en ellos se adquiere el convencimiento moral [¡siempre moral!] de la inmensa responsabilidad del Dr. Rizal, y en ellos se encuentra retratado el que no duda esta Secretaría en designar como gran agitador de Filipinas, que no sólo se cree él mismo [?] el llamado á ser un instrumento de una especie de redención de su raza, sino que las masas indígenas le suponen algo así como un sér superior que ha de eximirse de todo castigo que le impida continuar cumpliendo su misión providencial. [¡Duro, pues, en él!]

»Por estas razones, la Secretaría tiene el honor de proponer á V. E. que se remita al Juzgado militar una copia autorizada del presente informe, con tanto más motivo, cuanto que en él se han condensado y reunido no sólo los datos que arrojan los expedientes que existen [anteriores al día 7 de Julio de 1892], sino que se ha encabezado con todas aquellas noticias que se saben positivamente, y que de todos modos podrían comprobarse, si fuera necesario, con los datos que deben existir en las oficinas del 20.º tercio de la Guardia civil.

»Sin embargo, V. E. resolverá. —Manila 22 de Diciembre de 1896.»

El Gobernador general, Polavieja, decretó en el acto de conformidad, y una copia del informe pasó al Juzgado instructor. Nótese que no se dice una sola palabra de la conducta observada por Rizal durante los cuatro años de su deportación en Mindanao, conducta «ejemplar», según declaró Blanco al Ministro de la Guerra; que se omite el rasgo de Rizal pidiendo ir á Cuba como voluntario…

El día 24, puesto que estaba ya todo listo, el Juez extendió una diligencia solicitando que se formase Consejo de guerra ordinario de plaza, y el mismo día quedó nombrado el Consejo por el Gobernador militar de Manila, y al siguiente, 25, diósele cuenta al Procesado de quiénes lo componían, por si tenía que oponer algún impedimento, que, naturalmente, no opuso. —Sin duda para consultarle sobre las adiciones á la defensa, Rizal llamó á su defensor. (Véase el autógrafo.)

  1. Los verdaderos adeptos de Rizal eran los enemigos de la Revolución. Si está probado, hasta la saciedad, que Rizal la condenaba, mal podían ser adeptos suyos los que se habían lanzado al campo en actitud rebelde. —Como el prestigio de Rizal era tanto, buen cuidado tuvieron los principales hombres del Katipunan de afirmar que Rizal santificaba la Revolución. ¿Y qué culpa tenía Rizal de esas mentiras? La que tuvo de que en el local de las juntas katipunescas figurase su retrato. —Es como si se quisiera fusilar á Tolstoi porque entre los revolucionarios rusos se cuenten por millares los que le hayan leído, y veneren el retrato del escritor insigne. El caso es idéntico, puesto que Rizal no pasó de teorizante, con la particularidad de que desde 1892 á 1896 ni siquiera fué teorizante, sino pasivo, y á lo último un antirrevolucionario tenaz.
  2. En la conferencia que el 21 de Noviembre de 1905, entre 7 y 8 de la noche, celebré con el general Blanco en su casa de Madrid, el ex Gobernador de Filipinas no sólo me declaró reiteradamente que él no hubiera decretado la sentencia de muerte de Rizal, sino que me rogaba con todo interés que así lo hiciera público en mi trabajo.
  3. Llevado de mi buena fe y de un mal entendido patriotismo, yo fuí uno de los que tuvieron la debilidad de acoger como ciertas las acusaciones lanzadas por los frailes contra Zóbel, contra Icaza, contra don Pedro Roxas y algún otro; pero también tuve el valor, como Diputado á Cortes que era entonces, de rectificar en el Congreso (sesión del 1.º de Junio de 1897) y poner las cosas en su punto, aprovechando el discurso que en dicha Cámara pronunció D. Francisco Romero y Robledo en defensa del Sr. Roxas. Aquel mi rasgo de honradez profesional, ya que al hablar lo hice considerándome aludido como periodista, valióme la censura de algunos rotativos madrileños, pero también el aplauso de los justos. Yo di esa satisfacción á mi conciencia, sin otro estímulo que el amor á la verdad. Y a partir de entonces perdí considerablemente á los ojos de los frailes. —D. Jacobo Zóbel, Académico electo de la Real de la Historia, fué en dicho Centro solemnemente vindicado por boca del insigne Cánovas; y en cuanto á Icaza, nadie pone en duda que siempre se condujo como un español dignísimo. —Roxas no se conformó con las manifestaciones que en su obsequio hiciéronse en el Congreso (sesión citada del 1.º de Junio de 1897); solicitó de los Tribunales de Justicia de Filipinas su rehabilitación, y la obtuvo en toda regla. —Véase el folleto Resoluciones recaídas en la causa que por rebelión y asociaciones ilícitas se formó contra D. Pedro P. Roxas, con motivo de la insurrección de Agosto de 1896. Manila, Imp. Partier, 1898.
  4. «La tesis separatista ha sido objeto de la separación del Tribunal Supremo, separándose del criterio fiscal, que consideró en todo caso punible su enunciación en Cuba.
    »La causa que dió margen á esta cuestión jurídica es la que en la Habana se formó contra D. Juan Gualberto Gómez, por haber publicado en cierto periódico de la localidad un artículo en sentido separatista.
    »Elevado el proceso al Supremo, en virtud de requerimiento de casación patrocinado por el Sr. Labra, se habló de él en el Congreso y se suscitó un vivo y apasionado debate entre el Sr. Romero Robledo y el señor Labra, sosteniendo éste no ser constitutiva de delito la mera enunciación de una tesis separatista, máxime cuando se propone á los poderes constituidos como una solución política.
    »Todavía resuenan en nuestros oídos los gritos de protesta, las imprecaciones de la irreflexión con que en el templo de las leyes fueron acogidas las palabras del Sr. Labra, que hubo de negar competencia á sus contradictores para tratar de dicho asunto. —El Tribunal Supremo resolvió el asunto consignando el siguiente criterio:
    «Considerando que si dentro del derecho constituido puede ser legal la defensa de las ideas separatistas, no así la excitación á su realización, cuando la excitación no es dirigida a los poderes que pudieran decretarla, á un partido ó masas más ó menos alejadas del mismo de quienes únicamente se espera la llamada por el articulista solución para todos, pues en tal caso semejante excitación constituye una verdadera provocación á la rebelión, siendo como es ésta el único medio de intentar dicha solución en la acción de aquellos poderes.» —La Solidaridad, núm. 69: Madrid, 15 Diciembre 1891.
  5. Hablaba el Sr. Maura, como ministro de Ultramar, en una de las sesiones que celebró el Congreso de los Diputados en la primera quincena de Julio de 1893; trataba de la reforma por la cual se establecía que en Cuba no hubiera más que una Diputación provincial, y el orador asentó que debía respetarse la opinión de la mayoría, ya fuese ésta de los de Unión constitucional, ya fuese de autonomistas…
    Y de separatistas?, interrumpióle el Sr. Romero Robledo.
    ¡Y de separatistas!, proclamé, con admirable gallardía, el Sr. Maura.
  6. Si el que quiera estudiar los orígenes, causas y desarrollo de la Revolución filipina no cuenta con más fuente de información que el proceso instruido contra Rizal, ¡se luce!
  7. A medias: porque en tres centurias corridas hemos extendido el castellano mucho menos que en ocho años han extendido los yanquis el inglés. Habla en Manila una Universidad; pero, regida por frailes, tenía que prevalecer en toda enseñanza la ortodoxia más acentuada. Para que los tesoros de cultura hubieran sido inmensos, lo primero que debió implantarse fué la libertad de Imprenta. De cada cien libros que en Filipinas circulaban libremente, noventa eran de propaganda religiosa. Sobre este particular preparo una monografía deducida de las actas originales de la Junta de Censura de Manila (años 1866-1875), que posee el periodista madrileño D. C. Román Salamero. En el orden social, el tesoro consabido lo repartían los frailes llenando de groserias á los filipinos ilustrados.
  8. Prosperidad que sólo los frailes han traducido en los millones que han llegado á valerles sus haciendas. Y en la línea de lo moral, ¿qué prosperidad podría haber en un país donde bastaba tener la más vaga aspiración de dignidad para ser deportado á Mindanao, á Joló ó á Marianas? ¿Podía ser próspero un país donde sus habitantes, para ser enteramente felices, necesitaban vivir esclavizados al fraile?"
  9. Recordando cómo en España se han conquistado las libertades: por medio de revoluciones, que en Filipinas estaban más justificadas aún, por lo mismo que era ilegal la propaganda de las ideas liberales.
  10. Contra los frailes y contra todo lo que provenía de la opresión de la Madre patria; lo cual no es lo mismo.
  11. Al general Ortega, cuando aprovechó que nuestras tropas se hallaban en África, nadie le llamó traidor á la Madre patria; lo seria á la bandera jurada. Con el criterio del Sr. Alcocer, casi todos los militares españoles que se han sublevado han debido de obrar traidoramente.
  12. Filipinos que en Mindanao derramaban su sangre por asegurar la soberanía española en aquella isla. Para eso nos servían principalmente los filipinos, para llevarlos al matadero, de un modo o de otro.
  13. Retórica chauvinista extremadamente cursi, y que denota un absoluto desconocimiento de la Historia. España perdió sus dominios de Flandes, Italia y Portugal; perdió después todo lo que poseía en el Continente americano… y ¡ay! antes de los dos años de escritas las palabras subrayadas, ¡España perdió las islas de Cuba y de Puerto Rico y las propias Filipinas! —Por lo que á Filipinas respecta, el Sr. Alcocer ignora que no fueron conquistadas con arrojo ni con intrepidez: fueron ganadas por medio de la persuasión y de pactos con los régulos indígenas, sin que apenas so derramara la sangre. El General en jefe de la conquista llamóse Miguel López de Legazpi; un bondadoso y viejo escribano que en los días de su vida desenvainó la «tizona».
  14. Debíalo á su inteligencia y á su amor al estudio. Nadie es responsable del lugar en que nace. Por lo demás, si es cierto que Rizal aprendió mucho en Filipinas y en España, aprendió mucho también en Francia, en Alemania, en Inglaterra, en Bélgica, etc.
  15. Y la de Filosofía y Letras, con casi todas las notas de sobresaliente y más de un premio de honor, en reñida oposición con los estudiantes españoles. Esto, como tantas otras cosas esenciales, lo ignoraba el Sr. Alcocer; el cual, sin embargo, no vacila en afirmar, algo más adelante, que había hecho «un estudio detenido (¡no digo nada si llega á hacerlo á la ligera!) de la persona de Rizal».
  16. Movimiento en el que Rizal no tuvo la menor parte; lo condenó antes de que se iniciara, y, ya iniciado, continuó condenándolo.
  17. Si el Sr. Alcocer, que vive, lee el presente trabajo, convenceráse de que no fué tan detenido el estudio que hizo de la persona de Rizal. ¡Ojalá lo hubiera hecho!
  18. El colmo de la acusación! Nadie ha podido presentar una prueba, ¡una sola!, de que Rizal hiciese el menor trabajo politico desde el 7 de Julio de 1892 hasta el día en que le acusaba el Sr. Fiscal.
  19. Que en el fondo del alma de Rizal hubiera una aspiración á la Independencia, aspiración que, sobre ser propia de todo colono, derivábase de su odio al régimen frailesco (la peor de las tiranías) que regia en su país, nadie debe dudarlo. Pero el acariciar ese ideal, ¿merece la última pena? En la Historia de España, que los filipinos aprendían, las páginas más gloriosas son aquellas en que se ve á los españoles luchar por su independencia: y Covadonga evoca una epopeya, y Granada otra, y otra Gerona, y otra Zaragoza… ¿Y por qué los filipinos no habían de, por lo menos, acariciar aspiraciones semejantes? ¿No tenían el ejemplo en la propia historia de la Madre patria? Por lo demás, Rizal había aprendido, en España precisamente, el aforismo de que las libertades no se mendigan, se conquistan, si es preciso con las armas en la mano; ¡y él quería conquistarlas con la instrucción, con la cultura social, con el fomento de los intereses materiales!… Tales fueron las armas que empleó hasta Julio de 1892; porque después no empleó ninguna. Rizal, el perpetuo agitador, era el sér más pacífico de la tierra.
  20. Queda reproducida (página 32). Enderezada á infundir alientos de dignidad á la juventud filipina. El Jurado que premió esa oda estaba compuesto íntegramente por españoles de pura raza.
  21. Hacemos el favor al Sr. Alcocer de creer que no ha leído Noli me tangere. En primer lugar, para Rizal ¿cuál era la Patria? —No podía ser otra que Filipinas, para quien no hay odio, sino amor, en la novela; la cual queda suficientemente juzgada en este estudio, y, por lo tanto, consideramos ocioso calificar el juicio del Fiscal. Noli me tángere ha sido reimpresa, dos veces, en España, por editores españoles; en España se ha leído por millares de personas, y esta es la fecha en que no sabemos que haya escandalizado lo que La Débâcle, de Zola, escandalizó á los franceses cacoquimios. Rizal fué respecto del problema político de su país lo que Zola respecto del chauvinismo antidreyfusista francés.
  22. No es así. Invitamos al lector á que repase el amplio extracto que de Noli me tángere hemos dado en el presente estudio. Sin contar con que no es lícito, en buena critica, atribuir al Autor, como propias, las ideas que pone en boca de todos sus personajes. Yo, novelista, hago hablar á un anarquista: ¿y por eso he de serlo yo? Contra las audacias de juicio y de expresión de Elias, están las frases sensatas y conciliadoras de Ibarra, héroe principal del Noli me tángere, que sustenta precisamente las teorías político-morales que sustentaba Rizal.
  23. El Fiscal no conocía la novela; pero lo peor es que hable de curas que tomaron parte en la insurrección de Cavite de 1872, lo cual supone un desconocimiento absoluto de la historia moderna de Filipinas
  24. ¡Estupendo! El gran delito de aquellos tres sacerdotes consistió en que no eran partidarios de que los frailes detentaran las mejores parroquias de Filipinas, que les producian el oro á manos llenas.
  25. Sólo se hallaron algunas hojas volantes contra los frailes (no separatistas, sino contra los abusos de los frailes), y éstas dentro de un lío del equipaje de la hermana de Rizal. ¡Y tal hallazgo, sobre el que queda dicho lo suficiente, valióle la deportación! —V. págs. 258-262.
  26. El Fiscal desconocía por completo la psicología de Rizal, sus antecedentes, su vida y sus escritos. Nada dice de lo que influyó en su ánimo el problema político de Calamba; omite las inicuas vejaciones que sufrieron sus padres hermanos, que tanto exasperaron al Doctor… En cambio, no alude á la ejemplarísima conducta observada por el procesado durante los cuatro años de su deportación. Eso del eterno odio contra España, ¿cómo se compagina con la solicitud de ir á Cuba á servir en el Ejército español? ¿Cómo se compagina con lo que de él dicen los Sres. Taviel de Andrade (D. José), Carnicero, Sitges, Utor, etc.?
  27. ¿En qué quedamos? Acaba de decirnos el Fiscal que España había derramado inmensos tesoros de cultura sobre Filipinas. Por lo demás, España no era ningún país inferior en el siglo XIX, y es lo cierto que sus principales hombres, hasta lograr las conquistas de la Libertad, actuaron de masones: desde Prim y Topete, hasta Sagasta y Becerra; todos ellos glorificados por la España liberal.
  28. El Fiscal confunde lastimosamente la Masonería (en la que no había incisión) con el Katipunan (en el cual la había). —Basta esto para que todo cuanto dice acerca del particular carezca de verdadero valor.
  29. Nótese la pintura oficial del indio, del hombre-cosa. ¿Cómo no había de haber filibusterismo, dado que consistiese éste en renegar de esa literatura oficial que convertía al indígena en un ser inferior, en perpetuo infantilismo, con una inconsciencia propia del semi-idiota? —Piense el Sr. Alcocer que los que cómo él discurrían eran los que hacían los filibusteros, comenzando por los frailes, de quien el Fiscal parece discípulo predilecto. Filipinos puros escriben hoy en su país no pocos periódicos, y ya quisieran muchos españoles que se llaman letrados escribir y discurrir como lo hacen esos indios, objeto del menosprecio del Fiscal!
  30. Ni funestos ni no funestos. La Liga fundada por Rizal no duró casi nada. Era ajena á la Masonería, y contó con muy pocos individuos. Es verdad que al año, próximamente, de muerta, renació, á espaldas de Rizal; pero tuvo vida lánguida, y sus fines no eran separatistas, sino reformistas. —Está sobradamente demostrado.
  31. La Asociación dirigida por Rizal en Madrid duró muy poco, porque la ahogó en flor Marcelo del Pilar. No tenía otro objeto que el de repartir premios entre los filipinos que concurriendo á certámenes acreditasen mayor amor al estudio ó hiciesen trabajos literarios ó científicos dignos de una recompensa. Lea el Sr. Alcocer La Solidaridad, de la que no conoce un solo número, y se convencerá. Por lo demás, Rizal fué tan ajeno á la Masonería de su país, que en el balaustre que hemos reproducido (pág. 356) hállase la prueba concluyente de que el reorganizador de las logias nacionalistas lo fué Panday Pira (Pedro Serrano), como éste mismo dice bajo su firma en ese balaustre, carta ó como se llame.
  32. El levantamiento lo verificó exclusivamente el Katipunan, que no tenía armas ni dinero. Luego… ¿qué relación hay entre la «Liga» de Rizal, que duró algunos meses, con el Katipunan de 1892-1896?
  33. Recuérdese cómo explicó Rizal estos conceptos, ajustándose, por cierto, á la exactitud de los hechos. —Véase la pág. 364.
  34. Confúndese aquí la Liga con el Katipunan, que no es poco confundir para los efectos de un dictamen.
  35. El Fiscal sigue confundiendo lamentablemente la Liga con el Katipunan. Rizal no estuvo al frente de la Liga ni una hora. La Liga murió en Septiembre de 1892; renació en 1893, y deslizóse, con vida lánguida, á espaldas de Rizal, deportado en Mindanao. La extensión de la Liga fué relativamente limitada, por cuanto sólo formaban parte de ella filipinos burgueses. En la mayor parte de las provincias no tuvo un solo miembro. Lo que existe hoy con el título de Comités de Intereses filipinos viene á ser lo que la Liga era: no hay más sino que los americanos consienten esa Asociación, que todos los días pone anuncios en los periódicos y se desarrolla con la mayor tranquilidad. Si nuestro Gobierno hubiera procedido como procede el Americano, que consiente la libertad de Imprenta, la de Asociación, la religiosa, etc., la Liga hubiera vivido á la luz del día sin causar daño á España, del propio modo que vive actualmente, aunque con distinto nombre, sin que por ello se alarmen los yanquis.
  36. Sigue la acusación extremando la hipérbole. Con Rizal sólo habló de revolución una persona, un modestísimo médico, D. Pío Valenzuela: y harto sabido es cómo Rizal le recibió, y lo que le dijo.
  37. ¿Dormidos los sentimientos del Katipunan? Despiertos y muy despiertos, y precisamente Rizal, con sus palabras, no persiguió otra cosa que adormecerlos, infundiéndoles, por vía de consolación, esperanza en el porvenir, no para separarse de España, que es lo que no les cabe en la cabeza á ciertos críticos, sino para el logro de las reformas que el país anhelaba, para sacudirse el yugo frailesco que le oprimía.
  38. ¿Cuáles? ¿Por ventura no redactó un manifiesto en el que exponía la esencia de su pensamiento? Y qué pasó? Que no salió á luz porque el dictamen del Auditor general vino á decir en plata que era un documento audaz, filibustero. Es que el Teniente auditor quiere llamar cobarde á Rizal? ¡También se lo llamó Bonifacio! Son los dos únicos votos que conocemos en pro de la cobardía de Rizal.
  39. Algo dio á entender sobre el particular en Dapitan. Pero Rizal no podía ser delator, por razones que lo honraban. —V. la pág. 343.
  40. Esto sólo podía hacerlo oportunamente, y lo hizo. Sólo que su manifiesto no gustó al Auditor general, D. Nicolás de la Peña.
  41. Y henos aquí á muchos que opinamos que Rizal no fué inductor ni menos promovedor de la insurrección, que el Fiscal reconoce que Rizal rechazó de plano: luego, ¿cómo pudo ser reo de ese delito?
  42. Es decir: hubo insurrección, porque hubo «Liga Filipina.» —Con los respetos debidos al Fiscal, dirémosle que hubo insurrección porque hubo Katipunan, que fué el que la ejecutó. Mas siendo así que el Katipunan no tuvo nada que ver con la Liga, y con la Liga fundada por Rizal (que apenas duró tres meses) mucho menos, todo el argumento de la acusación queda destruido.
  43. Ni siquiera la de que Rizal y cuantos sentían el hervor de la dignidad, obrasen, al asociarse ilícitamente, en defensa propia: ¡mejor habría sido que se hubieran conformado con el régimen que gozaban!
  44. Dejó de serlo, moralmente, el mismo día en que Rizal, fué fusilado; y en absoluto, á fines de 1898. —¡Á cuántas equivocaciones arrastra la retórica, Sr. Alcocer!
  45. Poseo el original, escrito con lápiz en la parte interior de un sobre previamente rasgado por los lados.