Leyes/1 (DFV)

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Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Leyes - Sección I

Es difícil que haya una sola nación que viva bajo unas buenas leyes. La causa de esta dificultad no es solamente el que ellas sean la obra de los hombres, porque estos han hecho cosas muy buenas, y los que han inventado y perfeccionado las artes, también podían imaginar un cuerpo de jurisprudencia tolerable; pero en casi todos los Estados han sido establecidas las leyes por el interés del legislador, por la necesidad del momento, por la ignorancia y por la superstición. Las leyes se han hecho a medida, al acaso, e irregularmente, como se construían las ciudades. Ved en París los cuarteles de las Plazas, de san Pedro de los bueyes, la calle Brise-miche y la del Pedo al diablo, que contraste hacen con el Louvre y las Tullerias; y tendréis la imagen de nuestras leyes.

Londres no ha sido digna de ser habitada hasta después que fue reducida a cenizas; después de cuya época se han ensanchado y alineado las calles; de manera que Londres es una ciudad, porque se quemó. Si queréis tener buenas leyes, quemad las vuestras, y hacedlas nuevas.

Los Romanos estuvieron trescientos años sin leyes fijas; y se vieron obligados a pedírselas a los Atenienses, los que se las dieron tan malas, que pronto fueron derogadas casi todas. ¿Cómo hubiera podido Atenas tener una buena legislación? La república se vio obligada a abolir la de Dracon, y la de Solon no duró mucho tiempo.

Vuestra costumbre de París está interpretada por veinticuatro comentarios; luego está probado veinticuatro veces que está mal concebida. Ella contradice otras ciento cuarenta costumbres, todas las cuales tienen fuerza de ley en la misma nación, y todas se contradicen. Luego en una sola provincia de la Europa entre los Alpes y los Pirineos hay más de cuarenta pequeños pueblos que se llaman compatriotas, y que realmente son extranjeros los unos a los otros, como el Tunquin lo es a la Conchinchina.

Lo mismo sucede en todas las provincias de la España. En la Germania es todavía peor, porque nadie sabe cuales son los derechos del jefe, ni de los miembros. Los habitantes de los orillas del Elba no se parecen al cultivador de Suabia, sino porque hablan poco mas o menos la misma lengua, que es un poco tosca.

La nación inglesa tiene mas uniformidad; pero como no ha salido de la barbarie y de la esclavitud, sino por sacudimientos; y como ha conservado en su libertad muchas leyes, promulgadas anteriormente por los grandes tiranos que se disputaban el trono, y por los pequeños tiranos que invadían las prelacías; de todo esto ha resultado un cuerpo bastante robusto, sobre el que todavía se perciben muchas llagas cubiertas con emplastos.

El talento de la Europa ha hecho en los últimos cien años más progresos, que los que había hecho todo el mundo desde Brama, Fohi, Zoroastro y el Thaud del Egipto. ¿En qué consiste que el talento de legislación no los ha hecho?

Todos nosotros fuimos salvajes desde el siglo quinto. Tales son todas las revoluciones del globo; bandoleros que roban, y cultivadores robados: y a esto estaba reducido el género humano desde el extremo del mar Báltico hasta el estrecho de Gibraltar: y cuando los Árabes se presentaron en el mediodía, fueron universales la desolación y el trastorno.

Como nuestro rincón de Europa se componía de un corto número de atrevidos ignorantes, armados de pies a cabeza y vencedores, y de un gran número de ignorantes esclavos, desarmados, de los que casi ninguno sabía leer ni escribir, ni aun el mismo Carlomagno: en este estado de cosas sucedió muy naturalmente que la Iglesia romana gobernó con su pluma y sus ceremonias a los que pasaban su vida a caballo, la lanza en ristre y el morrión en la cabeza.

Los descendientes de los Sicambros, de los Borguiñones, de los Ostrogodos, Visogodos, Lombardos, Herulos, &c., sintieron que tenían necesidad de alguna cosa, que se pareciese a las leyes: y las buscaron donde las había. Los obispos de Roma sabían hacerlas en latín. Los Bárbaros las recibieron con tanto más respeto, cuanto que no las entendían: y las decretales de los papas, unas verdaderas y otras impudentemente falsas, fueron el código de los nuevos reyes, de los señores y barones que se habían repartido las tierras. Todos estos fueron otros tantos lobos que se dejaron atar por las zorras: ellos conservaron su ferocidad, pero esta fue subyugada por la credulidad y por el miedo que esta produce. Poco a poco se vio toda la Europa bajo el imperio de Roma, si exceptuamos la Grecia, que entonces pertenecía todavía al imperio de Oriente; de manera que se pudo decir una segunda vez:

Romanos rerum dominos gentemque togatam.

Como casi todas las convenciones estaban acompañadas de una señal de la cruz y de un juramento que por lo común se hacia sobre unas reliquias, todo fue de la jurisdicción de la Iglesia. Roma como metrópoli fue el tribunal supremo de los pleitos de la Chersonesa címbrica, y de la Gascuña. Mil señores feudales juntaron sus usos al derecho canónico; de donde ha resultado la jurisprudencia monstruosa, cuyos vestigios conservamos todavía.

¿Qué hubiera sido mejor, no haber tenido ningunas leyes, o tenerlas semejantes?

A un imperio más vasto que el romano le ha sido ventajoso el estar mucho tiempo en el caos: porque estando todo por hacer, ha sido mas fácil edificar un edificio, que reparar otro cuyas ruinas se hubieran respetado.

La Thesmofora del Norte reunió en 1767 los diputados de todas las provincias que componían cerca de un millón doscientas mil leguas cuadradas. Entre ellos había paganos, mahometanos de Alí, mahometanos de Omar, y cristianos de doce sectas diferentes. Cada ley era propuesta a este nuevo sínodo; y si parecía conveniente al interés de todas las provincias, recibía entonces la sanción de la soberana y de la nación.

La primera ley que se sancionó fue la tolerancia, con el fin de que el sacerdote griego no olvidase jamás que el sacerdote latino es hombre, que el musulmán soportase a su hermano el pagano, y que el romano no tuviera tentaciones de sacrificar a su hermano el presbiteriano.

La soberana escribió de su propia mano en este gran consejo de legislación: "Entre tantas creencias diferentes, la falta mas perjudicial seria la intolerancia."

Se convino unánimemente en que no hay más que un poder; que es necesario decir siempre poder civil y disciplina eclesiástica, y que la alegoría de las dos cuchillas es el dogma de la discordia. (Véase PODER).

La emperatriz principió dando la libertad A los siervos de sus dominios particulares.

En seguida manumitió a todos los del dominio eclesiástico; y así creó hombres.

Los prelados y los frailes fueron pagados del tesoro público.

Las penas fueron proporcionadas a los delitos, y por lo mismo útiles: los culpables fueron por la mayor parte condenados a los trabajos públicos, en consideración a que los muertos no sirven para nada.

El tormento fue abolido, porque es castigar antes de conocer, y porque es absurdo castigar para conocer; porque los Romanos no daban tormento más que a los esclavos, y porque el tormento es el medio de salvar al culpable y de perder al inocente. Hasta aquí se había llegado, cuando Mustafá III, hijo de Mahmoud, obligó a la emperatriz a que interrumpiera su código para batirlo.