Los miserables (Labaila tr.)/III.8.3
Hacía cinco años que Marius vivía en la pobreza, en la desnudez, en la indigencia; pero entonces advirtió que aún no había conocido la verdadera miseria. La verdadera miseria era la que acababa de pasar ante sus ojos.
Marius hasta casi se acusó de los sueños de delirio y pasión que le habían impedido hasta aquel día dirigir una mirada a sus vecinos. Todos los días, a cada instante, a través de la pared, les oía andar, ir, venir, hablar, y no los escuchaba. Sentía que esas criaturas humanas, sus hermanos en Jesucristo, agonizaban inútilmente a su lado sin que él hiciera nada por ellos. Parecían, sin duda, muy depravados, muy corrompidos, muy envilecidos, hasta muy odiosos; pero son escasos los que han caído y no se han degradado. Además, ¿no es cuando la caída es más profunda que la caridad debe ser mayor?
Sin saber casi lo que hacía, examinaba la pared; de pronto se levantó: acababa de observar hacia lo alto, cerca del techo, un agujero triangular, resultado de tres listones que dejaban un hueco entre sí. Faltaba la mezcla que debía llenar aquel hueco, y subiendo sobre la cómoda, se podía ver por aquel agujero la buhardilla de los Jondrette. La conmiseración debe tener también su curiosidad. Aquel agujero formaba una especie de trampilla. Permitido es mirar el infortunio para socorrerlo.
- Veamos, pues, lo que son esa gente -se dijo Marius-, y lo que hacen.
Escaló la cómoda, y miró.