Los miserables (Labaila tr.)/II.3.10
Jean Valjean no había muerto.
Al caer al mar, o más bien al arrojarse a él, estaba como se ha visto sin cadena ni grillos. Nadó entre dos aguas hasta llegar a un buque anclado, al cual había amarrada una barca, y halló medio de ocultarse en esta embarcación hasta que vino la noche. Entonces se echó a nadar de nuevo, y llegó a tierra a poca distancia del cabo Brun. Allí, como no era dinero lo que le faltaba, pudo comprarse ropa en una tenducha especializada en vestir a reos evadidos. Después Jean Valjean, como todos esos tristes fugitivos que tratan de despistar a la policía, siguió un itinerario oscuro y ondulante.
Estuvo en los Altos Alpes, luego en los Pirineos y después en diversos lugares. Por fin llegó a París, y lo acabamos de ver en Montfermeil.
Lo primero que hizo al llegar a París fue comprar vestidos de luto para una niña de siete a ocho años, y luego buscó donde vivir. Hecho esto, fue a Montfermeil. Recordemos que durante su primera evasión hizo también un viaje misterioso por esos alrededores. Se le creía muerto, circunstancia que espesaba en cierto modo la sombra que lo envolvía. En París llegó a sus manos uno de los periódicos que consignaban el hecho, con lo cual se sintió más tranquilo y casi en paz como si hubiese muerto realmente.
La noche misma del día en que sacó a Cosette de las garras de los Thenardier, volvió a París con la niña.
El día había sido extraño y de muchas emociones para Cosette; habían comido detrás de los matorrales pan y queso comprados en bodegones alejados de los caminos; habían cambiado de carruaje muchas veces, y recorrido varios trozos de camino a pie. No se quejaba, pero estaba cansada, y entonces Jean Valjean la tomó en brazos; Cosette, sin soltar a Catalina, apoyó su cabeza sobre el hombro de Jean Valjean, y se durmió.