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Historia general de la medicina en Chile/Capítulo I

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A
CARACTERES RELIGIOSOS, SUPERSTICIONES Y SUPERCHERIAS DE LA MEDICINA INDIGENA

CAPÍTULO I.

La Medicina India
SUMARIO.-§ I. Semejanza de costumbres médicas en todas las razas infíjenas.-§ II. El daño como causa de las enfermedades. Explicaciones de esta práctica. Consecuencias absurdas y criminales á que da lugar. Modo de descubrir á los que suponen causantes del daño. La muerte por vocado.- §III. Medios curativos ejercidos por los machis, o médicos araucanos, y las diversas clases de mistificadores.Los machitunes. Hermosas descripciones de Pineda Bascuñán, y Carvallo Goyeneche.- §IV. Los adivinos ó llihuas, dunguves ó dugules, huecubuyes, ambicamayos, hueyes y otras castas de hechiceros.

§ I.

Todas las tribus primitivas, sin distinción de razas, han tenido sus prácticas médicas mezcladas con las más groseras especulaciones y extravagantes misticismos.

Los historiadores de todas las naciones están de acuerdo al consignar estos hechos, sin otras variantes que las propias al estado de barbarie ó de la relativa civilización de los pueblos primarios.

Los hechiceros y los machis, ó sean los mistificadores y médicos de los araucanos, cuyas personas eran sagradas y sus palabras un oráculo, han constituido las dos principales castas de privilegiados que durante tantos siglos han dominado con sus prácticas misteriosas,y que aun siguen, aunque en reducida esfera de acción, ejerciendo su influencia en los últimos reductos que conserva, en las fronteras del sur, nuestra primitiva raza. La influencia de los hechiceros y médicos indígenas, y sus perversas y escandalosas costumbres; al lado de algunos usos higiénicos ó de verdadero valor médico que sabian emplear, tienen análoga historia en todo el continente americano, desde los araucanos hasta loa algonquines del norte [1].

Estas prácticas unviersales conservadas por el fanatismo y la ignorancia al través de las jeneraciones, son fomentadas por los mismos interesados, por los mistificadores que así hacen creer á las masas, según dice Réville[2], «que ellos son los hombres excepcionales que mantienen relaciones personales é intimas con los espíritus, que están poseídos por ellos, que se consideran sus instrumentos voluntarios ó involuntarios, á veces dirigidos por ellos, ó dirigiéndoles á su vez, médicos en las enfermedades, encantadores de amuletos, adivinos del porvenir, reveladores de los secretos, denunciadores de los culpables, autores de la lluvia y del buen tiempo, siendo alternativamente, sacerdotes, médicos, sabios, profetas, artistas y poetas».

Todos los indios han profesado respeto por estas castas, salvo raras excepciones, como por ejemplo, entre los chiquitos y yuracarés que les profesaban odio y hasta atentaban contra sus vidas, cuando podían quedar impunes.

El ceremonial de sus actuaciones es más ó menos análogo entre los indios del continente.

Entre los imbocobis, tobas, puelches, payaguas y demás tribus de allende los Andes, el médico visitaba á sus enfermos adornado de una gran corbata de estopa que le llegaba á la cintura, y provisto de una pipa de greda y varias calabazas, que le servían para echar el humo de las pipas, al son de ruidos descompasados hechos con la boca y los pies y saltos agitados al rededor del lecho del enfermo que yacía de espaldas con la boca al cielo, esperando que se ahuyentase el mal.

Los indios dacotas agregaban á estas ceremonias largos cánticos de acento lúgubre que, para ellos, servían de base principal en su curaciones.

Otros indios como los timbúes, caracaes, guaycurúes, poyas, albayos, guaraníes, moxos, caywavas, husones, cricks, etc., etc., han efectuado estos extraños simbolismos, con extravagancias y ridiculeces de detalle que no alteran la fisionomia general del sistema que expondremos, más detalladamente, á continuación, al tratar de las prácticas araucanas. Sin embargo, hay que hacer una excepción de los indios mexicanos, donde el sistema sobrenatural no desempeñó tan primordial papel, debido á la influencia general de su mayor adelanto y de sus médicos que poseian mejores conocimientos, como sucedía también entre los tahuantisuyus que dominaron el norte de la América Meridional, y que bajaron al Perú, originando el período incásico, que tanto como el azteca, primaron en aquella época sobre las tribus de este continente. [3]

§ II.

El irum, el daño, el mal impuesto, es para los araucanos la causa principal de sus desgracias y dolencias.

He presenciado á orillas del Tubul, río que corre al sur de Arauco, la ahuyentación del daño hecho por una vieja machi, de fama en aquella comarca. Dicha vieja, envuelta en un largo retazo de género negro llamado chamal, que la cubría desde debajo de los brazos hasta los pies, sujeto por un nudo en el hombro derecho y por una faja ó cinturón —el trarihue,—lelvando sobre las espaldas un chal ó mantilla sujeta en el cuello y que la dejaba libre y desnudos sus brazos leñosos de color de greda, adornados con una cinta de plata, á modo de pulsera, y ostentando todavía un collar de piedrecillas y conchas marinas, y otra de estas fLajas en la frente medio oculta por el trarilonco, ó sea un pañuelo de color atado en la cabeza, que la daba el aspecto de una bruja, estaba en una pequeña ruca, haciendo muecas, contorsiones y sahumerios con una rama seca y encendida de boyne—el canelo,—arbol sagrado de los araucanos [4] como término de una larga ceremonia que había ejecutado para espantar el huecubu, —espíritu maligno que provoca ó permite enfermedades,—y acabar con el iwum del desgraciado enfermo.

Esta machi, que fué después secuestrada por orden judicial, originó varios proceso á causa de las incitaciones al crimen que sugería á ignorantes indios que así creían verse libres del mal impuesto provocado por enemigos que adivinaba la vieja bruja, iniciando con esta superchería una rueda de venganzas y de torpes engaños.

La terapéutica del daño, en todas las épocas y casos, se ha basado, según sea la calidad del paciente, y la perspectiva de comodidades, alimentación y propinas que entrevea el husmeador machi en la choza de su cliente.

En cuanto á la forma que ha inventado la malvada comedia indígena para imponer el daño, tramítase del siguiente modo:

«Figuraos una mujer ignorante que tiene odio profundo á cualquier persona, que busca el medio de hacerle algún mal, y que personifica el objeto de su odio en un animal ó en un objeto inanimado, á veces en una muñeca hecha por ella misma; figuraos que esta mujer cree firmemente que el mal que haga á esta personificación de su odio, redundará en perjuicio de la persona odiada, y en fin, figuraos que, con esta conciencia del poder de su voluntad, esta mujer pincha ó hiere al objeto vivo o inanimado que representa la persona oidiada, y tendréis esta tramitación, medio grotesca y medio mística, el procedimiento empleado por los que hacen el daño. [5]

Acostumbran también colocar dichas muñecas entre las almohadas y las ropas de la cama de la persona que han elegido por víctima, préviamente herida, maltratada ó claveteada de espinas en tal ó cual órgano ó miembro que correponda al que eligieron para la imposición del mal.

Las variaciones de estos procedimientos son infinitos, pero siempre ejecutan un hecho material pŕevio, para que produzca el efecto en la persona que es objeto de la venganza.

Las consecuencias de estos actos han sido funestas entre los araucanos. En las provincias del sur existen numerosos expedientes judiciales motivados por los crímenes que, inconsciente ó deliberadamente, han cometido los naturales á causa de habérseles sugerido, por ejemplo, que sus desgracias ó enfermedades no terminarían sin haber provocado otro daño, cuando no herir ó envenenar á la persona que se da como orígen del maleficio.

Para descubrir al autor del supuesto daño se consultan con el machi especialista denominado lihua ó llihua, que quiere decir adivino, el que comienza su fingida pesquisa dando vueltas al rededor del clásico canelo, llamando á gritos y silbidos al Peuma, espíritu hablador que debe bajar á revelarles el secreto. Cuando se cansan de estas farsas, los adivinos dan un gran salto, como que agarran al espíritu, y fingiendo que están en consulta y conversando con él, terminan por declarar que tal ó cual persona es el brujo, el caleu, el causante de las desgracias, de las enfermedades ó de la muerte. En este último caso, la responsabilidad del adivino es mui grande por las fatales revanchas á que da lugar. Los parientes del difunto, se reunen entonces y preparan los medios para exterminar al causante de la brujería y si les es posible á toda su familia.

Los llihuas, antes de comprometer á su víctima, para dar mayor colorido de verdad á sus embustes, averiguan primero cuales fueron los enemigos mayores que tuvo el occiso, inclinándose á acusar a los más débiles é indefensos. Si el declarado brujo no alcanza á huir, lo cuelgan de un árbol, lo queman á pausa, en medio de las mas horribles maldiciones, no siendo raro que estas víctimas, en venganza á su vez, acusen á otros cómplices imaginarios que no tardan en sufrir igual condenación. Es tal la sugestión que padecen muchos de estos infelices que al ser interrogados por su culpabilidad, dicen que debe ser verdad cuando así lo ha dicho el Peuma por boca del adivino.

Es tan despótico el fallo audaz de los adivinos, dice Martinez de Bernabé [6], que nada puede resistirles, y es así como perecen inocentes y se arrebatan criaturas hasta del pecho de las madres á despecho de la «racionalidad sensible».

El daño por envenenamiento de los alimentos, lo llaman mal de vocado, y es práctica muy común para sus venganzas.

En 1649, dice Vicuña Mackenna, murió de vocado, el presidente Muxica, al comer una ensalada preparada con un tósigo [7] El padre jesuita Juan José Guillelmo, ínclito catequizador de los puelches de Nahuelhuapi, fué envenenado en 1617 por los indios al ofrecerle un bebedizo con malvada hipocresía[8].

Numerosos misioneros y españoles cayeron víctimas de esta traidora manera.


§ III.


La sanación de las enfermedades está supeditada á un acto sobrenatural, para la creencia araucana, y es lógico que de aquí nazca la influencia dominadora de los machis y hechiceros, cuyos sucesores criollos, los curanderos, ó hierbateros, aún continúan explotando la credulidad de los campesinoa y del elemento ignorante de las poblaciones.

Los sistemas que ponen en juego son mui diversos; varían desde el de los machis propiamente dichos, que proceden con menos extravagancias, y aplican hierbas medicinales que á veces causan efecto, hasta los procedimientos perniciosos y criminales de los hechiceros que no tienen base curativa de ninguna especie.

La curación de los enfermos es llamada machitún.

En los machitunes solemnes se reunen los machis en junta— thavinam—y sacan al enfermo de la cama para tenderlo en la tierra, poniendo á su alrededor ramas de canelo, y dando vueltas en contorno bailan y cantan al son de un tamborcillo y de unas calabazas que, con unas piedrecitas que les echan dentro, «suenan como sonajas» [9], mezclando expresiones, y ademanes impertinentes dirigidos á implorar la piedad del Pillán ó del Meulén[10]. Uno de los actos más importantes del machitún consiste en chupar fuertemente en la parte enferma y simular que sacan el mal, después de hacer muchos visajes y fuerza, que siempre es una lagartija, un insecto, una espina, una piedrecilla, uñas, dientes de animales, cabellos, un reptil inmundo, ú otro objeto cualquiera que preparan de antemano. Si el paciente es rico, la junta médica se extiende á los machis de ambos sexos, y entonces se llama geyeunchue. En dicha reunión no forman consulta sino que machituean al paciente, con el despliegue del máximum de ceremonias que saben.

El resultado de estos tratamientos es casi siempre la pérdida del enfermo, salvo el caso que sea benigno el accidente.

El historiador Pineda y Bascuñán [11], que vivió muchos años en compañía de los indios, refiere en estos términos el resultado de una curación:

Se trataba de un jóven indio enfermo de un tumor corrupto de sangre, que se vaciaba mui á menudo y no le dejaba sosegar.

Yo le curaré dijo el machi en viendo al enfermo, y veré lo que ha menester para que cobre salud; hagan traer un cántaro nuevo y una crecida rama de canelo, y lo demás que sabéis, repitió al cacique padre del enfermo. Luego que bebió el bebedizo que su madre le trajo, se le crecieron unos dolores de estómago y vientre al enfermo que dando vueltas á menudo, estuvo mui buen rato quejándose lastimosamente, y en medio de sus aflicciones se nos quedó desmayado, ó muerto, por mejor decir, con un sudor frío que le cubrió todo el cuerpo...A los últimos fines le dió un fuerte hipo... y espiró en tres boqueadas.

De todos los machitunes descritos por los historiadores antiguos, ninguno tiene el sabor del referido en El Cautiverio Feliz, y que trascribimos íntegro para conservar todo su valor histórico y arcaico.

Dice aśi:

«Acabamos de comer y tratamos de ir al rancho ácurar el enfermo: esto era ya sobre tarde, y enel ínterin que fueron por algunos adherentes de ramos de canelo, por un carnero, cántaros y ollas, fué acercándose la noche, con lo cual se juntaron las indias é indios vecinos, parientas y parientes del enfermo.

Llegó la hora de que fuésemos todos al rancho del enfermo, que por no dejarme solo, me llevó el cacique en su compañía, habiendo preguntado al curandero machi si estorbaría mi asistencia á sus ceremonias y encantos, á que respondió que nó, que bien podía asistir en un rincón de la casa.

Entramos ya de noche al sacrificio del carnero que ofrecían al demonio y tenían en medio de muchas luces, y en un rincón del rancho al enfermo, entre clara y oscura aquella parte, rodeados de muchos indios con tamboriles pequeños; cantando una lastimosa y triste tonada con las voces mui delicadas; y los índíos no cantaban porque sus voces gruesas debían sercontrarias al encanto.

Estaba cerca de la cabecera del enfermo un carnero liado de pies y manos, y entre unas ramas de laurel tenían puesto un ramo de canelo de buen porte, del cual pendía un tamboril mediano, y sobre un banco grande á modo de mesa una queta de tabaco encendida de la cual á ratos sacaba el humo de ella, y esparcía entre las ramas y por adonde el doliente y la música asistía. A todo esto las indias cantaban lastimosamente, y yo, con mi camarada en un rincón algo oscuro de donde con toda atención estuve á las ceremonias del hechicero. Los indios i el cacique estaban en medio de la casa asentados en rueda, cabizbajos, pensativos y tristes sin hablar ninguna palabra. Al cabo de haber incensado las ramas tres veces, y al carnero otras tantas que le tenía arrimado al banco que debia servir como altar de su sacrificio, se encaminó para donde estaba el enfermo, y le hizo descubrir el pecho y el estómago, habiendo callado las cantoras, y con la mano llegó a tentarle y sahumarle con el humo de la quito, que traía en la boca de ordinario; con esto le tapó con una mantichuela el estómago y se volvió donde estaba el carnero, y mandó que volviesen a cantar otra tonada, más triste y confusa, y allegando al carnero, sacó un cuchillo y le abrió por medio y sacó el corazon vivo y palpitando lo clavó en medio del canelo en una ramita, que para el propósito había un poco antes ahuzado, y luego cogió la quita y empezó á sahumar el corazón, que aún vivo se mostraba, y á ratos le chupaba con la boca la sangre que despedía. Después de esto sahumó toda la casa con el tabaco que de la boca echaba el humo; llegóse luego al doliente y con propio cuchillo que había abierto al carnero, le abrió el pecho que patentemente aparecian los hígados, tripas y redaño y lo chupaba con la boca, y todos juzgaban que con aquella acción echaba fuera el mal y le arrancaba de el estómago, y todas las indias cantaban tristemente y las mujeres é hijos del cacique llorando á la redonda y suspirando.

«Volvió á hacer que cerraba las heridas que á mi ver parecieron apariencias del demonio, y cubrióle el pecho nuevamente, y de allí volvió á donde el corazón del carnero estaba atravesad haciendo enfrente de él nuevas ceremonias y entre ellas fué descolgar el tamboril que pendiente estaba del canelo, é ir á cantar con las indias, él parado dando algunos paseos y las mujeres asentadas como antes. Habiendo dado como tres ó cuatro vueltas de esta suerte, vimos de repente levantarse de entre las ramas una neblina obscura, á modo de humareda que los cubrió de suerte que nos lo quitó de la vista por un rato, y al instante cayó el encantador al suelo como muerto, dando saltos el cuerpo para arriba, como si fuese una pelota, y el tamboril á su lado de la mesma suerte á imitación del dueño, que me causó gran horror y encogimiento obligándome á encomendar á Dios, que hasta entonces había estado con notable cuidado á todas sus acciones, y luego ví aquel espectáculo, tendido en aquel suelo, y el tamboril saltando solo juntamente con el dueño, se me angustió el alma y se me erizaron los cabellos, y tuve por muy cierto que el demonio se había apoderado de aquel cuerpo. Callaron los cantores y cesaron los tamboriles y sosegóse el endemoniado, pero de manera que el rostro parecía el mismo Lucifer, con los ojos blancos y vueltos al colodrillo con una figura horrenda y espantosa. Estando de esta suerte le preguntaron si sanaría el enfermo; á que respondió que sí aunque sería tarde, porque la enfermedad era grave y el bocado se había apoderado de aquel cuerpo de manera que faltaba muy poco para que la ponzoña llegase al corazón y le quitase la vida. Volvieron á preguntarle en que ocasión se la dieron, quién y cómo, y dijo que en una borrachera, un enemigo suyo con quien había tenido algunas diferencias; y no quiso nombrar la persona aunque se lo preguntaron, y esto con una voz tan delicada que parecía salir de alguna flauta. Con esto volvieron á cantar las mujeres sus tonadas tristes, y dentro de un buen rato fué volviendo en sí el hechicero, y se levantó cogiendo el tamboril de su lado, y lo volvió á colgar donde estaba antes, y fué á la mesa donde estaba la quita de tabaco encendida, y cogió humo en la boca, y encensó ó ahumó las ramas (por mejor decir), y el palo adonde el corazón del carnero había estado clavado, que no supimos qué se hizo, porque no le vimos pasar ni pareció más, que infaliblemente lo debió esconder el curandero, ó llevarlo el demonio como ellos dan á entender que se lo come; después de esto se acostó entre las ramas del canelo á dormir y descansar... ....»

Por su parte Carvallo Goyeneche, cuenta otro machitún de este modo:

«Para que uno de estos haga la curación colocan la cama del enfermo en un ángulo de la casa, en otro un carnero negro atado de pies y manos, y en medio de una mesa con muchos candiles luciendo.

En el patio ponen un ramo de boygne y cuelgan en él un tamboril; losde la parcialidad se reunen y con ramas de boygne en las manos, forman una procesión circular al rededor del patio, cantando las mujeres canciones lúgubres al son de tamboriles. Dadas algunas vueltas, entran las mujeres á la casa cantando, precedidas del agorero, y luego todos los hombres que caben.

Toma éste un incensario de cuerno, enciende tabaco, y con él inciensa al boygne y la cama del doliente. Durante la incensación todos los circunstantes, ménos la lúgubre música, se sientan en el suelo formando círculo y guardando silencio con las cabezas bajas y los semblantes tristes. Tres veces incienza el boygne, carnero y carne. Concluída la trina incensación, pausa la música y vuelve á la cama, descubre el pecho y vientre del enfermo, toca las partes desnudas y las sahuma con humo de tabaco y las cubre. Canta la música otra canción sobre la mesa, toma el cuchillo, lo alza por medio y saca el corazón palpitando y lo pone en el centro del boygne, en una escarpía que de él mismo se prepara para este fin.

Tres veces inciensa el corazón y otras tantas chupa la sangre que tiene. Hecha esta operación inciensa la casa y chupa fuertemente el pecho, el vientre y la parte infecta del paciente y la inciensa. De allí vuelve al boygne, inciensa el corazón del carnero y con la música da tres vueltas al rededor, tañendo el tamboril que estaba preparado. Luego que suena el tamboril del agorero, sale del boygne una densa nube de humo, cae en tierra privado de los sentidos y da su cuerpo espantosas volteretas hacia arriba. Pasado un rato cesa la música y empieza á sosegar el cuerpo del agorero, que queda en figura espantosa, y aun al siguiente dia causa horror el mirarle. Vuelto á su primer estado toma el tamboril y le coloca en el boygne, y las mujeres cantan las mismas canciones. Durante la música inciensa el boygne y oculta el corazón del carnero y la escarpía en que estuvo colgado, para persuadir que lo comió el Pillan, que es el demonio. Con esto se deshace la diabólica función y el agorero se acuesta á dormir» [12].

En La Verdad en Campaña, Martinez de Bernabé dice que nada había de más diabólico que los machitunes, y al pintar dichas escenas y dar colorido á cada una de las groseras extravagancias exclama: «¡no hay duda que se les aparenta el diablo en los machitunes, es evidente!»
§ IV.


Los adivinos ó llihuas—lihuas según otros autores—los dungunes, ó dugules, ó reveladores de secretos, los voquivuyes ó huecubuyes, y los ambicamayos, eran diversas castas de hechiceros con mayores ó menores prerogativas sobrenaturales. Los hueyes (sométicos), formaban la casta más infame, que según algunos investigadores ha durado hasta cuarenta años atrás. Estos degenerados eran pederastas que tambien ejercían la medicina [13].

Los hueyes, que practicaban públicamente su doble perversidad, son descritos con las siguientes palabras por Pineda y Bascuñán [14]: «Después de haber nosotros amorzado, estando sentados al amor del fuego, llegó un indio de tan mala figura que, su traje, perverso rostro y talle, estaban significando lo que era: á éste habían enviado á llamar el día antecedente para que curase á un indio enfermo que estaba, en otro rancho, muy al último de sus días... Parecía un Lucifer en su facciones, talle y traje, porque andaba sin calzones; era de los llamados hueyes, que en nuestro vulgar son nefandos, y de lo que entre ellos se tienen por viles, por acomodarse al oficio de mujeres; traía en lugar de calzones un puno, que es una mantichuela que traen por delante de la cintura para abajo, al modo de las indias, y una camiseta larga encima, traía el cabello largo, siendo así que todos los sdemás andan trenzados; las uñas tenía tan diformes que parecían cucharas; feísmo de rostro y en un ojo una nube que le comprendía todo; muy pequeño de cuerpo, algo espaldudo y rengo de una pierna, que sólo mirarle causaba horror y espanto, con que daba á entender sus viles ejercicios».

Los hueyes acostumbraban á tener actitudes misteriosas para todos los actos de la vida; a pesar de que los utilizaban como médicos eran despreciados y considerados como viles por los mismos araucanos. En cuanto á los huecubuyes, se sabe que vivían aislados en las cuevas de las montañas. El padre Calancha, cronista de la orden agustiniana en América [15] cree que estos hechiceros, traen su orígen de ciertas órdenes emanadas por los incas que hacían tomar este oficio de flojos á los individuos poco aptos para el trabajo, á los inhábiles para la guerra y la labranza, á los débiles y contrahechos.

Los huecubuyes son la casta más antigua de los hechiceros, y se les llama renis; servían de adivinos mediante un módico estipendio, y su principal misión era decidir la paz ó la guerra por medio de sus consejos dados después de solemnes invocaciones.

Había todavía otros adjetivos para nombrar á los machis como ghenguenu, que significa señor del cielo; ghempuñu, señor de las epidemias y ghenpiru, señor de los gusanos.



  1. Les Origines de la Civilisatión.-John Lubbock
  2. Histoire des religions des peuples non civilisés.-Por Albert Réville, vol. II.- Paris 1883
  3. Historia General de América. desde sus tiempos mas remotos, por Francisco Pi y Margall.- Madrid, 1979
  4. Drimis chilensis, Canelo, Voigue, Boyne. La corteza gozó en Europa de una maravillosa reputación como medicinal. El cirujano Winter, de la expedición marítima de Drake, fué el primero que en 1577 la empleó contra el escorbuto, que daba fin á la tripulación de la nave en que él iba; y de vuelta de Inglaterra la empleó como fruto en cuantas enfermedades requeren tónicos y estimulantes.
    En Chile se usó mucho en tiempo del naturalista Gay, principalmente para dar baños á los paraliticos, preparados con la decocción de la corteza y hojas. Se usaba también en los dolores de muelas, úlceras, sarna y escorbuto.
    La decocción de la corteza sirvió para hacer un brebaje que bebian los machis y hechiceros, cuando actuaban bajo el árbol sagrado en el carácter de médicos y profetas.
    A la sobra de su elegante y misterioso follaje, dice Gay, es donde ocurren las asambleas imponentes de los araucanos, ya sea por asuntos de la paz ó de la guerra, ó donde el espíritu de venganza decide en mil ocasiones la suerte de una familia ó de una tribu.
    El canelo es símbolo de paz y de justicia. Los dunguwes tienen comunmente un pié de este árbol plantado delante de sus chozas.
    Cuando alguna familia desconsolada, dice el mismo autor que acabamos de citar, espera bajo estos árboles á que algun adivino, á semejanza de los antiguos Pythias, se inspire bajo su sagrada sombra, para pronosticar la vida ó la muerte de los infelices creyentes, es cuando puede comprehenderse en toda su magnitud la influencia que para aquellas tribus tuvieron los machis mientras llevaban en sus manos el boyne sagrado.
  5. Discurso sobre la Historia de la Medicina en Chile, por el Dr. Adolfo Valderrama, -Ob.cit.
  6. La Verdad en Campaña. Relación Histórica etc. etc. Año 1872, por Pedro de Usauro Martinez de Bernabé, Infanzón de sangre y naturaleza del reino de Aragón etc, (Manus. de la Bib. Nac. pub. por don Nicolás Anrique en su «Biblioteca Geográfica-Hidrográfica de Chile», segunda serie. Imp. Elzeviriana, MDCCCXCVIII
  7. El Clima de Chile. - Por Benjamin Vicuña Mackenna.
  8. Biblioteca Hispano Chilena.-1523-1817 - Por José Toribio Medina -Santiago de Chile. Impresa y grabada en casa del autor.- Tomo II.
  9. Fundación, situacion y exercicios de el colejio de Misioneros de Chillan 1789 - 17 hojas de la pieza 2 del tomo 23 del archivo antiguo- Educ. é Inst. Benef. pública, (1861-1824)-Manuscritos de la Bib. Nac.
  10. Cronicón sacro imperial, de fray José Ramirez,- 1808. Memorias y documentos para la histria de Chile acerca del territorio austral (1796-1845)2-23- Manuscritos de la B. N.
  11. El Cautiverio Feliz;razón de las guerras dilatadas de Chile, por don Francisco Nuñez de Pineda y Bascuñán.
  12. Descripción Histórica Geográfica del Reino de Chile, por don Vicente Carvallo Goyeneche
  13. Historia General de Chile, por Diego Barros Arana.- En nota del primer tomo -pág. 105-se lee que este vicio ha sido de práctica universal entre los salvajes, y apunta varios autores que hablan sobre la materia, como el padre Charlevoix en su Diario Histórico de un viaje á través de América, publicado como apéndice de su notable obra Histoire de la Nouvelle France. Por su parte, Bernal Diaz de Castillo, describe estos hechos en su Historia verdadera de la conquista de Nueva España y su traductor al francés el Dr. Jourdanet, ha creído, que solo en latín podrían verterse los pasajes aludidos.
  14. El Cautiverio Feliz-Ob. cit.
  15. Los Aborígenes de Chile, por J. T. Medina. Santiago de Chile. 1882


Historia general de la medicina, tomo I de Pedro Lautaro Ferrer

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Segunda parte: VIVIIVIIIIXXXIXIIXIVXVXVIXVIIXVIIIXIXXXXXIXXII
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