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Los césares de la decadencia:015

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CIPRIANO CASTRO

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CIPRIANO CASTRO, es, la Audacia;

su Musa, se llama, la Temeridad;

mimado por la Fortuna, no ha sabido levantarse hasta ella, y, ha sido inferior a su Victoria;

renunciando a las alas, se ha arrastrado por la Vida; y, permanece mediocre, ante el Suceso, después de haber sido coronado por él;

amalgama desconcertante de héroe y de histrión, es imposible ver, dónde el Imperio de su grandeza, colinda con el imperio de su locura;

si lo hubieran guillotinado, la Historia estupefacta, no sabría decir, si se había decapitado un bandido, o se había cortado la cabeza de un loco;

en aquel cerebro se habría apagado un gran sueño, pero, con seguridad, no habría muerto, una sola Idea;

ese cerebro, es una noche turbada de visiones, donde bullen todas las pasiones, sin llegar ninguna, a tener la altura de un pensamiento;

caótico y fatal, la efigie de este César bárbaro, es confusa y borrosa, como el rostro de una medalla antigua, hallada bajo la lava;

levantado entre todos los partidos, para deshonrarlos a todos; sirviéndose de los hombres, sin servir nunca a las ideas; incapaz de todo programa, que no fuera el de su ambición; sin convicciones y sin prejuicios; dispuesto a servir todos los sistemas y a perderlos a todos; incapaz de ninguna fidelidad, que no sea la de su egoísmo; tan dispuesto a explotar a sus amigos como a venderlos; haciendo de su amistad, más bien una asechanza, que una fortaleza; de tal manera que no se sabe si se estaba más seguro en su corazón, que fuera de él, y, si era más peligroso, poseer su cariño, que desafiar su odio; incapaz de sentir la Amistad, no queriendo en torno suyo, sino la servilidad; no amando de sus cortesanos sino los más viles y de sus aduladores los más torpes; con un amor ciego a la Imbecilidad y un odio cafre al Talento; desprovisto de principios, y, no teniendo en su política, sino fines; detestando a aquellos que no puede dominar; y, dominado por aquellos que detestaba; aprisionando los hombres libres y siendo el prisionero de sus esclavos; incapaz de libertar y de libertarse; haciéndose de la inmoralidad un renombre y de los vicios un sistema, este hombre ha pasado por el Poder, como uno de esos jefes bárbaros, que a la desmembración del Imperio Romano, aparecieron sobre la tierra, para probar al mundo, cómo la Virtud, no es necesaria al Poder, y, cómo una espada puede decapitar a un pueblo, si ese puello en descomposición, no tiene ya fuerza para hacer rodar al suelo, la corona del Tirano, y, su cabeza, un momento después de su corona...

Castro, no tuvo ninguna de las fuerzas de la Virtud;

no tuvo, sino la Virtud de la Fuerza;

y reinó por ella;

su reinado, fue la segunda Orgía de la República.

Castro fue la reconstrucción de la Orgía de Andueza Palacio, sin el reinado de los eunucos: la virilidad de sus vicios, suplió en él, a la impotencia de sus virtudes;

la orgía de Castro, fue una orgía militar, donde los pretorianos, ebrios de valor, han reemplazado a los miñones, ebrios de vino, y a la ignominiosa cobardía de un Honorio degradado, ha sucedido, la salvaje valentía, de un Otón, afortunado;

las mujeres, ocupan, en esta Dictadura, el lugar, que en la de Andueza, ocuparon los eunucos; y, de todos los vicios de aquel Tirano, no quedó en éste, sino el del vino;

el tonel de Vitelio, fue su herencia;

y, se embriagó de ella;

fue el último mono del festín;


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Y, sin embargo, Castro, era muy digno del Poder; si no hubiese sacrificado a sus debilidades la dignidad de su vida, ningún hombre más digno de la púrpura, que él;

Valor, llevado a la Temeridad; Talento, rayano en ia Genialidad; amor a las cosas grandes y desmesuradas; el sueño heroico de los hombres superiores; todo lo que es necesario, para deslumbrar al mundo por la grandeza, si por una falta absoluta de virtud, no se hubiese encargado de sorprenderlo por su pequeñez;

no era ya fácil, levantar el Imperio de la Virtud: Crespo acababa de ser asesinado...

pero, era fácil levantar el Imperio de la Libertad: Hernández, acababa de caer vencido;

Castro, que tenía el sentido de la Gloria, de la cual, otros, no han tenido, sino el instinto, ¿por qué no fue, hacia la Libertad ?

porque el fantasma de Andueza, se alzó ante su Victoria, preguntándole como el Cristo al Apóstol: ¿Quo Vadis?.,.

y, tomando por la brida, el caballo del Vencedor, volvió la espalda a la Gloria, y, entró, en la Orgía;

y, comenzó el festín, este festín de bárbaros, interrumpido a veces, por gritos de victorias, en que al ruido de los vasos, se mezclaba extrañamente, el ruido de un vuelo de águilas, que venían a beber en la misma copa del César que las había domesticado, y se posaban en los hombros desnudos de sus mujeres, como celosas de aquellas otras queridas, cuyos besos les disputan el alma inquieta del Héroe;

porque aun en el seno de la Orgía, Castro, ha permanecido heroico;

podrá ser muerto, como Holofernes; pero, no ser vencido, como Antonio;

el vicio, pudo acabar con su Vida; pero, no ha podido acabar con su Valor;

ata su corcel de guerra, al pie del lecho de sus queridas, para saltar sobre, él, a las batallas de la guerra, después de las batallas del amor;

por tres años, fue inseparable de ese corcel de guerra, como uno de aquellos hunos, descritos por Jornandes, y, que parecían hacer un solo cuerpo con sus caballos;

así pacificó el país;

frente al extranjero, su talla se hizo desmesurada...

adquiere proporciones supra-heroicas;

en su duelo atrevido con las potencias europeas, emuló la Gloria de Juárez, y, se alzó mil codos más alto, que el prusiano bárharo que lo afrentaba y, el inglés rapaz, que amenazaba convertir, en un puñado de esconabros, a aquel pueblo; el más heroico de la tierra;

Cipriano Castro, sintetizó en aquella ocasión, no ya el alma de Venezuela, sino el alma de la América;

y, más que el alma de un Continente, fue el alma de una Raza...

haciendo retroceder ante su espada, la rapacidad de los corsarios, culminó en la Gloria, e hizo ante el mundo la ilusión de una raza vencida, que aun pudiera ser heroica...

pero, ¡ay! desgraciadamente para su Gloria, sólo frente al Extranjero, Cipriano Castro, se ha mostrado superior a su fortuna; frente a la Libertad. ha sido siempre, inferior a su Destino; no pudo sino hacerlo enrojecer...

envuelto en los jirones de la púrpura que le dejó Vitelio, no pudo sino arrastrarse ebrio, entre los rufianes y los ropavejeros, que se disputaran los últimos harapos de su Imperio...

no teniendo ya nada que pacificar, hizo de la República, un lecho de placer, y de la Libertad, una concubina más, sometida a sus violencias;

tiranía infecunda, en donde todo ha sido pequeño, y el Crimen, mismo, se ha negó a tomar las proporciones heroicas, que a veces lo levantan a la altura de una Virtud;

bajo su Tiranía, el espíritu nacional, parece haber hecho quiebra, al mismo tiempo que el Tesoro nacional, y la racha de esta Dictadura, sembró el suelo por igual, de ruinas de fortunas, y, de ruinas de almas;

la miseria moral, disputó el puesto a la miseria material; y, el espíritu público, hizo bancarrota, aún más estrepitosa que la del Crédito Público;

el abajamiento de las inteligencias, superó al abajamiento de las riquezas, y, la mendicidad de los espíritus, que se vendían, fue más ignominiosa, que la mendicidad de las manos que se tendían...

jamás el paroxismo del Miedo, había paralizado así, todas las conciencias, ni el Temor, había tomado tan bajamente las formas de la Admiración, bajo la cual, se sienten enrojecer aquellos que la profesan;

el Imperio del Silencio, es, aún más fatal a la Libertad, que el Imperio de la Adulación, porque si éste anuncia la honda prostitución de las conciencias, aquél anuncia, la absoluta extinción de los caracteres...

cuando un país, es bastante desgraciado, para producir un hombre, capaz de perseguir los pensadores... aun hay esperanza...

pero, cuando no hay ya en ese país, pensadores, capaces de hacerse perseguir... entonces, la esperanza, desfallece, y, muere;

en un país, en que la Tiranía, lo osa todo, hay apenas un eclipse del Honor;

en un país, en que la Inteligencia, no osa nada, es la quiebra definitiva del Honor;

una Dictadura, que no halla escritores para sacrificar, es un Circo, sin mártires; ¡campo estéril de gladiadores y de fieras!...

Castro, no pudiendo decretar la Admiración, decretó el Silencio; y. reinó en él, como en el fondo de una cripta;

bajo Guzmán Blanco, bajo Crespo, bajo Rojas Paúl, hubo oposición;

la prensa rebelde, tuvo frente a Guzmán Blanco, actitudes verdaderamente heroicas;

el César, sintió, los dardos del diarismo, que iban a atravesarle el manto imperial, se posaban en él, como un enjambre de abejas irritadas, y querían atravesarle la coraza, como flechas de oro, lanzadas al corazón de una águila roja...

los Senados de entonces, recordaban el de Roma, después de la batalla de Alia;

y, el Senador Baptista, levantando sobre el Dictador, su bastón, enfurecido, reprodujo el gesto de Bruto, sin manchar su mano solitaria, con roja sangre imperial;

Crespo, sintió los huracanes de la prensa, azotarle el rostro con más furia, que los huracanes de la Pampa, y, disputarle su Gloria, con más encarnizamiento, que el que habían puesto sus enemigos en disputarle la Victoria.

Rojas Paúl, que sin ser Tirano, recorrió el Calvario de la Tiranía, vio alzarse ante sí, la prensa de la burocracia opulenta, que él había desmamantado, y su rostro enjuto y pálido, enrojecido fue por los bofetones del diarismo, en el cual ensayaba, un reinado de Libertad, que lo arrebató de bajo el Solio.

Andueza Palacio, desde el principio de su abyecta pantomima, fue herido de muerte, por los tiros del diarismo; ya no hizo sino arrastrarse en la Dictadura; una pluma lo mató, más que una espada; y, cuando la guerra venció, ya el inmundo bufón, era una ruina; la espada de Crespo, no hizo sino decapitar un cerdo muerto;

Castro, más feliz, o más fuerte, por el esplendor de su maldad floreciente, ha reinado, entre el Silencio de los venezolanos y el clamor furioso de los mercenarios del diarismo, venidos de los más remotos puntos del horizonte para incensarlo;

los cortesanos de la pluma, han sido, aún más insolentes que los cortesanos de la espada; y, no haciendo sino cambiar de vasallaje, no han sabido traer al diarismo venezolano, sino todos los vicios de la ergástula, y, todas las bajezas de la esclavitud;

diaristas exóticos de los cuales no habrían querido los pretorianos negros de Amador Guerrero, en Panamá, vinieron a deshonrar la tribuna, que Fausto Teodoro de Aldrey, había hecho ilustre, con los eufemismos elegantes de su fidelidad;

no pudiendo traer a ella, el esplendor de ningún talento, trajeron el odio del talento de los otros; y, lo proscribieron...

fueron más notables por los talentos que persiguieron, que por aquellos de los cuales carecieron;

y, sólo con un fulgor se iluminaron; con el fulgor de los grandes nombres que insultaron;

no teniendo otro entusiasmo que el de la Adulación, no tuvieron otro ideal, que el de la Prostitución;

muda la tribuna nacional, sin el grito estridente de esa Pitonisa epiléptica, que fue Juan Vicente González, ni el raudal sonoro de aquellas prosas soberbias que habían hecho estremecer el reinado de Guzmán Blanco, como un rugido de fieras en los jardines del César, el diarismo aventurero imperó solo...

¿dónde aquellos días de glorioso entusiasmo y de talento heroico, que llenaban con su clamor adolescente, José Gil Fortoul, y, César Zumeta, Luis López Méndez y Lisandro Alvarado?

¿dónde ?...

¡oh, cómo están lejanos los días del «Delpinismo», y, aquellas veladas del Teatro Caracas, en que Miguel Eduardo Pardo, hacía tan ruidosa aparición!...

¡el alma de Correa Flinter, se apagó para siempre, con el último canto rebelde, de aquel Petoeffi suicida, que fue: Pérez Bonalde!... (1)


¿dónde la implacable ironía, de Tomás Michelena, y, aquella daga trífida, que era la pluma de Manuel Vicente Romero García?...

y, ¿los alardes civilistas del «Partido Democrático?».

sirvieron de gurupera al caballo de halalla del Mocho Hernández, y, se reventaron con él...

y, las turbulencias pomposas y letradas, de aquel Vergniaud sin tribuna, que fue Alejandro Urbaneja, ¿qué se hicieron ? ¿dónde están? ...


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los foliculares extranjeros del diarismo oficial, imperan solos;

no tenían más competidores, que los carceleros de la Rotunda y los sepultureros de San Carlos...

y, entre ellos, se dividen la República...

la afluencia de estos esclavos insulares, que el mar vecino ha vomitado sobre el Capitolio nacional, y, agrupado en torno al trono del César, para hacer guardia a las mulatas impúberes, que los Gobernadores proxenetas de las Provincias, enviaban para saciar la lascivia enfurecida del Amo, daban al reinado de Cipriano, la vaga apariencia de la Corte de Sisowath, rodeado de bailarinas y de eunucos...

las mujeres y los proxenetas, se disputaban el Poder para ejercerlo, y, hacían sombra a la grandeza del Amo, que sin esos vicios, habría sido digno del Imperio...

ese hombre, faltó a su Destino: tal fue su Crimen...

fue inferior a su Victoria; no supo qué hacer de ella, y, la puso de almohada, en el lecho de sus orgías;

y, pasa así, por la Historia, como un fantasma de César, que hubiese estrangulado un fantasma de República;

ese hombre, fue el asesino de su propia Gloria;

hizo de su fortuna, una daga, y se cortó con ella la garganta...

¡triste expiación de aquellos que faltan a su Destino, y, no saben alzarse hasta él!...

la Gloria, es un presente, que no se rehusa, impunemente...

o, se acepta como un Bien; o, se muere bajo ella, como un Castigo...

de todas las apostasías, la apostasía de la Gloria, es, la que no se redime jamás...


de esa apostasía, murió este César...

acaso su sola tristeza, fue no haber hallado la República, virgen, para violarla...

por eso se vengó de ella, estrangulándola...

y, entró con su cadáver en el lecho;

su despotismo no ha sido sino eso: la Venganza de un Sátiro.


* * *

La historia de Cipriano Castro, es rápida, como la ascensión de una ave de presa, desde el valle hasta la cima; es, como un relámpago en la selva;

llegado de un solo golpe a la celebridad, se vengó de no tener Historia, entrando estrepitosamente en ella;

este hombre, no ha engrandecido en el vacío de los acontecimientos, sino en el fondo de aquellos que él, mismo, se ha creado...

su Dictadura, no aparece solitaria y sin nexos, naciendo en el silencio universal, ajena a los destinos de la tierra;

no;

¡qué de convulsiones políticas, qué de cataclismos sociales, qué de abismos abiertos, han sido necesarios, para que la Fortuna de este soldado, aparezca en la Historia, y, la domine!...

¿de dónde venía este hombre, dispuesto a continuar con su espada, la obra de disolución que Andueza Palacio, había inaugurado con sus vicios?

su juventud, servía de disculpa a su obscuridad, y, si no alcanzaba a justificar su elevación, sí servía para explicar, el estremecimiento de esperanza, con que al verlo llegar, Venezuela, se agitó en su duelo;

venía de la obscuridad, hacia las vías radiosas, lleno del prestigio extraño de lo desconocido;

nadie le suponía el corazón repleto de odios, y, el alma llena de una ambición vulgar;

su audacia, parecía más bien marcarlo, para las empresas atrevidas, y los destinos gloriosos, para terminar por la Gloria, una obra, ya coronada por el Suceso;

a los veinte años, había aparecido, por allá, en Colombia, en la terrible guerrilla de los Gramalotes, peleando en las filas conservadoras, contra las huestes liberales, soldado valeroso pero obscuro, que no parecía destinado, a sorprender el mundo con su audacia;

vuelto a su país natal, continuó afiliado al partido de Rangel Garbiras, ejercitándose en cazar a sus contrarios, emboscado, tras de las cercas de piedra de su aldea natal;

muy joven fue nombrado Diputado al Congreso Nacional; y, llegó a él, ignorante como un sármata de Gabinus, e impetuoso, como el caballo de Atila;

tuvo la elocuencia de un bárbaro, unida a la audacia de un beduino;

en aquel Parlamento, donde aún se conservaban las formas de la vieja austeridad tribunicia, que Fermín Toro, había sabido hacer ilustre con su elocuencia, y, Santos Michelena, había querido hacer heroica, con su martirio, Cipriano Castro, entró, como una ráfaga, venida de la selva, llena de gritos bárbaros y confusos...

su verbo extraño, lleno de giros salvajes, y, de figuras desconcertantes, tomadas en plena naturaleza virgen, asombró el Congreso, que creyó loco aquel Diputado venido de las sierras, con aquel lenguaje rebelde a toda retórica, y, aquellos gestos, que no tenían igual, en ninguna mímica...

fue un huracán de hilaridad;

Cipriano Castro, asesinó la seriedad del Congreso, años antes de asesinar su libertad;

las cúpulas del Capitolio Nacional, donde los soldados de los frescos, parecen huir espantados, ante el fracaso de ciertos discursos que se pronuncian bajo ellas, no temblaron ante la elocuencia de Castro;

ya habían oído a Paco Batalla, y a Manuel Modesto Gallegos, y los corceles de Guerra, con que Michelena, ornó los plafones, habían sentido la emulación de esa oratoria, que tanto se parecía a su relincho;

sólo una vez, escuchando a Neftalí Urdaneta, defender las velas de sebo, contra el alumbrado eléctrico, los corceles parecieron encabritarse ante esa elocuencia inferior, a la de ellos, y, un pedazo del techo, cayó sobre el diputado estearino como para aplastarlo... ¡era un casco de caballo! ¡Pelea de brutos!

la dignidad altanera y monótona de las cámaras, fue rota por completo;

los graves diputados, letrados y sesudos, que habían escuchado a Catón, hablar en el estilo de Berryer por la boca de Eusebio Baptista; a Dantón, gritar enfurecido, por los labios tumefactos de Andueza Palacio, ebrio de vino y de elocuencia; a Laureano Villanueva, emular y sobrepujar a Lamartine, con acentos roncos de una ruda virilidad, que no tuvo nunca, el lírico Tribuno, que fue como un jilguero, perdido en la tempestad; a Tosta García, en cuya elocuencia, armoniosa, como una lira y, cortante como una espada, el apóstrofe y la ironía, se alzan a igual altura, como una águila que llevase en las garras una serpiente, y se mezclan y se suceden, el sentido histórico y el sentido crítico, la metáfora sublime y el sarcasmo rudo como una daga de dos filos, de modo que los que caen bajo ella, no saben si mueren bajo la elocuencia que ciega o bajo la risa que aplasta... a Sebastián Casañas, monótono y lento, pero lleno del ardor supremo, de su alma revolucionaria y tumultuosa; a Diego Bautista Urbaneja, con su prosa administrativa, y, su estilo de papel de Estado, como Windham, definió el de Pitt; a la virtud apasionada de Bustamante, coloreada y jovial, más llena de sinceridad que de sonoridad, pero pletórica de Amor a la Libertad y a la Justicia;

esos diputados, se desconcertaron antes de reir, bajo la explosión de aquella pirotécnica bárbara, que estallaba sobre sus cabezas;

Castro, se hizo la amenidad de la Cámara; puso tanto empeño en ridiculizarse, como luego había de poner en entronizarse;

el Imperio de la Risa, le perteneció, antes que el imperio de la República;

y, reinó, entre una carcajada homérica; merced a él, los trabajos parlamentarios, perdieron todo su enojo;

con él, se entró en plena Jocundia;

se deseaba oírlo, para sacudir los pensamientos graves, y, salir del reinado de las leyes y del lenguaje;

una atmósfera de alegría lo circundaba; fue, el específico admirable, contraía Melancolía;

imaginaos un mono, que tuviese en la garganta un papagayo, y, tendréis una idea, de los gestos y del dialecto de Castro, en aquella época;

nunca hombre alguno, lia obtenido un éxito de ridículo más completo;

sus discursos, tuvieron más éxito, que el que; luego habían de tener sus batallas;

triunfó como Payaso, antes de triunfar como General;

dominó con el bastón de Polichinela, antes de dominar con el cetro de César;

fue el Gwinplain, de Víctor Hugo;

todos reían de él. y, él, no reía;

pero, hasta entonces, su situación, si era cómica no era cínica;

su oratoria, si no servía para salvar la Libertad, no servía tampoco para ultrajarla; la amenizaba, no la amenazaba;

estaba aún en el campamento de la República, aunque fija la vista, en el campo de la Tiranía, pronto a saltar a él, a la primera señal del enemigo;

el Despotismo lo fascinaba;

y, aspiraba en silencio, a la infamia de servirlo, antes de tener la doble infamia de ejercerlo;

oposicionista por cálculo, siervo por gusto, no debía tardar en ceder a su temperamento, e ir a saciar su hambre de dictadura sufriéndola, ya que no podía hacerla sufrir a otros, resignándose como esclavo, a esperar la hora de convertirse en Amo;

encadenando su ambición de ser encadenado, permanecía aún en la oposición, dando a su turbulencia, las apariencias del Orgullo, y hablando con pasión de la Libertad, mientras llegaba la hora de traicionarla;

con la una mano, acariciaba la República, mientras ocultamente, tendía la otra ala Tiranía, levantando en silencio el edificio de su Fortuna; dispuesto ya, a hacer traición a todo, menos a su ambición;

miembro de la Diputación Andina, que fue el primer baluarte de la resistencia nacional, contra aquella Dictadura de beodos, que ya alzaba su cabeza somnolienta, y embrutecida, llena de los vahos del vino y de la cólera, Cipriano Castro, tuvo que guardar la compostura de esa hora, y, marchar en la batalla parlamentaria, a las órdenes de Leopoldo Baptista, que entonces, casi adolescente, se marcaba ya, como destinado a la más alta fortuna, por la seriedad prematura de su carácter; la integridad rígida de sus convicciones; su amor apasionado por la Libertad; su culto estoico al Derecho; la firmeza inquebrantable de su carácter oculta bajo la más amable ductilidad, que se diría, una debilidad y es una fuerza; por el prodigio de su valor, marcado de un sello de impasibilidad, que recuerda el del romano Pablo Emilio; por la austeridad de su vida privada, en la cual, la ausencia absoluta de vicips, está suplida por la vehemencia contenida, de las más nobles pasiones; por su talento, tan lleno de cosas serias y profundas; por esa mezcla exquisita de heroísmo y sensatez, que lo hace tan semejante, por un lado a Germánico, y, por el otro a Pisón, tan digno de la Victoria, como el nieto de Tiberio, y, tan digno del Poder, como el adoptivo de Galba;

así, al lado de Rafael Linares y J.-M. Gabaldón, Ramón A y ala, y Avelino Briceño, Riera y López Baralt, Baptista y Bustamante, Castro, tuvo que seguir uncido a la Oposición, esperando el momento de romper la coyunda, y, partir fogosamente a campos de la Tiranía;

la ocasión no se hizo esperar;

la Dictadura del soborno, que había querido preceder a la Dictadura de la violencia, fracasó ruidosamente...

las conciencias que el Poder había querido comprar, permanecieron fieles a la Libertad; y, esa altivez insultante, de los partidarios de la República, exasperó hasta el paroxismo, a los facciosos de la Anarquía;

el Dictador, frunció el ceño; de sus labios avinados, salieron blasfemias de beodo; sus carnes fofas, de vieja meretriz, temblaron, como las de un eunuco en epilepsia, y, supliendo el valor con la insolencia, resolvió dar el golpe de gracia, a la Oposición...

demasiado vacilante, para herir el Parlamento, como lo hizo luego, disolviéndolo, resolvió, herir la prensa amordazándola, y, lo más altivo del pensamiento, proscribiéndolo;

y, aquel amas de hombres impuros, de los cuales no habría querido ni aun el cadalso, levantaron sus manos amotinadas, contra la Idea, y, abofetearon con ellas, la Libertad de la Prensa;

EL ESPECTADOR, era la bandera de la Oposición, que habiendo salido intacto de las manos del halago, no era ya Justiciable, sino por la cuchilla de la Fuerza;

Andueza Palacio, lo sabía bien;

y, decretó la suspensión del Espectador, y, la prisión y el destierro de aquel que lo escribía...

ese Escritor, había sido el primero, en desenmascarar el rostro del Histrión, y, su mano revolucionaria, había arrojado ya el reguero de pólvora, que llegando al Capitolio, haría saltar la Tiranía;

y, Andueza, se vengaba, desterrándolo hacia la Gloria, ya que no había podido encadenarlo en el oprobio; suprimiendo el Espectador, cortaba la lengua al Partido de la Libertad, pero no pudo cortarle la cabeza; ella, se alzaba ya, sobre los hombros de Crespo, en el límite feral de la llanura;

y. al cerdo salvaje, herido en el corazón por aquella pluma, no le quedó ya, sino ir a hacerse cortar la cabeza, por aquella espada;

y, allá fue;

la suspensión del Espectador, fue la señal de la deserción de Castro;

aquella mañana, estaba aún, en las oficinas del Escritor;

aquella tarde, estaba ya, en los salones del Dictador;

amaneció de pie, y, anocheció de rodillas;

la Dignidad, era un gesto violento de su espíritu;

la arrojó de sí, como un fardo inútil, y, desde aquel momento, perteneció en cuerpo y alma al Despotismo;

su divorcio con la Libertad, estaba hecho; fatigado de servirla, ya no le quedaba más que combatirla;

y, a ello consagró el resto de su Vida;

aculado entre la audacia y el espanto, Andueza buscó apoyo en el Congreso para legitimar su infame atentado contra la majestad del pensamiento;

y, lo halló;

maestra, en el arte inferior de envilecerse, la mayoría de las cámaras, dio un voto de aplauso al Presidente, por haber salvado la República, decapitando la prensa...

Cipriano Castro, firmó aquel voto de gracias...

fue su Patente de esclavo;

la actitud arrodillada de esa Cámara de esbirros, encontró su apologista, en la prosa tartamuda de Guillermo Tell Villegas Pulido.

Castro, guardó silenció;

fue el último homenaje que hizo a la Libertad; y, el más bello presente que pudo hacer a la Elocuencia;

como si se hubiese súbitamente reconciliado con el sentido común, renunció a aquella oratoria que era hasta entonces su única celebridad; y, al entrar en la esclavitud, entró en el Silencio;

se hubiese dicho, que buscaba el Olvido...

¿era el dolor de haber abandonado la Libertad?

¿era el imperio homicida de la Ambición que torturaba ya la insaciabilidad de sus sueños?

¿incubaba en ese silencio, la visión de sus destinos futuros?...

ello, es, que Castro, fue un servidor obscuro de la Dictadura, que no puso en servirla, el mismo entusiasmo que había puesto en adoptarla;

Andueza, que en el drama misterioso de la politica, había de ser con el tiempo su Ministro, no quiso hacerlo tal;

y, Castro, permaneció en la sombra, hasta que la guerra, vino a sacarlo de ella, dando un resplandor fugitivo a su desastrosa temeridad;

la Dictadura, pronta al naufragio, desamparada sobre las ondas tumultuosas de la guerra, no tenía en el Estado de los Andes, un hombre que la defendiera...

en aquel nidal de héroes, fortaleza de la Virtud Cívica, todo estaba contra el Despotismo.

Juan Bautista Araujo, había ya tocado el cuerno de Viriato en la montaña, para llamar a los rudos campesinos a la lucha; y, esa generación de leones épicos, que son los Baptista, se agitaban en sus malezas, prontos a defender la Libertad;

Espíritu Santo Morales, estaba por primera vez, con ellos; y, el peligro de la Patria, había hecho este Milagro de la Fraternidad;

la Tiranta, no tenía defensores, en los Andes;

entonces, Andueza, apeló a Castro;

lo nombró General, y, lo despachó con una expedición, contra su tierra natal;

y, fue;

pero, no pudo decir como César: veni, vidi, vici;

el Destino le fue adverso; la fortuna del César futuro, hizo naufragio;

llegó, fue vencido, y, huyó...

vine, fui vencido, y huí... pudo decir;

porque no tuvo sino el tiempo preciso, para llegar, hacerse derrotar por Eliseo Aranjo, saquear a San Cristóbal del Táchira, y huir, con sesenta mil dólares, del botín;

puso la frontera, entre su crimen y el castigo;

con ese dinero, compró en Colombia, un campo, y, se puso a cultivarlo;

Diocleciano, se dio a sembrar legumbres, después de haber poseído el Imperio; Castro, las cultivó antes de poseerlo;

otros fueron de la Tiranía, al ostracismo; Castro, se preparó en el ostracismo, para ejercer la Tiranía;

él, hubiera querido servir de nuevo a la victoria; pero, Crespo, era uno de esos hombres, que escogía sus amigos, no los compraba; y, no halló a Castro, digno de servir a la Libertad, después de haberla traicionado...

nadie supo de él;

sentía el hipnotismo de la Fuerza;

la majestad del Gran Caudillo, lo fascinaba...

seis años estuvo inmóvil, en la frontera, aplastado por el desdén de Crespo, no por su odio; ni perseguido, ni halagado; simplemente despreciado...

el Olvido, lo envolvía, como una nube...


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Para que Castro apareciera, era necesario, que Crespo sucumbiera...

y, Crespo sucumbió...

vilmente asesinado en la Mata Carmelera, caído en la emboscada de la Traición, aquel héroe, hecho para morir en un campo de batalla, el sortilegio del respeto y del Temor, fue roto, y, Cipriano Castro, apareció en la frontera, acariciando las crines de su corcel de guerra, que no había de tener ya reposo, hasta apagar su sed, en las aguas pacíficas del Guaire;


su campaña, para la conquista del Imperio, fue una Odisea de desastres;

de derrota en derrota, llegó hasta Tocuyito;

allí, Ferrer, le entrego con la Victoria, la República; sus manos, hechas a la derrota, no supieron qué hacer de ese triunfo y, lo rompieron;

vencido y herido, llegó a Valencia;

buscaba una amnistía, y, se encontró con el Poder;

lo recogió de entre los bagajes de Andrade fugitivo, y, se encaminó a Caracas;

y, llegó allí, ya acompañado del terrible trío: su Médico, su Tesorero, y, su Rufián, semejante a un Luis XI, que hubiese añadido a la avaricia, la lascivia;

la inexorable Historia, repugna entrar en ciertos pormenores de bajeza, que forman la miseria de ciertas épocas...

el silencio se impone; esos hombres y esas cosas, cabrían en el Satiricón de Petronio, pero deshonrarían, las prosas de Tácito;

merced a ellos, el reinado de Castro, fue una mueca del Bajo Imperio, gobernado por rufianes;

y, en él el César, pasa como Heliogábalo, arruinado por los excesos, minado por los vicios, decrépito en su juventud, haciendo del Solio una litera, llevada por esclavos negros, hacia la Muerte;

sin embargo: ese hombre, en el cual había, la carnadura de un Héroe, estuvo tres años, sobre su corcel de guerra, disputando el triunfo a sus contrarios;

toda la República lo vio, pasar como una exhalación, conquistando palmo a palmo el terreno de su Poder, hasta llegar a la Victoria, donde Leopoldo Baptista, supo llegar a tiempo, para salvarlo de la Derrota y de la Muerte;

Baptista, fue allí, el Sucre redivivo, de aquel Ayacucho de la Restauración;

él, detuvo como Josué, el Sol del Triunfo; y, salvó a Castro...

y, Castro, no se lo ha perdonado nunca;

no se lo perdonará jamás;

Castro, se llama: Ingratitud;

une, a la parsimonia de los servicios que presta, el olvido de aquellos que le han prestado...

vencedor en la Victoria, Castro, entró de lleno en la Tiranía;

al bajar de su corcel de guerra, adquirió como Páez, su talla natural;

no tuvo un solo rayo de grandeza;

permaneció en el Poder, violento y bárbaro;

hizo del Capitolio una tienda de campaña, y, agrupó en ella, sus esclavos y sus queridas; forzó a Venezuela a adorarlo;

y, reinó sobre el desprecio de los hombres, ya que no pudo reinar sobre su Admiración...


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Atila, murió sobre el seno de una mujer, dice Priscus, y, sus esclavos lo adoraron;

estos hunos, que acompañan a Castro, no se arrancarán, como los de Atila, los cabellos, para arrojarlos en la tumba del amo, sino que se agarrarán de ellos, para disputarse, los restos del festín;

no lo sepultarán tampoco, en un triple ataúd, de oro, de plata, y de hierro, como el que en el silencio de la noche, fue confiado a la tierra, para guardar en el secreto, el cuerpo del Tártaro, insaciable de victorias;

el arco de su Fortuna, roto por la Suerte, no tuvo cortesanos;

los herederos de su Poder, se asesinaron sobre su tumba...

su obra, no fue sino una ficción de su espada;

pasó, con el torbellino que la engendró:

Non tam vilis quam nulla.


FIN