Aura o las violetas: 010
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Convaleciente apenas, sorprendí una noche, en una conversación que sostenían muy paso mis hermanas, la fecha del día en que debía tener lugar el sacrificio de Aura;
entonces medité mi plan;
era preciso verla antes del día fijado, arrojarme así moribundo, a sus plantas, y ofrecerle mi mano, con el resto de vida que me quedaba; interponerme entre el altar y ella; disputársela al hombre que me la arrebataba, hacerla mi esposa, implorar luego el perdón de mi madre, y refugiarnos todos en nuestra antigua casa; allí viviríamos tranquilos, aunque modestamente, pero felices y amantes, como describe el poeta mejicano: ella, siempre enamorada, yo, siempre satisfecho, los dos, una sola alma, los dos, un solo pecho, y en medio de nosotros, mi madre como un dios; ¡la vida, sería así un paraíso, y mi imaginación se extasiaba contemplarlo!...
¡espejismos del alma! celajes engañosos de la felicidad, que halagabais entonces un cerebro enfermo, y una imaginación calenturienta, ¿porqué no acabasteis de enloquecerlos? ¿para que alejasteis la luz en la mente, cuando cubríais de tanta sombra mi corazón? ¿no hubiera sido mejor la demencia, que esta laxitud del alma, esta eterna viudez de la existencia?
un nuevo acceso de fiebre, me había tenido de gravedad, oscilando entre la vida y la muerte; nada había podido coordinar para mi proyecto, y el tiempo avanzaba rápidamente era preciso hacer el último esfuerzo; o salvarla, o morir a sus pies en la demanda.