Los miserables (Labaila tr.)/V.5.2
Cosette irradiaba hermosura y amor. Los hermosos cabellos de Marius estaban lustrosos y perfumados; pero se entreveían acá y allá las cicatrices de la barricada.
Todos los tormentos pasados se convertían para ellos en goces. Les parecía que los disgustos, los insomnios, las lágrimas, las angustias, los terrores, la desesperación, al transformarse en caricias y rayos de luz hacían aún más agradable el momento que se aproximaba. ¡Qué bueno es haber sufrido! Sin las desgracias anteriores fuera menos grande ahora su felicidad.
Cosette no había mostrado nunca más cariño a Jean Valjean; exhalaba el amor y la bondad como un perfume. Es propio de las personas felices desear que las demás también lo sean. Buscaba para hablarle las inflexiones de voz del tiempo en que era niña, y lo acariciaba con su sonrisa.
- ¿Estáis contento, padre?
- Sí.
- Entonces, reíos.
Jean Valjean se sonrió.
Antes de pasar al comedor donde se había preparado un banquete, el señor Gillenormand buscó a Jean Valjean.
- ¿Sabes dónde está el señor Faucheleventi?- preguntó a Vasco.
- Señor, precisamente acaba de salir, y me encargó decirle que le dolía mucho la mano, lo cual le impedía comer con el señor barón y la señora baronesa. Que rogaba lo dispensaran, y que vendría mañana a primera hora.
Aquel sillón vacío entibió un instante la euforia del banquete nupcial, pero el señor Gillenormand ocupó al lado de Cosette el sitio destinado a Jean Valjean y las cosas se arreglaron. Cosette, al principio triste por la ausencia de su padre, acabó recuperando su alegría. Teniendo a Marius, Cosette no hubiera echado de menos ni al mismo Dios. Al cabo de cinco minutos, la risa y el júbilo reinaban de un extremo al otro de la mesa.