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Historia general de la medicina en Chile/Capítulo XXXIII

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CAPÍTULO XXXII. FRANCISCO JULIO LAFARGUE

De la Universidad de Paris.
Interno de hospitales.
Laureado en las Academias de Medicina de París y Burdeos. Condecorado con medalla de oro por los hospitales de Paris.
Cruz de la Legión de honor.
Profesor de Anatomía y Fisiología en Chile.



Francisco Julio Lafargue, desde muy joven sobresalió, de un modo poco común, en sus estudios científicos.

Siendo alumno interno de un hospital clínico, la administración general de Medicina Pública de Paris, le discernió una medalla de oro, en premio de sus abnegados trabajos, durante la mortífera epidemia de cólera que azoló la Francia, en 1832.

Con motivo de un certamen, abierto por la Academia de Medicina de Burdeos, para: «Determinar lo que hay de positivo en las localizaciones de las ideas y de las facultades intelectuales» presentó una erudita memoria que tuvo el primer premio, venciendo á varios doctores entre los que se hallaba el célebre fisiólogo Briére de Boismonde.

En un concurso análogo triunfó, admirando al jurado, en su tesis sobre «Las funciones cerebrales de los animales» ilustrada con notables experiencias efectuadas en animales vivos.

En Marzo de 1839 publicó en el «Boletín de Medicina del Sud de Francia» otro trabajo que llamó la atención del mundo científico, denominado «Investigaciones sobre el Hígado

En 1840 se opuso á una vacante de cirujano de hospital, en Burdeos, obteniendo la votación unánime del jurado, siendo postergado, sin embargo, confiándose á un favorito oficial tan honroso cargo. Esta injusticia le fue tan sensible que llegó á modificar, totalmente, su carácter.

Se hizo escéptico, taciturno, desarrollándose su propensión neurasténica. Desde ese mismo dia, sólo pensó en abandonar su patria que, tan cruelmente, habia tronchado sus bellas aspiraciones.

Este antecedente explica su visita á Chile, á fines de 1840, en circunstancias que estaba vacante la cátedra de anatomía y fisiología.

El Dr. Miguel Semir dice que «aquel talento, conocidamente sobresaliente y á la vez de una vastísima erudición, se presentó en Chile, emigrado de su patria por circunstancias que no son otras que los designios de la Providencia, que, al decretar la muerte del ilustre Morán, arrancó de la Francia á este sabio para que fuera el apoyo de la escuela médica chilena. La recepción del Dr. Lafargue como médico había sido brillante, pero donde manifestó su vastísima erudición y su talento observador fué en la oposición que hizo á la cátedra que había desempeñado Morán: en ella le tocó en suerte uno de los puntos más difíciles, en aquella época, la anatomía y fisiología del bazo. Tal carácter le dió á su disertación, que fué una verdadera historia de la anatomía comparada, correlacionada y propia del bazo; y con tal finura hiló los hechos comparativos de los órganos en todos los animales y en el hombre, hasta designar los caracteres propios del bazo, que dejó sorprendidos á los jueces de la comisión.»

El 12 de Abril de 1841 se nombró examinadores al presidente del Protomedicato, el Dr. Cox, y á los profesores Blest y Sazie; procediéndose á picar puntos el 29 de Abril, tocándole en suerte la materia que ya hemos apuntado.

El 7 de Mayo, tuvo lugar el concurso—sin que se presentase su competidor el médico peruano don José Mariano Polar,—ante una numerosa concurrencia de personas doctas, y de admiradores del postulante.

Su triunfo fué completo, no sólo como hombre de ciencia, sinó también como elegancia en el decir, captándose la voluntad de sus futuros colegas y alumnos.[1]

«Sus discípulos—ha escrito el Dr. José Joaquín Aguirre—en cuyo número tuve el honor de contarme, no han olvidado el celo que mostró el Dr. Lafargue por la instrucción de la juventud, ni la claridad de su exposición, ni la riqueza de su enseñanza. Tan nobles eran estas cualidades que los alumnos de cursos anteriores, venían á mezclarse con nosotros para oirle, y que personas extrañas á los estudios, y médicos formados no desdeñaban asistir á las lecciones del Dr. Lafargue, en el hospital de San Juan de Dios.»

En anatomía, reveló, á sus alumnos, los últimos avances de la esplanología y de las descripciones medulosas y cerebrales. Facilitó ampliamente el estudio de la angeolojía, haciendo las primeras inyecciones en las arterias y venas. Habituó á sus alumnos en el examen anátomo-patológico, en las autopsias. En fisiología seguía la escuela experimental de Broussais. Llevado por su espíritu investigador, recorrió el sud de la república, estudiando las enfermedades reinantes, el clima, y practicando excursiones á las cordilleras, describiendo, especialmente, la conformación geolójica del volcán Antuco y de los terrenos adyacentes. Este estudio, lo sintetizó en una memoria de más de 300 páginas, denominado: «Del Estado de Chile considerado bajo el aspecto médico é hijiénico,» y que envió á Francia, obteniendo, en premio, la Cruz de la Legión de Honor, con que le honró su gobierno, previo un luminoso informe de los doctores Geraudrin, Bally y Renaudin, de la Academia de Medicina de Paris.

En la prensa política, de su época, se encuentran algunos trabajos científicos que fueron publicados y traducidos por don Andrés Bello, y otros sobre medicina propiamente, entre los que se cuentan las «Observaciones sobre las funciones y enfermedades del hígado.>

En 1845 se puso en vijencia un nuevo plan de estudios, basado en un programa presentado por dicho profesor, en 1842.

En los años 1843 y 1844 á causa de algunos artículos satíricos y molestos para su persona, se resintió de nuevo su carácter nervioso, hasta el extremo de abandonar el pais para dedicarse á viajar por el Perú y Bolivia.[2]

En 1849 regresó á la capital reanudando sus tareas profesionales, aunque por corto tiempo, porque una negra predestinación quiso acumularle sinsabores profundos, que le obligaron á cortar, por su propia mano, la existencia.

En el discurso de elojio, y de incorporación á la Facultad de Medicina, de su sucesor el Dr. José Joaquín Aguirre, se halla descrito tan trájico y funesto fin, de la siguiente manera:

«El Dr. Lafargue ha muerto víctima de una malhadada predisposición de ánimo que le hacía dudar de su porvenir, y de una herida que recibió en los primeros pasos de su carrera científica, y sobre la cual venían á tocar después los desencantos de la existencia, y las descepciones que para el talento verdadero y para la alta instrucción reservan países tan poco competentes todavía para apreciarlos debidamente.

Apuntes sueltos, hallados entre sus papeles, lo muestran afectado de una negra misantropía, odiando á la sociedad, quejándose de la injusticia de los hombres y envidiando al cielo sus rayos vengadores.

Dícese que una quiebra, arrebatándole sus economías, precipitó la catástrofe, y, el 10 de Agosto de 1850, hallaron su cadáver exangüe, ultimado por una herida hecha en la arteria crural.»


Bibliografía

Determinación de lo que hay de positivo en las localizaciones de las ideas y de las facultades intelectuales.

Trabajo presentado al certamen abierto por la Academia de Medicina de Burdeos y laureado con el primer premio.—1835.

Memoria sobre las funciones cerebrales de los animales.—1839.

Este notable trabajo ampliado con experiencias en animales vivos, obtuvo gran resonancia en aquella época, y el primer premio, ganado en concurso, ante la Academia de Medicina de Burdeos.

Investigaciones sobre el hígado.—Publicación hecha en el «Boletin de Medicina del sud de Francia.»—1839.

Memoria sobre el Estado de Chile considerado bajo el aspecto médico é hijiénico.—Bulletin de l'Academie de Medecine.—T. XVII.— 1840-41.

Del informe sobre esta memoria presentado al gobierno francés por una comisión de la Facultad de Medicina de Paris, compuesta de los doctores Geraudrin, Bally y Renaudin que redactó el informe, y que ha sido trascrito por el Dr. Wenceslao Diaz en sus «Documentos relativos á la medicina y á la historia de las enfermedades en Chile,» publicados en los «Anales de la Universidad,» en 1863, hemos tomado el resumen siguiente:

Dicho estudio abarca dos grandes partes; la primera es relativa á las condiciones higiénicas de los habitantes y la segunda se dedica á la patología y á la terapéutica.

El Dr. Diaz critica severamente el cuadro en que pinta las costumbres y el réjimen higiénico de los chilenos, y achaca á su autor el prurito pesimista de encontrar malo todo lo de este pais.

Es verdad que la pintura que hace Lafargue está recargada de colores resaltantes, pero, también es verdad que, mirando con ojos extrictamente científicos, hay que confesar el fondo de todos aquellos detalles que, sobre la alimentación, vestidos, trabajos, condiciones morales y físicas del bajo pueblo, la repulsión con que se mira la reglamentación de la prostitución, las dificultades para organizar el saneamiento de las ciudades, etc., son por desgracia, mal que nos pese, hechos que se han mostrado en toda su desnudez chocante, no sólo en la era colonial y en la primera mitad del siglo XIX sinó que aún no desaparecen del todo.

Por lo que respecta al alcoholismo, no es hoy un misterio, para la ciencia política y económica, los males que causa y que amenazan la primitiva robustez y el carácter de nuestro pueblo.

En la parte patológica de su tesis, Lafargue, enumera las siguientes enfermedades de más frecuencia en Chile:

Las enfermedades del pulmón, en primavera, principalmente las pneumonías, muchas de las cuales ha visto resolverse en cinco dias; las enfermedades del corazón, la hipertrofia, y las dejeneraciones osificantes de las válvulas, aún en jovenes; los aneurismas, el asma y la anjina del pecho; la escarlatina, que apareció, epidémicamente, por primera vez en 1827 haciendo numerosas víctimas en jovenes y niños, por sus complicaciones posteriores; la pústula maligna, que apareció en la provincia de Santiago en 1834, importada de la República Argentina; el bocio común, á más de quince leguas de la costa, más propio de las mujeres que de los hombres; la meninjitis, en los niños; el extrabismo, en tal proporción que asombraría á los oculistas del mundo. (La primera operación de esta molestia fué efectuada en 1845, según el procedimiento de Dieffembach); las conjuntivitis, por diátesis sifilítica más que escrofulosa; el crup y angina membranosa que apareció en 1816, traídas de la vecina república, desarrollándose en una gran epidemia que terminó en otra de escarlatina, propiciadas, según Lafargue, por haber sido la época de los primeros desmontes y primeras irrigaciones operadas al sud de la ciudad; la viruela y la sífilis que azotan los campos y ciudades, y el deliriums tremens.

Las tendencias patológicas más comunes de hemorragias, neuropatías viserales y gangrenas que atacan de preferencia las soluciones de continuidad, las llagas sifilíticas, bubones supurados, pústulas variólicas y en las heridas de amputación; los cólicos ó lepidia de calambres; el tifus, llamado chavalongo; la calvicie y la senilidad prematura de los europeos, y la disenteria, terrible flajelo encarnado en el pueblo, estudiado con interés por dicho profesor. A este respecto se estiende más latamente detallando interesantes datos:

En 100 autopsias encontró que la mayoría de las lesiones intestinales se limitaban al recto, sobrepasando, á menudo, basta la válvula ileo-cecal, encontrando sólo en tres cadáveres que la flegmasía invadía el íleon, el duodeno y el estómago, presentándose las mucosas engrosadas, reblandecidas y de rubicundez color heces de vino. En casos graves, en tiempo de epidemia, halló ulceraciones gricientas de bordes vueltos que comprendían las tres túnicas, perforando, muchas veces, todo el intestino, principalmente en el grueso, presentado adherencias inflamatorias con el peritoneo, gangrenas, y grandes trozos de exfoliación.

El opio á grandes dosis, era la base de su medicación.

Llama la atención la exajerada proporción de las enfermedades del hígado, y dice que la hepatitis es tan esparcida en Chile, como la tuberculosis en Francia.

«Los abcesos idiopáticos del hígado forman vastos focos de pus difluente, á veces espeso y saneoso; su principio obscuro, su marcha lenta los asemejan á las enfermedades crónicas, hasta que un repentino ó imprevisto tumor les dan, con frecuencia, el aspecto de las más violentas afecciones agudas. Cuando el tumor formado por el hígado presenta una pastosidad edematosa en la piel y fluctuación manifiesta, es menester apresurarse á abrirlo para evitar el derrame de pus en el peritoneo. Esta abertura debe practicarse, ampliamente, con el bisturí, en el punto más declive. El pus es por lo común espeso y de olor repugnante, variando su cantidad de una ó dos libras á 6 y 9 y á veces más. Si en vez de desarrollarse el abceso hacia abajo, se dirije al diafragma, resulta una dificultad en la respiración que proviene ya de la compresión, ya de la perforación y flogosis consecutiva del pulmón derecho, de aquí las fístulas hepato-pulmonares que terminan rápidamente con la vida del enfermo. La evacuación por los intestinos es más favorable.»

Nota en seguida las relaciones de coincidencia y de sucesión que median entre la hepatitis y la disenteria, de tal manera que en los individuos acometidos de esta última dolencia se debe sospechar casi siempre el desarrollo latente de la primera.

Entre las enfermedades raras coloca las siguientes: la tísis pulmonar, pero cuando se presenta es de marcha rápida; la escrofulosis; las fiebres intermitentes, las enfermedades mentales. Como extremadamente raras, apunta á los tumores y fístulas lacrimales, pólipos nasales, coriza, tic doloroso, cáncer del ojo, de los labios y de la lengua, catarata y amaurosis; y como enfermedad desconocida: el tétanos.

Termina con la descripción de los usos terapéuticos que se acostumbran en el pais, censurando el uso exagerado del mercurio á altas dosis, como el del nitrato de plata, administrado en píldoras por los médicos ingleses.

—«Observaciones sobre las funciones y enfermedades del hígado.»—Santiago.—Arts.—El Araucano.—1840-41.

Estos artículos, escritos con soltura, forman un estudio de interés y al mismo tiempo ameno. Copiamos á continuación algunos párrafos para que se juzgue la literatura médica del malogrado profesor y que, en esta parte, pinta su propio estado invadido por las dolencias que describe:

«Compárese el estado moral de un paciente de tísis pulmonar con el de una persona que sufre una afección crónica del hígado ó del estómago:

En la tristeza del primero no se ven señales de cólera ó de malevolencia, es un melancólico sin acrimonia, es la tristeza de la resignación; y aúná veces sucede que lo vemos desaparecer abrigando el paciente ideas risueñas, proyectos ilusorios, esperanzas de un porvenir alegre, expresadas con una viveza singular. La naturaleza de estos pensamientos y el color de aquella expresión, martirizan entonces el alma del observador, que no puede menos de percibir un doloroso contraste, entre el porvenir real y el que el enfermo sueña.

Por el contrario, el hombre que padece una afección crónica del hígado y del estómago, se pone no solamente triste sinó irritable, suspicaz, malévolo y descubre una propensión deplorable á exajerar en su imajinación el peligro en que se halla; carácter moral tanto más digno de admiración, cuando se manifiesta aún sin dolores físicos notables.

La familia lo juzga incomprensible y extraño; pero el médico lo comprende y lo disculpa; en lugar de incomodarse, lo tolera; en vez de censurar, alivia; no trata de correjir, sinó de curar.

¡Cuantos extravios del espíritu previenen de causas orgánicas! Cuanto más induljente y benigna sería la sociedad, si todos lo supieran!

Los sabios de la antigua Grecia, que columbraban tantas verdades en tan poco tiempo, habían percibido bien el enlace entre estas aprehensiones del enfermo que le exajeran sus dolores y las enfermedades oscuras de los hipocondrios, pues dieron el nombre de hipocondríacos á todos los padecimientos imajinarios. Hoy se sabe que estos pueden existir sin la alteración de ninguna víscera, pero también se sabe que en las afecciones de los órganos arriba dichos, es casi seguro el estado moral hipocondríaco.»

Plan de Estudios Médicos, publicado en los Anales de la Universidad.—1845.

Este programa, escrito en 1842, sirvió de base para reformar la enseñanza médica y constituir el nuevo plan de estudios que se puso en vijencia en 1845.


  1. El informe de la comisión examinadora dice así:

    «Señor ministro: la comisión que ha tenido el honor de ser nombrada por decreto supremo, para presidir la oposición á la cátedra de anatomia y fisiolojía en el Instituto Nacional, se complace en informar al señor ministro que el solo candidato que se ha presentado, el Dr. Lafargue, ha manifestado del modo mas satisfactorio todos los conocimientos prácticos y teóricos en estos dos importantes ramos de la ciencia médica y que lo considera altamente apto para enseñarlos.

    Francisco Puente.—Agustin Nataniel Cox.—Doctor Lorenzo Sazie.—Doctor Guillermo Blest.

  2. Dichos artículos se refieren á un incidente ocasionado con motivo de haber ratificado un informe médico-legal escrito por el Dr. Carlos Bustón, y cuyos pormenores se encuentran amenamente descritos por don Miguel Luis Amunátegui, en el siguiente artículo que fué publicado en la «Revista de Valparaiso» dirijida por la poetiza chilena doña Rosario Orrego de Uribe:
    Anécdotas literarias

    En Setiembre de 1843, el conductor de uno de los carretones de policía de aseo, que tiene á su servicio la municipalidad de Santiago, encontró en un montón de basuras de la calle del Estado, una mano horriblemente mutilada, sin piel i sin carne.

    Sin pérdida de tiempo, el carretonero entregó aquel trozo humano, deforme i raspado á navaja, al intendente de la provincia, quien lo remitió al cirujano don Carlos Bustón para que practicase el correspondiente examen sobre el asunto. (Era voz corriente en aquella época que el Dr. Bustón, partero afamado, se había hecho amputar el dedo pulgar de la mano derecha para el mejor ejercicio de su práctica obstétrica.)

    El Sr. Bustón expuso que el trozo remitido era una mano de mujer, que debía haber sido amputada cuatro días antes.

    Envióse entonces aquel sangriento miembro al profesor de anatomía don Francisco Julio Lafargue, que había sido médico interno en los hospitales de Paris.

    Era un escritor distinguido que había publicado en «El Araucano» algunos artículos traducidos por don Andrés Bello; era un orador elocuente cuya palabra calurosa llevaba el convencimiento á sus alumnos; era un hombre grave, serio, melancólico, que se suicidó algún tiempo después, abriéndose las venas, como Séneca, en un baño de agua tibia.

    El Sr. Lafargue ratificó, por escrito, en todas sus partes el informe de Bustón.

    La alarma fué extremada.

    Con ocasión de este suceso, empezaron á contarse los casos más extraños.

    Algunos suponían que un marido celoso había asesinado á su mujer adúltera, descuartizándola presa por presa para ocultar su crímen.

    Otros sospechaban que algún amante frenético había dado la muerte á alguna niña que se le resistía.

    Otros pensaban que los vendedores de empanadas, tenían la costumbre de desenterrar los cadáveres para hacer con su carne picadillo (pino) de empanadas, i que alguno de aquellos delincuentes había botado aquel manojo de huesos después de haber confeccionado el sangriento é inmundo guiso.

    Los doctores Bustón y Lafargue opinaban que la mano había servido de objeto de estudio para algún alumno de cirujía, fundándose en que aparecía descarnada científicamente.

    Las suposiciones llovían.

    Se habría podido formar con ellas un volumen.

    Los jóvenes, esto es, los que eran poetas; habían soltado la rienda á su imajinación.

    ¡Cuantas conjeturas!

    Aquella mano había sido cubierta con un guante, que la hacía más codiciada y seductora.

    Aquella mano había llevado en sus pulidos dedos anillos de brillantes.

    Aquella mano había cargado un pañuelo guarnecido de encajes, había jugueteado con una flor, había manejado un abanico.

    Aquella mano había recibido y escrito cartas de amor.

    Aquella mano había sido estrechada con ardor, y besada con embriaguez.

    ¡Aquella mano había hecho caricias!...

    El conocimiento completo del informe facultativo modificó, sin embargo, algún tanto las primeras ilusionen, que aquel cuerpo del delito había dado oríjen.

    Los señores Lafargue y Bustón aseguraban que aquella mano no era la derecha, sinó la izquierda.

    ¡La mano izquierda!

    Esta circunstancia disminuyó algún tanto la movilidad de aquel misterio, de aquel hueso que se tenía á la vista; pero siempre conservaba la personalidad de la heroína del drama cuyas peripecias se ignoraban.

    ¡La mano había pertenecido á una mujer!

    Mientras los simples ciudadanos inventaban novelas más ó menos injeniosas, el intendente de Santiago, el juez del crimen, los sabuesos de la policía y de la justicia rastreaban las huellas del delito.

    Después de muchas vueltas y revueltas, de muchas preguntas y declaraciones, se descubrió por fin la incógnita del problema.

    Un señor Bustamante, dueño de un fundo situado no lejos de Santiago, había cazado y muerto en su hacienda una leona, que había dado á sus sirvientes.

    Un negro había obtenido la mano izquierda de la fiera, le había sacado la piel con las garras, sin descompajinarla, le había quitado la carne para comérsela, y por último, había arrojado el resto á la basura. El enigma estaba decifrado.

    El tal negro había puesto en conmoción á la capital de la república de Chile, dando bastante trabajo á la autoridad, y causando una mortificación amarga á profesores distinguidos.

    Este chasco ha redundado en provecho de la oscura ciencia médica, escribió entonces don Domingo Faustino Sarmiento.

    Un examen qujrúrjico ha manifestado que la mujer tiene mano de león.

    ¿Tendrá también el corazón de tal?

Historia general de la medicina, tomo I de Pedro Lautaro Ferrer

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